Historia del Socialist Worker Party (SWP) Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos

James Cannon


En estas Conferencias dictadas por James Patrick Cannon, uno de los fundadores del Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA), explica cómo surgió el trotskismo norteamericano. Cannon se integró al Partido Socialista en 1908, abandonándolo tres años después a favor de la organización anarcosindicalista International Workers of the World desde la cual dirigió varias huelgas. Trás la Revolución Rusa se reintegró al PS pero, junto a John Reed y otros simpatizantes de los bolcheviques, fue expulsado y pasó a fundar lo que sería Partido Comunista en 1919. En 1920 es electo al Comité Central de la CPUSA y, en 1922, al Comité Ejecutivo de la Comintern en Moscú.

En 1928 se relacionó con la Oposición de Izquierda Internacional emprendiendo la lucha por la construcción de una organización comunista revolucionaria ajena a la deformación que supuso el naciente estalinismo. Es expulsado del Partido Comunista y, en 1938, junto a Max Schachtman y Martin Abern, funda el Socialist Workers Party (Partido Socialista de los Trabajadores, SWP) que se convierte en la sección norteamericana de la IV Internacional, partido al que sirvió de Secretario Nacional hasta su muerte en agosto de 1974.

Conferencia I:
Los Primeros días del Comunismo Norteamericano

Me parece bastante apropiado camaradas, dar una serie de conferencias sobre la historia del trotskismo norteamericano en este Labor temple (Templo del Trabajo). Fue aquí mismo, en este auditorio, en el comienzo de nuestra lucha histórica en 1928 que hice el primer discurso público en defensa de Trotsky y de la Oposición Rusa. El discurso fue dado no sin algunas dificultades, ya que los stalinistas trataron de romper nuestro acto por la fuerza física. Pero nos las arreglamos para hacerlo. 

Nuestra actividad oral pública como trotskistas reconocidos comenzó realmente aquí, en este Labor temple, trece, casi catorce años atrás. Sin duda, al leer la literatura del movimiento trotskista en este país ustedes frecuentemente habrán notado repetidas afirmaciones de que no tenemos ninguna nueva revelación: el trotskismo no es un movimiento nuevo, una nueva doctrina, sino la restauración, el renacimiento del verdadero marxismo como fue expuesto y practicado en la revolución Rusa y en los primeros días de la Internacional Comunista.

El bolchevismo mismo fue también un renacimiento, una restauración del verdadero marxismo después de que esta doctrina había sido corrompida por los oportunistas de la Segunda Internacional, quienes culminaron su traición al proletariado apoyando a los gobiernos imperialistas en la 1ra. Guerra Mundial de 1914-1918. Cuando uno estudia el período particular del que voy a hablar en este curso -los últimos trece años- o cualquier otro período desde los tiempos de Marx y Engels, se puede observar una cosa: La continuidad ininterrumpida del movimiento marxista revolucionario. El marxismo nunca ha dejado de tener auténticos representantes. 

A pesar de todas las perversiones y traiciones que han desorientado al movimiento de tanto en tanto, siempre ha surgido una nueva fuerza, un nuevo elemento ha salido adelante para ponerlo otra vez en la senda correcta, es decir, en la senda del marxismo ortodoxo. También así fue en nuestro caso. Estamos enraizados en el pasado. Nuestro movimiento, al que llamamos trotskismo, ahora cristalizado en el Socialist Workers Party, no surgió totalmente maduro de la nada. Surgió directamente del Partido Comunista de los EE.UU. El Partido Comunista mismo surgió del movimiento precedente, el Partido Socialista y en parte, de los IWW (Industrial Workers of the World). 

Surgió del movimiento de los obreros revolucionarios de Norteamérica en el período de la preguerra y la guerra. El Partido Comunista, que tomó forma organizada en 1919, era originalmente el ala izquierda del Partido Socialista. Fue del Partido Socialista de donde vinieron los contingentes comunistas más grandes. En realidad, el lanzamiento formal del Partido en setiembre de 1919 fue simplemente la culminación organizativa de una pelea prolongada dentro del Partido Socialista. Allí se había trabajado el Programa y allí, se formaron los primeros cuadros. Esta pelea interna en su momento, llevó a la división y a la formación de una organización separada, el Partido Comunista. 

En los primeros años de la consolidación del Movimiento Comunista -es decir, como ustedes dirían, desde la Revolución Bolchevique en 1917 hasta la organización del Partido Comunista en este país dos años más tarde, y aún por un año más después de ello- la principal tarea fue la lucha fraccional contra el socialismo oportunista, entonces representado por el Partido Socialista. Este es casi siempre el caso cuando una organización política obrera se deteriora y al mismo tiempo da nacimiento a un ala revolucionaria. La pelea por la mayoría, por 1a consolidación de fuerza dentro del partido, casi invariablemente limita la actividad inicial del nuevo movimiento a una pelea casi estrecha, intrapartidaria, que no finaliza con la separación formal.

Plenario del SWP en Minesota 1940


El nuevo partido continúa buscando adherentes en el viejo. Le lleva tiempo al nuevo partido aprender cómo pararse firme sobre sus propios pies. Así, aún después de que la separación formal había ocurrido en 1919, por la fuerza de la inercia y el hábito, y también porque la pelea no había terminado realmente, la lucha fraccional continuó. Quedó gente en el Partido Socialista que no estaba decidida y que eran candidatos más que probables para la nueva organización partidaria. El Partido Comunista concentró su actividad en el primer año a la lucha por clarificar la doctrina y ganar fuerzas adicionales del Partido Socialista. Por supuesto como es casi invariablemente el caso en tales desarrollos históricos, esta fase fraccional dio en su momento lugar a la actividad directa en la lucha de clases, para reclutar nuevas fuerzas y para el desarrollo de la nueva organización sobre bases enteramente independientes.

El Ala Izquierda del Partido Socialista, que más tarde se convirtió en el Partido Comunista, fue inspirada directamente por la Revolución Bolchevique de 1917. Antes de ese momento, los militantes norteamericanos habían tenido muy poca oportunidad de adquirir una genuina educación marxista. Los dirigentes del Partido Socialista no eran marxistas. La literatura del marxismo publicada en ese país era más bien magra y confinada casi exclusivamente al aspecto económico de la doctrina. 

El Partido Socialista era un cuerpo heterogéneo; su actividad política, su agitación y enseñanzas programáticas eran una terrible mezcolanza de todo tipo de ideas radicales, revolucionarias y reformistas. En esos días antes de la última guerra, y aún durante ella, a los jóvenes militantes que llegaban al partido buscando una clara guía programática, les costó encontrarla. No la podían tener de la dirección oficial del partido que carecía de un conocimiento serio de tales cosas. Las cabezas prominentes del Partido Socialista, eran la contraparte norteamericana de los dirigentes oportunistas de los partidos socialistas de Europa, sólo que más ignorantes y más despreciativos de la teoría. Consecuentemente, a pesar del impulso y el espíritu revolucionario, la gran masa de jóvenes militantes del movimiento norteamericano, pudieron aprender muy poco de marxismo; y sin el marxismo es imposible tener un movimiento revolucionario consistente.

La Revolución Bolchevique en Rusia cambió todo casi de cuajo. Allí fue demostrada en la acción concreta la conquista del poder por el proletariado. Como en casi todos los otros países, el tremendo impacto de esta victoria revolucionaria del proletariado sacudió hasta sus cimientos a nuestro movimiento en Norteamérica. La sola inspiración de la hazaña fortaleció enormemente al ala revolucionaria del partido, dio a los trabajadores nuevas esperanzas e hizo emerger un nuevo interés en esos problemas teóricos de la revolución que no habían recibido un reconocimiento apropiado hasta entonces.

Harry DeBoer (izquierda) en Mexico con Leon Trotsky, James Bartlett (derecha), y sus esposas 1940. 


Pronto descubrimos que los organizadores y dirigentes de la Revolución Rusa no eran sólo revolucionarios de acción. Eran genuinos marxistas en el campo de la doctrina. A parte de Rusia, recibimos de Lenin, de Trotsky y de los otros dirigentes, por primera vez, serias exposiciones de la política revolucionaria del marxismo. Aprendimos que habían estado enfrascados en largos años de lucha por la restauración del marxismo no falsificado en el movimiento obrero internacional. Ahora, gracias a la gran autoridad y al prestigio de su victoria en Rusia, eran finalmente capaces de ser escuchados en todos los países. Todos los militantes genuinos se agruparon a su alrededor y comenzaron a estudiar sus escritos con un interés y un apasionamiento desconocidos antes. 

La doctrina que ellos exponían tenía una autoridad diez veces mayor porque había sido verificada por la práctica. Aún más, mes a mes, año a año, a pesar de todo el poder que el capitalismo mundial movilizaba contra ellos, mostraban la capacidad de desarrollar la gran revolución, crear el Ejército Rojo, mantenerse y avanzar. Naturalmente, el Bolchevismo se convirtió en la doctrina autorizada entre los círculos revolucionarios de todos los movimientos políticos obreros del mundo, incluso en nuestro país.

Sobre esa base fue formada el Ala Izquierda del Partido Socialista. Tenía publicaciones propias; tenía organizadores, oradores y escritores propios. En la primavera de 1919 -es decir cuatro o cinco meses antes de que el Partido Comunista se organizara formalmente, tuvimos en Nueva York la primera Conferencia Nacional del Ala Izquierda. Yo fui delegado a esa conferencia, viniendo en ese momento de la ciudad de Kansas. Fue en esta conferencia que la fracción tomó cuerpo virtualmente como partido dentro de un partido, en preparación para la posterior ruptura. 

El órgano oficial del Ala Izquierda fue llamado "Revolutionary Age" ("La Era Revolucionaria"). Este periódico llevó a los trabajadores de Norteamérica la primera explicación auténtica de las doctrinas de Lenin y Trotsky. Su editor fue el primero en el país en exponer y popularizar las doctrinas de los dirigentes bolcheviques. Por lo tanto debe ser reconocido históricamente como el fundador del comunismo norteamericano. 

Este editor era un hombre llamado Louis C. Fraina. Su corazón no era tan fuerte como su cabeza. Sucumbió en la pelea y se transformó en un converso trasnochado de la democracia burguesa en el medio de su agonía. Pero esa es sólo su mala fortuna personal. Lo que hizo en esos tempranos días mantiene toda su validez y aún ni él ni ningún otro pueden deshacerlo. 

Otra figura prominente del movimiento en esos días fue John Reed. El no era un dirigente ni un político, pero su influencia moral era muy grande. John Reed fue el periodista socialista norteamericano que fue a Rusia, tomó parte en la revolución, la relató verídicamente y escribió un gran libro sobre ella, "Diez días que conmovieron al Mundo". 


John Reed autor de "Diez días que estremecieron al mundo" 


En los comienzos, el grueso de los miembros del Ala Izquierda del Partido Socialista eran extranjeros. En esos momentos, más de veinte años atrás, una gran parte del proletariado en Norteamérica era extranjero. Antes de la guerra las puertas de la inmigración habían sido abiertas ampliamente, ya que acumular un gran ejército de reserva servía a las necesidades del capital norteamericano. Muchos de esos inmigrantes llegaron a Norteamérica con las ideas socialistas desde sus países nativos. Bajo el impacto de la Revolución Rusa el movimiento socialista de lengua extranjera creció a pasos agigantados. 

Los extranjeros se organizaron en federaciones según su idioma, prácticamente cuerpos autónomos afiliados al Partido Socialista. Había tanto como ocho o nueve mil miembros en la Federación Rusa; cinco o seis mil entre los polacos; tres o cuatro mil ucranianos; casi doce mil fineses, etc. -una enorme masa de miembros extranjeros en el partido. La gran mayoría se concentraron bajo la consigna de la Revolución Rusa y después de la división del Partido Socialista constituyeron el grueso de los miembros del Partido Comunista.

Los dirigentes de estas federaciones aspiraban a controlar al nuevo partido y de hecho lo controlaron. En virtud de estos bloques los obreros extranjeros a quienes representaban, ejercían una influencia inesperada en los primeros días del movimiento comunista. Esto era bueno en algunos aspectos porque en su mayor parte eran comunistas apasionados y ayudaron a inculcar la doctrina del bolchevismo.


Los líderes de la huelga de la seda de 1913 de Paterson, Patrick L. Quinlan, Carlo Tresca, Elizabeth Gurley Flynn, Adolph Lessig y Bill Haywood 


Pero su dominación era muy mala en otros aspectos. Sus mentes no estaban realmente en los Estados Unidos sino en Rusia. Le dieron al movimiento un tipo de formación no natural y lo contagiaron desde el comienzo con un sectarismo exótico. Los dirigentes dominantes del partido -dominantes en el sentido de que ellos tenían el poder real gracias a los bloques que tenían detrás suyo- era gente absolutamente no familiarizada con la escena política y económica norteamericana. No entendían la psicología de los obreros norteamericanos y no les prestaban mucha atención. 

Como resultado, el movimiento en sus comienzos sufrió de exceso de irrealismo y tuvo un tinte de romanticismo que puso al partido en muchas de sus actividades y pensamientos fuera de la real lucha de clases de los Estados Unidos. Lo más extraño es que muchos de estos dirigentes de las Federaciones Extranjeras, estaban convencidos de su misión mesiánica. Estaban determinados a controlar el movimiento para mantenerlo en la fe pura.

Desde su comienzo en el Ala Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el Partido Comunista, el movimiento comunista norteamericano fue zozobrado por tremendas peleas fraccionales, "peleas por el control" se llamaban. La dominación de los dirigentes extranjeros creó una situación paradójica. Ustedes saben que normalmente, en la vida de un gran país imperialista como éste, los obreros inmigrantes extranjeros ocupan una posición de una minoría nacional y tienen que librar una lucha permanente por la igualdad, por sus derechos, sin conseguirlos por completo nunca. 


Farrel Dobs y Leon Trotsky en Coyoacán México


Pero en el Ala Izquierda del Partido Socialista y en los comienzos del Partido Comunista, esta relación estaba dada vuelta. Cada uno de los idiomas eslavos estaba fuertemente representado. Los rusos, polacos, lituanos, letones, fineses, etc., tenían la mayoría. Eran la mayoría abrumadora y nosotros, los norteamericanos nativos, que pensábamos que teníamos algunas ideas de cómo tenía que ser dirigido el movimiento obrero, estábamos en minoría. Desde el comienzo estuvimos en la posición de una minoría perseguida. En los primeros tiempos tuvimos muy poco éxito.

Yo pertenecía a la fracción, primero en el Ala Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el movimiento comunista independiente, que quería una dirección norteamericana para el movimiento. Estábamos convencidos de que era imposible construir un movimiento en este país sin una dirección más íntimamente ligada y conocedora del movimiento nativo de los obreros norteamericanos. Muchos de ellos por su parte estaban igualmente convencidos de que era imposible para un norteamericano ser un bolchevique realmente puro. 

Ellos nos querían y nos apreciaban -como su "expresión inglesa"- pero pensaban que tenían que mantenerse en el control para evitar que el movimiento se convirtiera en oportunista y centrista. Durante años se perdió una gran cantidad de tiempo dando esa pelea, que para los dirigentes extranjeros sólo podría ser una pelea perdida. A la larga el movimiento tenía que encontrar una dirección nativa, de otra manera no podría sobrevivir.

La pelea por el control asumió la forma de lucha sobre cuestiones organizativas. ¿Deberían los grupos extranjeros organizarse en federaciones, o deberían organizarse en ramas locales sin una estructura nacional o derechos autónomos? ¿Deberíamos tener un partido centralizado, o un partido federado? Naturalmente, la concepción de un partido centralizado era una concepción bolchevique. Sin embargo, en un partido centralizado los grupos extranjeros no podrían ser movilizados tan fácilmente en bloques sólidos, mientras que en un partido federado era posible para los dirigentes de la Federación enfrentar al partido con bloques sólidos de votantes que los apoyaran en las convenciones, etc.


Afiche de la Campaña presidencial del Partido Socialista de Estados Unidos en 1904


Esta lucha desbarató la Conferencia del Ala Izquierda en Nueva York en 1919. Cuando llegamos a Chicago en septiembre de 1919, es decir, en la Convención Nacional del Partido Socialista donde tuvo lugar la división, las fuerzas del Ala Izquierda estaban divididas entre sí. Los Comunistas en el momento de su ruptura con el Partido Socialista eran incapaces de organizar un partido unido propio. Anunciaron al mundo unos días después que habían organizado no un Partido Comunista sino dos. 

El que tenía la mayoría era el Partido Comunista de los Estados Unidos, dominado por las Federaciones Extranjeras; el otro era el Partido Obrero Comunista, representando a la fracción minoritaria que ya he mencionado, con su mayor proporción de nativos y extranjeros norteamericanizados. Naturalmente, había variaciones y fluctuaciones individuales, pero esta era la línea principal de demarcación Tal fue el poco auspicioso comienzo del Movimiento Comunista Independiente -dos partidos en el terreno, con programas idénticos, batallando fieramente el uno contra el otro.

Para hacer las cosas peor, nuestras divididas filas se enfrentaron a una persecución terrorífica. Ese año, 1919, era el año de la gran reacción en este país, la reacción de la postguerra. Después que los patrones terminaron la guerra para "hacer el mundo seguro para la democracia" decidieron escribir un capítulo suplementario para hacer a los Estados Unidos seguro para el mercado abierto.

Comenzaron un giro patriótico furioso contra todas las organizaciones obreras. Miles de obreros fueron arrestados a escala nacional. Los nuevos Partidos Comunistas sufrieron los embates de este ataque. Casi todas las organizaciones locales de costa a costa fueron allanadas; prácticamente cada dirigente del movimiento nacional o local fue puesto bajo arresto, procesado por una u otra cosa. Deportaciones masivas de militantes extranjeros tuvieron lugar. El movimiento fue perseguido a tal punto que fue llevado a la clandestinidad. Los líderes de ambos partidos pensaron que era imposible continuar el funcionamiento abierto, legal. Así, en el mismísimo primer año del Comunismo norteamericano no sólo tuvimos la desgracia, el escándalo y la catástrofe organizativa de dos partidos Comunistas separados y rivales, sino que también tuvimos a ambos partidos después de unos pocos meses, funcionando en grupos y células ilegales.

El movimiento permaneció ilegal desde 1919 hasta comienzos de 1922. Después de que el primer shock de las persecuciones pasó y los grupos y células se acostumbraron a su existencia ilegal, los elementos en la dirección que tendían al irrealismo ganaron fuerza, en tanto y en cuanto el movimiento estaba entonces completamente aislado de la vida pública y de las organizaciones obreras del país.

La disputa fraccional entre los dos partidos continuaba consumiendo una cantidad enorme de tiempo; los refinamientos de la doctrina, los quisquilleos, se convirtieron casi en un pasatiempo. Entonces yo, por mi parte, me di cuenta por primera vez de la completa malicia de la enfermedad del ultraizquierdismo. Parece ser una ley peculiar que cuanto mayor es el aislamiento de un partido de la vida del movimiento obrero, cuanto menor es el contacto que tiene con el movimiento de masas, y cuanto menor es la corrección que éste puede ejercer sobre el partido, tanto más radical se vuelve en sus formulaciones, su programa, etc. 

Quien desee estudiar la historia del movimiento cuidadosamente, debería examinar algo de la literatura del partido impresa durante esos días. Ustedes ven, no costaba nada ser ultrarradical, porque de todas maneras, nadie les prestaba atención. No teníamos reuniones públicas, no teníamos que hablar a los obreros o ver cuáles eran sus reacciones a nuestras consignas. Así, los que gritaban más fuerte en nuestras reuniones cerradas se convirtieron en más y más dominantes en la dirección del movimiento. La fraseología del "radicalismo" tuvo su día de fiesta. Los años iniciales del movimiento comunista en este país estuvieron más que consagrados al ultraizquierdismo.

Durante las elecciones presidenciales de 1920 el movimiento era ilegal y no pudo implementar alguna forma de tener su propio candidato. Eugene V. Debs era el candidato del Partido Socialista, pero estábamos envueltos en una terrible lucha fraccional con este partido y pensábamos erróneamente que no podíamos apoyarlo. Por lo tanto el movimiento se decidió por un programa muy radical: ¡Emitió una proclama altisonante llamando a los obreros a boicotear las elecciones! Ustedes podrán pensar que podríamos haber dicho simplemente "no tenemos candidato, no podemos hacer nada al respecto". Ese fue el caso, por ejemplo, con el Socialist Workers Party. 

Los trotskistas en 1940, debido a dificultades técnicas, financieras y organizativas, no pudimos participar en las elecciones. No encontramos posible apoyar a ningún candidato, entonces sólo dejamos pasar el asunto. Sin embargo, el Partido Comunista en esos días, nunca dejó pasar algo sin emitir una proclama. Si yo a menudo muestro indiferencia a las proclamas, es porque vi muchas de ellas en los días iniciales del Partido Comunista. Abandoné enteramente la idea de que cada ocasión debe tener una proclama. Es mejor pasarla con pocas; emitirlas en las ocasiones más importantes. Entonces tiene mayor peso. Bueno, en 1920 se sacó un volante llamando a boicotear las elecciones pero no logramos nada de eso.

Una fuerte tendencia antiparlamentaria creció en el movimiento. Una falta de interés en las elecciones que llevó años y años superar. Mientras tanto leíamos el folleto de Lenin "El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo". Todos reconocían -teóricamente- la necesidad de participar en las elecciones, pero no había disposición para hacer algo al respecto y varios años tuvieron que pasar antes de que el partido desarrollara alguna actividad electoral seria.

Otra idea radical ganó predominancia en el inicial movimiento comunista ilegal: la concepción de que mantenerse clandestino es un principio revolucionario. Durante las dos décadas pasadas hemos disfrutado las ventajas de la legalidad. Prácticamente todos los camaradas del SWP no han conocido otra forma de existencia que la del partido legal. Es muy posible que una predisposición legalista haya crecido entre ellos. Esos camaradas pueden sufrir fuertes golpes en tiempos de persecución ya que el partido tiene que ser capaz de realizar sus actividades sin importar la actitud de la clase dirigente. Es necesario para un partido revolucionario saber cómo operar aún en formaciones ilegales. Pero esto sólo debe realizarse por necesidad, nunca por elección. Después que una persona experimenta tanto la organización política ilegal, como la abierta, se puede convencer a sí mismo fácilmente que la más económica, la más ventajosa es la abierta. Es la forma más fácil de entrar en contacto con los obreros, la forma más fácil de captar. Consecuentemente, un bolchevique genuino, aún en tiempo de mayor persecución, trata siempre de atrapar y utilizar cada posibilidad de funcionar abiertamente; si no puede decir todo lo que quiere libremente, dirá lo que pueda y completará la propaganda legal por otros métodos.

En los inicios del movimiento comunista, antes de que hubiéramos asimilado apropiadamente los escritos y enseñanzas de los líderes de la Revolución Rusa, creció una tendencia a considerar al partido ilegal como un principio. En tanto el tiempo pasó y la ola de reacción retrocedió, las posibilidades de actividades legales se abrieron. Pero fueron necesarias tremendas peleas fraccionales antes de que el partido tomara el más leve paso en la dirección de legalizarse. La absolutamente increíble idea de que un partido no puede ser revolucionario a menos que sea ilegal fue en realidad aceptada por la mayoría en el movimiento comunista en 1921 y comienzos de 1922.

En la cuestión sindical el "radicalismo" también se mantuvo dominante. El ultraizquierdismo es un virus terrible. Prospera mejor en un movimiento aislado, lo van a encontrar ustedes más desarrollado en un movimiento que está aislado de las masas, que no tiene ningún correctivo de éstas. Ustedes lo ven en estas divisiones en el movimiento trotskista -nuestros propios "aspectos lunáticos". Cuanto menos gente los escucha, cuanto menos efectos tienen sus palabras sobre el curso de los eventos humanos, más extremos, irracionales e histéricos son en sus formulaciones.

La cuestión sindical estaba en la agenda de la primera convención ilegal del movimiento comunista. Esta convención proclamó una separación y una unificación al mismo tiempo. Una fracción encabezada por Ruthemberg se había separado del Partido Comunista, dominado por los grupos extranjeros. La fracción Ruthemberg se reunión en una convención conjunta con el Partido Obrero Comunista para formar una nueva organización llamada el Partido Comunista Unificado, en Mayo de 1920 en Bridgeman, Michigan (esta no debe confundirse con otra convención en Bridgeman en agosto de 1922 que fue allanada por la policía). El Partido Comunista Unificado ganó la superioridad y se fusionó con la restante mitad del Partido Comunista original un año más tarde.

La Convención de 1920, recuerdo con precisión, adoptó una resolución sobre la cuestión sindical. Bajo la luz de lo que se ha aprendido en el movimiento trotskista, les haría poner los pelos de punta. Esta resolución llamó al boicot de la American Federation of Labor (AFL). Estableció que si un miembro del partido está "obligado por necesidad de trabajo" a pertenecer a la AFL, debería trabajar ahí de la misma manera que un comunista trabaja en un Congreso burgués, no para construirlo sino para hacerlo explotar desde adentro. Esa estupidez fue más tarde corregida junto con otras cosas. Mucha gente que cometió estas estupideces más tarde aprendió y se desenvolvió mejor en el movimiento político.

Siguiendo a la Revolución Rusa, la joven generación, revelándose contra las traiciones oportunistas de los socialdemócratas, tomó demasiada dosis de radicalismo. Lenin y Trotsky dirigieron el "Ala Derecha" -así es como ellos demostrativamente llamaron a su tendencia- en el III Congreso mundial de la Internacional Comunista en 1921. Lenin escribió su folleto, "El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo", dirigido contra los izquierdistas alemanes, tomando las cuestiones del parlamentarismo, sindicalismo, etc. Este folleto, junto con las decisiones del Congreso, hicieron mucho en el curso del tiempo para liquidar la tendencia izquierdista en los inicios de la Comintern.

No quiero para nada pintar la fundación del Comunismo Norteamericano como un circo, como hacen los filisteos que se mantienen al margen. No lo fue de ninguna manera. Hubo lados positivos en el movimiento, y estos predominaron. Estaba compuesto de miles de revolucionarios valientes y devotos. A pesar de todos sus errores, construyeron un partido como nunca antes se había visto en este país, es decir, un partido fundamentado en un programa marxista, con una dirección profesional y militantes disciplinados. Aquellos que pasaron el período del partido ilegal, adquirieron hábitos de disciplina y aprendieron métodos de trabajo que irían a jugar un gran rol en la historia siguiente del movimiento. Nosotros estamos construyendo sobre esos cimientos.

Aprendieron a tomar el programa seriamente. Aprendieron a sacarse para siempre la idea de que un movimiento revolucionario, que tenga como objetivo el poder, puede ser dirigido por gente que practica el socialismo como un pasatiempo. El típico dirigente del Partido Socialista era un abogado que practicaba leyes, o un predicador o un escritor, o un profesional de un tipo u otro que asentían en venir y hacer un discurso cada tanto. Los funcionarios de tiempo completo eran meramente caballos de tiro que hacían el trabajo sucio y no tenían influencia real en el partido. La brecha entre los obreros de base, con sus aspiraciones e impulsos revolucionarios, y los chapuceros pequeñoburgueses en las alturas era tremenda. El joven Partido Comunista rompió con todo eso y fue capaz de hacerlo fácilmente porque ninguno de los antiguos dirigentes se puso de todo corazón a apoyar la Revolución Rusa. El partido tuvo que sacar nuevos dirigentes de las filas y desde el mismo comienzo se sentó el principio de que esos dirigentes deberían ser obreros profesionales para el partido, deberían poner todo su tiempo y toda su vida a disposición del partido. Si uno piensa en un partido que tiene como objetivo dirigir a los obreros en una lucha real por el poder, entonces no tiene sentido considerar cualquier otro tipo de dirección.

En la ilegalidad el trabajo de educación, de asimilación de los escritos de los dirigentes rusos, continuó. Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek, Bujarin, esos eran nuestros maestros. Comenzamos a ser educados en un espíritu totalmente distinto al sentimentaloide del Partido Socialista, en el espíritu de revolucionarios que se toman las ideas y el programa muy en serio. El movimiento tuvo una vida interna muy intensa, tanto más cuanto estaba aislado y vuelto hacia sí mismo. Las peleas fraccionales eran feroces y largamente extenuantes.

El movimiento comenzó a estancarse en el callejón sin salida de la ilegalidad. Unos pocos de nosotros en la dirección comenzamos a buscar una salida, una forma de aproximarnos a los obreros norteamericanos por medios legales. Estos esfuerzos fueron resistidos con firmeza. Formamos una nueva fracción. Lovestone estaba fuertemente asociado conmigo en la dirección de esta fracción. Más tarde se nos unió Ruthemberg al salir de prisión en la primavera de 1922.

Por un año y medio, dos años, esta lucha continuó sin descanso. La pelea por la legalización del movimiento tuvo un resultado positivo de nuestro lado; aunque por el otro hubo una resistencia igualmente determinada por gente convencida hasta la médula de que esto significaba algún tipo de traición. Finalmente, en diciembre de 1921, teniendo una leve mayoría en el Comité Central, nos comenzamos a mover, dando un paso cuidadoso por vez, hacia la legalidad.

No pudimos legalizar al partido como tal, la resistencia en la base era todavía muy fuerte, pero organizamos algunos grupos legales para charlas. Después llamamos a una convención para federar estos grupos en un órgano central llamado American Labor Alliance, que convertíamos en una organización de propaganda. Entonces, en diciembre de 1921 recurrimos al plan de organizar al Partido Obrero como una organización legal, abierta, junto con el Partido Comunista ilegal. No podíamos prescindir de éste. No era posible conseguir una mayoría para acordar con esto, pero se efectuó un compromiso por el cual mientras mantuviéramos al partido ilegal, levantaríamos el Partido Obrero como una extensión legal. Dos o tres mil cabezas duras clandestinos se rebelaron contra este movimiento de cambio hacia la legalidad, rompieron y formaron sus propias organizaciones.

Continuamos con dos partidos -uno legal y otro clandestino. El Partido Obrero tenía un programa muy limitado, pero se convirtió en el medio a través del cual toda nuestra actividad pública legal se llevaba a cabo. El control yacía en el Partido Comunista clandestino. El Partido Obrero no encontró persecución. La ola reaccionaria había pasado y prevalecía un tono político liberal en Washington y en el resto del país. Podíamos celebrar encuentros públicos y conferencias, publicar periódicos, participar en campañas electorales, etc. Entonces surgió la cuestión ¿Necesitábamos este estorbo de dos partidos? Queríamos liquidar la organización clandestina y concentrar toda nuestra actividad en el partido legal y correr el riesgo de una ulterior persecución. Encontramos una renovada oposición. La lucha continuó ininterrumpidamente hasta que finalmente llevamos el asunto a la Internacional Comunista en el IV Congreso en 1922. En ese congreso yo era el representante de la fracción "liquidacionista", como nos llamaban. Este nombre viene de la historia del bolchevismo. En un determinado momento, después de la derrota de la Revolución de 1905, una sección de los mencheviques se adelantó con la posición de liquidar el partido clandestino en Rusia y confiar toda la actividad a la "legalidad" zarista. Lenin peleó salvajemente contra esta propuesta y sus sostenedores, porque significaba renunciar al trabajo y la organización revolucionarias. Los denunció como "liquidacionistas". Entonces naturalmente cuando nosotros nos vinimos con la propuesta de liquidar el partido clandestino en este país, los izquierdistas con su mente puesta en Rusia mecánicamente transfirieron la expresión de Lenin y nos denunciaron como "liquidacionistas". Entonces nos fuimos a Moscú ante la Internacional Comunista. Esa fue la primera oportunidad en que me encontré con el camarada Trotsky. En el curso de nuestra lucha tratamos de obtener el apoyo de miembros individuales de la dirección rusa. En el verano y fines de 1922 pasé muchos meses en Rusia. Por bastante tiempo era como un paria debido a que esta campaña acerca de los "liquidacionistas", había llegado más arriba de nosotros y los rusos no querían tener más que ver con los liquidadores. Sin conocimiento de la situación en Norteamérica tendían a tener prejuicios contra nosotros. Asumían que el partido había sido realmente ilegalizado y cuando la cuestión fue puesta ante ellos estaban inclinados a decir de antemano: "Si ustedes no pueden hacer su trabajo legalmente, háganlo ilegalmente, pero ustedes deben hacer su trabajo". Pero no era así como quedarían las cosas. La situación política en los Estados Unidos hacía posible un Partido Comunista legal. Esa era nuestra discusión y toda la experiencia posterior lo ha probado. Finalmente algunos otros camaradas y yo nos encontramos con el camarada Trotsky y le expusimos nuestras ideas por casi una hora. Después de hacer algunas preguntas, cuando habíamos terminado nos dijo "Es suficiente, voy a apoyar a los "liquidacionistas" y hablaré con Lenin. Estoy seguro que los apoyarán, entonces la autoridad predominante y la influencia, naturalmente se transferiría a ese partido. Es sólo una cuestión de entender la situación política. Es absurdo encorsetar en el chaleco de fuerza de la ilegalidad cuando no es necesario. No hay cuestión alguna en ello".

Le preguntamos si arreglaría para que nosotros viéramos a Lenin. Nos dijo que Lenin estaba enfermo, pero si era necesario, si Lenin no estaba de acuerdo con él, arreglaría para que lo viéramos. En unos pocos días el nudo comenzó a desatarse. Una comisión del congreso fue encargada para la cuestión norteamericana y nos presentamos ante una comisión para debatir. Ya había corrido la voz de que Trotsky y Lenin estaban a favor de los "liquidacionistas" y la corriente estaba cambiando a nuestro favor. En la discusión en la audiencia de la comisión, Zinoviev hizo un brillante alegato sobre el trabajo legal e ilegal, trayendo la vasta experiencia de los bolcheviques rusos. Nunca he olvidado ese discurso. La memoria del mismo pone a nuestro partido en un buen lugar hasta nuestros días y lo hará en el futuro, estoy seguro. Radek y Bujarin hablaron en el mismo sentido. Ellos tres eran en esos días los representantes del Partido Comunista Ruso en el Comintern. Los delegados de los otros partidos, después de un completo y profundo debate, dieron apoyo por completo a la idea de legalizar el Partido Comunista Norteamericano. Con la autoridad del Congreso Mundial de la Comintern detrás de las decisiones, la Oposición en los Estados Unidos pronto decreció. El Partido Obrero que había sido creado en 1921 como una extensión legal del Partido Comunista, tuvo otra convención, adoptó un programa más claro y reemplazó por completo a la organización clandestina. Toda la experiencia desde 1923 ha demostrado la sabiduría de esa decisión. La situación política aquí justificaba la organización legal. Hubiera sido una terrible calamidad, pérdida y mutilación de la actividad revolucionaria el mantenerse clandestinamente cuando no era necesario. Es muy importante que los revolucionarios tengan el coraje de correr esos riesgos cuando no se pueden evitar. Pero también es igualmente importante tener la prudencia suficiente para evitar sacrificios innecesarios. Lo principal es lograr que se haga la tarea de la forma más económica y expeditiva posible.

Una observación final sobre esta cuestión: un pequeño grupo se mantuvo irreconciliable con la legalización del partido. Iban a mantenerse clandestinos a pesar de nosotros. No iban a traicionar al comunismo. Tenían sus cuarteles en Boston y una rama en Cleveland. Cada tanto, a través de los años, escucharíamos de este grupo clandestino una proclama de algún tipo. Siete años más tarde, después de que habíamos sido expulsados del Partido Comunista y estábamos organizando el movimiento trotskista, escucharnos que este grupo en Boston era de alguna manera simpatizante de las ideas trotskistas. Esto nos interesó ya que estábamos muy necesitados de toda la ayuda que pudiéramos obtener. En una de mis visitas a Boston los camaradas locales arreglaron una conferencia con ellos. Eran muy conspirativos y nos llevaron a la vieja manera clandestina al lugar del encuentro. Un comité formal nos recibió. Después de intercambiar saludos, el dirigente dijo: "ahora, camarada Cook, díganos cuál es vuestra proposición". Camarada "Cook" era el seudónimo por el que me conocían en el partido clandestino. El no iba a revelar mi nombre legal en un encuentro clandestino. Le expliqué por qué habíamos sido expulsados, nuestro programa, etc. El dijo que estaban deseosos de discutir el programa trotskista como base de la unidad en un nuevo partido. Pero querían acordar primero en un punto: el partido que íbamos a organizar tendría que ser una organización clandestina. Entonces intercambié algunos chistes con ellos y volví a Nueva York. Supongo que todavía son clandestinos.

Ahora, camaradas, todo esto es algo así como el fondo, una introducción a la historia de nuestro movimiento trotskista. La semana que viene trataré lo del desarrollo posterior del Partido Comunista en los años iniciales antes de nuestra expulsión y la reconstrucción del movimiento bajo la bandera del trotskismo.

ConferenciaII:
Las luchas fraccionales en el viejo Partido Comunista

La semana pasada hice un esbozo sobre las primeras épocas del comunismo norteamericano. A pesar de que omití muchas cosas, tocando solo algunos puntos importantes, no podemos pasar por alto el año 1922, el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, la legalización del movimiento comunista clandestino y el comienzo del trabajo abierto. Hablé sobre los aspectos negativos en los primeros tiempos del movimiento y de las enfermedades infantiles que padecía, como ocurre casi siempre con los movimientos jóvenes, particularmente la virulenta e infantil enfermedad del ultraizquierdismo. Pero estos aspectos negativos, el irrealismo de la mayor parte del trabajo, fueron ampliamente opacados por el lado positivo - la creación por primera vez en EE.UU. de un partido político revolucionario basado en las doctrinas bolcheviques. Esa fue la gran contribución del comunismo pionero. Un grupo de gente organizó un nuevo partido político. Asimilaron algunas de las enseñanzas básicas del comunismo. Se habituaron a proceder en forma disciplinada, lo que es un prerrequisito para la construcción de un partido político de trabajadores serio. Esto no había ocurrido antes en los EE.UU. Crearon el instrumento de una dirección profesional, como uno de los más elementales requerimientos de un partido revolucionario serio. El incipiente movimiento comunista demostró de una manera poderosa, la predominante influencia de las ideas sobre cualquier otra cosa. Esto fue demostrado notablemente en la lucha por la supremacía entre los IWW (Industrial Workers of the World) y el joven Partido Comunista. En los días de pre-guerra, la IWW era un movimiento obrero militante bastante grande. Entró en la guerra incuestionablemente como la organización que agrupaba a la mayoría del proletariado militante. No obstante, el núcleo del Partido Comunista provenía del Partido Socialista. Un gran número de ellos eran de origen pequeño-burgués, un alto porcentaje eran jóvenes sin experiencia en la lucha de clases. Miles de ellos eran hijos de obreros inmigrantes que nunca habían sido realmente asimilados en la lucha de clases de Norteamérica. En lo que a material humano concierne, las ventajas estaban todas del lado de la IWW. Sus militantes habían sido probados en muchas luchas. Tenían cientos y cientos de miembros en prisión y solían mirar con cierto menosprecio a este incipiente movimiento que hablaba tan confiadamente en términos revolucionarios. La IWW imaginaba que sus acciones y sus sacrificios pesaban mucho más que las meras pretensiones doctrinarias de este nuevo movimiento revolucionario y que nada tenían que temer de éste en términos de rivalidad. Estaban muy equivocados.

En unos pocos años hacia 1922 se demostró muy claramente que el Partido Comunista había desplazado a la IWW como organización líder de la vanguardia. La IWW con su magnífica composición de militantes proletarios, con todas sus heroicas luchas detrás, no pudo correr parejo. No habían ajustado su ideología a las lecciones de la guerra y de la Revolución Rusa. No habían adquirido el suficiente respeto por la doctrina, por la teoría. Esta es la razón por la que su organización degeneró, mientras que esta nueva organización con su pobre material, su inexperta juventud, que ha valorizado el mantener las ideas vivas del bolchevismo, sobrepasó completamente a la IWW y la dejó atrás en poco tiempo. La gran lección de esta experiencia es la insensatez de tomar superficialmente el poder de las ideas o imaginar que se puede encontrar algún sustituto de las ideas correctas en la construcción de un movimiento revolucionario.

Después de dar por terminada la pelea con los ultraizquierdistas sobre la legalización, el partido salió abiertamente. Había adquirido ya como dije, completa hegemonía sobre la vanguardia proletaria del país. Era considerado en todos lados y propiamente, como el grupo más avanzado y revolucionario del país. EI partido comenzó a atraer a sus filas a algunos sindicalistas nativos. William Z. Foster, desgastando después la gloria de su trabajo en la huelga del acero, y otros sindicalistas, un grupo considerablemente grande, ingresaron al, un poco exótico, pero dinámico Partido Comunista. Toda la orientación del partido comenzó a cambiar. De la querella subterránea, las disputas fuera de la realidad y los ajustes en la doctrina el partido se volcó al trabajo sobre las masas. Los comunistas comenzaron a ocuparse de los problemas prácticos de la lucha de clases. El partido comenzó gradualmente a volverse "sindicalizado" y dio sus primeros pasos vacilantes en la Federación Americana del Trabajo (AFL), la dominante, prácticamente la única organización de trabajadores en ese momento.

Mientras llevábamos adelante la batalla por la legalización del partido, peleábamos también por corregir su política sindical. Esta batalla fue exitosa también; la posición sectaria original fue rechazada. Los comunistas pioneros revisaron sus tempranos pronunciamientos sectarios, que habían favorecido al sindicalismo independiente. Ahora dirigían toda la fuerza dinámica del Partido Comunista, dentro de los sindicatos reaccionarios. El principal crédito para esta transformación provenía también de Moscú, de Lenín, de la Comintern. El gran escrito de Lenín, "La enfermedad infantil del comunismo", aclaró esta cuestión de manera decisiva. Por el año 1922-23, el partido estaba bien encaminado hacia la penetración sobre el movimiento sindicalista y rápidamente empezó a adquirir una seria influencia sobre algunos sindicatos en varias partes del país. Esto se dio particularmente en el sindicato del carbón y en más lugares el partido también hizo sentir su influencia.

Pero simultáneamente con este trabajo práctico y progresivo, el partido cayó en algunas aventuras oportunistas. Aparentemente ningún partido puede corregir totalmente una desviación, pero debe hacer un verdadero esfuerzo por corregirla. La vara está torcida hacia atrás. De este modo el joven, partido que poco antes se había dedicado al refinamiento de la doctrina en el aislamiento subterráneo, alejado, sin tener nada que ver con el movimiento sindical -sin causarle molestias al movimiento político, a la pequeño burguesía y a los farsantes, este mismo partido se sumergía ahora en una serie de aventuras alocadas en el campo de la política obrero y campesina. El intento de la dirección del partido, a través de una serie de maniobras y combinaciones, para formar un gran partido obrero-campesino de la noche a la mañana, sin el suficiente apoyo en el movimiento de masas trabajadoras, sin la suficiente fuerza de los propios comunistas, sumió al partido en el desorden. Una nueva lucha interna se precipitaba.

La serie de nuevas luchas fraccionales que empezaron en el año 1923, seis meses aproximadamente de la liquidación de la vieja discusión sobre la legalización continuaron tiempo después casi ininterrumpidamente hasta que los trotskistas fueron expulsados del partido en 1928. La lucha se encarnizó hasta la primavera de 1929 cuando la dirección Lovestone, que nos había expulsado, fue expulsada también. Luego, la stalinizada Comintern frenó las luchas fraccionales expulsando a todo aquel que tuviera una actitud independiente y eligiendo una nueva dirección que saltara cada vez que sonara la campana. Lograron así un pacífico monolitismo en el partido a través de medidas burocráticas. Lograron la paz del estancamiento ideológico y la decadencia.

Las Iuchas fraccionales que convulsionaron al partido en todo este tiempo, no impidieron a la organización hacer grandes trabajos en la lucha de clases, desarrollando sus actividades en muchos campos. Fundaron por primera vez en el país un periódico revolucionario. Esto fue un gran logro para un partido de no más de diez o quince mil miembros. El trabajo propagandístico fue desarrollado a gran escala. El trabajo de defensa obrera fue organizado con una extensión y fundamento nunca conocidos anteriormente. Muchas innovaciones de naturaleza progresiva fueron introducidas dentro del movimiento obrero por el Partido Comunista en ese período. Virtualmente, cada huelga que estallaba caía bajo la dirección del partido. Notablemente, la gran huelga de Passic en 1926, que atrajo la atención de todo el país, estuvo completamente bajo la dirección de los comunistas, que se volvieron cada vez más los líderes sin rival de toda tendencia progresiva y militante que surgiera en el movimiento obrero norteamericano.

Un gran cantidad de comentaristas y observadores expertos, complementados por unos pocos renegados desilusionados, tratan de mostrar este histórico período, el de las primeras épocas del comunismo norteamericano, como nada más que una mezcla de estupideces, errores, fraudes y corrupción. Esta es una falsa y absurda apreciación de ese período. La explicación sobre las luchas fraccionales en la primera época del Partido Comunista reside en causas más serias que en la mala voluntad de algún individuo. Creo que si uno estudia el desarrollo cuidadosamente, con algún conocimiento sobre los hechos, puede deducir ciertas leyes de la lucha fraccional que pueden ayudarlo a comprender el estallido del fraccionalismo en otras organizaciones políticas obreras, especialmente en las nuevas. Y por supuesto, vale la pena mencionar- aunque los sabiondos presumidos nunca lo hacen- que las luchas fraccionales no eran el monopolio del Partido Comunista. Desde los inicios de la política, cada organización ha sido presa de luchas fraccionales. Los problemas fraccionales de los primeros comunistas llamaban la atención, algunos aspectos negativos de ellos, las bribonadas practicadas, fueron escritas y contadas como si semejantes cosas no hubieran ocurrido nunca en ninguna otra parte. Perversiones de la historia son la especialidad de entrometidos como Eugene Lyons, Max Eastman y otros frívolos que nunca pusieron un pie en las luchas reales de la clase obrera. Recientemente se han unido con renegados como Benjamín Gillow, quién se desilusionó y frustró tanto que corrió a los brazos de la misma democracia norteamericana, contra la que empezó a pelear como un joven rebelde. Qué lastimosa escena realiza un hombre- abrazando las doctrinas de los maestros que quebraron su espíritu.

Ellos representan estas luchas fraccionales como algo monstruoso. Se entusiasman especialmente cuando encuentran algo no exactamente recomendable desde un punto de vista moralista. Ni siquiera se detienen a considerar, al menos mencionar, la ética y la moral de Tammany Hall o del Partido Republicano o de las totalmente deshonestas, corruptas e hipócritas luchas de camarillas fraccionales que vemos en el Partido Socialista. Sólo cuando encuentran algo "fuera de foco" en la temprana historia del Partido Comunista, alzan sus manos horrorizados.

No se dan cuenta que, inconscientemente, están haciendo homenaje al Partido Comunista por lo siguiente: uno tiene el derecho de esperar algo mejor del Partido Comunista, incluso de sus precoces días de juventud y raquitismo, que de las organizaciones políticas estables de la burguesía y pequeño-burguesía. En esto está mucho más que el núcleo de la verdad. Los medios deben servir a los fines. Todo lo que viole la verdad o la conducta honorable en el movimiento revolucionario proletario, está en contradicción con los grandes fines del comunismo, está fuera de lugar, sobresale como una pústula. Estas características en las organizaciones políticas burguesas y pequeño burguesas - todos ellos sistemáticamente mentirosos, ladrones y tramposos- son propias de estas organizaciones como parte de un todo.

Las luchas fraccionales que marcaron el curso entero del movimiento comunista durante sus primeros diez años tuvieron varias causas. No eran un bando de facinerosos que se juntaron y comenzaron a pelearse por los despojos; de ninguna manera. No había despojos. La gran mayoría de la gente llegó al comunismo pionero con propósitos y motivos sinceros de organizar un movimiento por la emancipación de los trabajadores de todo el mundo. Estaban preparados para realizar sacrificios y arriesgarse por sus ideales y lo hicieron. Esta es la verdad de aquellos que tomaron las banderas de la Revolución Rusa de 1917 y construyeron el gran movimiento, que en el momento de la Convención de Chicago de 1919, tenía entre cincuenta y sesenta mil miembros. Esto es especialmente verdad para aquellos que después que comenzaron las tremendas persecuciones permanecieron en el partido a pesar de los arrestos, las deportaciones, la dureza y las privaciones de la clandestinidad y las dificultades económicas. Todos esos llorones que permanecieron al margen porque eran incapaces de realizar tales sacrificios o arriesgarse de esa manera, tratan de demostrar a los comunistas pioneros como elementos moralmente corruptos. Ellos simplemente dieron vuelta el cuadro. Los mejores elementos fueron captados por el partido en sus inicios. Más adelante pasaron la prueba de las persecuciones y de la dureza de los tiempos de clandestinidad. No, las luchas fraccionales tuvieron detrás algo más que la mala intención de algunos individuos. Había, en mi opinión, algunos bribones, pero eso no prueba nada. Se pueden encontrar una o dos manzanas podridas en cualquier barril. Las causas de la larga lucha fraccional fueron más profundas.

En mi primera conferencia expliqué las tremendas contradicciones implícitas en la composición del partido. Por un lado se mantenían los miembros, predominantemente extranjeros, con su aproximación irreal sobre el problema de construir un movimiento en un país donde todavía no estaban asimilados; con su fanática concepción que tenían para controlar el movimiento, no por ganancia personal sino para preservar la doctrina que pensaban que sólo ellos comprendían. Por otro lado, había un grupo numéricamente más pequeño de norteamericanos que, si bien no entendían las doctrinas del comunismo tanto como los extranjeros -y eso también ocurría-, estaban convencidos de que el movimiento debía tener una orientación norteamericana y una dirección nativa de ese país. Esta gran contradicción aumentó la lucha fraccional. Después había otro factor: la falta de una dirección experimentada y con autoridad. El movimiento se desarrolló de la noche a la mañana, luego de la victoria de 1917 en Rusia. Todos los dirigentes del Partido Socialista rechazaban el bolchevismo y permanecían en los canales seguros del reformismo. Hillquit y Berger, todos los grandes nombres del partido, le dieron la espalda a la Revolución Rusa y a las aspiraciones de los jóvenes revolucionarios en el movimiento. Incluso Debs, quién expresó simpatía, permaneció en el partido de Hillquit y Herger a la hora de decidirse. El nuevo movimiento tenía que encontrar nuevos dirigentes; aquellos que llegaban a la primera fila eran mayormente hombres desconocidos, sin gran experiencia y sin gran autoridad personal. Se requirieron muchas y prolongadas luchas fraccionales para ver quiénes eran los líderes más calificados y quiénes las figuras accidentales. Las administraciones cambiaban rápidamente de una convención a otra. Temporariamente, gente de paso era arrojada a un lado, atropellada en esas feroces luchas fraccionales, donde el que no lograba mantenerse en pie era dormido de un golpe. Muchos que parecían tener habilidad para dirigir un año, y eran elegidos de acuerdo a esto, serían hechos a un lado el 2do. año reemplazados por hombres desconocidos hasta el momento. Todo esto fue un proceso de selección de líderes en medio de las luchas internas. ¿Había otra forma de hacerlo? No lo sé. Un cuerpo de líderes con autoridad, capaces de mantener una continuidad con el firme apoyo del partido. No se cómo o dónde esa clase de dirigentes puede ser consolidada si no es a través de luchas internas. Engels escribió una vez que los conflictos internos eran una ley propia del desarrollo de todo partido político. Ciertamente fue la ley del desarrollo del movimiento comunista norteamericano de los primeros tiempos. Y no sólo del joven partido comunista, sino también de los primeros días de su auténtico sucesor, el movimiento trotskista.

Una vez que un movimiento se ha desarrollado a través de la experiencia y de la lucha y conflictos internos, hasta el punto de consolidar un núcleo de dirigentes que gocen de amplia autoridad, capaces de trabajar juntos y más o menos homogéneos en sus concepciones políticas, las luchas fraccionales tienden a disminuir. Se vuelven más raras y menos destructivas. Toman diferentes formas, con más contenido ideológico y son más instructivas para los militantes. La consolidación de una dirección como la antedicha, se convierte en un poderoso factor para mitigar y a veces prevenir las luchas fraccionales futuras. Nosotros en el incipiente movimiento comunista, consolidamos eventualmente una dirección estable, pero de estructura peculiar que de nuevo reflejaba la contradicción en la composición del partido. Luego de cuatro o cinco años de dar vueltas, quedó bien en claro quiénes eran los líderes del movimiento comunista norteamericano; y no era la gente que había dirigido en 1919/20. Muy pocos integrantes del viejo staff dirigente sobrevivieron en estas batallas internas. La dirección que finalmente se erigió en el joven movimiento Comunista -y este es un aspecto muy interesante de su historia- no se consolidó como un grupo homogéneo. Esto era así porque el partido mismo no era homogéneo. A pesar de ser una dirección unificada, con autoridad e influencia sobre todo el partido, los principales líderes eran, a su vez, líderes de fracciones, que reflejaban las contradicciones dentro del partido. La nueva lucha fraccional que comenzó en 1923, principalmente sobre la cuestión del aventurerismo en el movimiento obrero- campesino, y luego extendida a todos los problemas de nuestro trabajo práctico, nuestra aproximación a los trabajadores norteamericanos, métodos de trabajo sindical, eran un reflejo claro de las contradicciones en la composición social del partido y los distintos orígenes e historias de cada grupo.

La lucha estuvo organizada por Foxter y yo, contra lo que era en ese momento la mayoría, Ruthenberg, Lovestone, Pepper, etc. Pronto fue evidente que la composición de nuestro grupo era la de una fracción sindical proletaria. Apoyándonos, estaba la gran mayoría-prácticamente toda- de los sindicalistas, trabajadores norteamericanos experimentados militantes y los extranjeros más norteamericanizados. Pepper, Ruthenberg y Lovestone tenían mayormente intelectuales y trabajadores extranjeros menos asimilados. Los líderes típicos de esa fracción, incluyendo a su típica segunda Iínea de líderes, eran chicos de colegio, jóvenes intelectuales sin experiencia en la lucha de clases. Lovestone era el ejemplo más sobresaliente de esto. Eran tipos muy inteligentes. Sin duda alguna, tenían más conocimientos teóricos que los líderes de la otra fracción y sabían cómo aprovechar al máximo sus ventajas. Eran duros de tratar. Pero nosotros sabíamos una o dos cosas. Incluyendo cosas nunca aprendidas en los libros, y les creamos muchos problemas. Esta lucha por el control del partido fue feroz., sin nada que callarse por parte de ambos sectores, llevándola de un año a otro sin consideraciones sobre quién tenía la mayoría en ese momento. A veces, la lucha se focalizaba en lo que se presentaba como cuestiones sin importancia. Por ejemplo: ¿dónde debía estar el centro de operaciones nacional del Partido? Nuestra fracción decía Chicago, la otra Nueva York y peleábamos sobre eso. Pero no porque fuéramos tipos tan estúpidos, como nos presentan los chismosos. Pensábamos que si podíamos trasladar nuestro cuartel general a Chicago, esto tendería a darle al Partido una orientación más norteamericana, estando cerca de las minas, cerca del centro del movimiento obrero norteamericano. Queríamos proletarizar y norteamericanizar al Partido. Su insistencia sobre Nueva York tenía motivaciones políticas también. Nueva York tenía fuertes elementos pequeño-burgueses en el Partido; los intelectuales jugaban un rol mayor allí. Estaban más cómodos en ese lugar - quiero decir, en un sentido político-. Y por lo tanto, la pelea por la ubicación del cuartel central del partido es realmente comprensible si se va al fondo de ella.

Esta larga y fastidiosa lucha puede ser descripta aproximadamente -y creo que así será- por los historiadores objetivos y honestos del futuro, como una lucha entre las tendencias pequeño-burguesas y proletarias en el Partido, con la tendencia proletaria sin la suficiente claridad de programa para desarrollar la pelea, con todas sus implicancias. Ahora, no deben olvidar, éramos prácticamente novatos, sólo nos habíamos familiarizado -y no muy bien familiarizado- con las doctrinas del bolchevismo. No teníamos ningún bagaje de experiencia en política; no teníamos a nadie que nos enseñara; tuvimos que aprender todo en la lucha a través de golpes en la cabeza. La tambaleante fracción proletaria cometió un montón de errores e hizo muchas cosas contradictorias al calor de la lucha. Pero la esencia de su dirección era, en mi opinión, históricamente correcta y progresiva.

A medida que la lucha se desarrollaba, las dos fracciones principales -Foster y Cannon de un lado y Ruthenberg, Lovestone y Pepper del otro, produjeron divisiones posteriores. De todos modos, la división estaba implícita desde el comienzo porque había también estratificaciones dentro de la fracción Foster-Cannon. El grupo vinculado a mí más cercanamente era el de los comunistas pioneros, hombres del partido desde los inicios, quienes habían adoptado los principios del comunismo antes que el ala de Foster. El ala de Foster era más sindicalista en su experiencia, más limitada en sus concepciones, menos aplicada en las cuestiones políticas-teóricas. En el curso de la lucha fraccional, esta división implícita se formalizó. Así, en el Partido se enfrenta con tres fracciones: la fracción de Foster, la de Lovestone (Ruthenberg murió en 1927) y la de Cannon. Esta división continuó hasta que nos expulsaron del Partido, en 1928.

Todas estas fracciones lucharon interminablemente por ideas que no estaban completamente claras para ellos como dije antes, lo nuestro eran insinuaciones; sabíamos perfectamente lo que queríamos, pero carecíamos de experiencia política, de educación doctrinaria y del conocimiento teórico para formular nuestro programa con suficiente precisión, como para llevar las cosas a una solución apropiada. Recuerden la gran batalla que tuvimos contra la oposición pequeño-burguesa en el Socialist Workers Party (Partido Socialista de los Trabajadores - SWP) un par de años atrás. Si estudian esa batalla para ver cómo se desarrolló, verán de qué manera sacamos provecho de la experiencia de la más antigua pelea entre la fracción pequeño-burguesa y la proletaria en el viejo Partido Comunista. Desde ese momento, ganamos más experiencia, estudiamos varios libros y adquirimos un conocimiento político-teórico más profundo. Esto nos permitió ver las cuestiones claramente y prevenirnos en la lucha contra Burnham, Schatman y compañía, de caer en un embrollo sin principios, sin solución a la vista, como sucedía en los viejos tiempos.

Ahora, estos líderes que mencioné -Ruthenberg, Lovestone, Cannon, Foster- esas cuatro personas estaban siempre en el Comité Político del Partido. Fueron siempre dirigentes del Partido reconocidos y con autoridad; es decir, eran dirigentes de fracciones, que se hicieron parte de la dirección del partido.

Cada fracción era tan fuerte, el peso estaba distribuido con tanta igualdad entre las fracciones, que ninguna de ellas podía ser quebrada o eliminada. Mucha gente estaba aferrada a cada uno de ellos, muchos de los funcionarios capaces del Partido. Esto se vio, por ejemplo, cuando la gente de Lovestone obtuvo la mayoría del Partido con la ayuda y el garrote de la Comintern: no podían hacer lo que querían, hacernos a un lado, particularmente desde que el trabajo gremial y de masas estaba virtualmente monopolizado por las otras fracciones. Muchos de los organizadores del Partido, escritores y funcionarios, estaban íntimamente conectados conmigo, y no podían ser reemplazados. La fracción de Foster era igualmente poderosa, especialmente en el campo sindical. No podían deshacerse de nosotros sin romper el Partido.

De esta forma, podría decirse que el Partido estuvo dividido virtualmente en tres provincias, para decirlo de algún modo. Cada fracción obtuvo la suficiente solidez para trabajar en ciertos campos con una autoridad prácticamente ilimitada y bajo un control mínimo. La fracción de Foster ocupó el territorio del trabajo sindical en forma total. Nosotros organizamos la International Labor Defense y la manejamos virtualmente a nuestro antojo. Esto fue cuando la gente de Lovestone tenia una leve mayoría. Estaban en el control del aparato del partido pero no tenían la fuerza suficiente como para prescindir de nosotros; por lo tanto, este peculiar equilibrio del poder continuó durante varios años. Naturalmente no era un Partido realmente centralizado, en el sentido bolchevique de la palabra. Había una coalición de tres fracciones. En el fondo, eso era el Partido.

No podíamos solucionar el problema por cuenta propia. Ninguna fracción podía vencer a las otras decisivamente, ninguna abandonaría el Partido, ninguna era lo suficientemente capaz de formular su programa, como para obtener una real mayoría en el Partido. Estábamos ante un estancamiento, un empate, una lucha fraccional desmoralizante, sin fin, sin solución a la vista. Eran días desalentadores. Para cualquier revolucionario normal, era extremadamente angustiante sostener, no sólo semanas y meses, sino durante años y años una lucha fraccional. Hay gente que gusta de las luchas fraccionales; en todas las fracciones había gente que sólo despertaba cuando la lucha fraccional comenzaba. Así se mantenían vivos. Cuando llegaba el momento de hacer algún trabajo constructivo - demostraciones, piqueteos, circulación en mayor medida de nuestra prensa, ayuda a los prisioneros por la lucha de clases -ellos no tenían interés en esa rutina. Pero en cuanto se anunciaba la realización de un encuentro de la fracción, ellos estaban siempre ahí, en los primeros asientos.

Hay ciertas personas anormales en todos los movimientos. Estábamos llenos de ellos. Podría escribir algunos capítulos biográficos bajo el titulo "Los luchadores profesionales de fracción que yo conocí". Esta clase de gente nunca puede liderar un movimiento político. Cuando el movimiento finalmente se toma un respiro y retoma el camino más claramente, los luchadores profesionales fraccionales, quedan fuera del lugar en la dirección. En última instancia, los dirigentes se construyen. Estos líderes de nuestras viejas fracciones no eran ángeles, debo admitirlo, no lo eran en absoluto. Eran peleadores muy duros, políticamente hablando. Peleaban con todo lo que tenían a su alcance.

Pero, ¿eran canallas egoístas como los que representaban los diletantes como Eugene Lyons y M. Eastman, y toda esa gente quisquillosa que se mantuvo a un lado del movimiento, y lo midió por cuestiones de moralidad abstractas? Para nada. Ni siquiera Gitlow, quien ahora tardíamente, apoya esta tesis, era un canalla desde el comienzo. Creo que algunos de ellos eran defectuosos de nacimiento, pero la gran mayoría de los cuadros dirigentes de las fracciones eran hombres que ingresaron en el movimiento por razones y propósitos honestos e idealistas.

Esto incluye, también, a quienes más tarde degeneraron, convirtiéndose en stalinistas y chovinistas. Su degeneración fue un largo proceso de evolución, presión, desacuerdos, decepciones, desilusión, etc. Aquellos que ingresaron en el movimiento en los duros días de 1919, o incluso quienes se agruparon alrededor de la revolución rusa en los días de guerra, fundaron el partido en 1919 y soportaron las persecuciones y las corridas en los días de clandestinidad - ellos eran muy superiores desde un punto de vista moral a los políticos de Tammany Hall o del Partido Republicano o de cualquier otro movimiento político burgués o pequeño- burgués que pueda nombra.

Podríamos haber solucionado nuestro problema si hubiéramos tenido la ayuda que necesitábamos. Es decir, la ayuda de gente con mayor experiencia y autoridad. El problema era muy grande para nosotros. Puede pasar, y pasa en los más avanzados movimientos políticos, que los grupos locales removidos del centro, caigan en querellas que se desarrollan en luchas fraccionales y formación de camarillas, hasta que la situación se vuelve, a causa de su inexperiencia, insoluble por sus propias fuerzas. Si tienen una dirección nacional sensata, honesta y madura, capaz de intervenir inteligentemente y de manera justa, en el 90% de los casos, estos atolladeros, pueden ser resueltos y los camaradas pueden encontrar las bases de una unificación en el trabajo conjunto. Ahora, si nosotros, en todos estos años, hubiéramos tenido la ayuda de la Internacional Comunista, la ayuda de los líderes rusos, a la que echábamos de menos, a la que buscábamos, incuestionablemente, hubiéramos resuelto nuestros problemas. Todas las fracciones tenían buena gente en ellas. Todas tenían gente talentosa En condiciones normales, con una dirección correcta y la ayuda de la Comintern, la gran mayoría de los líderes de las fracciones se hubieran desarrollado juntos y consolidado una dirección única. Las direcciones de estas tres fracciones, unidas y trabajando juntas bajo la supervisión y dirección de líderes internacionales con más experiencia, hubiera producido una fuerza poderosa para el comunismo. El Partido Comunista hubiera pegado un gran salto hacia adelante. Fuimos a la Comintern buscando ayuda, pero el real origen de los problemas estaba allí, a pesar que en ese momento no lo sabíamos. La Comintern, sin conocimiento nuestro, comenzaba su proceso de degeneración. La honesta y capaz ayuda que tuvimos por parte de Lenín, Trotsky y toda la Comintern en 1921 y 1922, en la discusión sobre sindicalismo, y sobre la cuestión de clandestinidad y legalidad, nos capacitaron para solucionar nuestros problemas y liquidar la vieja lucha fraccional. En lugar de obtener esa ayuda, en los años siguientes, nos encontramos con la degeneración de la Comintern, el comienzo de su stalinización. La dirección de la Comintern se dirigía a nuestro Partido como a cualquier otro, no con la intención de aclarar los problemas, sino para mantener la cuestión al rojo vivo. Planteaban sacarse de encima a toda la gente independiente, a los peleadores, a los tercos, de manera que pudieran crear, a partir de ese momento, un dócil partido stalinista. Estaban preparando la creación de esa clase de partido, aquí y en todos lados, sin pensar en utilizar a ninguno de los líderes de las fracciones. Solíamos ir a Moscú cada año. La "Cuestión Norteamericana" estaba siempre en la agenda del día. Siempre había una "Comisión Norteamericana" en la Comintern. Nos veían peleando ante las comisiones y rápidamente se convencieron de que iba a ser algo duro acoplar a esta gente al esquema que tenían en mente. Estaban desarrollando planes para deshacerse de la mayoría de los dirigentes más sobresalientes de todas las fracciones, y cocinar una nueva fracción que sería un instrumento de Stalin.

Cada vez que viajábamos a Moscú, íbamos confiados de que esta vez conseguiríamos alguna ayuda, algún apoyo, porque estábamos en el camino correcto, porque eran correctos nuestros propósitos. Y cada vez éramos desilusionados, cruelmente desilusionados. La Comintern invariablemente apoyaba a la fracción pequeño burguesa contra nosotros. Cada vez que podían, golpeaban a la fracción proletaria, que en los primeros días estaba en mayoría. Dirimimos el conflicto por primera vez en la Convención de 1923 y logramos una mayoría de 2 a 1. Estaba muy claro que la mayoría de los miembros del Partido querían el liderazgo de la fracción proletaria. Incluso más tarde, luego de la división formal de la fracción Foster-Cannon, seguimos trabajando, la mayoría de las veces, en bloque contra la gente de Lovestone. Cada vez que a los miembros del Partido se les daba una oportunidad para expresarse, mostraban que querían que este bloque tuviera la dirección dominante en el Partido. Pero la Camintern decía que no. Querían romper ese bloque. Y estaban especialmente ansiosos, por una razón u otra, en quebrar a nuestro grupo, el grupo de Cannon. Deberían haber sospechado algo. Tuvieron que desviarse bastante de su camino para quebrarme. Tan lejos como el 5to. Congreso de la Comintern, en 1924 a cielo limpio, no estuve presente en ese momento, me condenaron mediante una resolución, por algunos errores que yo había cometido. Cualquiera en la dirección del Partido había cometido errores similares o peores, pero la Comintern fue más allá y se esmeró en citar mi negligencia, con el objetivo de debilitar mi prestigio.

Luego, a medida que pasaban años, la campaña contra el trotskismo creció. El requisito para ser parte de la dirección de cualquiera de los partidos, el criterio por el cual los líderes eran calificados en Moscú, era quién gritaba mis contra Trotsky y el trotskismo. No se nos daba ninguna información real sobre los fundamentos de la lucha en el partido ruso. Éramos engañados con documentos oficiales llenos de acusaciones y agravios; nada, o casi nada, sobre la otra cara de la cuestión. Abusaban de la confianza de la base del partido. De todas formas, los dirigentes del partido que confiaron en la Comintern, fueron abusados en su confianza, una y otra vez. Cada vez que íbamos a Moscú, en vez de regresar con una solución, retornábamos con una resolución destinada a fomentar la "paz" en el Partido, pero ordenada de tal manera que tomaba la lucha fraccional más caliente que nunca.

No había signos de solución de las luchas. En cuanto era firmada una declaración de unidad, la guerra fraccional la arrojaba por los aires. El cinismo comenzó a pervertir las filas del partido. Que la declaración de un "acuerdo de paz" significara que "ahora la lucha fraccional se pondrá realmente caliente" se convirtió en una máxima.

Las cosas llegaron a un punto tal que uno tenía que ser reservado, tenía que vigilar cada paso, porque se trabajaba en una atmósfera hostil. Se volvió necesario actuar con reserva cada vez que se acordaba con algo. Un ambiente de baja moral comenzó a envolver al Partido, como una niebla. El hecho de que la degeneración de la Comintern ejerciera una influencia determinante en nuestro Partido es citado por mucha gente superficial como una prueba del irrealismo del movimiento norteamericano, de su incapacidad para resolver sus problemas, etc. Esos chismosos solo muestran que no tienen la menor idea sobre lo que es y debe ser una organización revolucionaria. La influencia de Moscú era una cosa perfectamente comprensible y natural. La confianza y expectativas que el joven Partido norteamericano puso en la dirección rusa, era perfectamente justificable porque los rusos habían hecho una revolución. Naturalmente, la influencia y autoridad del partido ruso era más grande en el movimiento internacional, que ninguna otra. Los más sabios, los más experimentados guían a los neófitos. Así será y así debe ser en cualquier organización internacional.

No hay un desarrollo igual en todos los partidos en una internacional. Habíamos visto esto en la IV Internacional durante el tiempo en el que el camarada Trotsky estaba con vida; habíamos incorporado toda la experiencia de la revolución rusa y de la lucha contra Stalin. La autoridad y el prestigio de Trotsky eran absolutamente descollantes en la IV Internacional. Su palabra no tenía la fuerza del comando burocrático, pero tenía un tremendo poder moral. Y no sólo eso. Como se demostró una y otra vez, en cada dificultad y disputa, su paciencia, su sabiduría y sus conocimientos eran aplicados constructiva y honestamente, y siempre ayudaba a cualquier partido o grupo que solicitara su intervención.

Nuestra experiencia en el Partido Comunista era de un valor incalculable en nuestro trabajo diario, y en todas nuestras comunicaciones y relaciones con grupos menos experimentados de la IV Internacional. Es natural que nuestro Partido, precisamente porque asimiló una gran experiencia política, probablemente ejerza una influencia mayor en el movimiento internacional, que cualquier otro partido ahora que el camarada Trotsky no está más con nosotros. Si una sección de la IV Internacional enfrentara una situación revolucionaria en un futuro próximo y demostrara que tiene una dirección del suficiente calibre como para llevar adelante exitosamente una revolución, entonces la autoridad predominante y la influencia, naturalmente se transferiría a ese partido. Por sentido común, se convertiría en el partido líder de la IV Internacional. Estas son simplemente las consecuencias naturales e inevitables del desarrollo accidentado del movimiento político internacional.

Nuestra desgracia, nuestra tragedia a lo largo de la Comintern, era que los grandes dirigentes de la revolución rusa, quienes realmente habían incorporado la doctrina del marxismo y habían llevado adelante una revolución, eran apartados a un lado del camino por la reacción contra la revolución de Octubre y la degeneración burocrática del PCUS. El PC en los EE.UU., como los partidos de los demás países, falló en comprender las complicadas características de la gran batalla. Peleábamos en la oscuridad, pensando solamente en nuestras cuestiones nacionales. Eso fue lo que envenenó la lucha fraccional aquí. Fue lo que causó la degeneración en peleas sin principios y luchas por el control, Sólo un programa internacional, comprendido a tiempo, podría haber salvado al viejo PC de Norteamérica de la degeneración. No comprendimos esto hasta 1928. Entonces, ya era demasiado tarde para salvar más que un fragmento pequeño del Partido, para sus originales fines revolucionarios. Cada una de las tres fracciones que existieron en el Partido desde 1923 a 1928 tuvieron su propia evolución. Los cuadros fundadores del movimiento trotskista norteamericano provenían completamente de la fracción de Cannon. La totalidad de la dirección y prácticamente todos los miembros originales de la Oposición de Izquierda, provenían de nuestra fracción.

La fracción de Lovestone fue expulsada brutalmente por Stalin en 1929. La gente de Lovestone se desarrolló de manera independiente desde 1929 a 1939, y luego se desintegraron yendo hacia la burguesía como soporte de la guerra "democrática". La fracción de Foster y los dirigentes secundarios de algunas de las otras fracciones se reunieron sobre la base de una incuestionable lealtad a Stalin, en un abandono completo de su independencia. Eran hombres de segunda y tercera línea. Tuvieron que esperar en las sombras hasta que los reales luchadores fueran expulsados y les llegara el tiempo de ocupar sus lugares. Se convirtieron en los líderes oficiales, los líderes fabricados del PC norteamericano. Luego tuvieron su evolución natural, hasta lograr ser en la actualidad, la vanguardia del movimiento social chovinista.

Una cosa importante para recordar es que nuestro moderno movimiento trotskista se originó en el Partido Comunista y no en otro lugar. A pesar de los aspectos negativos del Partido en esos años, a pesar de sus debilidades, su crudeza, sus enfermedades infantiles, enormes; cualquier cosa que se diga retrospectivamente sobre las luchas fraccionales y su eventual degeneración; cualquier cosa que se diga sobre la degeneración del PC en este país -se debe reconocer que del Partido Comunista surgieron las fuerzas para la regeneración del movimiento revolucionario. Que del PC en los EE.UU. surgió el núcleo de la IV Internacional en este país. Podríamos decir también que los primeros periodos del movimiento comunista en este país, provinieron de nosotros que estábamos aliados a él por cadenas indisolubles. Hay una continuidad ininterrumpida desde los viejos días del movimiento comunista, con sus bravas peleas contra las persecuciones, sus sacrificios, errores, luchas fraccionales y su degeneración, en un eventual resurgimiento del movimiento, bajo la bandera del trotskismo. No debemos rendirnos, no podemos rendirnos haciendo honor a la justicia, a la verdad, a la tradición de los primeros años del comunismo norteamericano. Eso nos pertenece y sobre eso nos hemos construido.

Conferencia III
El comienzo de la Oposición de Izquierda

La última conferencia nos trajo a discusión el año 1927 en el Partido Comunista de Estados Unidos. La lucha fundamental entre marxismo y stalinismo se había puesto en marcha dentro del Partido Comunista Ruso hacía ya cuatro años. Esta había continuado también en las otras secciones de la Comintern, incluida la nuestra, pero nosotros no lo sabíamos. Los sucesos de la gran lucha en el Partido Ruso eran confinadas desde el principio a cuestiones rusas extremadamente complejas. Muchas de ellas eran nuevas y poco familiares para nosotros, norteamericanos, que sabíamos muy poco acerca de los problemas internos de Rusia. Era muy difícil entenderlos para nosotros a causa de su naturaleza teórica profunda -después de todo, hasta esa época no habíamos tenido una seria educación teórica y la dificultad fue incrementada por cl hecho de que no se nos presentaba la información completa. No se nos suministraban los documentos de la Oposición de Izquierda rusa, se nos ocultaban sus argumentos. No se nos decía la verdad, por el contrario sistemáticamente se nos mantenía con tergiversaciones, distorsiones y documentación unilateral. Yo hice esta explicación en beneficio dc aquellos que se inclinaban a preguntar: "¿Por qué no levantó desde el principio la bandera del trotskismo?" Si las cosas son muy claras ahora para cualquier estudioso serio del movimiento, "¿por qué no se lo pudo entender en los primeros días?" La explicación que di nunca fue considerada por la gente que ve estas grandes disputas separadas y aparte del mecanismo de la vida del partido. Aquel que no carga con responsabilidades, que es un mero estudioso o comentador u observador desde afuera, no necesita ninguna precaución o restricción. Si tiene dudas e incertidumbre, se siente perfectamente libre para expresarlas. Este no es el caso de un revolucionario de un partido. El que toma sobre sí la responsabilidad de llamar a los trabajadores, sobre las bases de un programa, a reunirse en un partido al que le dedicarán su tiempo, su energía, sus recursos y hasta sus vidas, debe tomar una actitud seria hacia el partido. No puede, en buena conciencia, llamar a tirar abajo un programa hasta que no haya elaborado uno nuevo. Descontento y dudas no son un programa. No se puede organizar a la gente sobre esas bases. Una de las más fuertes condenas que Trotsky dirigió a Schachtman, en los primeros días de nuestra disputa sobre la cuestión rusa en 1939 fue esta, que Schachtman, quien comenzó a fomentar dudas sobre la corrección de nuestro viejo programa sin tener en su mente ninguna idea clara de uno nuevo, atravesó al partido irresponsablemente expresando sus dudas. Trotsky dijo, el partido no puede detenerse. No puede hacer un programa fuera de dudas. Un revolucionario serio y responsable no puede molestar a su partido meramente porque se ha vuelto descontento con esta, aquella, u otra cosa. Debe esperar hasta estar preparado para proponer concretamente un programa distinto, u otro partido.

Esa fue mi actitud en el Partido Comunista en aquellos primeros años. De mi parte, sentía gran insatisfacción. No estuve nunca entusiasmado por la pelea en el partido ruso. No podía entenderla. Y como la pelea se hacía más intensa y se incrementaban las persecuciones contra la Oposición de Izquierda Rusa, representada por grandes líderes de la revolución como Trotsky, Zinoviev, Radek y Rakovsky -la duda y el descontento se acumulaban en mi mente. Esto militaba contra mi posición y contra la posición de nuestra fracción en los eternos conflictos dentro del PC. Intentábamos todavía resolver las cosas a escala norteamericana: un error común. Pienso que una de las lecciones más importantes que nos dio la IVª Internacional es que en la época moderna no se puede construir un partido político revolucionario solamente sobre bases nacionales. Se debe comenzar con un programa internacional, y sobre esas bases construir secciones nacionales de un movimiento internacional. Esta, por la vía de la disgregación, fue una de las grandes disputas entre los trotskistas y los brandleristas, la gente del Bureau de Londres, Pivert, etc., quienes afirmaban la idea de que no se puede hablar dc una nueva internacional sin antes construir fuertes partidos nacionales. Según ellos, sólo después de haber creado formidables partidos de masas en varios países, se les puede federar en una organización internacional. Trotsky procedió justo en forma opuesta. Cuando fue deportado de Rusia en 1929 y fue capaz de tomar su trabajo internacional con las manos libres, propuso la idea de que se debe comenzar con un programa internacional. Se debe organizar a la gente, no importa lo poco que puedan ser en cada país, sobre las bases de un programa internacional y gradualmente construir sus secciones nacionales. La historia dio su veredicto sobre esta disputa. Todos aquellos partidos que comenzaron con una aproximación nacional y quisieron expulsar este problema de la organización internacional, sufrieron el naufragio. Los partidos nacionales no pueden echar raíces porque en esta época internacional no hay más espacio para estrechos programas nacionales. Sólo la IV Internacional, arrancando en cada país desde el programa internacional, ha sobrevivido.

Este principio no era comprendido por nosotros en la primera época del Partido Comunista. Engordábamos en la lucha nacional en Norteamérica. Veíamos a la Internacional Comunista como una ayuda para nuestros problemas nacionales. No queríamos molestarnos con los problemas de otras secciones o de la Comintern de conjunto. Este error fatal, esta estrecha visión nacional, nos empujó al callejón sin salida de las luchas fracciones. Las cosas se hacían más críticas para nosotros. Ninguna de las fracciones quería romper o dejar el partido. Todos eran leales, fanáticos leales a la Comintern y no pensaban en romper con ella. Pero la desalentadora situación interna se hacía peor y aparecía sin perspectivas. Se hacía obvio que debíamos encontrar o bien un modo de unir las fracciones, o permitir que una se haga predominante. Algunos de los más sabios o mejor, algunos de los más ladinos, y aquellos que tenían las mejores fuentes de información de Moscú, comenzaron a hacer lo necesario para ganar el favor de la Comintern y así ubicar el gran peso de su autoridad del lado de su fracción, que era la enérgica y agresiva lucha contra el trotskismo. Desde Moscú fueron ordenadas campañas contra el trotskismo en todos los partidos del mundo. Las expulsiones de Trotsky y Zinoviev en los fallos de 1927 fueron seguidas por demandas de que todos los partidos tomen inmediatamente una posición, con la amenaza implícita de represalias desde Moscú contra cualquier individuo o grupo que no tomara la posición "correcta", es decir en favor de las expulsiones. Se llevaron a cabo campañas de "esclarecimiento". Los lovestonistas eran la vanguardia en la lucha contra el trotskismo. Así lograron el apoyo de la Comintern y gozaron de éste en todo aquel período. Organizaron campañas de "esclarecimiento". Reuniones de miembros, de ramas, de secciones, se llevaban a cabo en todos los partidos, en las que los representantes del Comité Central eran enviados para ilustrar a los miembros en la necesidad de las expulsiones del organizador del Ejército Rojo y del presidente de la Comintern. Los fosteristas, que no eran tan rápidos y astutos como los lovestonistas, pero con los que tenían un buen trato, los siguieron pronto. Realmente corrían carreras con los lovestonistas para mostrar quién era el más grande anti-trotskista. Se gastaban en hacer largos discursos sobre el tema. Ahora, mirando hacia atrás, es una circunstancia interesante, que casi prefiguraba lo que iba a seguir, que yo nunca tomé parte en ninguna de esas campañas. Voté resoluciones estereotipadas, debo decirlo, lamentablemente, pero nunca hice un simple discurso o escribí un simple artículo contra el trotskismo. Esto no fue así porque yo era trotskista. No quería quedar fuera de la línea de la mayoría del partido ruso y la Comintern. Me negué a tomar parte en las campañas sólo porque no entendía los sucesos. Bertram D. Wolfe, principal lugarteniente de Lovestone, era uno de los más grandes anti-trotskistas. A la más leve provocación hacía un discurso de dos horas, explicando cómo Trotsky estaba equivocado sobre la cuestión agraria en Rusia. Yo no podía hacer eso porque no entendía la cuestión. Él tampoco lo entendía, pero en su caso, este no era un eran obstáculo. El objetivo real de los lovestonistas y los fosteristas en hacer esos discursos y llevar a cabo esas campañas, era congraciarse con el poder de Moscú. Alguien podría preguntar "¿por qué no hizo discursos en favor de Trotsky?" Yo no podía tampoco hacer eso porque no entendía el programa, mi estado mental era en ese entonces la duda y la insatisfacción. Por supuesto, si uno no tuviera ninguna responsabilidad en el partido, si fuera un mero comentador u observador, podría meramente hablar de sus dudas. No se puede hacer eso en un partido político serio. Si uno no sabe qué decir, no debe decir nada. Lo mejor es permanecer en silencio.

El Comité Central del Partido Comunista citó a un pleno en febrero, el famoso pleno de febrero de 1928, que fue unos pocos meses después de la expulsión de Trotsky, Zinoviev y todos los líderes de la Oposición Rusa. Ya comenzaba una gran campaña para movilizar a los partidos del mundo en apoyo a la burocracia de Stalin. En ese pleno peleamos y discutimos sobre las fracciones y el partido, la estimación de la situación política, la cuestión sindical, la cuestión de la organización -peleamos furiosamente sobre todas esas cuestiones. Ese era nuestro real interés, Después llegamos al último punto de la agenda, la cuestión rusa. B.D. Wolfe, como vocero de la mayoría lovestonista la "explicó" por un largo espacio de alrededor de dos horas. Después quedó abierta la discusión. Uno por uno, cada miembro de las fracciones lovestonistas y fosteristas tomaron la palabra para expresar su acuerdo con el informe y agregar algunos toques para mostrar que entendían la necesidad de las expulsiones y que estaban a favor de ellas. No hablé. Naturalmente, a causa de mi silencio, los otros miembros de la fracción Cannon se sintieron algo constreñidos para hablar. No les gustaba la situación y organizaron una suerte de campaña de presión. Recuerdo ese día, cómo me senté al fondo del hall, descontento, amargado y confundido, seguro de que había algo sobre la cuestión pero no sabía que era eso. Bill Dunne, la oveja negra de la familia Dunne, quien era en ese momento un miembro del Comité Político y mi más estrecho asociado, vino con un par de otros compañeros. "Jim, tú debes hablar sobre esta cuestión. Es la cuestión rusa. Ellos cortarán nuestra fracción en pedacitos si no dices nada sobre ese informe. Levántate y di unas pocas palabras para el registro". Me negué a hacerlo. Ellos insistieron pero yo estaba muy duro. "No voy a hacer eso. No voy a hablar sobre esa cuestión". Esto no era "sabiduría política" de mi parte, aunque retrospectivamente puede aparecer así. Esto no fue para nada una anticipación del futuro. Fue simplemente un temple, un caprichoso sentimiento personal que tenía sobre la cuestión. No teníamos ninguna información real. No sabíamos cuál era la verdad. En esa fecha, 1927, las disputas en el partido ruso habían comenzado a implicar cuestiones internacionales -la cuestión de la revolución China y del Comité anglo-ruso. Casi cualquier miembro de nuestro partido puede contar ahora cuáles fueron los problemas de la revolución China porque desde esa época, fueron publicados extensos materiales. Habíamos educado a nuestros jóvenes camaradas sobre las lecciones de la revolución china. Pero, en 1927, nosotros, provincianos norteamericanos, no sabíamos nada sobre esto. China estaba muy lejos. Nunca vimos ninguna de las tesis de la Oposición Rusa. Tampoco entendíamos bien la cuestión colonial. Ni los profundos principios teóricos involucrados en la cuestión China y la disputa que le siguió, por lo que honestamente no pudimos tomar posición. La cuestión del comité anglo-ruso parecía un poco más clara para mí. Era un punto de la gran lucha entre la Oposición Rusa y los stalinistas sobre la formación del Comité anglo-ruso, un comité de sindicalistas rusos e ingleses que se volvieron un sustituto del trabajo independiente comunista en Inglaterra. Esta política ahogó la actividad independiente del Partido Comunista inglés en el momento crucial de la huelga general de 1926 en ese país. Casi por accidente, en la primavera del mismo año, me crucé con uno de los documentos de la Oposición Rusa sobre esa disputa que tuvo gran influencia sobre mí. Sentía que, como mínimo, sobre la cuestión del Comité anglo-ruso, la Oposición tenía la línea correcta. Por distintas razones, fui convenciéndome de que no eran contrarrevolucionarios, como habían sido pintados. En 1928, después del pleno de febrero, hice uno de mis más o menos regulares viajes nacionales. Tenía el hábito de hacer al menos un tour por el país de costa a costa, todos los años o cada dos años, para tener así un respiro de la Norteamérica real, para sentir qué estaba pasando en Norteamérica. Mirando atrás, ahora, se puede marcar que muchas de las ideas irrealistas, errores y muchas de las inclinaciones estrechas de algunos líderes del partido en Nueva York, se deben al hecho de que han vivido todas sus vidas en la isla de Manhattan y no tenían el sentimiento real de este gran y diversificado país. Hice mi tour en 1928 bajo el auspicio de la ILD (Intemational Labor Defense) que se prolongó por cuatro meses. Quería bañarme en cl movimiento de masas, lejos de la atmósfera sofocante de las eternas luchas fraccionales. Quería una oportunidad para pensar unas pocas cosas sobre la cuestión rusa, que me preocupaba mucho más que cualquier otra cosa. Vicent Dunne me ha recordado más de una vez, que en mi regreso desde la costa del Pacífico, cuando me detuve en Minneápolis, él y el camarada Skoglund me preguntaron entre otras cosas qué pensaba de la expulsión de Trotsky y Zinoviev, y yo les respondí "Quién soy yo para condenar a los líderes de la revolución rusa", indicándoles así que no era muy simpatizante de la expulsión de Trotsky y Zinoviev. Recordaron esto cuando la pelea estalló a campo abierto, unos pocos meses más tarde.

A fines de la primavera y comienzo del verano de 1928, fue llamado en Moscú el VI Congreso Mundial de la Comintern. Partimos hacia Moscú como lo hicimos en otras ocasiones, en una gran delegación representando a todas las fracciones. Yendo allí, lamento decirlo, no preocupados con los problemas del movimiento internacional, a los cuales nosotros como representantes de una sección podríamos ayudar a resolver, sino que todos nosotros estábamos preocupados más o menos primeramente con nuestras propias pequeñas peleas en el partido norteamericano, yendo al Congreso Mundial para ver qué ayuda podíamos obtener para freír nuestro propio pescado. aquí en casa. Desafortunadamente, esa era la actitud prácticamente de todos Saliendo para el Congreso yo no tenía ninguna expectativa de obtener una real clarificación sobre la cuestión rusa, la disputa con la Oposición. En el momento, parecía que la Oposición había sido completamente destruida. Los líderes fueron expulsados de sus partidos. Trotsky estaba en el exilio en Alma-Ata. Alrededor del mundo, los simpatizantes que podían tener habían sido expulsados de sus partidos. Parecía no haber perspectivas de revivir la cuestión. Sin embargo esto continuaba molestándome. Y me molestaba tanto que no pude tomar parte efectiva en nuestra lucha fraccional en Moscú. Naturalmente, continuamos la pelea fraccional cuando llegamos aquí. Inmediatamente alineamos nuestras delegaciones en las juntas electivas del partido y comenzamos a ver qué podíamos hacer para derribar a cada una de las otras fracciones, lanzando acusaciones mutuas y debatiendo eternamente las cosas antes de la comisión. Yo fui más o menos un participante hosco en el asunto. En ese momento comenzaron a dividir las comisiones, es decir los miembros líderes de cada delegación fueron nombrados para varias comisiones del Congreso, algunos en la comisión sindical, algunos en la comisión política y a algunos en la de organización. Además estaba la Comisión de Programa. El VI Congreso se comprometió a adoptar por primera vez un programa, un programa final de la Comintern. La Comintern fue organizada en 1919 y hasta 1928, 9 años más tarde, aún no tenían un programa definitivo. Esto no significa que en los primeros años hubiera una falta de atención e interés en la cuestión del programa. Es simplemente una indicación de cuán seriamente los más grandes marxistas tomaban la cuestión del programa y cuidadosamente lo elaboraban. Comenzaron con una serie de resoluciones básicas en 1919. Adoptaron otras en 1920, 21, 22. Al IV Congreso tenían el comienzo de una discusión sobre el programa. El V Congreso no prosiguió la cuestión. Así llegamos al VI Congreso en 1928, teniendo ante nosotros el borrador de un programa que sostenía la autoridad de Bukharin y Stalin. Yo fui puesto en la comisión de programa, parcialmente porque los otros líderes no estaban muy interesados en el programa. "Dejen eso para Bukharin. No queremos molestarnos con eso. Querernos estar en la comisión política que va a decidir sobre nuestra lucha fraccional, en la comisión sindical, o en alguna otra comisión práctica que va a decidir algo sobre alguna pequeña cuestión sindical que nos preocupa". Este era el sentimiento general de la delegación norteamericana. Yo fui empujado dentro de la comisión de programa como una suerte de honor sin sustancia. Y a decir verdad, no estaba tampoco interesado en ello.

Pero esto se tornó un gran error, ponerme en la comisión de programa. Le costó a Stalin más de un dolor de cabeza, para no decir nada de Foster, Lovestone y los otros. Porque Trotsky, exiliado en Alma-Ata, expulsado del partido ruso y de la Internacional Comunista, apeló al Congreso. Ustedes ven, Trotsky no se alejó simplemente del partido. Correctamente repesó después de su expulsión a la primera oportunidad, la convocatoria al VI Congreso de la Comintern, no sólo con un documento apelando su caso, sino con una contribución teórica tremenda bajo la forma de una crítica al borrador del programa de Bukharin y Stalin. El documento de Trotsky se titulaba "El proyecto de programa de la Internacional Comunista: una crítica de fundamentos". A través de algunos deslices en el aparato de Moscú, que suponía ser burocráticamente hermético, este documento de Trotsky llegó dentro de la sala de traducción de la Comintern. Cayó en el colador, donde tenían una docena o más de traductores y estenógrafos sin nada más para hacer. Ellos recibieron el documento y distribuyeron a las cabezas de las delegaciones y a los miembros de la comisión de programa. ¡Entonces, he aquí que fue puesto en mi falda y traducido al inglés! Maurice Spector, un delegado del partido canadiense, y en algunas cosas del mismo modo de pensar que yo, estaba también en la comisión de programa y consiguió una copia. Dejamos los encuentros de juntas y las sesiones del Congreso se fueron al demonio mientras leíamos y estudiábamos ese documento. Después supe qué tenía que hacer y él también. Nuestras dudas fueron resueltas. Estaba tan claro como la luz del día que la verdad marxista estaba del lado de Trotsky. Hicimos un bloque allí y después -Spector y yo- que volveríamos a casa y comenzaríamos una lucha bajo la bandera del trotskismo.

No comenzamos la pelea en Moscú, en el Congreso, aunque ya estábamos convencidos. Desde el día en que leí aquel documento me consideré, sin una simple vacilante duda, enseguida un discípulo de Trotsky. A causa de que no levantamos la lucha en Moscú, algunos puristas que se mantuvieron al margen, podrían nuevamente demandar: "¿por qué no tomaron la palabra en el VI Congreso y hablaron por Trotsky?" La respuesta es que no podíamos haber servido mejor a nuestros fines políticos haciendo eso. La Comintern ya estaba muy bien stalinizada. El Congreso fue maniobrado. Para nosotros, haber desplegado nuestra posición completa en el Congreso, probablemente hubiera resultado en nuestra detención en Moscú hasta haber sido cortados en pedacitos y aislados en casa. Lovestone, cuando llegó su turno, fue atrapado más tarde en su trampa de Moscú. Mi obligación y mi tarea política, como yo lo veía, era organizar una base de apoyo en mi propio partido para la Oposición rusa. Para hacer esto debía primero llegar a casa. Por lo tanto, me mantuve quieto en el Congreso stalinizado. La franqueza entre amigos es una virtud, en tanto con enemigos inescrupulosos es el atributo de un necio.

A pesar de esto no fuimos muy cautelosos en guardar nuestros sentimientos escondidos. Yo, especialmente, fui considerado más y más como "casado" con el trotskismo. Gitlow ha relatado en su patético libro escrito-fantasma de arrepentimiento que la GPU había chequeado mis actividades en Moscú y había informado a la Comintern que "Cannon en conversaciones con rusos ha demostrado tener fuertes enseñanzas trotskistas". Me tenían bajo sospecha pero dudaban en proceder contra mí demasiado bruscamente. Pensaban que probablemente podrían enderezarme y esto sería mucho mejor que tener un escándalo abierto. Tengan buenas razones para asumir que yo podía hacer un escándalo si se llegaba a una pelea abierta.

Entonces, eventualmente regresamos, creo que en septiembre -sin nada resuelto- en tanto que la pelea fraccional en el partido norteamericano estaba comprometida. Los lovestonistas habían avanzado unas pocas pulgadas en la pelea en Moscú, pero al mismo tiempo, Stalin había incluido algunos requisitos en las resoluciones que sentaban las bases para zafarse más tarde de los lovestonistas. Yo saqué de contrabando de Rusia la crítica de Trotsky al proyecto del programa y me lo traje conmigo. Regresamos e inmediatamente procedí con mi tarea determinada de reclutar una fracción para Trotsky. Ustedes podrían pensar que era una cosa fácil para hacer. Pero he aquí el estado de cosas. Trotsky había sido condenado en todos los partidos de la Internacional Comunista, y una vez más, condenado por el VI Congreso, como contrarrevolucionario. Ni un solo miembro en el partido era conocido como franco seguidor del trotskismo. El partido entero estaba regimentado contra eso. Por aquella época, el partido ya no era una de esas organizaciones democráticas donde uno puede levantar una cuestión y tener una discusión limpia. Declarar a favor de Trotsky y de la Oposición rusa significaba estar sujeto a la acusación de traidor contrarrevolucionario y ser expulsado en el acto sin ninguna discusión. Bajo estas circunstancias la tarea era reclutar una función nueva en secreto antes de que llegara la explosión inevitable, con la perspectiva cierta de que esta fracción, no importa cuan grande o pequeña podría ser, sufriría la expulsión y tendría que pelear contra los stalinistas, contra el mundo entero, para crear un nuevo movimiento. Ya desde el comienzo, yo no tenía la más mínima duda sobre la magnitud de la tarea. De permitirnos alguna ilusión, hubiéramos sido tan defraudados por los resultados que podríamos habernos quebrado. Comencé tranquilamente a buscar individuos y a hablar con ellos conspirativamente. Rose Karsner fue mi primera adherente firme. Ella nunca titubeó desde ese día hasta hoy. Schachtman y Abern, quienes trabajaban conmigo en la Intenational Labor Defense y eran ambos miembros del Comité Nacional, aunque no del Comité Político, se unieron a mí en el nuevo gran empeño. Luego lo hicieron otros pocos. Lo estábamos haciendo bastante bien, progresando un poquito aquí y allá, trabajando cautelosamente todo el tiempo. Corría el rumor de que Cannon era trotskista pero yo nunca lo dije tan abiertamente y nadie sabía qué hacer con ese rumor. Además, había una pequeña complicación en la situación del partido que también trabajaba a nuestro favor. Como ya había contado, el partido estaba dividido en tres fracciones, pero la fracción de Foster y la fracción de Cannon estaban trabajando en un Bloque y tuvieron en ese momento un encuentro de juntas. Esto puso a los fosteristas entre el diablo y el precipicio. Si ellos no exponían al trotskismo escondido y lo combatían enérgicamente, perderían la simpatía y el apoyo de Stalin. Pero, por otro lado, si se ponían rudos con nosotros y perdían nuestro apoyo, no podrían esperar ganar la mayoría en la próxima convención. Estaban rasgados por la indecisión y nosotros explotamos sus contradicciones cruelmente.

Nuestra tarea era difícil. Teníamos una copia del documento de Trotsky, pero no teníamos modo de duplicarla. No teníamos ni estenógrafo, ni máquina de escribir, ni mimeógrafo, ni dinero. La única manera en que podíamos operar era apropiarse cuidadosamente de individuos seleccionados, despertar suficiente interés y después persuadirlos de que vinieran a la casa y leyeran el documento. Un largo y penoso proceso. Ganamos unas pocas personas juntas y ellos nos ayudaron a divulgar el evangelio en círculos más amplios. Finalmente, después de un mes o algo más, fuimos expuestos por una pequeña indiscreción de parte de uno de los camaradas, y tuvimos que enfrentar prematuramente el hecho en el bloque Foster-Cannon. Los fosteristas lo levantaron en forma de interrogatorio. Habían escuchado esto y aquello y querían una explicación. Era claro que estaban muy preocupados y aún indecisos. Nosotros tomamos la ofensiva. Yo dije: "Considero como un insulto para cualquier persona el querer examinarme. Mi posición en el partido ha sido muy claramente establecida desde hace diez años y me niego a que cualquier persona la cuestione". Así conseguimos a fuerza de descaro otra semana más, y en esa semana hicimos unos pocos nuevos conversos aquí y allá. Después llamaron a otro encuentro del bloque para considerar nuevamente la cuestión. Para ese momento Hathaway había regresado de Moscú. Había estado en la tan nombrada Escuela de Lenin de Moscú, en realidad una escuela de stalinismo. Había sido avivado en la escuela de Stalin y sabia mejor que los zapateros locales cómo proceder contra el trotskismo . Dijo que la forma de proceder es hacer una moción: "Esta junta condena al trotskismo como contrarrevolucionario" y ver si todos adhieren a la moción. Objetamos a esto en su fundamento - disimuladamente formal pero una táctica necesaria en tratos con una mente policíaca, graduada en la escuela de Stalin- que la cuestión del "trotskismo" había sido decidida hacía mucho y que no había absolutamente ninguna razón en levantar ese asunto de nuevo. Dijimos que nos rehusábamos a ser parte de cualquier pampirolada.

Debatimos esto por cuatro o cinco horas y a esa altura, ellos no sabían qué hacer con nosotros. Enfrentaban este dilema: si se manchaban con trotskismo perderían la simpatía de Moscú, si por el contrario, rompían con nosotros, su causa, obtener la mayoría, carecía de expectativas, en tanto estaba implicada. Ellos querían la maldita mayoría y abrigaban la esperanza - ¡y cómo la esperaban!- que un astuto compañero como Cannon eventualmente entrara en razón y no se saldría y comenzaría una fútil pelea por Trotsky en los últimos días sin decirlo directamente. Les dimos un pequeño campo para pensar que podía ser así, la decisión fue pospuesta nuevamente.

Ganamos alrededor de dos semanas con este asunto. Finalmente los fosteristas decidieron entre ellos que el asunto se estaba poniendo muy caliente. Escuchaban más y más rumores de que Cannon, Schachtman y Abern hacían proselitismo para el trotskismo entre miembros del partido. Los fosteristas tenían un susto mortal de que los lovestonistas les ganaran de mano y los acusaran de ser cómplices. En el pánico, nos expulsaron del encuentro conjunto de bloque y nos acusaron ante el Comité Político. Fuimos juzgados ante una reunión conjunta del Comité Político y la Comisión Central de Control. Reportamos el juicio en las primeras ediciones de The Militant. Naturalmente fue una corte amañada, pero tuvimos un campo completo para hacer un montón de discursos y para contradecir los argumentos de los fosteristas. Esto no fue por la democracia partidaria, sino que se nos dieron nuestros "derechos" porque los lovestonistas, quienes estaban en mayoría en el Comité Político, estaban ansiosos por comprometer a los fosteristas. Para conseguir sus propósitos nos dieron una pequeña vía libre y nosotros la explotamos lo más posible. El juicio se prolongaba fastidiosamente día tras día -más y más líderes partidarios y funcionarios eran invitados a asistir- hasta que finalmente tuvimos una audiencia de alrededor de 100. Hasta ese entonces no habíamos admitido nada. Habíamos sido confinados a contradecir sus argumentos, comprometer a los fosteristas, y una cosa, y otra. Finalmente, cuando nos cansamos de esto, y dado que el informe sobre qué estaba pasando fue difundido por todo el partido, decidimos romper. Leí a una audiencia algo atemorizada de funcionarios del partido una declaración donde nos declarábamos 100% en apoyo a Trotsky y a la Oposición Rusa en todas sus cuestiones principales y anunciamos nuestra determinación de pelear por esta línea hasta el fin.

Fuimos expulsados por la reunión conjunta de la Comisión de Control y el Comité Político. Al día siguiente hicimos circular una declaración mimeografiada en todo el partido. Habíamos anticipado nuestra expulsión. Estábamos listos para esto y lo gritamos. Una semana después, para su consternación, los golpeamos con la primera edición de The Militant. La copia había sido preparada y habíamos hecho un trato con el editor mientras continuaba el juicio. Fuimos expulsados el 27 de octubre de 1928. The Militant salió la semana siguiente como una edición de noviembre, celebrando el aniversario de la revolución rusa, dando nuestro programa, etc. Así comenzó la pelea abierta por el trotskismo norteamericano. Ciertamente no teníamos una perspectiva brillante para comenzar. Pero ganamos constantemente en las primeras semanas y construimos firmemente desde el principio porque comenzamos correctamente. Rompimos la gran traba de los fraccionalismos sin principios en el partido con una carga de dinamita. De un solo soplo nos desembarazamos de todos los viejos errores de las fracciones del partido norteamericano cuando nos pusimos en el terreno de un programa principista de internacionalismo. Estábamos seguros de por qué peleábamos. Todas las pequeñas maquinaciones organizacionales, que se habían tejido en la vieja riña fueron desechadas como un saco viejo. Comenzábamos el movimiento real del bolchevismo en este país, la regeneración del comunismo norteamericano. La lucha no era muy prometedora desde el punto de vista del número. Los tres de nosotros que habíamos firmado la declaración -Abern, Schachtman y yo- nos sentíamos muy solos caminando hacia mi casa, sentando los planes para construir un nuevo partido que tomara el poder en los Estados Unidos. Los tres trabajábamos en la ILD. Fuimos echados inmediatamente, con salarios anteriores no pagados. No teníamos dinero y no sabíamos cómo conseguirlo. Planeamos la primera edición de The Militant antes de saber cómo íbamos a pagarlo. Pero hicimos un trato con el editor para que nos dé un crédito por una edición. Le escribimos a algunos amigos en Chicago quienes nos enviaron algo de dinero y levantamos el pagaré. Anunciamos orgullosamente que iba a ser publicado dos veces al mes y así fue. Muy poco después de haber sido echados del partido, descubrimos un grupo de camaradas húngaros quienes habían sido expulsados del partido por varias razones en las luchas fraccionales un año o dos antes. Independientemente de nosotros, desconocido para nosotros, entraron en contacto con algunos trabajos de la Oposición rusa en Amtorg -la agencia comercial soviética en Nueva York- y se hicieron trotskistas convencidos. Ellos parecían para nosotros un ejército de un millón de personas. Encontramos un pequeño grupo de oposicionistas italianos en Nueva York, seguidores de Bordiga, no realmente trotskistas, aunque trabajaron con nosotros por un tiempo. Condujimos una batalla bastante enérgica. Respondimos a las acusaciones en forma militante. Comenzamos a hacer circular materiales nuevos de la Oposición rusa a través de The Militant -la crítica de Trotsky al proyecto de programa, etc. Pronto se podía ver el comienzo de cristalización de una fracción que tenía un futuro ante sí, porque tenía un claro programa principista Mientras fue una pequeña fracción por un largo tiempo, fue una fracción muy convencida, fanática y definida. Comenzamos a ganar adherentes a través del país. Nuestra más importante adquisición vino de Minneapolis. Minneapolis ha jugado un rol no solo en las luchas de las huelgas camioneras, sino también en la construcción del trotskismo norteamericano. Ganamos seguidores en Chicago. Estábamos terriblemente obstaculizados en muchos aspectos. No habíamos tenido tiempo antes de nuestra expulsión para comunicarnos un poco más con los compañeros del partido afuera de Nueva York. Lo primero que muchos camaradas en el Partido Comunista supieron de nuestra posición fue la noticia de que habíamos sido expulsados. Las crudas tácticas de la dirección del partido nos ayudaron mucho. Sus métodos fueron, ir de arriba a abajo del país, proponiendo una moción en todo comité y rama, para aprobar la expulsión de Cannon, Schachtman y Abern. Y cualquier persona que quería preguntar u obtener más información era acusado de ser trotskista y expulsado inmediatamente. Esto nos ayudó muchísimo; ponían a estos camaradas en una posición donde podíamos al menos hablar con ellos.

En Minnesota, donde teníamos buenos amigos de vieja data, el representante de la pandilla lovestonista los citó a un mitin y les demandó un voto inmediato sobre la moción para aprobar nuestra expulsión. Ellos se negaron. "Queremos saber qué es esto, queremos escuchar lo que estos camaradas tienen para decir". Fueron expulsados inmediatamente. Ellos nos lo comunicaron. Los aprovisionamos con material documental. The Militant, etc. Eventualmente, prácticamente todos los que habían sido echados por vacilaciones en votar para confirmar nuestra expulsión se volvieron simpatizantes nuestros y la mayoría se unieron a nosotros.

Nosotros enfatizamos bien desde el comienzo que esto no era simplemente una cuestión de democracia. La cuestión es el programa del marxismo. Si nos hubiéramos contentado con organizar gente en base al descontento con la burocracia podríamos haber ganado más miembros. Estas no son bases suficientes. Pero usamos los principios de la democracia para lograr una audiencia simpatizante y después comenzar inmediatamente a golpear sobre lo correcto del trotskimo sobre todas las cuestiones políticas. Ustedes pueden fácilmente imaginar qué tremendo shock fue para todos los miembros del partido nuestra posición y expulsión. Por anos habían sido educados en que Trotsky fue un menchevique. El fue expulsado como un "contrarrevolucionario". Todo se había dado vuelta. Las mentes de los miembros más desvalidos habían sido llenadas con prejuicios contra Trotsky y la Oposición rusa. Después, a cielo abierto, tres dirigentes partidarios se declararon trotskistas. Ellos son expulsados inmediatamente, van a todas partes donde puedan encontrar miembros del partido y dicen: "Trotsky tiene razón en todas las cuestiones principales, y podemos probarlo". Esta era la situación con la que se enfrentaban muchos buenos camaradas. Muchos de ellos, expulsados por dudar de votar en contra nuestro, no quisieron dejar el partido. Ellos no sabían nada sobre el trotskismo en ese momento y estaban más o menos convencidos de que era contrarrevolucionario. Pero la estupidez de la burocracia en echarlos nos dio una oportunidad de hablar con ellos, tratar con ellos, proveerlos de literatura, etc. Esto creó las bases para la primera consolidación de la fracción.

En aquellos días cada individuo se presentaba como enormemente importante. Si ustedes tienen cuatro personas para comenzar una fracción, cuando pueden encontrar a una quinta, esto es un 25% de incremento. De acuerdo con la leyenda, el Socialist Labor Party (Partido Obrero Socialista), al modo de aquellos viejos tiempos, hizo un jubiloso anuncio de que en la elección ellos habían doblado sus votos en el estado de Texas. Resultó que en vez de su único voto usual, habían obtenido dos.

Nunca olvidaré el día en que ganamos nuestro primer adepto en Filadelfia. Poco después de que fuimos expulsados, mientras las ayes y gritos estaban sonando en el partido contra nosotros, hubo un golpe a mi puerta, y ahí estaba Morgenstern, de Filadelfia, un hombre joven pero un viejo "cannonista" en las luchas fraccionales. El dijo: "Oimos sobre su expulsión por trotskista , pero no lo creímos. ¿Cuál es el informe confidencial real?" En aquellos días no tomábamos nada por moneda buena de cualquier persona, a no ser que viniera de nuestra propia fracción. Puedo recordar el día, yendo a la habitación del fondo, sacando el precioso documento de Trotsky de su lugar escondido y dándoselo a Morgie. El se sentó en la cama y leyó la larga "critica" -este era un libro entero- de principio a fin, sin parar ni una vez. Cuando lo terminó, se había decidido y comenzó a trabajar en los planes para construir un núcleo en Filadelfia.

Alistamos otros individuos en la misma forma. Las ideas de Trotsky eran nuestras armas. Publicamos seriadamente la "crítica" en The Militant. Teníamos sólo una copia, y pasó un tiempo largo antes de que pudiéramos publicarla en la forma de folleto. Por su tamaño no podíamos mimeografiarlo. No teníamos mimeógrafo propio, ni tipeadora, ni plata. El dinero era un problema muy serio Todos habíamos sido desprovistos de nuestras posiciones en el partido y no teníamos ingresos de ningún tipo. Estábamos muy ocupados con nuestra pelea política para buscar otros trabajos para sobrevivir. En la cumbre de eso teníamos el problema de financiar un movimiento político. No podíamos soportar el costo de una oficina. Sólo cuando cumplimos un año, finalmente pudimos rentar una oficina desvencijada en la Tercera Avenida, con el viejo "tren aéreo" bramando en la ventana. Cuando teníamos dos años obtuvimos nuestro primer mimeógrafo, y después comenzamos a salir adelante.

Conferencia IV
La Oposición de Izquierda bajo fuego

La semana pasada finalmente nos encontramos expulsados del PC stalinizado, formamos la fracción del trotskismo y comenzamos nuestra gran lucha histórica por la regeneración del comunismo norteamericano. Nuestra acción trajo a colación un cambio fundamental en el conjunto de la situación en el movimiento norteamericano, la transformación, virtualmente de un solo golpe, de una desmoralizante, degenerante lucha fraccional nacional en una gran lucha histórica principista con objetivos internacionales. En esta abrupta transformación ustedes pueden ver ilustrado una vez más el tremendo poder de las ideas, en este caso las ideas que el marxismo no falsificado.

Estas ideas se abrieron camino a través de un doble juego de obstáculos. El gran movimiento de luchas fraccionales, que he descrito en las conferencias precedentes, nos había llevado a un callejón sin salida. Estábamos perdidos en insignificantes consideraciones organizativas y desmoralizados por nuestra visión nacionalista. La situación parecía insoluble. Por otro lado, en la lejana Rusia, la oposición Bolchevique-Leninista fue completamente destruida en sentido organizativo. Los dirigentes fueron expulsados de sus partidos, proscriptos, ilegalizados y sujetos a persecuciones criminales. Trotsky estaba en el exilio en Alma-Ata. Las uniones de adherentes en todo el mundo fueron dispersadas, desorganizadas. Después, a través de una conjunción de eventos, la situación fue corregida, y cada cosa comenzó a caer en su propio lugar. Un solo documento de marxismo fue enviado por Trotsky desde Alma-Ata al VI Congreso de la Comintern. Encontró su camino a través de una fisura en el aparato del secretariado, llegó a las manos de unos pocos delegados -en particular, un solo delegado del partido norteamericano y un solo delegado del partido canadiense. Este documento, expresando todas las conquistas del marxismo, cayó en las manos correctas, en el momento correcto, suficiente para llevarnos a una rápida y profunda transformación que revimos la semana pasada.

El movimiento que comenzó entonces en Norteamérica trajo repercusiones en el mundo entero; repentinamente, el cuadro, el conjunto de las perspectivas de la lucha cambiaron. El trotskismo, oficialmente proclamado muerto, era resucitado en la arena internacional e inspirado con nuevas expectativas, nuevo entusiasmo, nueva energía. Las denuncias contra nosotros eran llevadas adelante por la prensa norteamericana del partido reimpresas en el mundo entero, incluido el Pravda de Moscú. Los oposicionistas rusos en prisión y exilio, donde tarde o temprano recibieron copias del Pravda, fueron notificados así de nuestra acción, nuestra revuelta en Norteamérica. En las horas más oscuras de la lucha de la oposición, ellos aprendieron que habían salido a la batalla refuerzos frescos, a través del océano en los Estados Unidos, lo que en virtud del poder y del peso del país en sí, le daba importancia y peso a las cosas hechas por los comunistas norteamericanos.

León Trotsky, como ya lo señalé, estaba aislado en el pequeño poblado asiático de Alma-Ata. El movimiento mundial estaba en declinación, sin dirección, proscrito, aislado, prácticamente inexistente. Con estas auspiciosas noticias de un nuevo destacamento en la lejana Norteamérica, las pequeñas publicaciones y boletines de los grupos de Oposición explotaron a la vida nuevamente. Lo más inspirante para todos nosotros fue estar seguros de que nuestros camaradas rusos más presionados habían oído nuestra voz. Siempre pienso en esto como uno de los más gratificantes aspectos de la histórica pelea a la que nos comprometimos en 1928 -que las noticias de nuestra lucha llegaran a los camaradas en Rusia, en todos los rincones de las prisiones y campos de exilio, inspirándolos con nuevas expectativas y nueva energía para seguir en la lucha.

Como ya he dicho, nosotros comenzamos nuestra lucha con una visión bastante clara de lo que estábamos enfrentando. Nunca dimos pasos a la ligera o sin un pensamiento adecuado y preparación. Anticipamos una gran lucha que iba a ser mucho más pesada. Esta es la causa por la que, desde el comienzo, no sostuvimos expectativas optimistas de una victoria rápida. En toda edición de nuestro periódico, en todo pronunciamiento enfatizábamos la naturaleza fundamental de nuestra lucha. Acentuamos la necesidad de apuntar para adelante, tener dureza y paciencia, esperar el posterior desarrollo de los eventos para probar lo correcto de nuestro programa.

Primero en orden, por supuesto, estaba el lanzamiento de nuestro periódico, The Militant no era un boletín mimeografiado distribuido clandestinamente, como le hubiera gustado a algunas pequeñas camarillas, sino un gran periódico impreso. Después nos pusimos a trabajar, tres de nosotros -Abern, Schatman y Cannon- a quienes ellos llamaban con desdén los "Tres Generales Sin Ejército". Esta se transformó en una designación popular y nosotros tuvimos que admitir que había en ella algo de verdad. No podíamos dejar de admitir que no teníamos ejército, pero esto no removía nuestra confianza. Teníamos un programa, y estábamos seguros que el programa nos capacitaría para reclutar un ejército.

Comenzamos una enérgica correspondencia, a cualquier lugar donde conocíamos alguna persona, o escuchábamos de alguna persona que estaba interesada, le escribíamos largas cartas. La naturaleza de nuestro trabajo propagandístico y de agitación fue necesariamente transformado. En el pasado nosotros, y especialmente yo, habíamos sido acostumbrados a hablar ante grandes audiencias -no mucho antes de nuestra expulsión, yo había hecho mi tour nacional, hablando a cientos y a veces a miles de personas. Ahora teníamos que hablarle a individuos. Nuestro trabajo propagandístico consistía principalmente en encontrar nombres de individuos aislados en el PC, o acercados al partido, quienes podrían estar interesados, arreglar una entrevista, pasar horas y horas hablando con un solo individuo, escribir largas cartas explicando todas nuestras posiciones principistas en un intento por ganar una persona. Y de este modo reclutábamos gente -no por decenas o cientos, sino uno por uno.

Tan pronto como la explosión tuvo lugar en el movimiento norteamericano, es decir Estados Unidos, Spector llevó adelante su parte del acuerdo; la misma cosa pasó allí; fue formado un sustancioso grupo canadiense que comenzó a cooperar con nosotros. Camaradas con los que habíamos entrado en contacto vinieron hacia nuestra bandera en Chicago, Minneápolis, Kansas, Filadelfia -no grandes grupos como regla. Chicago comenzó con un par de decenas, pienso. El mismo número en Minneápolis. Tres o cuatro en Kansas; dos en Filadelfia, el formidable Morgenstown y Goodman. En algunos lugares individuos aislados tomaron nuestra lucha solos. En Nueva York encontramos unos pocos aquí y allá-individuos. Cleveland, St. Louis y los campos de minas de Illinois Sur. Esta fue la escala de contacto organizacional en el primer período.

Mientras nosotros estábamos ocupados con la agitación individual, como solíamos llamarla en la IWW -es decir, proselitismo de una persona para otra- el Daily Worker, con su comparativamente gran circulación, disparaba sobre nosotros en artículos de página completa y a veces de doble página día tras día. Esos artículos explicaban largamente que nosotros nos habíamos vendido al imperialismo norteamericano; que éramos contrarrevolucionarios ligados a los enemigos de los trabajadores y a los poderes imperialistas en un plan para destruir a la Unión Soviética; que nos habíamos vuelto la "guardia de avanzada de la burguesía contrarrevolucionaria". Esto era impreso día tras día en una campaña de terrorismo político y de injurias contra nosotros, calculada para hacernos imposible retener algún contacto con miembros individuales del partido. Era un crimen castigado con la expulsión hablar con nosotros en la calle. visitarnos, tener alguna comunicación con nosotros. La gente era llevada a juicio en el PC, acusada de haber ido a un mitin en el que hablamos nosotros, de haber comprado un periódico que vendíamos en la calle en frente del cuartel general de la Union Square; o de haber tenido alguna conexión con nosotros en el pasado -siendo obligados a probar que no habían seguido manteniendo a posteriori esos contactos. Un muro de ostracismo nos separaba de los miembros del partido. Gente con quienes habíamos trabajado y conocido por años se volvían extraños para nosotros de pronto. Nuestras vidas enteras, deben recordarlo, habían estado en el movimiento comunista y su periferia. Nosotros éramos obreros profesionales del partido. No teníamos intereses, ni relaciones de naturaleza social fuera del partido y su periferia. Todos nuestros amigos, nuestras relaciones, todos nuestros colaboradores en el trabajo cotidiano por años eran de este medio. Luego, de repente, éste se cerró para nosotros. Estábamos completamente aislados de ellos. Esta clase de cosas usualmente ocurren cuando se cambia la fidelidad a una organización por otra. Como regla, esto no es demasiado serio porque cuando uno deja un juego de relaciones, política, personal y social, inmediatamente es propelido dentro de un nuevo medio. Encuentra nuevos amigos nueva gente, nuevas relaciones. Pero nosotros experimentamos sólo un lado de ese proceso. Fuimos separados de nuestras viejas relaciones sin tener alguna nueva a donde ir. No había ninguna organización a la que nos pudiéramos unir, donde podrían ser encontrados amigos y compañeros nuevos. Sin nada, salvo nuestro programa y nuestras manos vacías tuvimos que crear una nueva organización.

Vivíamos en aquellos primeros días bajo una forma de presión que es en muchos aspectos la más temida que puede llegar a ejercerse contra un ser humano, el ostracismo social de la gente de nuestra simpatía. En gran medida, yo personalmente había sido preparado para esta prueba por una experiencia del pasado. Durante la primera Guerra Mundial, yo vivía como un paria en mi propia ciudad entre la gente que conocía de toda la vida. Consecuentemente la segunda experiencia no fue, probablemente, tan dura para mí como para algunos de los otros. Muchos camaradas que simpatizaban con nosotros personalmente, que habían sido nuestros amigos, y algunos que simpatizaban de última en parte con nuestras ideas fueron aterrorizados por venir con nosotros, a reunirse con nosotros por la terrible pena del ostracismo. Esa no era una experiencia fácil para nuestra pequeña banda de trotskistas, pero al mismo tiempo, era una buena escuela. Las ideas que son valoradas, exigen alto valor para pelear por ellas. Las injurias, el ostracismo y la persecución que tuvo que enfrentar nuestro joven movimiento a través de todo el país en los primeros días de la Oposición de Izquierda en Norteamérica, fue un excelente entrenamiento en preparación para resistir la presión social y el aislamiento que vendría en conexión con la Segunda Guerra Mundial, cuando el peso real de la sociedad capitalista comienza a presionar sobre los disidentes y oposicionistas.

La primera arma del stalinismo fue la calumnia. La segunda arma empleada contra nosotros fue el ostracismo. La tercera fue el gangsterismo. Sólo imaginen, aquí, un partido con miembros y periferia de decenas de miles de personas, con no una sino no menos de 10 publicaciones diarias en su arsenal, con innumerables semanarios y mensuarios, con dinero y un enorme aparato de obreros profesionales. Este relativamente formidable poder era desplegado contra un mero puñado de gente sin recursos, sin conexiones -sin nada más que su programa y la voluntad de pelear por él. Nos calumniaron, nos aislaron, y cuando esto falló para quebrarnos, intentaron agredimos físicamente. Buscaban escapar de responder cualquier argumento, haciéndonos imposible hablar, escribir, existir.

Nuestra prensa apuntaba directamente a los miembros del PC. No intentábamos convencer al mundo entero. Dirigimos nuestro mensaje primero a aquellos que consideramos la vanguardia, aquellos que se veían más interesados en nuestras ideas. Nosotros sabíamos que teníamos que reclutar, al menos los primeros destacamentos de sus filas.

Después de que nuestra pequeña prensa fue impresa, los editores, tanto como los miembros, tuvimos que salir a venderla. Nosotros escribíamos la prensa. Ibamos al negocio de impresión, ansiosos sobre las pruebas, hasta que el último error fuera corregido, esperando ansiosamente ver la primera copia saliendo de la prensa. Esto era siempre una emoción -una nueva impresión de The Militant. una nueva arma. Después con los paquetes bajo el brazo íbamos a venderlos en las esquinas de la calle, en la Union Square. Por supuesto esta no era la forma más eficiente del mundo para tres editores, transformarse en tres "canillitas". Pero teníamos poca ayuda y teníamos que hacerlo no siempre, pero sí algunas veces. Pero esto no era todo. Para vender nuestra prensa en la Union Square, teníamos que defendemos contra los ataques físicos. Mientras hojeaba hoy el primer número de The Militant, refrescando mi mente sobre algunos eventos de aquellos días, leí la primera historia sobre los ataques físicos contra nosotros que comenzaron unas pocas semanas después de nuestra expulsión. Los stalinistas fueron tomados por sorpresa al principio. Antes de que ellos supieran cómo los íbamos a golpear tuvimos la prensa y nuestros camaradas estaban en frente del cuartel del PC vendiendo The Militant a cinco centavos la copia. Este creó una tremenda sensación. Por unas pocas semanas ellos no sabían qué hacer. Después decidieron probar con los métodos de Stalin de la fuerza física. El primer reporte de The Militant, cuenta de dos camaradas mujeres del grupo húngaro quienes fueron allí con los paquetes de periódicos e intentaron venderlos. Fueron corridas por los pillos, empujadas, golpeadas y alejadas de la vía pública, y sus periódicos fueron desbaratados. Esto fue reportado en The Militant como el primer ataque de gangsters contra nosotros.

Después esto se hizo una cosa más o menos regular. Nosotros defendíamos nuestro terreno. Hicimos un gran disturbio y escándalo contra ellos por toda la ciudad. Movilizamos todas nuestras fuerzas para ir allí los sábados a la tarde, formamos una guardia alrededor de los editores y resistimos abiertamente a los pillos stalinistas para que no nos corrieran. Tenía lugar una pelea tras otra.

Esto consumió las primeras semanas. El 17 de diciembre fue citado en Nueva York el pleno del CC del PC. Y aquí de nuevo quiero demostrar una de las importantes lecciones de nuestras tácticas en esta pelea. Es decir, nosotros no volvimos la espalda al partido, sino que correctamente volvimos a él. Habiendo sido expulsados el 27 de octubre, fuimos al pleno del 17 de diciembre, golpeamos la puerta y dijimos: "Tenemos algo que apelar contra nuestra expulsión". Ellos se tomaron un tiempo y después nos permitieron hacer nuestra apelación ante 100 o 150 dirigentes del partido. Los lovestonistas no hacían esto por consideraciones democráticas o por una leal adhesión a la constitución. Lo hacían por razones fraccionales. Como ven, nuestra expulsión no puso fin a la lucha fraccional entre los fosteristas y los lovestonistas. Los lovestonistas, que estaban en mayoría, concebían la astuta idea de que si nos daban la palabra, esto podría ayudarlos a comprometer a los fosteristas como "conciliadores trotskistas". A través de esta fisura entramos al pleno. Nosotros no teníamos ilusiones, ni siquiera pensábamos en convencerlos. No nos concernía esta pequeña estrategia barata contra los fosteristas. Nosotros pensábamos en hacer nuestra apelación formal e imprimirla en The Militant como propaganda para distribución. Los "Tres generales sin ejército" aparecieron en el pleno de diciembre como los representantes de todos los expulsados. Yo hice un discurso de alrededor de dos horas. Después fuimos echados. Al día siguiente el discurso fue mecanografiado para el próximo número de The Militant bajo el título de "Nuestra apelación al partido".

Yo he mencionado las armas de la calumnia, el ostracismo y el gangsterismo empleadas por los stalinistas contra nosotros. La cuarta arma en el arsenal de los dirigentes del stalinismo norteamericano fue el robo. Ellos tenían tanto miedo a este pequeño grupo armado con las grandes ideas del programa de Trotsky, que querían, por todos los medios, destruirlo antes de que pudiera ganar una audiencia. Un sábado a la tarde volviendo de un mitín de nuestra primera rama en Nueva York -12 o 13 personas reunidas solamente para formar la organización y sentar las bases para tirar abajo el capitalismo norteamericano- encontré el departamento saqueado, de arriba a abajo. En nuestra ausencia habían forzado la cerradura de la puerta de mi casa y la habían roto. Todo estaba en desorden; todos mis papeles privados, documentos, registros, correspondencia - todo a lo que pudieron poner sus manos encima- estaba desparramado sobre el piso. Evidentemente los habíamos sorprendido antes de que pudieran acarrear la rapiña hasta el fin. Mientras yo estaba de viaje, unas pocas semanas después, ellos regresaron y terminaron su tarea. Esta vez tomaron todo.

Continuamos peleando según nuestras líneas. Los escandalizamos cruelmente, gritando hasta lo alto de los cielos, publicamos su bribonería y su gangsterismo, y los hicimos retroceder con nuestros escándalos. Ellos no podían derrotamos ni silenciarnos. Aquí por supuesto, teníamos la tremenda ventaja de nuestras experiencias pasadas. Nosotros ya sabíamos por experiencia. Habíamos tomado parte en varias buenas luchas y ellos no podían hacernos fracasar con unas pocas bribonadas y calumnias. Sabíamos cómo explotar todas esas cosas contra ellos para un buen efecto. Peleamos con armas políticas que eran mucho más fuertes que el gangsterismo. Apelamos a la buena voluntad y a la conciencia comunista de los miembros del partido y comenzamos reclutando a la gente que venía a nosotros, primero como una protesta contra estos procedimientos stalinistas.

En unas pocas semanas, el 8 de enero de 1929, organizamos el primer mitin público trotskista en Norteamérica. Hoy busqué el primer volumen encuadernado de The Militant y vi el anuncio del mitín en la primera página de la edición del 1 de enero de 1929. Admito que me sentí un poco emocionado cuando recordé el momento en que tiramos la bomba dentro de los círculos radicales en Nueva York. En el frente de este Labor Temple un gran cartel anunciaba que yo iba a hablar de "La verdad sobre Trotsky y la Oposición rusa". Fuimos a ese mitín preparados para protegerlo, tuvimos la asistencia del grupo italiano de bordigistas, nuestros camaradas húngaros, unos pocos simpatizantes individuales del comunismo, que no creían en frenar la libertad de expresión, y nuestras propias valientes fuerzas recientemente reclutadas. Ellos fueron desplegados alrededor de la plataforma en el Labor Temple y cerca de la puerta para cuidar de que el mitín no fuera interrumpido. Y el mitín se desarrolló sin ninguna interrupción. El hall estaba lleno, no sólo con simpatizantes y militantes, sino también con toda clase de gente que venía por distintos motivos, interés, curiosidad, etc. La conferencia fue exitosa, consolidamos a nuestra gente y ganamos algunos nuevos adeptos. Esta también arrojó una gran alarma dentro del campo de los stalinistas, y los empujó a ir aún más lejos en su camino de violencia contra nosotros. En breve planeamos un tour nacional con el mismo objetivo. Intenté hablar en New Haven pero allí fuimos completamente superados en número. Los stalinistas nos cercaron y el mitín fue enteramente roto. Hablé en Boston; aquí hicimos mejores preparativos. Yo llegué unos días antes, fui a ver a unos pocos viejos amigos míos de la IWW para ver si ellos no podían conseguir algunos muchachos de los muelles, para ayudarnos a defender la libertad de expresión. Tuvimos alrededor de 10 de esos muchachos alrededor de la plataforma. Una banda de pillos stalinistas también estaba allí, dispuesta a romper el mitín, pero evidentemente se convencieron que sólo obtendrían sus propias cabezas rotas si lo intentaban. El encuentro de Boston fue un éxito. Es necesario decir que el director de esa ocasión histórica fue Antoinelle Konikow. Un grupo de 8 a 10 camaradas fueron consolidados en Boston alrededor del programa de Trotsky.

En Cleveland tuvimos una pelea. El bien conocido Amter era el organizador de distrito en Cleveland y trajo una escuadra a nuestro mitín para romperlo. Nosotros también teníamos unos pocos muchachos que habían venido con nosotros, y que se dividían en un número de simpatizantes, radicales y otros que querían juego limpio y libertad para hablar. Instruidos por nuestra experiencia en New Haven, nuestras fuerzas fueron organizadas en un escuadrón alrededor del orador. Comencé mi conferencia y después de unas pocas frases, recuerdo, usé la expresión: "Quiero explicarles la significación revolucionaria de esta lucha".

Amter se levantó y dijo: "Usted quiere decir, significación contrarrevolucionaria". Esta aparentemente fue la señal. La banda stalinista empezó a gritar y a silbar. "Siéntese contrarrevolucionario", "traidor", "agente del imperialismo norteamericano", etc. Esto continuó por alrededor de quince minutos. Su idea era hacer imposible que fuera escuchado entre el tumulto. Esa era la manera en que iban a clarificar la cuestión, simplemente no dejándonos hablar. Nosotros teníamos otra idea. Ya estaba claro que los amteristas iban a gritar toda la noche si era necesario. Nuestro escuadrón estaba listo, esperando que yo diera la señal. Finalmente dije; "OK, adelante". En seguida fueron sobre Amter y su banda, tomaron uno por uno y los tiraron escaleras abajo, limpiando el hall y la atmósfera de los stalinistas. Después todo estuvo bien; el encuentro prosiguió sin posteriores disturbios. Teníamos la más maravillosa paz y quietud.

En Chicago, unas pocas noches más tarde, los stalinistas vinieron con una pequeña banda, pero no pudieron decidirse si querían empezar a pelear o no. Yo continué con la conferencia. Mientras yo viajaba, varios funcionarios stalinistas venían a verme en la noche, como la figura bíblica de Nicodemus. Uno de ellos fue B K Gebert, quien más tarde se volvió una gran figura en el PC y el organizador del distrito de Detroit. Vino a verme en el hotel de Chicago, un hombre de corazón partido. El repudiaba todos esos métodos usados en contra nuestro. Gerbert fue un comunista conciente, simpatizaba con nuestra lucha pero no podía dejar al partido. No podía situarse en la idea de romper con toda la vida que había conocido y comenzar una nueva. Ese era el caso de muchos. Distintas formas de compulsión afectan a gente distinta. Algunos temían golpes físicos; otros a las calumnias, otros al ostracismo. Los stalinistas empleaban todos esos métodos. El efecto acumulativo de todos ellos era aterrorizar a cientos y aún miles de personas, quienes en una atmósfera libre, hubieran simpatizado con nosotros y nos hubieran apoyado en uno u otro grado.

En mi conferencia en Minneápolis, como testifiqué años más tarde en la Corte Federal de Minnesota del Norte, fuimos tomados con la guardia baja. Nuestras fuerzas eran relativamente más fuertes en Minneápolis. Los reconocidos dirigentes del movimiento comunista de Minneápolis, V. R. Dunne, Carl Skoglund y otros, habían venido todos en nuestro apoyo. Ellos eran también muy fuertes físicamente, y se volvieron descuidados. Al organizar el mitín sobre la teoría de que los pillos no intentarían ninguna tontería, no fue hecho ningún plan especial de defensa. Nuestra gente llegó más tarde. La banda stalinista llegó primero, asaltó a Oscar Coover en la puerta, forzaron su camino hacia adentro, y ocuparon sillas del frente en un hall bastante chico. Cuando empecé a hablar, comenzaron a gritar a la manera de Amter y su banda en Cleveland. Después de unos minutos nos arrojamos sobre ellos y comenzó una pelea de vale todo. Después vino la policía y rompió el mitin. Esto fue bastante escandaloso y desmoralizante para Minnesota. Se decidió que yo debía quedarme e intentar hacer otro mitin. Fuimos al local de la IWW con el propósito de hacer un frente único para proteger la libertad de expresión. Junto con ellos, unos pocos simpatizantes e individuos aislados formamos la Guardia de Defensa Obrera. Planeamos un mitin en el local de la IWW; el cartel advertía que ese encuentro se haría bajo la protección de la Guardia de Defensa Obrera. La Guardia fue allí equipada con sus cachiporras, hachas medianas, compradas en una ferretería, lindas y manejables. Los guardias se alinearon a lo largo de las paredes y en frente del orador. Otros fueron apostados en la puerta. El director anunció con calma que se iban a permitir preguntas y discusiones, pero que nadie podría interrumpir mientras el orador tuviera la palabra. El mitin se desarrolló pacíficamente, sin ningún signo de disturbio. La organización de nuestro grupo en Minneápolis estaba completamente en buen camino.

En Nueva York, como comenzamos a citar mitines más regularmente, los stalinistas intensificaron sus intentos por pararlos. Un mitín en el Labor Temple fue roto. Su plan era entrar con tanta fuerza de manera dc arrasar al orador de la plataforma, dar vuelta el mitin y transformarlo en una demostración anti-trotskista. No triunfaron en hacer esto porque nosotros teníamos nuestra guardia en la plataforma equipada con los implementos necesarios. Los stalinistas nunca alcanzaron la plataforma pero si lograron comenzar peleas de todo vale por lo que la policía entró a la fuerza y el mitin fue roto en el desorden. Los stalinistas intentaron la misma cosa una segunda vez, pero fueron derrotados y echados. Las cosas realmente llegaron a un clímax cuando los stalinistas intentaron por última vez romper nuestros mitines, en un hall sobre la costa este, donde nuestro grupo húngaro solía reunirse. Citamos para una celebración el 1ro. de mayo de 1929 -la primavera después de nuestra expulsión. Mirando The Militant hoy, vi el anuncio del mitin del lro. de mayo en el local de los compañeros húngaros y el añadido de que estaría bajo la protección de la Guardia de Defensa Obrera. Estuvo bien vigilado. Nuestra estrategia era no permitir entrar a los perturbadores. Nuestros propios camaradas, simpatizantes y todos aquellos que obviamente venían a celebrar el 1ro. de mayo fueron achaitidos. Cuando los stalinistas trataron de entrar a la fuerza, encontraron a la guardia al pie de la escalera, y recibieron golpes en la cabeza hasta que decidieron que no podían tomar por asalto ese escalera. Tuvimos el mitin en paz.

El viernes siguiente, creo, los stalinistas decidieron tomar revancha sobre el grupo húngaro, por su inhabilidad para romper el mitín del 1ro. de mayo como estaban instruidos. Los camaradas húngaros habían citado una reunión cerrada -8 o 10 personas que casi ordinariamente planeaban la actividad de la rama. Entre ellos estaba el veterano comunista, Louis Basky, un hombre de alrededor de 50 años, y su viejo padre, un hombre de alrededor de 80, que era un militante, partidario de su hijo y del movimiento trotskista. Varios camaradas estaban allí. De pronto el local fue invadido por una banda de pillos stalinistas. Ingresaron y comenzaron a golpear a hombres y mujeres, incluido el viejo Basky. Nuestros compañeros empuñaron sillas y patas de sillas y se defendieron lo mejor que pudieron. En un momento, en la sangrienta pelea. uno de los presentes, un carpintero de profesión, que tenía una de las herramientas en su bolsillo, vio a un par de esos pillos golpeando al viejo. Se volvió muy violento cuando vio eso y se arrojó sobre uno de ellos. Llevaron al asesino stalinista al hospital. Estuvo allí tres semanas, los doctores no sabían si iba a poder salir de esa o no. Esto puso un límite a los ataques a nuestras reuniones. Los stalinistas habían llevado las cosas casi a una terrible tragedia y al escándalo del movimiento comunista entero. Se convencieron de que nosotros no íbamos a renunciar a nuestro derecho a hablar y a reunirnos, que nos levantaríamos y pelearíamos, que no podían quebrarnos. Después, hubo sólo instancias de violencia aisladas contra nosotros. No ganamos nuestra libre expresión de los gangsters stalinistas por un cambio de corazón de su parte. sino por la defensa decidida y militante de nuestros derechos. Entre tanto, ganamos nuevos miembros y simpatizantes a causa de que nuestra pelea puso las cosas en su lugar. Éramos sólo un puñado de gente. y todas las armas de calumnia y ostracismo y violencia fueron ejecutadas contra nosotros. Pero defendimos nuestro terreno. Por uno u otro medio nuestra prensa salía regularmente. Nos volvíamos más fuertes después de cada pelea, y esto traía la simpatía y el apoyo. Mucha gente radical de Nueva York, simpatizantes del PC y aún algunos de sus miembros, llegaban a venir a nuestros mitines para ayudar a protegerlos, en interés dc la libre expresión. Eran atraídos por nuestra lucha, nuestro coraje y nuestra revuelta contra los métodos de los stalinistas. Empezaban a leer nuestros materiales y a estudiar nuestro programa. Nosotros comenzamos a ganarlos, uno por uno, y hacer de ellos políticamente conversos del trotskismo. Por lo tanto, podemos decir, que los primeros núcleos del trotskismo norteamericano fueron reclutados bajo el fuego de una lucha real. Semana a semana, mes a mes, construimos esos pequeños grupos en varias ciudades, y pronto tuvimos el esqueleto de una organización nacional. The Militant salía cada dos semanas, como no se los podría contar ahora. Lo hicimos con la ayuda de amigos leales. Por uno u otro medio lo hicimos, al costo de sacrificios bastante duros. Pero esos sacrificios no eran nada comparado con la compensación intelectual y espiritual que seguía a sacar nuestro periódico, expresar nuestro mensaje y sentir que estábamos llevando adelante con dignidad la gran misión que se había impuesto sobre nosotros. En todo este tiempo no tuvimos contacto con el camarada Trotsky. No sabíamos si estaba vivo o muerto. Había noticias de que estaba enfermo. Nosotros nunca sostuvimos la esperanza de que aún llegáramos a verlo o tener contacto directo con él. Nuestra única conexión con él fue aquel documento que yo traje de Moscú, y otros documentos que recibimos más tarde de los grupos europeos. Edición tras edición de The Militant comenzamos a publicar, uno tras otro, los varios documentos y tesis de la Oposición de Izquierda rusa, cubriendo todo el período desde 1924 a 1929. Rompimos el bloqueo contra las ideas de Trotsky y sus compañeros en Rusia. Después, al comienzo de la primavera de 1929, unos pocos meses más tarde de nuestra expulsión, la prensa del mundo fue sacudida por el anuncio de que Trotsky había sido deportado de Rusia. Ese anuncio no decía nada sobre dónde sería enviado. Día tras día la prensa estuvo llena de toda clase de historias especulativas, pero no de información sobre su paradero. Esto continuó por una semana aún. Estábamos pendientes, en suspenso, sin saber si Trotsky estaba vivo o muerto, hasta que finalmente vinieron las noticias de que había sido deportado a Turquía. Establecimos nuestro primer contacto con él allí, en la primavera de 1929, 4 o 5 meses después de que habíamos comenzado el movimiento en su nombre y sobre la base de su ideas. Le escribí una carta; recibimos la respuesta pronto. Después, excepto por el tiempo que estuvo internado en Noruega, hasta el día de su muerte, nunca estuvimos sin un contacto muy íntimo con el fundador e inspirador de nuestro movimiento

El 15 de febrero de 1929, a menos de 4 meses de nuestra expulsión, como el PC estaba preparando su convención nacional, publicamos la "Plataforma" de nuestra fracción - una completa declaración de principios y nuestra posición sobre las cuestiones actuales nacionales e internacionales. Comparando esta plataforma con las resoluciones y tesis que nosotros, como cualquier otra fracción, solíamos escribir en la lucha fraccional nacional interna, se ve el abismo que separa a la gente que ha adquirido un punto de vista teórico internacional de aquellas mentes nacionales fraccionalistas, peleando en un área restringida. Nuestra plataforma comenzaba con nuestra declaración de principios a escala internacional, nuestra visión de las cuestiones rusas, nuestra posición sobre las grandes cuestiones teóricas que estaban en la cima de la pelea en el partido ruso -la cuestión del socialismo en un solo país. A partir de aquí, nuestra plataforma proseguía con las cuestiones nacionales, la cuestión sindical en los EE.UU. los detalles de los problemas de organización del partido, etc. Por primera vez. en la prolongada pelea fraccional en el movimiento comunista norteamericano, entraba en la arena un real documento marxista internacional. Este fue el resultado de haber adherido a la Oposición de Izquierda rusa y a su programa. Imprimimos esta plataforma en The Militant, primero como nuestra propuesta a la convención del PC, porque, aunque expulsados, manteníamos nuestra posición de fracción. No disparamos del partido.

No comenzamos uno nuevo. Volvimos a los miembros del partido y dijimos: "Venimos de este partido, y este es nuestro programa para la convención del partido, nuestra plataforma". Naturalmente, no esperábamos que los burócratas nos permitieran defenderlo en la convención. Tampoco esperábamos que lo adopten. Apuntábamos a los cuadros y a las filas del comunismo. Fue esta línea, esta técnica. la que nos dio una aproximación a los cuadros y a la base del PC. Cuando Lovestone, Foster y Cía. les decían: "Estos compañeros, estos trotskistas son enemigos de la Internacional Comunista; quieren romper el partido, nosotros podíamos, demostrarles que no era así. Nuestra respuesta era: "No, nosotros aún somos miembros del partido, y estamos sometiendo una plataforma al partido que daría una clara posición principista y una mejor orientación". De esta forma mantuvimos nuestro contacto con los mejores elementos del partido. Refutamos la calumnia de que éramos enemigos del comunismo y los convencimos de que nosotros mismos éramos sus leales defensores. Por este medio primero ganamos su atención y eventualmente reclutamos algunos de ellos, uno por uno, a nuestro grupo.

El 19 de marzo, veo en mis notas, citamos un mitin en el Labor Temple para protestar por la deportación de Trotsky de la Unión Soviética. A la altura de la conmoción mundial que había creado esta noticia, llamamos a un encuentro de masas aquí en el Labor Temple con Cannon, Aber y Schachtman anunciados como oradores. Protestamos contra esta infamia y nuevamente declaramos en público nuestra solidaridad con Trotsky.

Con fecha del 17 de mayo de 1929, The Militant publicó el llamado para la primera Conferencia de la Oposición de Izquierda de EE.UU. La tarea principal de esta conferencia, como la anunciamos en el llamado y en los subsecuentes artículos pre-conferencia, era adoptar la plataforma. Esta plataforma, que Cannon, Abern y Schachtman habían bosquejado y sometida al PC como un esquema, se transformó en el bosquejo de plataforma para nuestra organización, sometida a nuestra primer conferencia. Otra tarea de esta conferencia fue clarificar a nuestras filas en nuestra posición sobre la cuestión rusa. Si ustedes estudian la historia del bolchevismo norteamericano desde 1917 hasta el presente, encontrarán que en cada coyuntura, en cada ocasión crítica, en cada giro de los hechos, la cuestión rusa era la que dominaba la disputa. Era la cuestión rusa la que determinaba la lealtad de la gente, si era revolucionaria o reformista, desde 1917 hasta la ruptura en el Partido Socialista en 1919. En el momento de la expulsión de los trotskistas en 1928; en las innumerables peleas que hemos tenido con varias fracciones y grupos en el curso de nuestro propio desarrollo; hasta nuestra pelea con la oposición pequeño burguesa en el SWP en 1939 y 1940- la cuestión sobresaliente era siempre la cuestión rusa. Siempre era dominante porque la cuestión rusa es la cuestión de la revolución proletaria. No es el problema abstracto de una futura revolución; es la cuestión de la revolución misma, que tiene lugar en la actualidad y aún vive. La actitud hacia aquella revolución hoy, como ayer, y como en el comienzo, es el criterio decisivo para determinar el carácter de un grupo político.

Teníamos que clarificar esta cuestión en nuestra primer conferencia, porque tan pronto fuimos expulsados y comenzamos a pelear contra la burocracia stalinista, toda clase de gente quiso unirse a nosotros con una sola pequeña condición, que volviéramos la espalda a la Unión Soviética y al PC construyéndonos en una organización anticomunista. Podríamos haber reclutado a cientos de miembros en los primeros días si hubiéramos aceptado esa condición. Había otros que querían abandonar la idea de funcionar como una fracción de PC y proclamaban un movimiento comunista completamente independiente. La tarea de nuestra conferencia era también aclarar este punto. ¿Deberíamos comenzar un partido independiente nuevo y renunciar a cualquier trabajo futuro en el PC, o debíamos continuar declarándonos fracción? Esta cuestión debía ser resuelta decisivamente.

Otro problema referido a la primera Conferencia Nacional era la naturaleza y la forma de nuestra organización nacional, y la elección de nuestra dirección nacional. Hasta ese momento los "tres generales" habían funcionado como la dirección simplemente por virtud del hecho de que ellos habían empezado la pelea. Esto era un buen y suficiente certificado para comenzar: aquellos que toman la iniciativa se vuelven líderes en la acción por una ley mucho más elevada que un referéndum. Pero esto no podía continuar indefinidamente. Reconocíamos que era necesario tener una conferencia y elegir una dirección del comité. Fuimos lo suficientemente afortunados como para recibir la respuesta del camarada Trotsky a nuestra comunicación en el momento de la conferencia. Su respuesta, así como todas sus cartas, todos sus artículos, estaban impregnados de sabiduría política. Sus consejos amistosos nos ayudaron a resolver nuestros problemas.

The Militant reportó que 31 delegados y 17 suplentes de 12 ciudades fueron a la primer conferencia del trotskismo norteamericano, representando a un total de alrededor de 100 miembros en todo el país. La conferencia fue citada en Chicago en Mayo de 1929. Como pueden ver por los números que he citado, casi la mitad de los miembros de nuestra joven organización vinieron como delegados y suplentes para formar esta histórica conferencia. Se encontró un espíritu de unidad, entusiasmo y una infinita confianza en nuestro gran futuro. La primera preparación que hicimos fue práctica, proteger la conferencia contra los pillos stalinistas. La delegación completa, unos 48 estaba alistada en el ejército de auto-defensa. Si los estalinistas intentaban interferir la conferencia hubieran recibido una buena respuesta por sus pecados. Pero ellos decidieron dejarnos solos y nosotros nos reunimos por días en paz.

Permítanme repetir. Había 31 delegados y 17 suplentes de 12 ciudades, representando aproximadamente a 100 miembros de nuestra organización nacional. No llamamos Liga Comunista de América, Oposición de Izquierda del PC.

Estábamos seguros que hacíamos lo correcto. Estábamos seguros que nuestro programa era correcto. Salimos de aquella conferencia convencidos de que todo el futuro desarrollo del movimiento comunista regenerado en Norteamérica, hasta el momento en que el proletariado tome el poder y comience a organizar la sociedad socialista, buscaría su origen en aquella primera Conferencia Nacional del Trotskismo Norteamericano en Chicago, en mayo de 1929.

Conferencia V
Los días de perro de la Oposición de Izquierda

Nuestra última conferencia nos llevó hasta la primera Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda, en mayo de 1929. Habíamos sobrevivido a las dificultades de los primeros seis meses de nuestra lucha, conservado nuestras fuerzas intactas y ganado algunos adherentes nuevos. En esta primera conferencia consolidamos nuestras fuerzas en una organización nacional, sentamos una dirección elegida y definimos más precisamente nuestro programa. Nuestros cuadros eran firmes, determinados. Eramos pobres en recursos y muy pocos en número, pero estábamos seguros que habíamos echado mano a la verdad y que con la verdad, finalmente triunfaríamos. Volvimos a Nueva York para comenzar el segundo paso de la lucha por la regeneración del comunismo norteamericano.

El destino de todo grupo político -si va a servir o degenerar y morir-se decide en sus primeras experiencias por el modo en que responde a dos cuestiones decisivas. La primera es la adopción de un programa político correcto. Pero esto solo no garantiza la victoria. La segunda es que el grupo decida correctamente cuál será la naturaleza de sus actividades, y qué tareas se deberá fijar, dado el tamaño y la capacidad del grupo, el período del desarrollo de la lucha de clases, la relación de fuerzas en el movimiento político, etc.

Si el programa de un grupo político, especialmente de uno pequeño, es falso, nada puede salvarlo. Es imposible alardear en el movimiento político como en la guerra, la única diferencia es que en tiempos de guerra las cosas son llevadas a un punto en el que cada debilidad es expuesta casi inmediatamente, como queda demostrado en una escena tras otra en la guerra imperialista actual. Esta ley opera igual de cruelmente en la lucha política. Los alardeos no andan. A lo sumo deciden gente por un tiempo, pero las principales victimas de la decepción, al fin, son los alardeadores mismos. Se debe tener lo correcto. Es decir, se debe tener un programa correcto para sobrevivir y servir a la causa de los trabajadores.

Un ejemplo del resultado fatal de una liviana actitud hacia el programa, es el notorio grupo de Lovestone. Algunos de ustedes que son nuevos en el movimiento revolucionario pueden no haber oído nunca de su fracción, que una vez jugó un rol prominente, tanto más cuanto que ha desaparecido completamente de escena. Pero en aquellos días la gente que constituía el grupo de Lovestone eran los dirigentes del PC norteamericano. Ellos llevaron adelante nuestra expulsión, y cuando seis meses más tarde ellos fueron expulsados, comenzaron con mucho más fuerzas y recursos que nosotros. Hicieron una aparición más imponente en los primeros días. Pero no tenían un programa correcto y no trataron de desarrollar otro. Pensaban que podían engañar un poco a la historia que podrían esquivar los principios y conservar unida una gran fuerza mediante compromisos en la cuestión del programa. Y ellos lo hicieron en el primer tiempo. Pero al final, este grupo, rico en energías y habilidades, y con algunas personas muy talentosas, fue totalmente destruido en la lucha política, ignominiosamente disuelto. Hoy, la mayoría de sus líderes, todos ellos, hasta donde yo conozco, se han sumado al bando de la guerra imperialista, sirviendo a fines absolutamente opuestos a aquellos a los que se habían propuesto servir al comienzo de su trabajo político. El programa es decisivo.

Por otro lado, si el grupo malinterpreta las tareas fijadas para él por las condiciones de la época, si no sabe cómo responder a la más importante de las cuestiones en política, es decir, la cuestión de qué hacer-, entonces el grupo, no importa cuáles han sido sus méritos, puede caer en esfuerzos mal dirigidos y actividades fútiles, y pasarlo muy mal. Entonces, como dije en mis palabras de apertura, nuestro destino estaba determinado en aquellos primeros días por la respuesta que diéramos a la cuestión del programa y al modo en que analizáramos las tareas de la época. Nuestro mérito, como nueva fuerza política surgida en el movimiento obrero norteamericano -el merito que asegura el progreso, la estabilidad y el futuro desarrollo del grupo- consistió en esto, que dimos respuestas correctas a ambas cuestiones. La conferencia no tomó en consideración todas las cuestiones propuestas por las condiciones políticas del momento. Tomó solamente las más importantes, es decir aquellas que debían ser respondidas primero. Y la primera de ellas era la cuestión rusa, la cuestión de la revolución existente. Como he remarcado en la conferencia anterior, ya desde 1917 se ha demostrado más y más que la cuestión rusa es la piedra de toque para toda corriente política en el movimiento obrero. Aquellos que toman una posición incorrecta sobre la cuestión rusa dejan el campo revolucionario tarde o temprano. La cuestión rusa ha sido dilucidada innumerables veces en artículos, folletos y libros. Pero a cada giro importante de los hechos se levanta de nuevo. Aún en 1939 y 1940, tuvimos que pelear nuevamente sobre la cuestión rusa con una corriente pequeño burguesa en nuestro propio movimiento. Aquellos que quieran estudiar la cuestión rusa en toda su profundidad, toda su agudeza, y toda su urgencia pueden encontrar abundante material en la Literatura de la IVª Intemacional. Por lo tanto no necesito dilucidarlo en detalle esta noche. Simplemente lo reduzco a sus aspectos esenciales y digo que la cuestión que nos confrontaba en nuestra primera convención era si debíamos seguir apoyando al estado Soviético, la Unión Soviética, independientemente del hecho de que su dirección había caído en las manos de una casta conservadora y burocrática. Había gente en aquellos días que se llamaba y se consideraba revolucionaria, que había roto con el PC, o había sido expulsada de él, y que quería darle la espalda completamente a la Unión Soviética y a aquello que quedara de la revolución rusa y comenzar haciendo borrón y cuenta nueva, con un partido anti-soviético. Nosotros rechazamos ese programa y a todos aquellos que lo querían imponer. Podríamos haber tenido muchos miembros en aquellos días si nos hubiéramos comprometido con esos fundamentos. Tomamos una firme posición de apoyar a la Unión Soviética; de no darle la espalda, sino de intentar reformarla por medio de los instrumentos del partido y la Comintern.

En el curso de los acontecimientos se ha probado que todos aquellos quienes, ya sea por impaciencia, ignorancia subjetivismo -no importa como fuera la causa- prematuramente anunciaron la muerte de la revolución rusa, estaban anunciando en realidad, su propia muerte como revolucionarios. Todos y cada uno de esos grupos y tendencias degeneraron, cayeron aparte de las bases reales, hacia los costados, y en muchos casos se fueron dentro del campo de la burguesía. Nuestra salud política, nuestra vitalidad revolucionaria, estaba resguardada, primero de todo, por la actitud correcta que tomamos hacia la Unión Soviética a pesar de los crímenes que habían sido cometidos, incluidos aquellos contra nosotros, por los individuos que estaban en el control de la administración de la Unión Soviética. La cuestión sindical tenía después de ésta una extraordinaria importancia, como siempre. En ese momento estaba particularmente agudizada. La Internacional Comunista, y los partidos comunistas bajo su dirección y control, después de un largo experimento con las alas derechas con políticas oportunistas, habían tornado un gran giro a la izquierda, al ultra izquierdismo -una manifestación característica del centrismo burocrático de la fracción de Stalin. Habiendo perdido el compás marxista, se distinguían por una tendencia a saltar de la extrema derecha a la extrema izquierda y viceversa. Habían seguido una larga experiencia con las políticas del ala derecha en la Unión Soviética, conciliando con los kulaks y los hombres de la Nep, hasta que la Unión Soviética y con ella la burocracia llegó hasta el borde del desastre. En la arena internacional políticas similares llevaban a resultados similares. En reacción a esto, y bajo la implacable crítica de la Oposición de Izquierda, introdujeron una corrección ultra izquierdista en toda la Iínea. Sobre la cuestión sindical oscilaban alrededor de la posición de dejar los sindicatos establecidos, incluida la American Federation of Labor (Federación Americana de Trabajadores), y comenzar un nuevo movimiento sindical bajo el control del PC. La política insana de "Sindicatos rojos" se volvió la orden del día. Nuestra primer Conferencia Nacional tomó una firme posición contra aquella política, y se declaró en favor de operar dentro del movimiento de trabajadores existente, confinando el sindicalismo independiente al campo no organizado. Atacamos cruelmente el revivir del sectarismo contenido en la teoría de un nuevo movimiento sindical "Comunista" creado por medios artificiales. Por esta posición, por la corrección de nuestra política sindical, nos aseguramos que cuando llegara el tiempo para nosotros de tener algún acceso al movimiento de masas sabríamos el camino más corto hacia ellas. Hechos posteriores confirmaron lo correcto de nuestra política sindical adoptada en nuestra primer conferencia y consistentemente mantenida después.

La tercer gran cuestión que debíamos responder era si debíamos crear un nuevo partido independiente, o aún considerarnos una fracción del existente PC y la Comintern. Aquí nuevamente estábamos acosados por gente que pensaba que eran radicales, ex miembros del PC que se habían vuelto completamente ácidos y querían "tirar el agua sucia con el niño adentro" sindicalistas y elementos ultra izquierdistas quienes, en su antagonismo hacia el PC, estaban dispuestos a hacer combinaciones con cualquier persona que estuviera lista a crear un partido en oposición a él. Mas aún, en nuestras propias filas había unas pocas personas que reaccionaron subjetivamente ante las expulsiones burocráticas, las calumnias, la violencia y el ostracisrno empleado contra nosotros. Ellos también querían renunciar al PC y comenzar un nuevo partido. Esto tenía una atracción superficial. Pero nosotros resistimos, rechazamos aquella idea. La gente que sobresimplifica la cuestión solía decirnos: "¿Cómo pueden ser una fracción de un partido cuando están expulsados del mismo?"

Nosotros explicamos: esto es cuestión. de valorar correctamente a los miembros del PC y de encontrar la mejor táctica para acercarnos a ellos. Si el PC y sus miembros habían degenerado más allá de toda reclamación, y si un grupo más progresivo de trabajadores existe (ya sea actualmente o potencialmente por razón de la dirección en la cual se mueve ese grupo) fuera del cual podemos crear un nuevo y mejor partido -entonces el argumento por un partido nuevo es correcto. Pero, dijimos, no vemos un grupo así por ningún lado. No vemos nada realmente progresivo, ninguna militancia, ninguna real inteligencia política en todas esas diversas oposiciones, individuales o tendencias. Son todos críticos coyunturales y sectarios. La real vanguardia del proletariado consiste en aquellas decenas de miles de trabajadores que han sido despertados por la revolución rusa. Aún son leales a la Comintern y al PC. No han seguido atentamente el proceso gradual de degeneración. Es imposible lograr un auditorio entre esa gente, si uno no se ubica en el terreno del partido, y hace lo posible no por destruirlo, sino por reformarlo demandando la readmisión al partido con derechos democráticos.

Resolvimos aquel problema correctamente, declarándonos una fracción del partido y de la Comintern. Llamamos a nuestra organización La Liga Comunista de América (Oposición), para indicar que no éramos otro partido sino simplemente una fracción opositora al viejo partido. La experiencia ha demostrado suficientemente lo correcto de esta decisión. Por medio de seguir siendo partidarios del PC y de la Internacional Comunista, oponiéndonos la dirección burocrática, apreciando correctamente a los cuadros y a la base como lo estábamos haciendo en ese momento, y buscando contacto con ellos, continuamos ganando nuevos adeptos desde las filas de los trabajadores comunistas. La abrumadora mayoría de nuestros miembros en los cinco primeros años de nuestra existencia venía del PC. Así construimos los fundamentos de un movimiento comunista regenerado. La gente antisoviética y antipartido nunca produjeron nada, sino confusión. Aparte de nuestra decisión de formar, en ese momento, una fracción y no un nuevo partido, circulaba otra importante y problemática cuestión que fue debatida y peleada por un largo espacio de cinco años en nuestro movimiento -desde 1928 hasta 1933. Esa cuestión era: ¿Qué tarea concreta deberíamos fijar para un grupo de 100 personas desparramadas por la amplia expansión de este vasto país? Si nos constituíamos como un partido independiente, debíamos apelar directamente a la clase obrera, darle la espalda al degenerado PC, y embarcarnos en una serie de esfuerzos y actividades en el movimiento de masas. Por el contrario, si éramos no un partido independiente sino una fracción, se sigue que debíamos dirigir nuestros mayores esfuerzos, apelaciones y actividades, no a la masa de 40 millones de obreros norteamericanos, sino a la vanguardia de la clase organizada en y alrededor del PC. Ustedes ven cómo estas dos cuestiones empalman. En política -y no solo en política- una vez que se dice "A" se debe decir "B". Debíamos o bien girar nuestra cara hacia el PC, o lejos del PC, en dirección a las masas no desarrolladas, desorganizadas y no educadas. No se puede comer la torta y guardarla a la vez.

El problema era entender la actual situación, el grado de desarrollo hasta el momento. Por supuesto, se debe encontrar un camino hacia las masas para crear un partido que pueda dirigir la revolución. Pero el camino a las masas pasa a través de su vanguardia y no sobre su cabeza. Esto no era entendido por mucha gente. Pensaban que podían saltear a Ios obreros comunistas, ir adentro, al medio del movimiento y encontrar ahí a los mejores candidatos para el grupo más avanzado, más desarrollado teóricamente del mundo, es decir, la Oposición de Izquierda que era la vanguardia de la vanguardia. Esta concepción era errónea, producto de la impaciencia y del fracaso para pensar las cosas. En vez de esto, nosotros fijarnos como nuestra principal tarea, propaganda, no agitación.

Dijimos: nuestra primer tarea es hacer conocidos los principios de la Oposición de Izquierda en Ia vanguardia. No dejarnos diluir por la idea de que podemos ir ahora hacia la gran masa analfabeta. Primero debemos ganar lo que hay de ganable en el grupo de vanguardia consistente en algunas decenas de miles de miembros y simpatizantes del PC, y cristalizar a partir de ellos los cuadros ya sea para reformar el partido, o si después de un serio esfuerzo al fin fracasado -y sólo cuando el fracaso es demostrado concluyentemente- para construir uno nuevo con las fuerzas reclutadas en el empeño. Sólo de esta manera es posible para nosotros reconstruir el partido en el real sentido de la palabra. En este momento aparecería en el horizonte una figura que probablemente también sea extraña para muchos de ustedes, pero que en aquellos días hizo una tremenda cantidad de ruido. Albert Weisbord había sido un miembro del PC y había sido expulsado alrededor de 1929 por críticas, o por una razón u otra- nunca estuvo lo bastante claro. Después de su expulsión decidió hacer algunos estudios. Frecuentemente ocurre, ustedes saben, que cuando la gente recibe un duro golpe después se empieza a preguntar sobre la causa del mismo. Weisbord emergió pronto de sus estudios para anunciarse como trotskista; no 50% trotskista como éramos nosotros sino un real, genuino, 100% trotskista, cuya misión en la vida era dirigirnos correctamente.

Su revelación fue: los trotskistas no deben ser un círculo de propaganda, sino que deben ir directamente a la "masa trabajadora". Esta concepción debía llevarlo lógicamente a la propuesta de formar un partido nuevo, pero no podía hacer eso convenientemente porque no tenia ningún miembro. Debía aplicar la táctica de ir primero a la vanguardia -es decir sobre nosotros. Con unos pocos amigos personales y otros, comenzó una enérgica campaña de sondear "por dentro" y "golpear de afuera" al pequeño grupo de 25 o 30 personas que teníamos organizado en aquel momento en la ciudad de Nueva York. Mientras nosotros proclamábamos la necesidad de propagandizar a los miembros y simpatizantes del PC como un eslabón hacia el movimiento de masas, Weisbord proclamaba un programa de actividad de masas, dirigiendo el 99% de sus actividades de masas no a éstas, ni siquiera al PC, sino a nuestro pequeño grupo trotskista. El estaba en desacuerdo con nosotros en todas las cuestiones y nos denunciaba como representantes falsos del trotskismo. Cuando decíamos sí, él decía positivamente sí. Cuando decíamos 75 el elevaba la oferta. Cuando decíamos "Liga Comunista de América", él llamaba a su grupo "Liga Comunista de Combate" para hacerlo más fuerte. El corazón y el centro de la pelea con Weisbord era la cuestión de la naturaleza de nuestra actividad. El estaba impaciente por saltar dentro de la masa trabajadora por sobre la cabeza del PC. Nosotros rechazamos ese programa y él nos denunció con un denso boletín mimeografiado tras otro.

Algunos de ustedes posiblemente tengan la ambición de hacerse historiadores del movimiento, o al menos estudiosos de la historia del movimiento. Si es así, estas conferencias informales mías les pueden servir como una guía para un futuro estudio de las cuestiones más importantes y de los puntos de viíaie. No hay escasez de literatura. Si escarban por ella encontrarán literalmente fardos de boletines mimeografiados dedicados a la crítica y a la denuncia a nuestro movimiento -y especialmente a mí, por algunas razones. Esta clase de cosas han ocurrido tan a menudo que a la larga aprendí a aceptarla como una cuestión corriente. Cuando cualquier persona se volvía loca en nuestro movimiento comenzaba a denunciarme con lo más fuerte de su voz, sin ningún tipo de provocación de cualquier clase por mi parte. Weisbord nos denunció, particularmente a mí, pero nosotros lo combatimos.

Conservamos nuestro curso.

Había gente impaciente entre nuestros cuadros que" pensó que la prescripción de Weisbord podría ser un buen intento, un camino para un pobre pequeño grupo para hacerse rico rápidamente. Es muy fácil aislar gente, reunida junta en una pequeña habitación, a menos que conserven el sentido de la proporción, de la salud y del realismo. Algunos de nuestros camaradas, disconformes con nuestro lento crecimiento, fueron atraídos por la idea de que necesitábamos sólo un programa para el trabajo entre las masas para ir hacia ellas y ganarlas. Este sentimiento creció y se extendió al punto que Weishord creó una pequeña fracción dentro de nuestra organización. Nos vimos obligados a declarar un mitín abierto para la discusión. Admitimos a Weisbord, quien no era un miembro formal, y le dimos el derecho a la palabra. Debatimos la cuestión con mucha fuerza y violencia. Eventualmente aislamos a Weisbord. El nunca enroló más de 13 miembros en su grupo en Nueva York. Este pequeño grupo atravesó una serie de expulsiones y fracturas y eventualmente desapareció de escena.

Consumimos una enorme cantidad de tiempo y energía debatiendo y peleando por esta cuestión. Y no solo con Weisbord. En aquellos días estábamos continuamente acosados por la impaciencia de la gente entre nuestras propias filas. Las dificultades del momento presionaban fuerte sobre nosotros. Semana tras semana y mes a mes parecía haber ganado duramente una pulgada. Se instaló la desmoralización y con ella la demanda, por algún esquema para crecer más rápido, alguna fórmula mágica. PeIeamos, discutimos y mantuvimos a nuestro grupo en la línea correcta, conservamos la cara vuelta a la única fuente posible para un crecimiento sano: las filas de los obreros comunistas que aún permanecían bajo la influencia del PC. El "giro a la izquierda" del stalinismo apilonó nuevas dificultades para nosotros. Este giro que fue en parte diseñado por Stalin para serruchar el piso debajo de los pies de la Oposición de Izquierda, que los stalinistas parecieran aún más radicales que la Oposición de Izquierda de Trotsky. Expulsaron a los lovestonistas del partido como "alas derechas", y giraron la dirección del partido a Foster y Cía. y proclamaron una política de izquierda. Por esta maniobra nos asestaron un golpe devastador. Aquellos elementos descontentos en el partido, que se habían inclinado hacia nosotros y que se habían opuesto al oportunismo del grupo de Lovestone, se reconciliaron con el partido. Solían decirnos: "Ustedes ven, están equivocados. Stalin tiene razón en todas las cosas. Está tomando una posición radical en toda la línea en Rusia, Norteamérica y en todas partes". En Rusia, la burocracia stalinista declaró la guerra a los kulaks. Alrededor del mundo se le estaba serruchando el piso bajo los pies a la Oposición de Izquierda. Tuvieron lugar en Rusia series completas de capitulaciones. Radek y otros abandonaron la lucha con la excusa de que Stalin había adoptado la política de la Oposición. Hubo, yo diría, quizás cientos de miembros del PC, quienes habían sido inclinados hacia nosotros, que habían obtenido la misma impresión y retomaron al stalinismo en el período dcl giro a la ultra-izquierda.

Aquellos fueron los verdaderos días de perros de la Oposición de Izquierda. Habíamos tenido los primeros seis meses con un progreso bastante firme y formamos nuestra organización nacional en la conferencia con altas expectativas. Después el reclutamiento de los miembros dcl partido se paró de pronto. Después de la expulsión de los Lovestonistas, un signo de ilusión brilló a través del PC. La reconciliación con el stalinismo se volvió la orden del día. Estábamos acorralados. Y después comenzó el gran ruido del Plan Quinquenal. Los miembros del PC estaban encendidos de entusiasmo por el Plan Quinquenal por el cual la Oposición de Izquierda se originó y demandó. El pánico en los EE.UU., la "depresión", causó una gran ola de desilusión con el capitalismo. El PC en aquella situación apareció como la fuerza más radical y revolucionaria en el país. El partido comenzó a crecer y a engordar sus filas y a atraer simpatizantes a su rebaño.

Nosotros, con nuestras críticas y explicaciones teóricas. aparecíamos ante los ojos de todos como un grupo imposibilitado, quisquillosos y tercos. Nosotros seguíamos tratando de hacerle entender a la gente que la teoría del socialismo en un solo país es fatal para el movimiento revolucionario, que debíamos aclarar esta cuestión de la teoría a cualquier costo. Enamorados por los primeros logros del Plan Quinquenal, solían buscamos y decirnos, "esta gente está loca, no viven en este mundo". Al tiempo en que decenas y cientos de miles de nuevos elementos comenzaban a mirar hacia la Unión Soviética, saliendo adelante con el Plan Quinquenal, mientras el capitalismo parecía que se iba a los caños, aquí estaban los trotskistas, con sus documentos bajo el brazo, demandando que ustedes lean sus libros, estudien, discutan, etc. Nadie quería escucharnos.

En aquellos días de perros para el movimiento habíamos sido aislados de todo contacto. No teníamos amigos, ni simpatizantes, ni periferia alrededor del movimiento. No teníamos ninguna oportunidad para participar en el movimiento de masas. Toda vez que intentábamos entrar en una organización obrera éramos expulsados como trotskistas contrarrevolucionarios. Intentamos enviar delegaciones a los encuentros de los desocupados. Nuestras credenciales eran rechazadas con el argumento de que éramos enemigos de la clase obrera. Estábamos completamente aislados, forzados sobre nosotros mismos. Nuestro reclutamiento cayó a casi nada. El PC y su vasta periferia parecían estar herméticamente cerrados contra nosotros.

Después, como siempre es el caso con un movimiento político nuevo, comenzamos a reclutar de fuentes no muy saludables. Si ustedes se ven siempre reducidos a un pequeño puñado, como pueden ser los marxistas en las mutaciones de la lucha de clases, si las cosas van mal una vez más y deben comenzar de nuevo, entonces les voy a contar, como advertencia algunos de los dolores de cabeza que van a tener. Todo nuevo movimiento atrae ciertos elementos que podrían ser llamados apropiadamente los lunáticos marginales. Siempre exóticos, buscan la más extrema expresión de radicalismo, de disturbios, de palabrerías, oposicionistas crónicos que han sido expulsados de media docena de organizaciones -gente como esta comenzó a venir hacia nosotros en nuestro aislamiento, gritando, "Hola, Camaradas". Yo siempre estuve en contra de admitir a esta gente, pero la presión era muy fuerte. Yo entré en una pequeña pelea en la zona de Nueva York de la Liga Comunista en contra de admitir a un hombre como miembro sobre la base exclusiva de su apariencia y vestido.

Me preguntaron "¿Qué tiene usted contra él?"

Yo dije, "El lleva puesto un traje dc corderoy de arriba abajo, estilo Greenwich Village, con un bigote tramposo y pelo largo. Hay algo malo con ese muchacho".

Yo no estaba haciendo una broma tampoco. Dije, gente de este tipo no va a ser apropiada para acercarse al obrero norteamericano ordinario. Van a marcar nuestra organización como algo extravagante, anormal, exótico; algo que no tiene nada que ver con la vida normal del obrero norteamericano. Yo tenía razón en general, y en este caso en particular. Nuestro muchacho de traje de corderoy, después de hacer toda clase de problemas en la organización, eventualmente se volvió un oehlerista.

Mucha gente que venía a nosotros se había vuelto contra el PC no por sus costados malos, sino por sus lados buenos; es decir, la disciplina del partido, la subordinación de los individuos a las decisiones del partido en el trabajo corriente. Una gran cantidad de pequeños burgueses diletantes que no podían soportar cualquier clase de disciplina, que habían abandonado al PC o habían sido expulsados de él, querían, o mejor pensaban que querían, hacerse trotskistas. Algunos de ellos se unieron a la rama de Nueva York y trajeron con ellos aquel mismo prejuicio contra la disciplina a nuestra organización. Muchos de los nuevos hacían un fetiche de la democracia. Fueron tan repelidos por el burocratismo del PC, que ellos deseaban una organización sin autoridad, disciplina, o centralización alguna.

Toda la gente de esta clase tiene una característica en común: les gusta discutir cosas sin límite o fin. La rama de Nueva York del movimiento trotskista en aquellos días era un continuo hervidero de discusión. Nunca encontré uno solo de esos elementos que no se expresara bien. He buscado uno pero nunca lo he encontrado. Todos sabían hablar, y no solamente que pueden sino que quieren y eternamente, sobre toda cuestión. Eran iconoclastas que no aceptaban nada como autoridad, como decidido en la historia del movimiento. Toda cosa y toda persona tenía que ser probada de nuevo desde el gateo.

Separados por un muro de la vanguardia representada por el movimiento comunista y sin contacto con el movimiento vivo de masas de los trabajadores, fuimos empujados sobre nosotros mismos sujetos a esa invasión. No había otro camino fuera de ese. Debíamos atravesar el prolongado período de ansiedad y discusión. Yo tuve que escuchar, y esa es una razón de por qué mis canas son tantas. Nunca fui un sectario ni un irracional. Nunca tuve paciencia con la gente que se equivocaba por elocuente entre las cualidades de un dirigente político. Pero uno no podía irse de este grupo penosamente bloqueado. Este pequeño y frágil núcleo del futuro partido revolucionario debía mantenerse junto. Tuve que pasar por esa experiencia. Como fuera debía sobrevivir. Uno debe tener paciencia en la búsqueda del futuro; es por eso que nosotros escuchamos a los palabreríos. No era fácil. He pensado muchas veces que, a pesar de mi incredulidad, hay algo cierto en lo que ellos dicen sobre el mundo que vendrá, yo seré bien recompensado -no por lo que he hecho, sino por lo que he tenido que escuchar.

Aquel fue el tiempo más duro. Y después, naturalmente, el movimiento se deslizó dentro de su período inevitable de dificultades internas, fricciones y conflictos. Teníamos peleas feroces y pequeñas, muy frecuentemente sobre pequeñas cosas. Había razones para ello. Ningún movimiento pequeño y aislado ha sido capaz de escapar a eso. Un pequeño grupo aislado se repliega sobre si mismo, con el peso del mundo entero presionando sobre él, no teniendo ningún contacto con el movimiento de masas obreras y sin obtener ninguna corrección de él, está condenado, en el mejor de los casos a tener un tiempo duro. Nuestras dificultades estaban incrementadas por el hecho de que muchos adeptos no eran material de primera clase. Muchas de las personas que se unieron a la rama de Nueva York, no estaban allí realmente por justicia. No eran del tipo que, a largo plazo, pudiera construir un movimiento revolucionario- elementos diletantes, pequeño burgueses, indisciplinados.

Y luego, la eterna pobreza del movimiento. Estábamos intentando publicar un periódico, estábamos intentando publicar una lista completa de panfletos, sin los recursos necesarios. Cada centavo que ganábamos era devorado inmediatamente por los gastos del periódico. No teníamos ni una moneda de cinco centavos para cambiar. Aquellos fueron los días de real presión, los duros días de aislamiento, de pobreza, de descorazonadoras dificultades internas. Esto duró no por semanas o meses, sino por años. Y bajo esas condiciones adversas, que persistieron por años, cualquier cosa débil de cualquier individuo era presionada a salir a la superficie; toda cosa insignificante, egoísta y desleal. Yo me había relacionado con algunos de estos individuos antes, en los días en que el clima era favorable. Ahora venía a conocerlos en su sangre y sus huesos. También en esos días terribles aprendí a conocer a Ben Webster y a los hombres de Minneápolis. Ellos siempre me apoyaron, nunca me fallaron, siempre me tendieron su mano.

El movimiento más grandioso, con su magnífico programa de liberación de toda la humanidad, con las más grandiosas perspectivas históricas, estaba inundado en esos días por un mar de problemas insignificantes, celos, formaciones de corrillos y luchas internas. Lo peor de todo es que estas luchas fraccionales no eran totalmente comprensibles para la militancia porque los grandes sucesos políticos que estaban implícitos en ellas aún no habían estallado. Sin embargo, no eran meras peleas personales, como frecuentemente parecían ser, sino, como es ahora más claro para todos, el ensayo prematuro de una lucha grande y definitiva en 1939-40 entre las tendencias proletarias y pequeño burguesas dentro de nuestro movimiento.

Aquellos fueron los días más duros de todos en los 30 años que he estado activo en el movimiento -aquellos días desde la Conferencia de 1929 en Chicago hasta 1933. Los años del hermético, terrible, cerrado aislamiento con todas las dificultades concomitantes. El aislamiento es el hábitat natural para un sectario, pero para uno que tiene un instinto hacia el movimiento de masas es el más cruel de los castigos. Aquellos fueron los días duros, pero a pesar de todo llevamos adelante nuestras tareas de propaganda, y de conjunto lo hicimos bastante bien. En la Conferencia de Chicago habíamos decidido que a cualquier costo íbamos a publicar el mensaje completo de la Oposición rusa, todos los documentos acumulados, que habían sido suprimidos, y los escritos corrientes de Trotsky que eran muy útiles para nosotros. Decidimos que la cosa más revolucionaria que podíamos hacer no era ir hacia afuera a proclamar la revolución en la Union Square, tampoco tratar de ponernos nosotros mismos a la cabeza de decenas de miles de obreros que aún no nos conocían, ni saltar sobre nuestra propias cabezas.

Nuestra tarea, nuestra obligación revolucionaria, era imprimir, hacer propaganda en el sentido más estricto y concentrado, es decir, publicación y distribución de literatura teórica. Para ese fin empobrecimos a nuestros miembros para juntar dinero para comprar una maquina linotipia de segunda mano y sentar nuestro propio negocio de impresión. De todos los asuntos de empresas que han sido ideados en la historia del capitalismo, pienso que éste era el mejor, considerando los medios disponibles. Si no hubiéramos estado interesados en la revolución pienso que nos podríamos haber calificado fácilmente, sólo sobre la base de esa empresa, como muy buenos expertos en negocios. Ciertamente hicimos todo tipo de maniobras para conservar ese negocio andando. Asignamos a un camarada joven, que había terminado recién la escuela de linotipia, para manejar la máquina. No era un mecánico de primera clase entonces; ahora él no solo es un buen mecánico sino también un dirigente partidario y un profesor del staff de la Escuela de Ciencias Sociales de Nueva York. En aquellos días el peso completo de la propaganda del partido descansaba sobre este solo camarada que manejaba la máquina linotipia. Había una historia sobre él -yo no sé si es verdadera o no- que nunca supo mucho sobre la máquina. Era una máquina arruinada de segunda mano que nos había sido vendida con engaño. En cualquier momento paraba de trabajar, como una mula cansada. Charlie la ajustaba con unos pocos punteles y si esto no ayudaba, tomaba un martillo y le daba al linotipo un golpe o dos. Después comenzaba a trabajar de manera apropiada de nuevo y otra impresión de The Militant salía. Más tarde, tuvimos impresores amateurs. Alrededor de la mitad de la rama de Nueva York solía trabajar en la imprenta en un momento u otro -pintores, albañiles, trabajadores textiles, contadores, -todos ellos sirvieron como armadores amateurs. Con un negocio muy ineficiente y sobrecargado establecimos ciertos resultados a través del trabajo no pago. Ese era el único secreto de la planta de impresión trotskista. No era eficiente desde otro punto de vista, pero seguía andando por el secreto que todo amo de esclavos sabe desde el Faraón que si ustedes tienen esclavos no necesitan mucho dinero. Nosotros no teníamos esclavos sino que teníamos ardientes y devotos camaradas que trabajaban día y noche por nada en la máquina así como en el trabajo editorial. Estábamos cortos de fondos. Todas las cuentas estaban siempre vencidas y no pagadas, con los acreedores presionando para un pago inmediato. Tan pronto como era saldada la cuenta de papel teníamos que pagar la renta del edificio bajo amenaza de evicción. La cuenta del gas tenía que ser pagada con apuro porque sin gas el linotipo no trabajaba. La cuenta eléctrica tenía que ser pagada porque el negocio no podría operar sin corriente y luz. Todas las cuentas debían ser pagadas, tuviéramos el dinero o no. Lo más que podíamos esperar hacer era cubrir la renta, el costo del papel, gastos de instalación y reparación del linotipo y las cuentas de gas y luz. Rara vez hubo algo dejado sujeto aI "pagadios" -no sólo para los camaradas que trabajaban en la imprenta, sino también para los dirigentes de nuestro movimiento. Fueron hechos grandes sacrificios por los cuadros y los militantes todo el tiempo, pero nunca tan grandes como los sacrificios hechos por los dirigentes. Es por esto que los dirigentes del movimiento han tenido siempre una fuerte autoridad moral. Los dirigentes de nuestro partido estaban siempre en posición de demandar sacrificios porque ellos sentaron el ejemplo y todos lo sabían.

De una forma u otra el periódico salía. Se imprimían folletos unos tras otro. Diferentes grupos de camaradas auspiciaban un nuevo folleto de Trotsky, poniendo el dinero para pagarlo. En aquella anticuada imprenta nuestra fue impreso un libro entero sobre los problemas de la revolución china. Todo camarada que quiera saber sobre los problemas de Oriente debe leer el libro que fue publicado bajo aquellas condiciones adversas en el 84 Este de la 10ª avenida, New York.

Y a pesar de todo -he citado mucho de los costados negativos y las dificultades- a pesar de todo, avanzamos unas pocas pulgadas. Educamos al movimiento en los grandes principios del bolchevismo a un nivel nunca conocido en este país antes. Educamos un tipo de cuadro que estaba destinado a jugar un gran rol en el movimiento obrero norteamericano. Indagamos algunos de los desajustes y reclutamos buena gente una por una; ganamos un miembro aquí y otro allá; comenzamos a establecer nuevos contactos.

Tratamos de citar mitines públicos. Era muy difícil porque en aquellos días nadie quería escucharnos. Recuerdo los grandes esfuerzos que hicimos una vez para movilizar a la organización entera para distribuir octavillas, para tener un mitin masivo en esta misma habitación. Fueron 59 personas, incluidos nuestros propios miembros, y la organización entera fue movilizada con entusiasmo. Íbamos diciéndonos unos a otros: "Tuvimos 59 personas presentes en la conferencia la otra noche. Comenzamos a crecer".

Recibimos ayuda desde afuera de Nueva York. Desde Minneápolis, por ejemplo. Nuestros camaradas que más tarde ganaron gran fama como Iíderes obreros no fueron siempre famosos líderes obreros. En aquellos días ellos eran cargadores de carbón, trabajaban de 10 a 12 horas diarias en las carboneras, cargador de carbón, la clase más dura de trabajo físico. Por fuera de su salario ellos solían ganar 5 o 10 dólares por semana y los pasaban rápidamente a Nueva York para asegurar que saliera The Militant. Muchas veces no tuvimos dinero para papel. Mandábamos un cable a Minneapolis y nos retornaba una orden telegráfica de dinero por $25 o algo así. Camaradas en Chicago y en otros lugares hacían las mismas cosas.

Fue por una combinación de todos estos esfuerzos y todos esos sacrificios en todo el país que sobrevivimos y mantuvimos el periódico. Había una ganga ocasional. Una vez o dos un simpatizante nos daba $25. Aquello eran realmente vacaciones en nuestro oficio. Teníamos un "fondo flotante" que era el último recurso de nuestro desesperado estado financiero. Un camarada que alquilaba, digamos a $30 o $40 a pagar en los primeros quince días del mes, nos los mandaba el 10 para pagar algunas cuentas urgentes. Después en cinco días debíamos conseguir otro compañero que enviara su dinero de la renta para permitirnos pagarle al otro camarada a tiempo para satisfacer a su propietario. El segundo camarada entonces evitaba a su propietario mientras hacíamos otro tanto, pidiendo prestado a otra persona más de su renta para devolverle el dinero. Esto caminaba todo el tiempo. Nos daba algún capital flotante para zafar.

Aquellos eran tiempos crueles y pesados. Nosotros los sobrevivimos porque teníamos confianza en nuestro programa y porque teníamos la ayuda del camarada Trotsky y de nuestra organización internacional. El camarada Trotsky comenzó por tercera vez su gran trabajo en el exilio. Sus escritos y su correspondencia nos inspiraron y abrieron para nosotros la ventana sobre un mundo completamente nuevo de comprensión teórica y política. La intervención del Secretariado Internacional fue de ayuda decisiva para nosotros en la solución de nuestras dificultades. Buscamos sus consejos y fuimos lo suficientemente sensibles para escucharlos y considerarlos cuando nos eran dados. Sin colaboración internacional - esto es lo que quiere decir la palabra "internacionalismo" - no es posible para un grupo político sobrevivir y desarrollarse en un camino revolucionario en esta época. Esto nos dio la fuerza para perseverar y sobrevivir, mantener la organización unida y estar listos cuando llegara nuestra oportunidad. En mi próxima conferencia les mostraré que estuvimos listos para cuando ésta llegó. Cuando apareció la primera fisura en este muro de aislamiento y estancamiento, fuimos capaces de colamos por ella, por fuera de nuestro grupo sectario. Comenzamos a jugar un rol en el movimiento político y en el movimiento obrero. La condición para esto fue conservar nuestro programa claro y nuestro coraje fuerte en aquellos días en que tenían lugar las capitulaciones en Rusia y la desazón de los trabajadores en todos los lugares. Una derrota tras otra caía sobre las cabezas de la vanguardia. Muchos comenzaron a cuestionar ¿Qué hacer? ¿Es posible hacer algo? ¿No es mejor dejar correr un poco las cosas? Trotsky escribió un artículo, "¡Tenacidad! ¡Tenacidad! ¡Tenacidad!". Esta era su respuesta al signo de desmoralización que siguió a la capitulación de Radek y otros. Sostenerse y pelear -esto es lo que los revolucionarios deben aprender, no importa cuan pequeños sean en número, no importa lo aislados que puedan estar. Sostenerse y pelear hasta que venga el estallido y entonces tomar ventaja de toda oportunidad. Nosotros nos mantuvimos hasta 1933, y después comenzamos a ver la luz del día. Entonces los trotskistas comenzaron a tener un lugar en el mapa político de su país. En la próxima conferencia les contaré sobre esto.

Conferencia VI
La ruptura con la Comintern

Hemos tenido hasta ahora cinco conferencias en este curso. Con la quinta conferencia la semana pasada, como ustedes recordarán, cubrimos los primeros 4 años de la Oposición de Izquierda, la Liga Comunista de América -1928 a 1932. Esa fue la época, como he remarcado la semana pasada, del más terrible aislamiento y de las dificultades más grandes para nuestro movimiento.

La semana pasada enfaticé -quizás sobre-enfaticé-, los aspectos negativos del movimiento en aquel período: la parálisis, la pobreza de fuerzas y de medios materiales, las inevitables dificultades internas inherentes a ese tipo de circunstancias, y los lunáticos extravagantes que nos plagaban como plagan a todo movimiento radical nuevo. Ese aislamiento junto con sus males fue impuesto sobre nosotros por factores objetivos, fuera de nuestro control. No podíamos prevenirlos, ni aún con los mejores esfuerzos, la mejor voluntad. Era la condición de la época. El mas importante de esos factores que hacían casi absoluto nuestro aislamiento era el resurgir del movimiento stalinista como resultado de la crisis en todos los países burgueses, al mismo tiempo en que la Unión Soviética avanzaba bajo el primer Plan Quinquenal de industrialización. El prestigio creciente de la URSS, y del stalinismo que parecía ser su legítimo representante a los ojos de la gente acrítica -y las grandes masas son acríticas- hacía aparecer a nuestro movimiento oposicionista como algo bizarro, no realista. Junto a esto, había una gran inmovilidad en el movimiento obrero en general. No había huelgas. Los obreros estaban aquietados. No estaban interesados en ninguna cuestión teórica. Ni siquiera estaban interesados en ninguna acción en ese momento. Todo esto actuaba contra nuestro pequeño grupo empujándolo a un rincón.

Nuestra tarea en esa época difícil era mantenerse, clarificar las grandes cuestiones, educar a nuestros cuadros preparándonos para el futuro cuando las condiciones objetivas abrieran las posibilidades para la expansión del movimiento. Nuestra tarea era también probar hasta el fin las posibilidades de reformar a los Partidos Comunistas y a la Internacional Comunista, que para ese momento había englobado prácticamente a todos los obreros de vanguardia en este país y en todo el mundo. Los eventos que comenzaron a estallar en todo el mundo en la primera parte de 1933 mostraron que habíamos triunfado magníficamente en nuestra tarea principal. Cuando las cosas se empezaron a mover, cuando las oportunidades vinieron a romper nuestro aislamiento, estábamos listos. No perdimos tiempo para atrapar las oportunidades que se nos presentaban en los comienzos de 1933, y especialmente en 1934.

Nuestro movimiento había sido educado en una gran escuela bajo la dirección y la inspiración del camarada Trotsky, la escuela del internacionalismo. Nuestros cuadros habían sido forjados tanto al calor del estudio como en las disputas sobre las grandes cuestiones mundiales. La gran debilidad del movimiento comunista norteamericano en el pasado, como ya he mencionado en las conferencias previas, era su estrechez nacionalista, no en la teoría sino en la práctica, su ignorancia de los hechos internacionales y su apatía hacia ellos; su carencia de una instrucción real y de un interés serio en la teoría. Esos errores fueron corregidos en nuestro joven movimiento. Educamos a un grupo de gente que procedía en todas esas cuestiones desde las consideraciones fundamentales de la teoría, desde la experiencia internacional, y aprendía a analizar los eventos internacionales. Los misterios del problema ruso fueron resueltos por nuestro movimiento. En artículo tras artículo, folleto tras folleto, libro tras libro, el camarada Trotsky abría para nosotros una visión internacional de todas las cuestiones. Nos dio una clara explicación de las complejidades de un estado obrero en un cerco capitalista, un estado obrero degenerado y dirigido por una burocracia retrógrada pero que aún mantenía sus bases fundamentales.

Alemania se estaba transformando ya en el centro del problema mundial. Trotsky ya en 1931 escribió un folleto que se llamaba "Alemania, la clave de la situación internacional". Antes que nadie percibió la amenaza creciente del fascismo y la inevitabilidad de un enfrentamiento fundamental entre fascismo y comunismo. Antes que nadie, y más claramente que nadie, analizó lo que se avecinaba en Alemania. Nos educó para una comprensión de esto e intentó preparar al Partido Comunista Alemán y a los obreros alemanes para esa prueba fatal.

La revolución española, que estalló en diciembre de 1930, también fue estudiada y comprendida por nuestro joven movimiento, ante todo con la asistencia de los escritos teóricos y las interpretaciones del camarada Trotsky.

Nos tomamos tiempo en esos días de aislamiento para estudiar la cuestión china. Yo mencioné la semana pasada que durante ese difícil período nuestro movimiento, a pesar de toda su pobreza y debilidad, publicó un libro "Problemas de la Revolución China". Ese libro contenía tesis censuradas, artículos y exposiciones de la Oposición Rusa, escritos en los días decisivosde la revolución china, 1925, 1926 y 1927. Esa gran batalla histórica mundial se había desarrollado, se podría decir, a espaldas de los ciegos miembros de la Comintern, a quienes no se les había permitido conocer lo que los grandes maestros del marxismo en la Oposición de Izquierda rusa tenían para decir acerca de estos eventos. Publicamos los documentos suprimidos. Nuestros camaradas fueron educados en los problemas de la revolución china. Esa fue una de las razones importantes -de hecho, es la razón importante de por qué nuestro partido tiene una clara y firme posición sobre la cuestión colonial hoy; por qué no perdimos la cabeza con la defensa de China y la lucha de independencia de la India. El significado que este gran levantamiento de los pueblos asiáticos tiene para la revolución proletaria internacional es entendido claramente por nuestro partido. Esa es parte de su herencia de aquellos días de aislamiento y estudio.

En la primera parte de 1933 comenzamos a intervenir más activamente en el movimiento obrero. Después de una larga preparación propagandística, comenzamos nuestro giro a un trabajo de masas. Ya les he contado sobre la pelea que tuvimos en nuestra organización con algunos impacientes que querían comenzar con un trabajo de masas, dejando para el futuro la educación de nuestros cuadros, la definición de nuestro programa y nuestro trabajo propagandístico. Eso era poner las cosas patas para arriba. Elaboramos nuestro programa, formamos nuestros cuadros, hicimos nuestro trabajo propagandístico preliminar, primero. Después, cuando se presentaron las oportunidades para la actividad en el movimiento obrero, estábamos listos para darle a nuestra actividad un objetivo. No nos embarcamos en la actividad solamente por la actividad en sí, lo que alguna vez fue descripto como todo movimiento hacia ningún objetivo. Estábamos preparados para entrar en el movimiento dc masas con un programa claramente definido y con métodos calculados para llegar a los máximos resultados para el movimiento revolucionario con la mínima cantidad de actividad requerida.

Leyendo los volúmenes de The Militant, que contienen un registro cronológico de nuestras actividades, planes y expectativas, se informa que el 22 de enero de 1933 había una conferencia de desocupados en New York. Había sido llamada, por supuesto, a iniciativa de la organización stalinista pero había una pequeña diferencia con algunas de sus conferencias previas de las que habíamos sido excluidos. En ese momento, en sus idas y venidas de la derecha a la izquierda, comenzaron a amenazar con un frente único, tratando de interesar a algunas organizaciones no stalinistas en un movimiento general de desocupados. Para tal fin, imprimieron un llamado invitando a todas las organizaciones a la conferencia. Comentamos en nuestro periódico que ese era un giro en la dirección correcta hacia el frente único, al menos un medio giro. Yo escribí un artículo señalando que al invitar a "todas las organizaciones" finalmente nos habían abierto una pequeña brecha por la cual la Oposición de Izquierda podría entrar a ese movimiento, podíamos hacernos camino por esa brecha y hacerla más amplia. Aparecimos en esa conferencia -Shachtman y Cannon- preparados para decirle a todo el proletariado cómo debía llevarse adelante la lucha contra el desempleo. Y esto no era una broma. Nuestro programa era el correcto, y lo explicamos extensamente. The Militant publica un reporte completo de nuestros discursos llamando a un frente único de partidos políticos y sindicatos para la ayuda a los desocupados.

E1 29 de enero de 1933 estaba citada en Gillespie, Illinois, una conferencia de "Progressive Miners Union" (Sindicato Minero Progresivo) y otras organizaciones obreras independientes para considerar la cuestión de una nueva federación obrera. Yo fui a la conferencia por invitación de un grupo de los "Progressive Miners", y hablé allí. Esa fue la primen vez en 5 años que pude salir de New York. Fue también la primera vez que un representante de la Oposición de Izquierda Norteamericana tenía una oportunidad para hablar a trabajadores, fuera del pequeño círculo de intelectuales radicales. Aprovechamos la oportunidad. Fui enviado por la Liga, pasé unos pocos días con los mineros, y establecí algunos contactos importantes. Se sentía muy bien estar una vez más en contacto con el movimiento vivo de los trabajadores, del movimiento de masas. De regreso en el ómnibus de Gillespie a Chicago -lo recuerdo claramente- leí en un diario la noticia de que el Presidente Hindenburg había nombrado a Hitler canciller. Tuve la sensación entonces, en ese momento, que las cosas empezaban a explotar. La parálisis, la inmovilidad en el movimiento obrero mundial comenzaba a abrirse. Las cosas se movían hacia un enfrentamiento. Nosotros estábamos completamente listos para tomar parte en la nueva situación. Mientras revisaba los informes el otro día, preparando mis notas para esta conferencia, me pareció que esa acción de nuestra Liga alcanzar por primera vez a participar en un mitín obrero de masas en Gillespie, Illinois, era el símbolo de nuestra puesta a tono con el nuevo período. Nuestra acción fue inconcientemente sincronizada con la ruptura del impasse en Alemania. Reaccionamos muy enérgicamente ante este nuevo desarrollo, a los comienzos de nuevas sacudidas en el movimiento obrero aquí y especialmente a la situación en Alemania. Éramos como atletas, entrenados y con ganas de entrar en acción, pero limitados por dificultades externas e imposibilitados de avanzar. Entonces, de pronto, se abrió una nueva situación y nos zambullimos en ella. Nuestra primera reacción ante los eventos alemanes fue llamar a un mitín de masas en New York. Por un largo tiempo habíamos abandonado la idea de mitines de masas porque las masas no vendrían. Lo mejor que podíamos hacer era llamar a pequeños foros, conferencias, reuniones de círculo, etc. Esta vez probamos un acto de masas: Stuyvesant Casino, 5 de febrero de 1933, "El significado de los hechos alemanes" con Shachtman y Cannon como oradores. El informe de The Militant cuenta que 500 personas fueron a ese mitín.

Hicimos sonar la alarma del inminente enfrentamiento entre fascismo y comunismo en Alemania. Después, mientras los acontecimientos eran más agudos, con hechos nuevos todos los días en Alemania, hicimos algo absolutamente sin precedentes para un pequeño grupo como el nuestro. Transformamos nuestra prensa. The Militant -que por aquella época era un semanario- lo sacamos tres veces a la semana, cada edición agitaba el mensaje del trotskismo sobre los eventos de Alemania. Ustedes podrían preguntarme cómo lo hicimos y yo no sería capaz de responderles. Pero lo hicimos. No era posible, pero hay un lema entre los trotskistas que en tiempos de crisis no se hace lo que es posible, sino lo que es necesario. Y nosotros pensábamos que era necesario salir de nuestra rutina de discusiones y críticas a los stalinistas, para hacer algo que golpeara a todo el movimiento obrero, que se diera cuenta de qué fatales eran para el mundo entero los sucesos en Alemania. Queríamos llamar la atención a todos los obreros y especialmente a los trabajadores comunistas. Apuramos los ritmos. Comenzamos a gritar, a sonar la alarma. Nuestros camaradas corrían a cada mitín que pudieran encontrar, a la más insignificante reunión de obreros, con fardos de The Militant bajo sus brazos, gritando con lo más fuerte de su voz: "Lean The Militant". "Lean la verdad sobre Alemania". "Lean lo que dice Trotsky".

Nuestra consigna durante los sucesos alemanes era: Frente Unico de las Organizaciones Obreras y lucha hasta la muerte! Frente Unico de lucha de todas las organizaciones obreras contra el fascismo! Los stalinistas y los socialdemócratas rechazaron el frente único en Alemania. Ambos fingían que esto no era cierto, después de los eventos, tratando de acusarse unos a otros, pero eran los dos unos mentirosos, culpables y traidores. Dividieron a los trabajadores y ninguno de los dos tenía voluntad de pelear. A través de esa división la plaga monstruosa del fascismo llegó al poder en Alemania y extendió su sombra oscura por todo el mundo.

Hicimos todo lo que pudimos para despertar, levantar y educar a los obreros comunistas norteamericanos en aquellas semanas fatales. Tuvimos una serie de mitines de masas -no sólo el que he mencionado. Tuvimos una serie en Maniatan y por primera vez nos extendimos a Boroughs. Nos habían cercado y aislado tanto que nunca habíamos podido salir de la Fourteenth Street (la calle Catorce) en los primeros tiempos. Teníamos sólo una rama porque no teníamos mucha gente para dividir; todo estaba concentrado alrededor de la pequeña área de la Fourteenth Street y de la Union Square donde se congregaban los obreros radicales.

Pero en esta crisis de Alemania nos extendimos y tuvimos mitines en Brooklyn y en el Bronx. Por todo el país, informa The Militant, eran citados mitines de masas por las ramas locales de la Liga Comunista de Norteamérica. Hugo Oehler -en ese momento miembro de nuestra organización- fue enviado en un tour a hablar sobre Alemania. Éramos extremadamente agresivos en nuestro acercamiento con los stalinistas. Estábamos decididos a toda costa a llevar nuestro mensaje a aquellos que quisieran escucharnos. Llegamos a invadir un acto masivo de los stalinistas dándoles vuelta las mesas. Shachtman y yo, flanqueados por unos pocos camaradas, entramos a la reunión stalinista y pedimos la palabra. La audacia del pedido dejó anonadados a los burócratas y hubo demandas desde abajo: "¡Déjenlos hablar!" Hablamos y dimos nuestro mensaje al mitín stalinista.

Con la nueva vida que comenzaba a sacudir al movimiento obrero en general, no desaprovechamos ninguna oportunidad para tomar parte en las nuevas actividades. En Marzo de 1933 los stalinistas auspiciaron una conferencia a nivel nacional de desocupados, en Albany, con alrededor de 500 delegados. Las mismas regulaciones que nos permitieron aparecer en la conferencia local de New York, también nos permitieron enviar delegados a Albany. Yo aparecí en la conferencia, tomé la palabra e hice un discurso para los 500 delegados sobre la concepción marxista del frente único en el movimiento de desocupados. Aquel discurso está impreso en The Militant del 10 de Marzo de 1933. Los hechos nacionales e internacionales estaban coordinados. Al mismo tiempo que estábamos gritando con lo más fuerte de nuestras voces por Alemania, tuvimos tiempo para participar en una conferencia de desocupados en el estado de New York.

Ustedes saben que los consejos, las explicaciones, las advertencias de Trotsky no fueron oídas. El Partido Comunista Alemán, bajo la dirección y el control de Stalin y sus gangsters en Moscú, capituló en Alemania sin una batalla. El fascismo triunfó sin siquiera una semblanza de guerra civil, sin siquiera un enfrentamiento en las calles. Y esa, corno Trotsky ha explicado muchas veces, y Engels antes que él, es la peor y la más desmoralizante de las derrotas -la derrota sin dar batalla, porque aquellos que son derrotados así pierden la confianza en ellos mismos por un largo tiempo. Un partido que pelea puede ser derrotado por fuerzas superiores. Sin embargo, deja detrás una tradición, una inspiración moral que puede ser un factor tremendo para galvanizar al proletariado para levantarse de nuevo más tarde en una coyuntura más favorable. Un rol así jugó en la historia la Comuna de París. El movimiento socialista internacional se levantó en su gloriosa memoria.

La revolución de 1905 en Rusia fue inspirada por la heroica lucha de la Comuna de París de 1871. De manera similar, la revolución rusa de 1905, que fue derrotada después de dar batalla, se transformó en el gran capital moral del proletariado ruso y tuvo una tremenda influencia en desatar la revolución proletaria que triunfó en 1917. Los bolcheviques hablaban siempre de 1905 como el ensayo general de 1917.

Pero ¿qué rol en la historia puede jugar la capitulación miserable de los socialdemócratas y los stalinistas en Alemania? Aquí estaba el proletariado más poderoso de Europa Occidental. Los socialdemócratas y los stalinistas juntos han sacado más de 12 millones de votos en las últimas elecciones. Si los obreros alemanes hubieran sido unidos en la acción podrían haber desparramado a los canallas fascistas a los cuatro vientos de un solo golpe. Ese poderoso proletariado, desunido y traicionado por la dirección, fue conquistado sin lucha. El régimen más horrible, más bárbaro fue impuesto sobre ellos por los fascistas. Antes de los hechos, Trotsky dijo que la falta de pelea sería la peor traición de la historia. Y así fue. Diez insurrecciones sin éxito, dijo Trotsky, no podían desmoralizar al proletariado ni en un 1% de lo que lo que lo haría una capitulación sin batalla que lo privaría de la confianza en sí mismo. Después de esta capitulación, este trágico final de la situación alemana, mucha gente comenzó a pensar sobre cada cosa que Trotsky había dicho y hecho en el esfuerzo por ayudar a los trabajadores a evitar esta catástrofe. Lo que finalmente ocurrió comenzó a aparecer para mucha gente como una completa verificación, aunque en un sentido negativo, de todo lo que había dicho y explicado. El prestigio y la autoridad de Trotsky y del movimiento trotskista comenzaron a crecer enormemente, aún hasta en esos círculos que se habían inclinado a descalificarnos por sectarios y divisionistas.

En el Partido Comunista, sin embargo, aquí como en otros países, en la Comintern de conjunto, no hubo una reacción profunda. Se hizo claro entonces que esos partidos se habían vuelto tan burocratizados, tan corruptos desde adentro, tan desmoralizados, que ni siquiera la traición más cruel de la historia fue capaz de producir un levantamiento real en sus filas. Se hizo claro que la Internacional Comunista estaba muerta para la revolución, había sido destrozada por el stalinismo.

Y entonces, en la dialéctica implacable de la historia, comenzó a manifestarse un desarrollo contradictoriamente particular. En 1914-18, la Internacional Socialdemócrata traicionó al proletariado en apoyo a la guerra imperialista. Los partidos socialdemócratas renunciaron al internacionalismo y se pusieron al servicio de sus propias burguesías. Fue esa traición la que impulsó a los marxistas revolucionarios a formar la nueva Internacional, la Internacional Comunista, en 1919. La Internacional Comunista surgió en lucha contra los traidores con el programa del marxismo regenerado como su bandera y Lenin y Trotsky como sus dirigentes. Pero, en el curso de los hechos desde 1919 a 1933 -unos breves 14 años- esa misma Internacional se había convertido en su mismo opuesto; se había convertido en el mayor obstáculo y en el mayor factor retardatario en el movimiento obrero internacional. La Internacional Comunista de Stalin traicionó al proletariado aún más vergonzosamente que lo que lo había hecho la Segunda Internacional de los socialdemócratas en 1914.

Los obreros revolucionarios de la nueva generación eran repelidos por el stalinismo. En el curso futuro del desarrollo, bajo la terrible presión de los eventos internacionales y, particularmente, el surgimiento del fascismo en Alemania, los partidos socialdemócratas comenzaron a desplegar tendencias izquierdistas y centristas de todo tipo. Había muchas razones para este fenómeno. Los partidos comunistas estaban tan bloqueados por la burocracia para un pensamiento independiente o una vida revolucionaria que los obreros radicales eran repelidos de ellos. En la búsqueda de una expresión revolucionaria muchos de ellos encontraron su camino en los partidos de la Socialdemocracia construidos más libremente. También la generación más joven de socialdemócratas, que no tenían sobre sus hombros la carga de las traiciones de 14 años atrás, y que no eran parte de esa tradición o mentalidad, estaban creciendo sostenidamente bajo la terrible presión de los hechos y buscando una solución radical. Así, comenzaron a desarrollarse grupos del ala izquierda dentro de la Socialdemocracia, particularmente en las organizaciones juveniles. Y esa tendencia mundial también se reflejaba en los Estados Unidos como un resurgir del Partido Socialista. La ruptura de 1919 y una segunda ruptura en 1921 había dejado al Partido Socialista en la ruina. Nada quedaba más que un esqueleto vacío. Los jóvenes rebeldes, todo lo vivo y vital, era empujado a la organización comunista. El Partido Socialista languideció por años con unos pocos miles de miembros apoyados principalmente por el diario judío Forward y los burócratas de los sindicatos textiles en New York que necesitaban al Partido Socialista como una cobertura seudo- radical y una protección contra sus obreros del ala izquierda. El Partido Socialista fue por años sólo una horrible caricatura de un partido. Pero a medida que el Partido Comunista se volvía más y más burocratizado expulsaba a más y más obreros honestos y les cerraba las puertas a otros, el Partido Socialista comenzó a experimentar un reavivamiento. Su estructura laxa y democrática atraía a todo el nuevo estrato de trabajadores que nunca antes había estado en ningún movimiento político. Miles de ellos, radicalizados por la crisis económica, corrían al Partido Socialista. Este experimentó un resurgimiento y un crecimiento de su militancia; hacia 1933, los miembros enrolados en sus filas no eran menos de 25.000. También como resultado de su nueva sangre y del desarrollo de la nueva generación, el partido comenzó a mostrar un poco de vigor, una tendencia izquierdista, centrista, comenzó a perfilarse en sus filas.

De igual manera, aquí como en otros países, había también un desarrollo por fuera del Partido Comunista, de grupos independientes de trabajadores que hasta el momento no habían sido conectados con los partidos radicales, pero se habían radicalizado como resultado de su propia experiencia. La "Conference for Progressive Labor Action" (Conferencia por la Acción Obrera Progresiva) era la expresión de tal movimiento en el país. Estaba dirigida por A. J. Muste. La CPLA comenzó como un movimiento progresivo en los sindicatos. Bajo el impacto de la crisis se radicalizó más y más. Hacia fines de 1933 el movimiento de Muste estaba discutiendo seriamente el problema de transformarse de un grupo laxo de activistas en los sindicatos, en un partido político.

Con la capitulación de la Comintern en Alemania, Trotsky les dio la señal a los marxistas revolucionarios del mundo: "La Comintern está en bancarrota. Debemos tener nuevos partidos y una nueva Internacional". La larga experiencia, los largos años de esfuerzo como fracción para influenciar al Partido Comunista, aún expulsados de él, habían terminado su curso. No fue un decreto nuestro el que hizo irreformable al Partido Comunista. Fue una demostración de la historia misma. Nosotros simplemente reconocimos la realidad. Sobre esas bases cambiamos completamente nuestra estrategia y tácticas.

De una fracción de la Internacional Comunista nos anunciamos como los heraldos de un nuevo partido y una nueva Internacional. Comenzamos a apelar directamente a esos trabajadores radicalizados, sin afiliación política o experiencia. Durante los largos años de esfuerzo -manteniendo nuestra posición como fracción de la Comintern- habíamos reclutado de las filas de la vanguardia comunista a los preciosos cuadros del nuevo movimiento. Ahora, comenzábamos a girar nuestra atención a los Partidos Socialistas, grupos independientes y a los grupos centristas y de izquierda dentro de ellos. En aquel período The Militant publicaba numerosos reportes y análisis del desarrollo del Ala Izquierda en el Partido Socialista. Había artículos sobre la CPLA y su plan de transformarse en un partido político. Había acercamientos a la Young Peoples Socialist League (Liga de jóvenes Socialistas). Y, lo que hicimos aquí, siguiendo la línea de Trotsky, fue hecho a escala internacional. Los grupos trotskistas en todas partes comenzaron a establecer contacto con la recientemente desarrollada y aparentemente viable Ala Izquierda de la Socialdemocracia.

Había llegado el momento de transformar toda nuestra actividad, de dar un giro al trabajo de masas. Así como en nuestros primeros días habíamos rechazado la demanda prematura de que -con nuestro pequeño puñado de gente- abandonáramos todo y saltáramos al movimiento de masas, ahora, hacia fines de 1933, habiendo completado nuestro trabajo preliminar y habiéndonos preparado, adoptamos el slogan: "Girar de un círculo de propaganda a un trabajo de masas".

Esa propuesta precipitó una nueva crisis interna. EI "giro" sacó a luz los fundamentos del sectarismo. Había que combatirlo. La política es el arte de hacer los movimientos correctos en el momento correcto. La impaciencia de algunos por escapar del aislamiento impuesto por circunstancias objetivas había causado una crisis y un conflicto interno en los primeros tiempos de nuestra organización. Ahora la situación era la inversa. Las condiciones objetivas habían cambiado radicalmente. Se nos presentó la oportunidad de entrar al movimiento de masas, de establecer contacto con los obreros, de penetrar profundamente en el fermento de la izquierda socialista y los movimientos independientes. Era necesario valorar la oportunidad sin dilación. Nuestra decisión de hacerlo encontró una resistencia decidida en los camaradas que se habían adaptado al aislamiento y crecían confortablemente con él. En esa atmósfera algunas personas habían desarrollado una mentalidad sectaria. El intento de empujar al movimiento trotskista fuera de su aislamiento hacia las aguas frías y turbulentas del movimiento de masas causaba escalofríos por sus espaldas. Esos escalofríos eran racionalizados como "principios". Esto marcaba el comienzo de la pelea contra el sectarismo en nuestra organización, una pelea que fue llevada hasta el fin en una forma clásica.

Comenzamos a captar más rápidamente. Atraíamos gran atención con nuestra propaganda sobre los eventos alemanes. La gente empezó a venir hacia nosotros de una manera inesperada, gente desconocida, para obtener nuestra literatura. "¿Qué dice Trotsky?", "¿Qué escribió sobre Alemania?"

Dimos un gran salto: hacia fines de nuestro quinto año de lucha habíamos construido la rama en New York con un total de 50 personas. Recuerdo esto porque había una regla en la constitución de nuestra organización que limitaba el tamaño de las ramas a 50 miembros. Una rama que alcanzaba este tamaño debía dividirse en dos. Escribimos esto en nuestra primera conferencia en 1929. En aquellos días podíamos poner a toda la militancia nacional en dos ramas, pero estábamos esperando que llegara nuestra hora. Recuerdo la cuestión que surgió en 1933 por primera vez contra este punto de la constitución, y tuvimos una disputa sobre cómo serían divididas las ramas.

El 1 y 2 de Mayo de 1933, fue organizado por los stalinistas en Chicago el gran Congreso Nacional de Mooney, con la participación de algunos sindicatos. Enviamos una delegación a ese Congreso y yo tuve la oportunidad de hablar ante varios miles de personas. Fue una experiencia refrescante después del prolongado confinamiento en el limitado círculo de debate interno. Allí comencé una colaboración política con Albert Goldman que estaba aún en el Partido Comunista pero en camino de romper con su línea. Su discurso y el mío en el Congreso de Mooney sobre el frente único fueron ataques directos a la política stalinista. Esto preparó el terreno para la expulsión de Goldman y su posterior afiliación a nuestro partido. Fue el comienzo de una colaboración extremadamente fructífera.

Desde Chicago, informa The Militant, partí en un tour para hablar de dos temas: "La tragedia del proletariado alemán" y "El camino de América a la revolución". Un grupo de intelectuales stalinistas en New York, que o bien pertenecían al partido, o trabajaban en su periferia, comenzaron a irritarse ante la falsedad manifiesta de la línea stalinista, como había sido revelada por los eventos alemanes. Eventualmente rompieron con el PC y vinieron a nosotros. Esa fue nuestra primera adquisición en bloque. Hasta entonces, la gente se había unido a nosotros uno a uno. Ahora un grupo se unía a nosotros, un grupo de intelectuales. Eso era significativo. Los movimientos de intelectuales deben ser estudiados atentamente como síntomas. Ellos se mueven un poco más rápido en el reino de las ideas que los trabajadores. Como las hojas en la cima de un árbol, se sacuden primero. Cuando vimos un grupo de intelectuales bastante serios en New York rompiendo con el stalinismo, tuvimos que concluir que ese era el comienzo de un movimiento que pronto se manifestaría en los cuadros y que más obreros stalinistas vendrían hacia nosotros.

Un desarrollo importante en los últimos meses de 1933 fue la acción tomada por la CPLA. Bajo el impulso de la creciente radicalización en las filas de los obreros que habían captado, y sabiendo sin ninguna duda que el Partido Comunista se había vuelto menos atractivo para los obreros radicales, la CPLA citó una conferencia en Pittsburgh y anunció tentativamente la formación dc un nuevo partido político. Tentativamente significa que eligió un comité provisional encargado de la tarea de organizar el "American Workers Party".

La ruptura de Benjamin Gitlow y su pequeño grupo de los lovestonistas ocurrió en ese momento. Ese período vio también un gran resurgimiento de la centrista ala izquierda en el Partido Socialista, y una posición más y más radical tomada por la Young Peoples Socialist League. En todas las organizaciones obreras había fermento y cambio. Quien tuviera un ojo político podría ver que las cosas estaban ocurriendo realmente ahora, y que ese no era el momento de sentarse en una biblioteca a rumiar principios. Ese era el momento para actuar sobre esos principios: era el momento de estar a la altura de las cosas, de aprovecharse de cada oportunidad presentada por los nuevos desarrollos en las otras organizaciones y movimientos.

Debo decir que ni una se nos escapó. No esperamos ninguna invitación. Nos acercamos a ellos. Imprimimos un manifiesto en la portada de The Militant llamando a la formación de un nuevo partido y una nueva internacional. Invitamos a todos los grupos, no importa lo que pudieran ser, que estuvieran interesados en formar un nuevo partido revolucionario y una nueva internacional para discutir con nosotros las bases del programa. Dijimos, nosotros tenemos un programa, pero no lo presentaremos como un ultimátum. Es nuestra contribución a la discusión. Si ustedes tienen otras ideas para el programa pongámoslas sobre la mesa y discutámoslas de una forma pacífica y de camaradas. Intentemos resolver las diferencias sobre el programa y unamos las fuerzas para construir un nuevo partido unificado.

Hicimos campaña por el nuevo partido. Nuestra gran ventaja sobre los otros grupos -la ventaja que nos aseguraba la hegemonía- era que sabíamos lo que queríamos. Teníamos un programa claramente definido y eso nos daba una cierta agresividad. Los otros elementos de izquierda no estaban lo suficientemente seguros de sí mismos para tomar la iniciativa. Eso nos sobrecargó. Nos pasábamos insistiendo toda la semana, de hecho todo el tiempo, sobre el nuevo partido, escribiendo cartas a esa gente, e informes críticos pero amigables de sus prensas y todas sus resoluciones. Nuestros cuadros y camaradas de base fueron instruidos para establecer conexiones con los miembros de esos otros grupos, para interesarlos en la discusión por todos los costados y de arriba a abajo, y así preparar el camino para la fusión con los elementos revolucionarios serios y honestos en un solo partido. Mientras tanto, nuestra propia organización estaba creciendo, atrayendo más atención y ganando más simpatía y respeto. En todos esos círculos radicales había respeto por los trotskistas como honestos comunistas y por Trotsky como el gran pensador marxista que había comprendido los eventos alemanes cuando nadie lo había hecho. Estábamos admirados por el modo en que disparamos nuestros rifles y defendimos nuestro terreno a pesar de la persecución y la adversidad. Nuestra organización era respetada en todo el movimiento obrero. Ese fue un capital importante para nosotros cuando llegó el momento de promover la fusión de los varios grupos de izquierda en un partido.

Después de cinco años de lucha, nuestros cuadros se habían consolidado sobre firmes bases programáticas. Habían sido educados en las grandes cuestiones de principios, habían adquirido facilidad para explicarlas, y para aplicarlas a los hechos actuales. Estábamos listos, preparados por nuestra experiencia pasada. En muchos aspectos aquella experiencia había sido funesta y negativa. Pero fue precisamente aquel período de aislamiento, dificultades, discusión, estudio y asimilación de las ideas teóricas el que preparó a nuestro joven movimiento para esta nueva época de florecimiento en la que el movimiento estaba abierto en todas direcciones. Entonces estuvimos listos para un giro táctico muy agudo. Nuestros militantes en aquellos días estaban envueltos con nuevas expectativas y con una gran ambición. Hacia fines de 1933 sentíamos confianza en que estábamos en camino para la reconstitución del genuino Partido Comunista en este país. Estábamos seguros de que el futuro nos pertenecía. Nos esperaban una gran cantidad de batallas pero sentíamos que estábamos en la cima de la colina, que estábamos encaminados. La historia ha probado que estábamos acertados en esta suposición. Después las cosas se movían rápida y continuamente a nuestro favor. Nuestro progreso de ahí en más ha sido prácticamente ininterrumpido.

ConferenciaVII
El giro al trabajo de masas

He remarcado que la más importante de todas las cuestiones para un grupo político o un partido, una vez que haya elaborado su programa, es dar la respuesta correcta a la pregunta: ¿qué hacer luego? La respuesta a esta cuestión no puede ser determinada simplemente por el deseo o la voluntad del partido o de la dirección del partido. Está determinada por las circunstancias objetivas y las posibilidades inherentes en esas circunstancias.

Hemos discutido los primeros cinco años de nuestra existencia como una organización trotskista en los Estados Unidos. Durante aquel tiempo nuestros pequeños números, el estancamiento general en el movimiento obrero, y la completa dominación de todos los movimientos radicales por el PC, nos impusieron la posición de fracción del PC. Así esas circunstancias hicieron que obligatoriamente nuestro trabajo primario sea la propaganda antes que la agitación de masas. Como ya había señalado, en la terminología marxista hay una aguda distinción entre propaganda y agitación, una distinción que no es tal en el lenguaje popular. La gente comúnmente describe como propaganda algún tipo de publicidad, agitación, enseñanzas, propagación de principios, etc. En la terminología del movimiento marxista, como fue definida más precisamente por Plejanov, agitación y propaganda son dos formas distintas de actividad. Él define la propaganda como la difusión de muchas ideas fundamentales a unas pocas personas; lo que nosotros posiblemente en Norteamérica estamos acostumbrados a llamar educación. Define agitación como la difusión de unas pocas ideas, o de una sola idea a mucha gente. La propaganda se dirige a la vanguardia; la agitación a las masas.

Hacia el fin de nuestra última conferencia llegamos a un quiebre de la situación objetiva en la que el partido venía trabajando. La Comintern había sido golpeada por la debacle de Alemania; y en la periferia del movimiento comunista estaba perdiendo su autoridad. Mucha gente anteriormente sorda a todo lo que podíamos decir, comenzó a interesarse en nuestras ideas y críticas. Por otro lado, las masas que habían permanecido dormidas y estáticas durante los primeros cuatro años de la catastrófica crisis económica, comenzaron a moverse de nuevo. La administración Roosevelt estaba en el gobierno. Había habido un leve reavivamiento de la industria. Los trabajadores fluían nuevamente a las fábricas, recuperando la confianza en sí mismos que habían perdido por un largo tiempo durante el terrible desempleo de masas. Hubo un gran movimiento hacia la organización sindical, y comenzaron a desarrollarse las huelgas. Este cambio oscilante en la situación objetiva le impuso tareas totalmente nuevas al movimiento trotskista, la Liga Comunista de Norteamérica, la Oposición de Izquierda, como nos llamábamos hasta entonces. La debacle de Alemania había confirmado la bancarrota de la Comintern y comenzado un movimiento de alejamiento de ella por parte de los trabajadores más avanzados y críticos. Por otro lado, la moribunda Socialdemocracia estaba comenzando a mostrar nueva vida dentro de sus alas izquierdas debido a la tendencia revolucionaria en los sectores juveniles y proletarios. Estaban creciendo movimientos independientes con una inclinación radical, compuestos de obreros y algunos intelectuales que habían sido repelidos del PC por su vida burocrática y aún no atraídos por la Socialdemocracia. El movimiento obrero norteamericano estaba despertando de su largo sueño, la parálisis abría camino a una nueva vida y a un nuevo movimiento. La organización trotskista en este país estaba enfrentada a una oportunidad y una demanda, inherente a la situación objetiva, de hacer un cambio radical en orientación y en tácticas. Esta oportunidad, como dije, nos encontró completamente preparados y listos.

No perdimos tiempo en adaptarnos a la nueva situación. Transformamos totalmente la naturaleza de nuestro trabajo y nuestros puntos de vista. Elevamos a la militancia con discusiones sobre los propósitos de la dirección de cambiar nuestro curso y romper con nuestros cinco años de aislamiento. Con nuestras limitadas fuerzas y recursos aprovechamos toda oportunidad para trabajar en esa empresa. Toda nuestra actividad de ahí en adelante estaba gobernada por un concepto general concretizado en el slogan: "Girar de un círculo de propaganda a un trabajo de masas" -y hacer esto en ambos campos, tanto el político como el económico.

Esta fue una de las grandes pruebas de la viabilidad de nuestro movimiento y de su firme fundamento principista; llevamos adelante una transformación uniforme y simétrica de nuestro trabajo en ambos campos. Fuimos al movimiento de masas en cada oportunidad sin caer en el fetichismo sindical. Nos preocupamos de cada signo y toda tendencia de un desarrollo a izquierda en otros movimientos políticos sin negar nuestro trabajo sindical. En el campo político nuestro slogan principal era el llamado a un nuevo partido y a una nueva internacional. Acercamos a otros grupos con los cuales habíamos estado previamente enfrentados como rivales y con los cuales no habíamos tenido previamente un contacto estrecho. Comenzamos a estudiar más atentamente a esos otros grupos, a leer su prensa, a que nuestros miembros tengan contactos establecidos de naturaleza personal con cuadros y militantes para aprender qué estaban pensando. Tratamos de familiarizarnos con todo matiz de pensamiento y sentimientos con esos otros movimientos políticos.

Buscábamos un contacto más estrecho y una cooperación con ellos en acciones conjuntas de una clase u otra, y hablábamos de amalgamas y fusiones que llevaran hacia la consolidación de un nuevo partido obrero revolucionario. En el campo económico, recogimos los primeros frutos dc nuestra política sindical correcta, en la que habíamos insistido por cinco años. Habíamos contrapuesto esa política a la política sectaria de sindicatos paralelos, expuesta por el PC durante su enfermedad infantil "Tercer Período", el período de su giro a la ultraizquierda. Del mismo modo, en contraposición a la política oportunista de la Socialdemocracia, la política de subordinar los principios para buscar tratos y acuerdos ficticios, influencia no real, habíamos dado una clara línea a todos los elementos militantes en el movimiento sindical que seguían nuestra prensa. Teníamos una considerable influencia en dirigirlos hacia la principal corriente sindical que en ese momento estaba representada por la American Federation of Labor (Federación del Trabajo de Estados Unidos, AFL).

A pesar del gran conservadurismo y la corrupción de la dirección de la AFL, insistimos en todo momento que los militantes no debían separarse de esta corriente importante del sindicalismo norteamericano y no debían establecer sindicatos propios, artificiales e ideales que estarían aislados de las masas. La tarea de los militantes revolucionarios, como la definimos, era penetrar en el movimiento obrero tal cual era y tratar de influenciarlo desde adentro. La AFL citó una convención en octubre de 1933. Esta convención, por primera vez en muchos años, registró una ola de crecimiento en número de miembros como resultado del despertar de los obreros, de las huelgas, y de la organización de campañas, las que 9 de 10 veces, eran iniciadas desde abajo. Los obreros fluían hacia los distintos sindicatos de la AFL sin el estímulo o la dirección de la burocracia anquilosada.

Preparando las notas para esta conferencia, le di un vistazo a algunos artículos y editoriales que escribimos en ese momento. No éramos meramente críticos. Nosotros no permanecimos meramente a un costado, explicando cuán fraudulentos y traidores eran los dirigentes de la AFL, aunque muchos lo eran sin ninguna duda. En una editorial escrita en conexión con la convención de octubre de 1933 de la AFL decíamos que el gran movimiento de masas dentro de los sindicatos puede ser seriamente influenciado sólo desde adentro. "De esto se sigue: entren en los sindicatos, permanezcan allí, trabajen adentro". Este pensamiento clave enmarcaba todos nuestros comentarios. Expandimos nuestras actividades sobre el campo político. The Militant de ese período, octubre-noviembre de 1933, reporta un tour del camarada Webster quien estaba en ese momento en el Secretariado Nacional de nuestra organización. Había regresado de Europa donde había visitado al camarada Trotsky y había asistido a una Conferencia Internacional de la Oposición de Izquierda después del colapso alemán. Su tour lo llevó al lejano oeste, a Kansas City y a Minneápolis, contando sobre la Conferencia Internacional proclamando el mensaje de un nuevo partido y de una nueva internacional, hablando a audiencias más grandes que las que habíamos conocido, adquiriendo nuevos contactos, dando consejos más amplios para el revivificado movimiento trotskista.

En noviembre, según The Militant, llamamos a un banquete en Stuyvesant Casino para celebrar el quinto aniversario del trotskismo norteamericano. A ese banquete vino como orador invitado uno de los antiguos líderes del PC quien había sido el instrumento de nuestra expulsión del partido 5 años antes. Este era el bien conocido Ben Gitlow, quien, habiendo hecho de la práctica de la expulsión algo popular, se convirtió él mismo en una víctima de ésta. Había sido expulsado junto con los otros lovestonistas. Cuatro años y medio más tarde rompió con los lovestonistas y anduvo dando vueltas como un comunista independiente. Como tal fue a nuestro banquete en el Stuyvesant Casino, el 4 de noviembre de 1933.

En octubre del mismo año, mientras estos acontecimientos empezaban a repercutir en el frente político, los trabajadores de la seda de Paterson iniciaron una huelga general. Nuestra pequeña organización penetró en esa huelga, trató de influenciarla, hizo nuevos contactos en ese proceso. Dedicamos una edición entera de The Militant, una edición especial, a la huelga da Paterson. Menciono esto como una ilustración sintomática de nuestra orientación en aquel período. Buscábamos y aprovechábamos cada oportunidad para sacar la doctrina del trotskismo fuera del estrecho círculo de propaganda de la vanguardia y llevarla en forma agitativa a la masa de obreros norteamericanos. En el frente político, en noviembre, The Militant publicó una editorial dirigida a la CPLA (Conference for Progressive Labor Action, Conferencia para la acción obrera progresista). La organización de Muste estaba por citar una convención donde se proyectaba que la CPLA se transformaría de una red de comités sindicales en una organización política. Estábamos justo sobre ese nuevo desarrollo. Escribimos una editorial en un tono muy amistoso, recomendándoles que en su convención tomaran en cuenta nuestra invitación a todos los grupos políticos independientes radicales para discutir la cuestión de formar un partido unificado, y sugiriéndoles especialmente que se interesen en la cuestión del internacionalismo. La CPLA no había sido sólo un estricto grupo sindical, sino también un estricto grupo nacional sin contactos internacionales y sin mucho interés en asuntos internacionales. En ese editorial les remarcábamos que cualquier grupo que aspire a organizar un partido político independiente debe interesarse como un requerimiento fundamental en el internacionalismo y tomar posición sobre las cuestiones internacionales decisivas.

Observo que en noviembre tuvimos una editorial titulada "Frente único contra el patoterismo". Esto fue escrito en conexión con un mitín que había sido citado en Chicago donde el camarada Webster hablaba. El PC había reiniciado sus tácticas de matonaje de los primeros años; una banda de stalinistas intentó interrumpir el mitín. Afortunadamente nuestro partido estaba preparado y les dio duro. El mayor éxito que lograron fue interrumpir el mitín hasta que los camaradas de seguridad los echaran. En conexión con ese hecho hicimos una editorial llamando a todas las organizaciones obreras a cooperar con nosotros en la organización de un frente único de piquete obrero para, como decíamos en la editorial, "defender la libre expresión en el movimiento obrero y darles una lección a aquellos que interfieran". Esporádicamente, en los 13 casi 14 años de nuestra existencia, los stalinistas han recurrido a sus intentos patoteriles para silenciarnos. No sólo los enfrentamos, sino que buscamos la asistencia de otros grupos para cooperar en la defensa. Aunque nunca triunfamos en formar algún frente único permanente de defensa, tuvimos triunfos parciales en cada ocasión. Fue suficiente para asegurarnos nuestros derechos y más adelante para mantenerlos. Esto es muy importante recordarlo en conexión con un nuevo intento de los stalinistas en una parte del país, para silenciarnos. En tiempos presentes, fuera de California, The Militant habla de un intento similar y ustedes ven nuestro partido actuando correctamente en la situación, formando frentes únicos, buscando apoyo y escandalizándolos por toda la ciudad, forzando a los stalinistas a retroceder. Nuestra gente está aún distribuyendo la prensa en los lugares prohibidos de California.

Leí en la edición del 16 de diciembre de 1933 de The Militant una declaración de un grupo de camaradas dc Brooklyn, dirigida al PC, anunciando su ruptura con el PC, denunciando las tácticas de matonaje de los stalinistas y sus falsas políticas, y declarando su adhesión a la Liga Comunista de América. Fue especialmente significativo sobre este panfleto particular el hecho de que el líder del grupo había sido el capitán de una patota del PC en Brooklyn. Había sido enviado con otros para romper los mitines callejeros de la Oposición de Izquierda. En el curso de la pelea él vio a nuestros camaradas no sólo defendiendo su terreno y devolviendo golpe por golpe, sino también haciéndoles propaganda política. Se lo captó en la línea de fuego. Esto ocurría continuamente.

Mucha gente que fue la más activa militante en los primeros días han sido jóvenes ignorantes stalinistas al comienzo. Ellos comenzaron peleando contra nosotros y después, como Saúl en el camino de Damasco, fueron iluminados por una luz brillante y convertidos en buenos comunistas, es decir, trotskistas. Esa es una cosa importante para recordar ahora si ustedes son atacados por stalinistas. Muchos de esos jóvenes stalinistas ignorantes enviados para atacarnos, no saben lo que están haciendo. En un tiempo captaremos a algunos de ellos si combinamos las dos formas de educación. Ustedes saben, en todo sindicato bien regulado hay comités de educación y comités de "educación", y ambos sirven a muy buenos propósitos. Unos planean las conferencias para la educación de los miembros y los otros proveen la educación a los "carneros" que no quieren escuchar conferencias.

Hay una leyenda de un debate sobre la actividad educacional en el Barbers Union de Chicago hace unos años atrás. Este sindicato tenía un comité "educativo" y parte de la obligación de sus miembros era encargarse de las vitrinas de las tiendas de los rompehuelgas. Ellos lo hacían en automóviles. Una ola de economía y radicalismo combinado sacudía el sindicato, y un radical poco práctico hizo una moción de quitarles los automóviles a los comités de "educación" para ahorrar dinero. Dijo: "Déjenlos andar en bicicleta". Un viejo respondió indignado: "¿Dónde mierda van a llevar las piedras en bicicleta?" Entonces les permitieron conservar sus automóviles, el comité de educación planeó un buen programa de conferencias en los mitínes del sindicato, y todo estuvo bien.

Hacia fines de 1933, un año lleno de eventos, comenzó un movimiento de organización entre los duramente presionados trabajadores de hoteles en Nueva York, quienes estuvieron sin protección sindical por años. Después de una serie de huelgas derrotadas y del trabajo desorganizador de los stalinistas, la organización sindical languideció. Se redujo primariamente a un pequeño sindicato independiente, una reliquia de los viejos tiempos, con unos pocos negocios bajo su control, y un sindicato "rojo" especial de los stalinistas. Este movimiento de reavivamiento de la organización nos ofreció la primera gran oportunidad en el movimiento de masas desde 1928. Tuvimos la oportunidad de penetrar en ese movimiento desde sus comienzos, de formar su desarrollo y eventualmente de tener la dirección de una gran huelga general de trabajadores de hoteles de Nueva York. El asunto terminó en una desagradable debacle por la incompetencia y la falta de confianza de algunos miembros de nuestro movimiento que estaban puestos en lugares claves. Pero la experiencia y las lecciones de aquel primer intento, que terminó tan desastrosamente, pagó un rico reembolso y aseguró triunfos posteriores para nosotros en el campo sindical. Estamos usando el capital de aquella primera experiencia en las cuestiones sindicales, aún en estos días.

Comenzó la campaña de organización de Hoteles y, como tan frecuentemente sucede en los desarrollos sindicales, la suerte jugó una parte. Por casualidad, unos pocos miembros de nuestro partido pertenecían a ese sindicato independiente que se volvió el medio de la organización de la campaña. Como los trabajadores de hoteles giraban hacia el sindicalismo en gran medida, este puñado de trotskistas se encontró en el medio de un oscilante movimiento de masas. Teníamos un camarada, un viejo militante sindical, y después de años de aislamiento repentinamente se encontró como una figura influyente. Después teníamos en el partido en aquel momento a un hombre llamado B.J. Field, un intelectual. Nunca había estado ligado a ningún trabajo sindical. Pero era un hombre con muchos atributos intelectuales, y en nuestro empuje general hacia el trabajo de masas, en nuestra dirección por el contacto con el movimiento de masas, Field fue asignado para ir a la situación hotelera para ayudar a nuestra fracción y para darle al sindicato el beneficio de su conocimiento como estadista, economista y lingüista.

Ocurría que el sector estratégicamente más importante en la situación hotelera era un grupo de chefs franceses. Por su posición estratégica en el sindicato y su prestigio como los más habilidosos, como es el caso con los mejores mecánicos en todos los lugares, jugaron un rol predominante. Muchos de esos chefs franceses no podían hablar o discutir cosas en inglés. Nuestro intelectual podía hablar francés con ellos. Esto le dio una extraordinaria importancia ante sus ojos. El viejo secretario dejaba su puesto, y antes de que cualquier persona supiera qué había ocurrido, los chefs franceses insistieron en que Field debería ser el secretario de esta promisoria unión, y él fue elegido, naturalmente eso significaba no sólo una oportunidad para nosotros, sino también una responsabilidad. La campaña de organización continuó con más fuerza. Nuestra Liga dio la ayuda más enérgica al comienzo. Yo participé personalmente bastante activamente y hablé en varios mitínes de masas de la organización. Después de cinco años de aislamiento en la esquina de calle 10 y 16, haciendo discursos innumerables para pequeños foros y reuniones internas, no sólo haciendo discursos sino también escuchando a otros oradores interminablemente yo estaba feliz de tener la oportunidad de hablar a cientos y cientos de trabajadores sobre sindicalismo elemental.

Hugo Oeheler, quien más tarde se transformó en un sectario bastante famoso, pero quien era un excelente sindicalista, y más aún un miembro de su oficio, fue enviado a esa rama a ayudar. En suma, un número de otros camaradas fueron asignados para ayudar en la campaña de organización. Publicamos la campaña en The Militant y dimos toda la ayuda que podíamos, incluido consejos y orientación a nuestros camaradas hasta que el movimiento culminó en una huelga general de los trabajadores hoteleros de Nueva York el 24 de enero de 1934. A invitación del comité de la unión hice el discurso principal del mitín de masas de los trabajadores de hoteles, la noche en que fue proclamada la huelga general. Más tarde, el Comité Nacional de nuestra Liga me asignó para dedicar todo mi tiempo a asistir y colaborar con Field y la fracción en el sindicato de trabajadores de hoteles. Algunos otros -una docena o más- fueron designados para ayudarme en todas las formas, desde piquetear a llevar mensajes, desde escribir propaganda a repartir, volantes, barrer los cuarteles principales, y en toda clase de tarea que les fuera requerida en esa situación.

Nuestra Liga salió con todo a la huelga, como lo habíamos hecho en la crisis alemana en la primera parte de 1933. Cuando la situación alemana llegó al punto de quiebre, sacamos The Militant tres veces a la semana para dramatizar los eventos y aumentar nuestro poder para golpear. Hicimos lo mismo en la huelga hotelera de Nueva York. The Militant era llevado por nuestros camaradas a todos los mitines y líneas de piquetes. Para que todo trabajador en la industria en huelga viera The Militant un día popularizando la huelga, dando el punto de vista de los huelguistas, exponiendo las mentiras de los patrones, y ofreciendo algunas ideas en el camino de hacer triunfar la huelga. Nuestra organización entera, en todo el país, fue movilizada para ayudar a la huelga de hoteles en Nueva York como tarea número uno; ayudar al sindicato que ganara la huelga y ayudar a nuestros camaradas a establecer la influencia y el prestigio del trotskismo en la lucha. Esa es una de las características del trotskismo. El trotskismo nunca hace algo por la mitad. Actúa de acuerdo al viejo móvil: lo que merece hacerse, merece hacerse bien. Ese fue el modo con que actuamos en la huelga hotelera. Pusimos todo en la tarea de hacerla triunfar. La organización entera de Nueva York fue movilizada; daban vuelta sus bolsillos buscando el último centavo para pagar el tremendo gasto de las tres veces a la semana de The Militant. Los camaradas en todo el país hacían lo mismo. Llevamos a la organización casi a un punto de quiebra para ayudar a aquella huelga.

Pero no nos hicimos fetichistas de los sindicatos. Simultáneamente con nuestra concentración en la huelga hotelera, hicimos movimientos decisivos en el frente político. The Militant del 27 de enero, la edición de la prensa que llevaba el primer reportaje de la huelga general publicó también una carta abierta dirigida a los Comités de Organización Provisionales del American Workers Party, que había establecido la CPLA en su conferencia de Pittsburg el mes precedente. En esa carta abierta tomamos nota de la decisión de su convención de emanciparse hacia la constitución de un partido político; propusimos abrir discusiones con el objetivo de llegar a un acuerdo sobre el programa de modo que pudiéramos formar un partido político unificado, poniendo sus fuerzas y las nuestras juntas en una organización. Es sintomático, es significativo, que la iniciativa siempre viene de los trotskistas. Esto no fue por nuestra superioridad personal o porque fuéramos menos tímidos que otra gente -siempre hemos sido lo suficientemente modestos- sino porque todo el tiempo sabíamos lo que queríamos. Teníamos un programa claramente definido y siempre estuvimos seguros de lo que estábamos haciendo, o al menos pensábamos eso. Eso nos dio confianza, iniciativa.

La huelga de hoteles tuvo un comienzo muy prometedor. Una serie de grandes mitines de masas fueron citados, culminando en un mitín de masas en el seno del Madison Square Garden con no menos de 10.000 asistentes. Allí tuve el privilegio de hablar como uno de los prominentes oradores del comité de huelga, con Field y otros. Nuestros camaradas en el sindicato estaban desde el comienzo en una posición de influenciar políticamente la huelga más decisivamente, aunque nunca tuvimos la política de monopolizar la dirección de la huelga. Nuestra política siempre ha sido proceder en cooperación con los líderes, y compartir responsabilidades con ellos para que la dirección de la huelga pueda ser realmente representativa de la base y responda sensitivamente a ella.

Naturalmente, la huelga comenzó a encontrar muchas de las dificultades que quebraron muchas huelgas en aquel período, particularmente las maquinaciones del Federal Labor Board. Se requerían reflejos políticos para evitar la ostensible "ayuda" de esas agencias gubernamentales para no ser transformados en los verdugos de la huelga. Nosotros teníamos suficiente experiencia política, sabíamos lo suficiente sobre el rol de los mediadores gubernamentales, teníamos algunas ideas sobre cómo tratar con ellos -no darles la espalda en una actitud sectaria, sino utilizar cada posibilidad que ellos pudieran proveer para traer a los patrones a la negociación; y hacer esto sin poner la mínima confianza en esa gente o darles a ellos la iniciativa.

Todo esto intentamos imprimir sobre nuestro brillante joven intelectual prodigio, B. J. Field. Pero él entretanto había sufrido algunas transformaciones; de nada, de pronto se convirtió en todo. Su foto estaba en toda la prensa de Nueva York. Era el líder de un gran movimiento de masas. Y tan extraño como parece, algunas veces estas cosas que son puramente externas, que no tienen nada que ver con lo que es un hombre por dentro, ejercen un profundo efecto sobre su autoestima. Ese, desafortunadamente, fue el caso de Field. Por naturaleza era bastante conservador, y de ninguna manera libre de un sentimiento pequeño burgués, de ser impresionado por representantes del gobierno, políticos, etc., a cuya compañía fue repentinamente empujado. Comenzó a llevar adelante sus negociaciones con esa gente, y a conducirse, generalmente, como un Napoleón según pensaba pero en realidad como un escolar. Ignoraba a la fracción de su propio partido en el sindicato -que es siempre el signo de un hombre que ha perdido su cabeza. Pero a menudo ocurre con miembros partidarios que son rápidamente proyectados a importantes posiciones estratégicas en sindicatos. Son capturados por la idea irracional de que son más que el partido, de que no necesitan más al partido. Field comenzó a ignorar a los militantes de su propia fracción partidaria quienes estuvieron correctamente a su lado y habían sido la máquina a través de la cual llevó adelante todo. No sólo eso. Comenzó a desconocer al Comité Nacional de la Liga. Nosotros lo podríamos haber ayudado un montón porque nuestro comité personifica no sólo la experiencia de una huelga sino de muchas, por no decir nada de la experiencia política que habría sido muy útil en negociar con el fraudulento consejo de trabajo. Queríamos ayudarlo porque estábamos tan metidos en la situación como él. Toda la ciudad, todo el país, de hecho toda la gente, estaba hablando sobre la huelga trotskista. Nuestro movimiento estaba a prueba ante el movimiento obrero del país. Todos nuestros enemigos estaban esperando los desastres, nadie quería ayudarnos. Sabíamos muy bien que si la huelga tenía un mal resultado la organización trotskista obtendría un ojo negro. No importaba cuánto podía alejarse Field de la política del partido, no sería Field el recordado y culpado por el fracaso, sino el movimiento trotskista, la organización trotskista.

Cada día que pasaba, nuestro imprudente intelectual se alejaba más de nosotros. Intentamos duro, con camaradería, en la forma más humilde, de convencer a esta figura agrandada que estaba dirigiendo no sólo a la huelga sino a él mismo a la destrucción, que estaba amenazando con llevar el descrédito sobre nuestro movimiento. Le rogamos que consultara, que viniera y conversara con el Comité Nacional sobre la política de la huelga, que estaba comenzando a debilitarse porque estaba mal dirigida. En vez de organizar la militancia, e ir así a las negociaciones con un poder detrás de él -la única cosa que realmente cuenta en las negociaciones cuando se cuentan los tantos- estaba moderando la militancia de las masas y pasando todo su tiempo corriendo de una conferencia a otra con esos corruptos del gobierno, políticos y escribanos laborales que no tenían otro propósito excepto quebrar la huelga.

Field se volvía más y más orgulloso. ¿Cómo podría él, que no tenía tiempo, bajar y encontrarse con nosotros? De acuerdo, le decimos, nosotros tenemos tiempo; lo encontraremos a la hora del almuerzo en el restaurante del cuartel general del sindicato. El no tenía tiempo siquiera para eso. Comenzaba a hacer observaciones disparatadas. Había un pequeño grupo político en la calle 16 y todo lo que tenían era un programa y un puñado de gente; y él estaba aquí con 10.000 huelguistas bajo su influencia. ¿Por qué se molestaría en tenernos en cuenta? Decía, "yo no podía tomar contacto con ustedes aún si quisiera, ni siquiera tienen un teléfono en su oficina". Esto era verdad, y realmente nos estremecimos bajo esa acusación -no teníamos teléfono. Aquella deficiencia era una reliquia de nuestro aislamiento, una sombra del pasado cuando no habíamos necesitado de un teléfono porque nadie quería llamarnos, y no podíamos llamar a nadie. Además en ese entonces, no podíamos pagar un teléfono.

En ese momento, la huelga hotelera comenzaba a aquietarse por falta de una política militante debido a una confianza rastrera en el Consejo del Trabajo, que estaba apuntando a quebrar la huelga. Los días eran perdidos en negociaciones inútiles con el alcalde de la Guardia, mientras la huelga estaba muriendo por falta de una dirección apropiada. Mientras tanto, nuestros enemigos estaban esperando para decir: "nosotros les dijimos esto, los trotskistas no son más que sectarios divisionistas. No pueden hacer trabajo de masas. No pueden dirigir una huelga". Fue un golpe muy duro para nosotros. Teníamos la chapa de dirigir la huelga, pero no la influencia para delinear su política, gracias a la traición de Field. Estábamos en peligro de comprometer a nuestro movimiento. Si hubiéramos disimulado lo hecho por Field y su grupo sólo habríamos llevado desmoralización a nuestras filas. Podíamos convertir a nuestro joven grupo revolucionario en una caricatura del Partido Socialista que tenía gente en todo el movimiento sindical pero no tenía seria influencia partidaria porque los sindicalistas del PS nunca se sintieron obligados hacia el partido.

Teníamos ante nosotros un problema fundamental que es decisivo para todo partido político revolucionario: ¿debían los dirigentes sindicales determinar la línea del partido y sentar la ley al partido, o debe el partido determinar la línea y sentar las leyes para los dirigentes sindicales? Este problema se planteó blanco contra negro en el medio de esa huelga. No lo evadimos. La acción decisiva que tomamos en ese momento coloreó todos los desarrollos futuros de nuestro partido en el campo sindical y fue una gran prueba para formar el carácter de nuestro partido.

Pusimos a Mr. Field a juicio en el medio de la huelga. Tan grande como era, le descargamos cargos en su contra por violar la política del partido y la disciplina partidaria, ante la organización de Nueva York. Tuvimos una fuerte discusión -creo que de dos tardes de domingo para darle a toda persona de la Liga la oportunidad de hablar. El gran hombre Field no apareció. No tenía tiempo. Por lo tanto fue juzgado en ausencia. Por esa época él había organizado una fracción pequeña de miembros de la Liga a los que llevaba por el mal camino, que se habían trastornado por la magnitud del movimiento de masas comparado con el tamaño de nuestro pequeño grupo de la Calle 16. Caían a los mitines de la Liga como oradores de Field, llenos de arrogancia e imprudencia y decían: "ustedes no pueden expulsarnos. Ustedes sólo se están expulsando del movimiento sindical de masas".

Como muchos sindicalistas antes que ellos, se sentían más grandes que el partido. Pensaban que podían violar la política del partido y quebrar la disciplina del partido con impunidad porque el partido no tendría coraje suficiente para disciplinarlos. Esto es lo que realmente sucedía en el Partido Socialista, y esta es una de las razones importantes por la que el Partido Socialista ha caído en esta patética debacle en el campo sindical. Todos sus grandes líderes sindicales, llevados al poder con la ayuda del partido, están aún ahí pero una vez en el poder nunca prestaron ninguna atención al partido o a su política. Los líderes obreros estaban por sobre la disciplina en el Partido Socialista. El partido nunca tuvo el coraje suficiente para expulsar a ninguno de ellos, porque pensaban que así perderían su "contacto" con el movimiento de masas. Nosotros no teníamos esa clase de pensamientos. Procedimos resueltamente a expulsar a Field y a todos aquellos que se solidarizaran con él en esa situación. Los echamos de nuestra organización en el medio de la huelga. A aquellos miembros de la fracción de Field que no querían romper con el partido, que acordaban con aceptar la disciplina del partido, se les dio una oportunidad para hacerlo, y son aún miembros del partido. Algunos de aquellos a quienes expulsamos permanecieron aún en el aislamiento político por años. Eventualmente, aprendieron las lecciones de aquella experiencia y retornaron a nosotros.

Esa fue una acción muy drástica, considerando las circunstancias de la huelga en desarrollo; y con esa acción sacudimos al movimiento obrero radical. Ninguna persona por fuera de nuestra organización soñó nunca que un pequeño grupo político como nosotros, confrontados con un miembro a la cabeza de un movimiento de 10.000 trabajadores, se atrevería a expulsarlo a esa altura de su gloria, cuando su foto estaba en todos los periódicos y parecía ser mil veces más grande que nuestro partido. Hubo dos reacciones al principio: una era sostenida por gente que decía: "esto significa el fin de los trotskistas: han perdido sus contactos y sus fuerzas sindicales"; estaban equivocados. La otra reacción, la importante, era sostenida por aquellos que decían: "los trotskistas son una cosa seria". Los que predicaban consecuencias fatales por la desgracia y la debacle de la huelga de hoteles pronto fueron refutados por los desarrollos posteriores. Muchos de los que vieron a este pequeño grupo político ponerle freno a un líder sindical "intocable" comenzaron a respetar a los trotskistas.

Gente seria fue atraída a la Liga, y nuestros miembros de conjunto se reafirmaron con un nuevo sentido de disciplina y responsabilidad hacia la organización . Después, sobre los talones del desastre de los hoteles, vino la huelga de la mina de carbón de Minneapolis. Antes de que la huelga hotelera se enfriara hubo un florecimiento en Minneapolis y una huelga de los obreros del carbón. Fue dirigida por ese grupo de trotskistas de Minneapolis que ya son conocidos para todos ustedes, y conducidos como un modelo de organización y militancia. La disciplina partidaria de nuestros camaradas en esa empresa -100 por ciento efectiva- no fue afectada ni en un pequeño grado, y reforzada por la desafortunada experiencia que tuvimos en Nueva York. Mientras que la tendencia de los líderes sindicales de Nueva York había sido empujar fuera del partido, en Minneapolis los líderes vinieron más estrechamente al partido y condujeron la huelga en el más íntimo contacto con el partido, ya sea local y nacionalmente

La huelga de la mina de carbón fue una ruidosa victoria. La política trotskista, llevada adelante por hombres capaces y leales, fue brillantemente reivindicada, e hizo mucho para contrabalancear las malas impresiones de la huelga de hoteles de Nueva York. Siguiendo esos eventos, enviamos otra carta al American Workers Party proponiéndoles que nosotros enviaríamos un comité para discutir la fusión con ellos. Había elementos entre sus miembros que no querían hablar con nosotros. Eramos los últimos con quienes ellos querían unirse, pero había otros en el AWP que estaban seriamente interesados en unirse con nosotros para formar un partido más grande. Y, como nosotros nunca guardamos nuestros acercamientos en secreto, sino que siempre los imprimimos en la prensa donde podían leer los miembros del AWP, los dirigentes consideraron conveniente acordar en reunirnos. Las negociaciones formales para la fusión del AWP y la Liga Comunista comenzaron en la primavera de 1934.

Como ustedes saben, y como será relatado, este acercamiento y esas negociaciones eventualmente culminaron en una fusión del AWP y la Liga Comunista, y el lanzamiento de un partido político unido. Fue hecho no sin esfuerzos políticos ni dificultades y obstrucciones. Cuando uno se para a pensar que en la dirección del AWP en ese momento había gente como Ludwig Lore que es uno de los principales voceros en el frente democrático hoy, y que otro era un hombre como J. B. Salutsky-Hardman, uno puede rápidamente comprender que nuestra tarea no era fácil. Salutsky, literalmente el lacayo de Sidney Hillman y editor del órgano oficial del Amalgamated Clothing Workers (Sindicato textil), sabía bien quienes eran los trotskistas y no quería trato con ellos. Su rol en el AWP era prevenir su desarrollo, que sólo fuera un juguete; evitar su desarrollo en una dirección revolucionaria; sobre todo, mantenerlo libre del contacto con los trotskistas que son serios cuando hablan acerca de un programa revolucionario. A pesar de ellos, las negociaciones comenzaron.

Fuimos activos en otros sectores del frente político. El cinco de marco de 1934 fue citado el debate hist6rico entre Lovestone y yo en Irving Plaza. Después de cinco años, los representantes de las dos tendencias enemigas en el Movimiento Comunista se encontraron y cruzaron sus espadas otra vez. La balanza estaba pareja. Habían comenzado expulsándonos del PC como trotskistas, como "contrarrevolucionarios". Después, posterior a su propia expulsión, ellos nos despreciaron como una pequeña secta sin miembros ni influencia, mientras ellos comparativamente comenzaban con un movimiento más grande. Pero, en esos cinco años, los hemos cortado a nuestro tamaño. Estábamos creciendo, volviéndonos fuertes; ellos estaban declinando. Había un amplio interés en nuestra propuesta para un nuevo partido, y la organización lovestonista no estaba libre de esto.

Como resultado los lovestonistas encontraron necesario aceptar nuestra invitación para un debate sobre el tema. "Llamar por un nuevo partido y una nueva internacional" - ese era mi programa en el debate. El programa de Lovestone era: "Reformar y unir a la Internacional Comunista". Esto fue casi un año después de la debacle de Alemania. Lovestone aún quería reformar la Internacional Comunista, y no sólo reformarla sino unirla. ¿Cómo? Primero los lovestonistas se comprometerán en ello. Después nosotros, los trotskistas, que habíamos sido tan inceremoniosamente echados, seríamos readmitidos. Lo mismo a escala internacional. Para ese momento nosotros ya habíamos dado la espalda a la Comintern en bancarrota. Demasiado agua había pasado bajo el puente, demasiados errores se habían cometido, demasiados crímenes y traiciones, demasiada sangre había sido derramada por la Internacional Stalinista. Llamamos a una nueva internacional con una bandera sin mácula. Yo debatí por este punto de vista. Ese debate fue un tremendo triunfo para nosotros.

Había un amplio interés y tuvimos una gran audiencia. The Militant reporta que había 1500 personas y yo pienso que debió haber habido algo muy cercano a eso. Era la audiencia más grande a la que nosotros habíamos hablado sobre un hecho político desde nuestra expulsión. Era algo como los viejos tiempos estar peleando una vez más ante una audiencia real con un viejo antagonista, aunque ahora la lucha tenía lugar sobre un plano muy diferente, superior. En la audiencia, además de los miembros y adherentes de las dos organizaciones representadas por los polemistas, había muchos socialistas de izquierda y algunos stalinistas y unos cuantos independientes radicales, y miembros del AWP. Fue una ocasión crítica. Mucha gente, rompiendo con el stalinismo oscilaba entre los lovestonistas y los trotskistas al mismo tiempo. Nuestro slogan de un nuevo partido y una nueva internacional estaba más de acuerdo con la realidad y las necesidades, y ganó la simpatía de la gran mayoría de aquellos que se estaban alejando del stalinismo. Nuestro programa tenía muchas más fuerza, era mucho más realista, tanto que atrajimos prácticamente a todos los elementos oscilantes hacia nuestro lado. Los lovestonistas no pudieron hacer muchos progresos con su programa fuera de moda de "unificar" a la Comintern en bancarrota, después de la traición de Alemania.

El éxito de este debate sentó los pasos para una serie de conferencias sobre el programa y la IV Internacional. El hecho de que tuvimos que conseguir un hall más grande para nuestras conferencias que el que usábamos antes, es ilustrativo del despertar de nuestro movimiento. Tuvimos que movernos a Irving Plaza. La concurrencia a las conferencias eran tres o cuatro veces más grande que lo que estábamos acostumbrados en los cinco años de nuestro peor aislamiento.

El trotskismo se puso en el mapa político en aquellos días y estaba golpeando duro, lleno de confianza. The Militant de marzo y abril de 1934 reporta un viaje nacional de Shachtman, extendiendo por primera vez el camino a la costa oeste. Su tema fue: "El nuevo partido y la nueva internacional". El 31 de marzo de 1934, la tapa entera de The Militant fue dedicada a un manifiesto de la Liga Internacional Comunista (la organización trotskista mundial) dirigida a los partidos socialistas revolucionarios y grupos de ambos hemisferios, llamándolos a acudir al llamado por una nueva internacional contra la bancarrota de la Segunda y la Tercera Internacionales.

El trotskismo a escala mundial estaba en marcha. Nosotros en los Estados Unidos estábamos en movimiento. En verdad, estábamos a la cabeza de la procesión de nuestra organización internacional, aprovechando toda oportunidad y avanzando confiadamente en todos los frentes. Y cuando vino nuestra real gran oportunidad en el movimiento sindical, en la gran huelga de Minneapolis de mayo y de julio de 1934, estábamos completamente listos para mostrar lo que podíamos hacer, y lo hicimos.

Conferencia VIII
Las grandes huelgas de Minneapolis

El año 1933, el cuarto año de la gran crisis norteamericana, marcó el comienzo del levantamiento más grande de los obreros norteamericanos y su movimiento hacia la organización sindical a escala nunca vista antes en la historia norteamericana. Ese fue el marco del desarrollo de varios partidos políticos, grupos y tendencias. Este movimiento de los obreros norteamericanos tomó la forma de un tremendo gin hacia la ruptura de su atomización y a enfrentar a los patrones con la fuerza organizada del sindicalismo.

Este gran movimiento se desarrolló en oleadas. El primer año de la administración Roosevelt vio la primera oleada de huelgas de una considerable magnitud, pero de resultados insuficientes, en la vía de la organización porque carecían de suficiente empuje y adecuada dirección. En la mayoría de los casos, el esfuerzo de los trabajadores era frustrado por una "mediación" gubernamental por un lado y una brutal represión por el otro.

La segunda gran oleada de huelgas y movimientos de organización tuvo lugar en 1934. Fue seguido por un movimiento aún más poderoso en 1936-37, de la cual el punto más alto fue la huelga de brazos caídos en las fábricas de autos, caucho y el tremendo resurgir de la CIO. Nuestra conferencia de hoy trata la oleada de huelgas de 1934, representada por las huelgas de Minneápolis. Aquí, por primera vez, se demostró la participación efectiva de un grupo marxista revolucionario en la organización real de la huelga y en la dirección. La base de esta oleada de huelgas y movimientos de organización fue un reavivamiento parcial de la industria.

Esto ha sido mencionado antes y debe ser repetido una y otra vez. En los pozos de la depresión, cuando el desempleo era muy vasto, los obreros habían perdido la confianza en sí mismos y temían hacer cualquier movimiento bajo la ominosa amenaza del desempleo. Pero con el reavivamiento de la industria, los trabajadores ganaron nueva confianza en ellos mismos y comenzaron un movimiento para recuperar algunas cosas que les habían sido quitadas en lo más profundo de la depresión. El terreno para la actividad de masas del movimiento trotskista en Norteamérica fue establecido, por supuesto, por la acción de las masas mismas. En la primavera de 1934 el país había sido electrificado por la huelga de Auto-Lite en Toledo en la que habían sido introducidos algunos métodos y técnicas nuevos de lucha militante. Un agrupamiento político, o al menos semi-político, representado por la CPLA, que había formado el Comité Provisional para la formación del American Workers Party (Partido Obrero de Estados Unidos), había dirigido esa huelga tremendamente significativa de Toledo a través de su "Unemployed League" (Liga de Desocupados). Se había mostrado por primera vez qué gran rol puede jugar en las luchas de los obreros industriales, una organización de desocupados dirigida por elementos militantes. La organización de desocupados en Toledo, que había sido formada y estaba bajo la direcci6n del grupo de Muste, prácticamente tomó la dirección de la huelga de Auto-Lite y la elevó a un nivel de piquete de masas y militancia más allá de los límites aún contemplados por la vieja línea de burócratas de los sindicatos de la rama.

La huelga de Minneápolis elevó aún más el nivel. Si nosotros medimos punto por punto, inclusive el criterio decisivo de dirección política y la máxima explotación de cada posibilidad inherente en una huelga, debemos decir que el punto más alto de la oleada dc 1934 fue la huelga de Minneápolis de los conductores, auxiliares y trabajadores internos en mayo, y su repetición a una escala aún más alta en julio-agosto de 1934. Esas huelgas pusieron al trotskismo norteamericano en un test crucial.

Por cinco años habíamos sido una voz gritando en una selva, confinados a la crítica del PC, a la elucidación de lo que parecían ser las más abstractas cuestiones teóricas. Más de una vez hemos sido acusados de no ser nada, salvo sectarios y divisionistas. Ahora, con esta oportunidad presentada en Minneapolis de participar en el movimiento de masas, el trotskismo norteamericano era puesto directamente en un test. Tenía que demostrar en la acción si era en verdad un movimiento de sectarios divisionistas, o una fuerza política dinámica, capaz de participar efectivamente en el movimiento de masas de los trabajadores.

Nuestros camaradas de Minneapolis comenzaron su trabajo primero en las minas de carbón, y más tarde extendieron su campaña de organización entre los conductores generales y auxiliares. Aquel no fue un plan preconcebido trabajado en el staff general de nuestro movimiento. Los conductores de Minneapolis eran la sección decisiva del proletariado norteamericano. Comenzamos nuestra real actividad en el movimiento obrero en aquellos lugares donde la oportunidad estaba abierta para nosotros. No es posible seleccionar dichas ocasiones arbitrariamente de acuerdo a un capricho o una preferencia. Uno debe entrar en el movimiento de masas cuando una puerta está abierta. Una serie de circunstancias hicieron de Minneapolis el punto nodal de nuestra primera gran empresa y triunfos en el campo sindical. Teníamos en Minneapolis un grupo de comunistas viejos y probados quienes al mismo tiempo eran experimentados sindicalistas. Eran hombres bien conocidos, arraigados en la localidad. Durante la depresión trabajaban juntos en las minas de carbón. Cuando se abrió la oportunidad de organizar las minas ellos la aprovecharon y demostraron rápidamente su capacidad en la exitosa huelga de tres días. Así, la extensión de la organización obrera a la industria camionera siguió como por un tubo.

Minneapolis no era el hueso más fácil de roer. De hecho era el más duro en todo el país. Minneapolis era una notoria ciudad comercial. Durante 15 o 20 años la Citizens Alliance, una organización de patrones duros, había dirigido Minneapolis con mano de hierro. Ni una simple huelga había triunfado en aquellos años. Aún los sindicatos de la construcción, quizás uno de los sindicatos por oficio más estables y efectivos, estaban mantenidos a raya en Minneapolis y alejados de las Obras de construcción más importantes. Era una ciudad de huelgas perdidas, negocios abiertos, salarios miserables, horas robadas y un débil e inefectivo movimiento sindical por oficio.

La huelga del carbón, mencionada en nuestra discusión la semana pasada, fue un conflicto preliminar a las grandes batallas que vendrían. La admirable victoria de la huelga, su militancia, su buena organización y su rápido triunfo, estimularon la organización general de los conductores de camiones y sus ayudantes, quienes hasta ese momento y a lo largo de los años de depresión, habían sido cruelmente explotados y sin el beneficio de la organización. En realidad, había un sindicato en la industria, pero estaba sostenido en el borde de la nada. Había sólo un pequeño puñado de miembros con alguna pobre clase de contrato con una de las dos compañías de transferencias, no una organización de masas de conductores de camiones y ayudantes en la ciudad.

El triunfo de la huelga del carbón levantó a los trabajadores de la industria del transporte. Estaban encendidos, sus salarios eran muy bajos y sus horas muy largas. Libres por muchos años de cualquier sindicato que los limitara, los patrones hambrientos de beneficios habían ido muy lejos -los patrones siempre van demasiado lejos- los trabajadores escucharon el mensaje sindical abiertamente.

Nuestro trabajo sindical en Minneapolis, desde el comienzo al fin, fue una campaña dirigida políticamente. Las tácticas fueron guiadas por la política más general, machacada persistentemente por The Militant, que llamaba a los revolucionarios a entrar en la principal corriente del movimiento obrero representada por la AFL. Ese era nuestro curso deliberado para acompañar la línea organizativa en que iban las masas, no establecer sindicatos artificiales, propios, en contradicción al impulso de las masas, de ir al movimiento sindical establecido. Por cinco años libramos una batalla decidida contra el dogma ultraizquierdista de los "sindicatos rojos"; estos sindicatos, fundados artificialmente por el Partido Comunista, fueron boicoteados por los trabajadores, aislando así a los elementos de vanguardia. Las masas de trabajadores, buscando una organización, tenían un instinto seguro. Sentían la necesidad de ayuda. Querían estar en contacto con otros trabajadores organizados, no quedar marginados junto a algunos radicales gritones. Este es un fenómeno que no falla. Las masas, sin ayuda, desorganizadas en la industria, tienen un exagerado respeto por los sindicatos establecidos, no importa cuán conservadores, cuán reaccionarios pueden ser estos. Los trabajadores temen al aislamiento. En ese aspecto ellos son mucho más sabios que todos los sectarios y dogmáticos que han intentado prescribirles la forma exacta, detallada, de un sindicato perfecto. En Minneapolis, como en todos lados, tenían un fuerte impulso para confluir con el movimiento oficial, esperando su ayuda en la pelea contra los patrones que habían hecho la vida mucho más dura para ellos. Siguiendo la tendencia general de los trabajadores, nosotros también hicimos eso; si estábamos por hacer la mejor de nuestras oportunidades, no pondríamos dificultades innecesarias en nuestro camino. No perderíamos el tiempo y las energías tratando de vender a los trabajadores un nuevo esquema de organización que ellos no querían. Era mucho mejor adaptarnos nosotros a su tendencia, y también explotar las posibilidades de obtener la ayuda del movimiento obrero oficial existente.

No fue muy fácil para nuestra gente entrar a la AFL en Minneapolis. Ellos eran hombres marcados, doblemente expulsados, doblemente injuriados. En el curso de sus luchas habían sido echados no sólo del Partido Comunista, sino también de la AFL. Durante la "purga roja" de 1926-1927, en el punto más alto de la reacción en el movimiento obrero norteamericano, prácticamente todos nuestros camaradas que habían sido activistas en los sindicatos habían sido expulsados. Un año más tarde para hacer más completo su aislamiento, fueron expulsados del PC.

Pero la presión de los trabajadores hacia la organización fue más fuerte que los decretos de los burócratas sindicales. Ha sido demostrado que nuestros camaradas tenían la confianza de los trabajadores y los planes de cómo podrían ser organizados. La patética debilidad del movimiento sindical en Minneapolis, y el sentimiento de los miembros del sindicato de que se necesitaba nueva vida -todo esto trabajaba a favor de que nuestra gente volviera a la AFL a través del Teamster Union (Sindicato Camionero). Además, había unas circunstancias fortuitas, un accidente afortunado, que a la cabeza del Local 574 y del Teamster Joint Council (Comisión Directiva Conjunta de los Camioneros) en Minneápolis, había un militante sindical llamado Bill Brown. Tenía un instinto de clase y estaba fuertemente atraído por la idea de obtener la cooperación de algunas personas que supieran cómo organizar a los obreros y darles a los patrones una pelea real. Aquella fue una circunstancia afortunada para nosotros, pero tales cosas ocurren cada tanto. La fortuna favorece al más devoto. Si Uds. viven correctamente y se conducen con propiedad, obtienen un golpe de suerte cada tanto. Y cuando ocurre un accidente -uno bueno- hay que aprovecharlo y sacar el mejor partido posible.

Nosotros ciertamente hicimos lo mejor con aquel accidente, la circunstancia que el Presidente del Local 574 de Teamsters fuera un personaje maravilloso, Bill Brown, que mantuvo abierta la puerta del sindicato a los "nuevos hombres" que sabían cómo organizar a los obreros y dirigirlos en la batalla. Pero nuestros camaradas eran miembros nuevos en ese sindicato. No habían estado lo suficiente para ser oficiales; eran sólo miembros cuando la pelea comenzó a hacer ruido. Así, ni uno solo de nuestra gente -es decir, miembros del grupo trotskista- era un oficial del sindicato durante las tres huelgas... Pero ellos organizaron y dirigieron las huelgas lo mismo. Estaban constituidos como un "Comité de Organización", una suerte de cuerpo extra-legal establecido con el propósito de dirigir la campaña de organización y dirigir las huelgas.

La campaña de organización y las huelgas fueron llevadas a cabo pasando virtualmente por encima de la dirección oficial del sindicato. El único de los oficiales regulares que realmente participó en forma directa en la actual dirección de las huelgas fue Bill Brown, junto con el Comité de Organizaci6n. Ese Comité de Organización tuvo un mérito que se demostró al comienzo -otros méritos fueron revelados más tarde- ellos sabían cómo organizar obreros. Esa es una de las cosas que los osificados burócratas en Minneápolis no sabían y aparentemente no podían aprender. Ellos saben cómo desorganizarlas. Esta característica es la misma en todos lados. Ellos saben, a veces, llevar a los obreros dentro de los sindicatos cuando abren sus puertas. Pero ir más allá y organizar realmente a los trabajadores, sacudirlos, inspirarles confianza -la burocracia tradicional de los sindicatos por oficio no puede hacer esto. Ese no es su campo, no es su función. Ni siquiera es su ambición.

El Comité de Organización trotskista organizó a los trabajadores en la industria del transporte y después procedió a alinear al resto del movimiento obrero en apoyo a esos trabajadores. No los llevaron a una acción aislada. Comenzaron a trabajar a través de la Central Labor Union (Sindicato Central de Trabajadores), con conferencias con los burócratas así como con presión desde abajo, para poner al movimiento obrero de Minneápolis en apoyo a la nueva organización de conductores de camiones; trabajaron hasta el cansancio para involucrar a los funcionarios de la Central Labor Union en la campaña, para tener resoluciones con sus firmas respaldando sus demandas, haciéndoles tomar responsabilidad oficial. Cuando llegó el momento de la acción, el movimiento obrero de Minneápolis, representado por los sindicatos oficiales de la AFL, se encontraron en la posición de apoyar las demandas y estar atados a apoyar la huelga.

En mayo la huelga general explotó. Los patrones, muy complacidos por una larga dominación sin objeciones, fueron fuertemente sorprendidos. La lección de la huelga del carbón no los había convencido aún de que "algo nuevo" se había sumado al movimiento sindical en Minneapolis. Ellos aún pensaban que podían detener esto en sus pasos iniciales. Intentaron con trampas, maniobrando, y obstaculizando a nuestra gente en las negociaciones con el Labor Board (Consejo de Relaciones Laborales) donde muchos nuevos sindicatos habían sido destrozados. Justo en el medio del asunto, cuando pensaron que tenían al sindicato confundido en esta trama de negociaciones para una demora indefinida nuestra gente las cortó de un golpe. Les dieron en la nariz con una huelga general. Los camiones fueron puestos unos pegados a los otros y las "negociaciones" fueron sacadas a las calles.

Esta huelga general de mayo sacudió Minneápolis como nunca había sido sacudida antes. Sacudió al conjunto del país, porque no fue una huelga dócil. Fue una huelga que empezó con tanto ruido que el país entero escuchó sobre ella, y sobre el rol de los trotskistas en su dirección -los patrones advirtieron esto ampliamente, y también histéricamente. Después vimos otra vez la misma respuesta entre los trabajadores radicales que había seguido nuestra acción firme en el caso de Field y de la huelga hotelera de Nueva York. Cuando vieron el desarrollo en la huelga de mayo en Minneápolis, el mismo sentimiento se expresaba de nuevo: "los trotskistas son cosa seria. Cuando se comprometen a una cosa van por ella hasta el final". Las bromas sobre el "sectarismo" trotskista comenzaron a tornarse rancias.

No había diferencias esenciales, de hecho yo no pensaba que habría alguna seria diferencia entre los huelguistas en Minneápolis y los trabajadores envueltos en cientos de otras huelgas a través del territorio en ese período. Casi todas las huelgas fueron peleadas con la más grande militancia obrera. La diferencia estaba en la dirección, y en la política. Prácticamente en todas las otras huelgas la militancia de la base obrera era restringida desde arriba. Los dirigentes estaban impactados por el gobierno, los periódicos, los clérigos, y una cosa y otra. Intentaban llevar el conflicto de las calles y de los piquetes a los sillones de conferencias. En Minneápolis la militancia de base no fue limitada sino organizada y dirigida desde arriba.

Todas las huelgas modernas requieren una dirección política. Las huelgas de aquel período llevaban al gobierno, sus agencias y sus instituciones al mismo centro de cada situación. Un dirigente de huelga sin una línea política ya estaba fuera de lugar en 1934. El antiguo movimiento sindical, que acostumbraba a negociar con la patronal sin interferencia gubernamental, pertenece al museo. El moderno movimiento obrero debe ser dirigido políticamente porque está siempre confrontado al gobierno. Nuestra gente estaba preparada para eso ya que era gente política, inspirada por concepciones políticas. La política de la lucha de clases guiaba a nuestros camaradas, no podían ser decepcionados y maniobrados, como lo eran muchos otros dirigentes de huelgas de aquel período, por ese mecanismo de sabotaje y destrucción conocido como National Labor Board (Ministerio de Trabajo) y todos sus escalones auxiliares. No ponían ninguna confianza en el ministerio de trabajo de Roosevelt; no eran engañados por ninguna idea de que Roosevelt, el presidente liberal "amigo de los trabajadores", iría a ayudar a los camioneros en Minneapolis para que ganen unos pocos centavos más por hora. No eran seducidos ni aún por el hecho de que había en ese tiempo en Minnesota un gobernador que era un trabajador agrícola, que presumía estar del lado de los obreros.

Nuestra gente no creía en nada ni nadie sino en la política de la lucha de clases y la habilidad de los trabajadores para preservar su fuerza de masa y solidaridad. Consecuentemente, esperaron desde el principio que el sindicato tendría que pelear por su derecho a existir; que los patrones no regalarían ningún aumento de salarios o reducción de las horas escandalosas sin presión. Por lo tanto, prepararon todo desde el punto de vista de la guerra de clases. Sabían que ese poder, no la diplomacia, decidiría ese asunto. Los bluffs no sirven en las cosas fundamentales, sino en cosas incidentales. En cosas como el conflicto de intereses de clase uno debe estar preparado para pelear.

Provistos de estos conceptos generales, los trotskistas de Minneápolis, en el curso de organizar a los trabajadores, planearon una estrategia de batalla. Se vio algo único en Minneápolis por primera vez. Esto es, una huelga completamente organizada con anticipación, una huelga preparada con el detalle meticuloso que suele atribuirse al Ejército Alemán, controlado hasta el último botón del uniforme del último soldado. Cuando el momento límite llegó, y los patrones pensaron que podían aún maniobrar y fanfarronear, nuestra gente estableció una fortaleza para la acción. Esto fue notado y reportado por el Minneápolis Tribune, el portavoz de los patrones sólo a último momento, un día antes de la huelga. El periódico decía: "Si las preparaciones hechas por su sindicato para sostenerlo son las indicadas, la huelga de los conductores de camiones de Minneápolis va a ser un asunto largo... Aún antes del comienzo oficial de la huelga a las 11:30 PM del martes, el "Cuartel General" de la organización, situado en la Avenida Chicago al 1900 estaba operando con toda la precisión de una organización militar.

Nuestra gente tenía un "Comisariato" preparado. No esperaron hasta que los huelguistas estuvieran hambrientos. Lo habían organizado previamente en preparación de la huelga. Establecieron un hospital de emergencia en un garage -los cuarteles de la huelga estaban en garages- con su propio doctor y sus propias enfermeras aún antes de que explotara la huelga. ¿Por qué? Porque ellos sabían que los patrones, sus matones, asesinos y diputados intentarían en este caso, como cualquier otro, quebrar la huelga. Estaban preparados para cuidar de su propia gente y no dejarlos llevar, si fueran heridos, al hospital de la ciudad y después puestos bajo arresto y sacarlos de circulación. Cuando un trabajador era herido en un piquete, lo llevaban a sus propios cuarteles y lo curaban allí.

Ellos tomaron el ejemplo de Progressive Miners of America (Mineros Progresistas de Estados Unidos) y organizaron un Auxilio de Mujeres para crearles problemas a los patrones. Y les cuento que las mujeres crearon un montón de problemas, corriendo alrededor, protestando y escandalizando a los patrones y a las autoridades de la ciudad, que es una de las más importantes armas políticas. La dirección de la huelga organizó piquetes sobre una base de masas. El asunto de seleccionar o contratar a unas pocas personas, una o dos, para observar, contar y reportar cuántos carneros han sido contratados, no camina en una lucha real. Ellos enviaban un piquete para evitar que entraran los carneros. Yo mencioné que tenían sus propios cuarteles en un garaje. Esto era porque los piquetes fueron puestos sobre ruedas. No sólo organizaban los piquetes, sino que movilizaron una flota de autos. Cada trabajador en huelga, simpatizante, y sindicalista de la ciudad, era llamado a donar su auto o camión. Así, el comité de huelga tenía una flota entera a su disposición. Escuadras voladoras de piquetes sobre ruedas estaban estacionadas en puntos estratégicos en toda la ciudad.

Cada vez que llegaba un reporte de que se movía un camión, o de algún intento de mover camiones, el "despachador" llamaba por altoparlante en el garaje a tantos autos, cargados con piqueteadores, como fueran necesarios para ir allí y darles a los operadores "carneros" una discusión.

El "despachador" en la huelga de mayo era un joven llamado Farrell Dobbs. Saltó de la mina de carbón en Minneapolis al sindicato y a la huelga, y después al partido. Primero se nos hizo conocido como un despachador que ordenaba las salidas de las escuadras de autos y los piquetes. Al principio los piqueteadores salían sin nada en las manos, pero regresaban con las cabezas rotas y heridas de distintas clases. Después se equiparon con shillalahs para el próximo viaje. Un shillalah, como cualquier irlandés puede contarles, es un palo agudo en el que uno se puede apoyar en caso de que repentinamente cojee. Por supuesto se lleva también con otros propósitos. El intento de los patrones y la policía de quebrar la huelga por la fuerza culminó en la famosa "batalla del mercado". Varios miles de comisarios especiales junto a la fuerza policial entera fueron movilizados para hacer un esfuerzo supremo por abrir una parte estratégica de la ciudad, el mercado mayorista, para la operación de camiones.

Aquellos comisarios, reclutados de la pequeño burguesía y de las clases empleadoras de la ciudad y los profesionales llegaron al mercado con espíritu de fiesta. Se iban a divertir golpeando huelguistas. Uno de los comisarios especiales lucía su sombrero de polo. Iba a tener su gran momento, golpeando cabezas de huelguistas como pelotas de polo. El mal informado deportista estaba en un error, no había un partido de polo esta vez. El y todos los comisarios y policías se encontraron dentro de una masa de piquetes organizados del sindicato apoyado por sindicalistas simpatizantes de otras ramas y por miembros de las organizaciones de desempleados. El intento de mover los piquetes de la zona del mercado terminó en un fracaso. El contraataque de los obreros los hizo escapar. La batalla ha pasado a la historia de Minneapolis como "La batalla de la corrida de los Comisarios". Hubo dos víctimas fatales, y fueron ambos del otro lado. Aquella fue una de las caras de la huelga que dejó a Minneápolis en lo más alto en la estima de los trabajadores de todas partes. En huelga tras huelga de aquellos días la misma historia había sido repetida monótonamente en la prensa: dos huelguistas asesinados; cuatro huelguistas fusilados; 20 huelguistas arrestados, etc. Esta fue una huelga donde no estuvo todo de un sólo lado. Hubo una explosión universal de aplausos, de un extremo al otro del movimiento obrero, por la militancia y la resolución de los luchadores de Minneápolis. Habían revertido la tendencia de las cosas, y los militantes obreros en todos lados exaltaron su nombre.

Con el desarrollo de la campaña organizativa, nuestro Comité Nacional en Nueva York era informado de cada cosa y colaboraba tanto como podía por correo. Pero cuando estalló la huelga fuimos totalmente concientes que había llegado el momento para nosotros de hacer más, de hacer todo lo que podíamos para ayudar. Yo fui enviado a Minneápolis por avión para asistir a los camaradas, especialmente en las negociaciones para un acuerdo. Ese era el momento, se los voy a recalcar, cuando todavía éramos demasiado pobres, que no podíamos tener un teléfono en la oficina. No teníamos en absoluto bases financieras para gastos tan extravagantes como viajes en avión. Pero la conciencia de nuestro movimiento fue expresada muy gráficamente en el hecho de que en el momento de necesidad, encontramos los medios para pagar un viaje en avión para ahorrarnos unas pocas horas. Esta acción, que tomó un gasto más allá de lo que nuestro presupuesto podía normalmente llegar, fue hecha para darles a los camaradas locales envueltos en la pelea el beneficio de todo el consejo y la asistencia que podíamos ofrecer, y a la cual, como miembros de la Liga, ellos tenían derecho a reclamar. Pero hay otro aspecto, muy importante. Enviando un representante del Comité Nacional a Minneapolis, nuestra Liga quería mostrar que tomaba las responsabilidades por lo que estaba haciendo. Si las cosas iban mal -y siempre está la posibilidad de que las cosas vayan mal en una huelga- queríamos decir que tomábamos responsabilidad por ello y no dejábamos a los camaradas locales con todo el fardo. Aquel siempre fue nuestro procedimiento. Cuando una sección de nuestro movimiento está envuelta en una acción, los camaradas locales no son dejados a sus propios recursos. La dirección nacional debe ayudarlos y en último análisis tomar la responsabilidad.

La huelga de mayo duró sólo 6 días y se llegó a un rápido acuerdo. Los patrones fueron sacados de quicio; todo el país reclamaba que se solucionara la cuestión. Había presión desde Washington y desde el gobernador Olson. El arreglo fue severamente atacado desde la prensa stalinista, que estaban muy radicales en ese momento, porque no fue una victoria total, sino un compromiso; una victoria parcial que le dio reconocimiento al sindicato. Tomamos toda la responsabilidad por el acuerdo que habían hecho nuestros camaradas y respondimos al stalinismo. Nuestra prensa simplemente sacó a los stalinistas del terreno en esta controversia. Defendimos el acuerdo de Minneápolis y frustramos su campaña para desacreditarlo y así desacreditar nuestro trabajo en los sindicatos. Al movimiento obrero radical le fue dado un cuadro completo de esta huelga. Publicamos una edición especial de The Militant que describía al detalle todos los diferentes aspectos de la huelga y la preparación que llevó a ella. Esa edición fue escrita casi enteramente por los camaradas dirigentes en la huelga.

El punto principal alrededor del cual armamos la explicación del compromiso firmado fue: ¿cuáles son los objetivos de un nuevo sindicato en ese período? Enfatizamos que la clase obrera norteamericana está aún desorganizada, atomizada. Sólo una parte de los trabajadores están organizados en sindicatos por rama, y estos no representan a las grandes masas del trabajador norteamericano. Los trabajadores norteamericanos son una masa desorganizada y su primer impulso y necesidad es dar el primer paso elemental antes de que puedan hacer cualquier cosa más: es decir formar un sindicato y obligar a los patrones a que reconozcan dicho sindicato. Así formulamos el problema.

Sostuvimos -y creo que con toda justicia- que un grupo de trabajadores, que en su primer batalla ganaron el reconocimiento de su sindicato, y sobre esas bases pudieron construir y reforzar su posición, habían cumplido los objetivos de la acción y no debían sobrevalorar su fuerza y correr el peligro de la desmoralización y la derrota. El arreglo probó ser correcto porque fue suficiente para construir. El sindicato quedó estable. No fue un flash en la oscuridad. El sindicato comenzó a forjarse una dirección, comenzó a reclutar nuevos miembros y educar cuadros nuevos de dirección. A medida que las semanas pasaban, se hizo claro para los patrones que el esquema para privar a los conductores de camiones del fruto de su lucha no estaba caminando tan bien.

Los patrones llegaron a la conclusión de que habían cometido un error; que deberían haber peleado más y quebrar el sindicato, para enseñarle al resto de los trabajadores de Minneápolis la lección de que los sindicatos no podían existir allí; que Minneápolis era una ciudad de negocio abierto de esclavos y que quedaría así. Alguien los aconsejó mal. La Alianza de Ciudadanos, la organización general de los patrones y los que odian a los trabajadores se mantuvo provocando e incitando a los patrones de la industria del transporte a romper el acuerdo, a cortar suciamente y postergar las concesiones que acordaron en dar, y a quitarles a los trabajadores las conquistas que habían conseguido.

La dirección del sindicato comprendía la situación. Los patrones no se habían convencido lo suficiente con el primer test de fuerza con el sindicato y necesitaban otra demostración. Comenzaron a preparar otra huelga. Otra vez los obreros de la industria eran preparados para la acción. Otra vez todo el movimiento obrero de Minneapolis era movilizado para apoyarlos, esta vez, en su forma más impresionante y más dramática. La campaña por la adopción de resoluciones de la Central Labor Union y en sus sindicatos afiliados en apoyo al Local 574 apuntaba hacia una gran movilización de los trabajadores organizados. Los miembros de varios sindicatos vinieron con sus fuerzas y marcharon en sólidas filas a un impresionante mitín de masas en el Auditorio de la Ciudad, para apoyar a los conductores de camiones y comprometerse a sostenerlos en la inminente huelga. Esa fue una imponente demostración de solidaridad obrera y de la nueva militancia que estaba naciendo entre los obreros.

Los patrones seguían insensibles. Pusieron el "alerta roja" denunciando al "Comunismo trotskista" con solicitadas en los periódicos. Por parte del sindicato, los preparativos seguían adelante como en la huelga de mayo, pero en un plano superior de organización. Cuando se hizo claro que no podía evitarse otra huelga sin sacrificar al sindicato, nuestro Comité Nacional decidió que de conjunto, la Communist League of America (Liga Comunista de América) tendría que dar todo en su apoyo. Sabíamos que el verdadero test estaba aquí, que no nos atreveríamos a tomar esta cuestión a la ligera. Entendimos que era una batalla que nos podía construir o romper en los años venideros; si dábamos una ayuda a medias, o negábamos tal o cual ayuda, esto podría inclinar la balanza entre la victoria y la derrota. Nosotros sabíamos que teníamos mucho para darle a los camaradas de Minneapolis.

En nuestro movimiento nunca jugamos con la idea absurda de que sólo aquellos conectados directamente con un sindicato eran capaces de ayudar. Las huelgas modernas necesitan una dirección política más que otra cosa. Si nuestro partido, nuestra Liga como la llamamos después, merecía existir, tendría que ir a ayudar a los camaradas locales. Como es siempre el caso con los dirigentes sindicales, especialmente en tiempos de huelga, ellos están bajo el peso y el stress de miles de detalles que presionan. Un partido político, por el contrario, se eleva por sobre los detalles y generaliza a partir de los sucesos principales. Un dirigente sindical que rechaza la idea del consejo político en la lucha contra la patronal y su gobierno, son sus astutos mecanismos, trampas y métodos de ejercer presión, es ciego, sordo y mudo. Nuestros camaradas de Minneapolis no eran de esa clase. Se volvían hacia nosotros para obtener ayuda.

Enviamos unas pocas fuerzas al lugar de los hechos. Yo fui allí alrededor de dos semanas antes de que estallara la segunda huelga. Después de haber estado allí unos pocos días, acordamos en pedir más ayuda, de hecho un staff completo. Dos personas adicionales fueron traídas desde New York para el trabajo periodístico: Shachtman y Herbert Solow, un experimentado y talentoso periodista que era una suerte de simpatizante de nuestro movimiento en aquel tiempo. Tomando prestada una idea de la huelga de Auto Lite de Toledo, llamamos a otro camarada cuya tarea específica era organizar a los desocupados para colaborar con la huelga. Era Hugo Oehler, un sindicalista muy capaz y buen trabajador entre las masas. Su trabajo en Minneápolis fue lo último bueno que hizo para nosotros. Poco después contrajo la enfermedad del sectarismo. Pero hasta entonces Oehler estaba bien, y contribuyó en algo a la huelga. Trajimos un abogado para el sindicato, Albert Goldman. Sabíamos por la experiencia previa que un abogado es muy importante en una huelga, si se puede conseguir uno bueno. Es muy importante tener el propio "portavoz" y un frente legal que dé consejos honestos y proteja los intereses legales. Hay toda clase de idas y venidas en una huelga tan larga y dura. A veces las cosas se ponen muy calientes para los líderes huelguistas. Entonces se puede traer un abogado que diga con calma: "permítannos razonar juntos y ver qué dicen las leyes". Es realmente un auxilio, especialmente cuando se tiene un abogado tan brillante y un hombre tan leal como Al Goldman.

Dimos todo lo que podíamos a la huelga desde nuestro centro en New York, sobre el mismo principio que mencioné antes, el que serviría de línea de guía para todo tipo de actividad de un partido serio, o de una persona seria para esa cuestión. Este es el principio: si vas a hacer algo por el amor del cielo, hazlo apropiadamente, hazlo bien. Nunca especules, nunca hagas las cosas a medias. ¡Ay de los tibios! "Porque si tú eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré fuera de mi boca".

La huelga comenzó el 16 de julio de 1934, y duró 5 semanas. Pienso que puedo decir sin la menor exageración, sin temor a ninguna contradicción, que la huelga de julio-agosto de los conductores de camiones y ayudantes de Minneápolis ha entrado en los anales de la historia del movimiento obrero norteamericano como una de sus luchas más grandes, más heroicas y mejor organizadas. Más aún: la huelga y el sindicato que se forjó bajo su fuego son identificados para siempre en el movimiento obrero, no sólo aquí sino en todo el mundo, con el trotskismo en acción en el movimiento de masas trabajadoras. El trotskismo hizo un número de contribuciones específicas a esta huelga, lo que constituye toda la diferencia entre la huelga de Minneápolis y cientos de otras de ese período, algunas de las cuales involucraban a más trabajadores en localidades e industrias socialmente más importantes. El trotskismo hizo su contribución a la organización y a los preparativos de la huelga hasta el último detalle. Eso era algo nuevo, algo específicamente trotskista. Segundo, el trotskismo introdujo en todos los planes y preparativos del sindicato y de la huelga desde el principio al fin, la militancia basada en el clasismo; no como una reacción subjetiva -esto se ve en todas las huelgas - sino como una política deliberada basada en la teoría de la lucha de clases, de que no se puede ganar nada de parte de la patronal a menos que se tenga la voluntad de pelear por ello y la fuerza para tomarlo.

La tercera contribución del trotskismo a la huelga de Minneápolis -la más interesante y quizás la más decisiva- fue que enfrentamos a los mediadores del gobierno en su propio terreno. Como les conté, una de las cosas más patéticas de aquel período era ver cómo en una huelga tras otra, los trabajadores eran maniobrados y cortados en pedacitos y sus huelgas quebradas por los "amigos de los obreros" en el disfraz de mediadores federales.

Esos pillos aduladores venían, tomaban ventaja de la ignorancia y la inexperiencia y de la falta de visión política de los dirigentes locales, y les aseguraban que ellos estaban aquí como amigos. Su misión era arreglar el problema arrancando concesiones desde el lado más débil. La inexperiencia y la ignorancia política de los dirigentes de las huelgas eran su presa. Tenían una rutina, una fórmula para atrapar incautos. "Yo no les estoy pidiendo que le den alguna concesión a la patronal, sino que me den una concesión a mí para que pueda ayudarlos". Después de haber obtenido algo de la credulidad, dicen: "Yo traté de conseguir una concesión correspondiente de los patrones pero ellos se negaron. Pienso que lo mejor que pueden hacer es más concesiones: el sentimiento público se está volviendo en su contra". Y después presiona y amenaza: "Roosevelt sacará una declaración" o "nos sentimos obligados a publicar algo en los periódicos en su contra si no son más responsables y razonables". Después llevan a los pobres novatos a las salas de conferencias, los tienen allí horas y horas y los atemorizan. Esta es la rutina común que emplean esos cínicos canallas.

Llegaron a Minneápolis preparados para otra actuación similar. Nosotros estábamos sentados allí esperándolos. Dijimos: "Vamos, ustedes quieren negociar, ¿no es así? Muy bien. Eso es magnífico". Por supuesto nuestros camaradas ponían eso en el lenguaje más diplomático de los "protocolos" de negociaciones, pero ese era un toque de nuestra actitud. Bien, ellos nunca lograron sacar ni dos céntimos de los líderes trotskistas del local 574. Les dimos una dosis de negociaciones y diplomacia de la que todavía se están recuperando. Agotamos a tres de ellos antes de que se arreglara la huelga finalmente.

Una de las trampas favoritas de estos hombres de confianza conocidos como mediadores federales en aquellos días era reunir a dirigentes de huelga inmaduros en una sala, jugar con su vanidad e inducirlos a tomar cierta clase de compromisos que no estaban autorizados a hacer. Los mediadores federales convencían a los líderes de las huelgas de que ellos eran "grandes jugadores" que debían tomar una "actitud responsable". Los mediadores sabían que las concesiones hechas por los líderes en una negociación muy raramente pueden anularse. No importa cuánto se opongan a esto los obreros, el hecho es que los dirigentes ya hayan fijado en compromiso público la posición del sindicato y creado desmoralización en sus filas.

Esa rutina cortó en pedacitos a más de una huelga en aquel período. Esto no anduvo en Minneápolis. Nuestra gente no eran "grandes jugadores" en las negociaciones en absoluto. Pusieron en claro que su autoridad era extremadamente limitada, que ellos eran de hecho el ala más moderada y razonable del sindicato, y que si daban un paso por fuera de la línea serían reemplazados en el comité de negociaciones por otros. Ese era un problema para los carniceros de huelgas que habían venido a Minneápolis con sus cuchillos para ovejas desprevenidas. Cada tanto se sumaría Grant Dunne al comité. Se sentaría en una esquina sin decir nada, y haciendo mal gesto cada vez que se hablaba de concesiones. La huelga era una larga y dura pelea, nos divertíamos al planear las sesiones del comité de negociación del sindicato con los mediadores. Los despreciamos a ellos y a todos sus astutos artificios y trampas, y su simulación hipócrita de buen compañerismo y amistad para los huelguistas. Ellos no eran nada más que los agentes del gobierno de Washington, que de conjunto es el agente de la clase patronal como un todo. Esto era perfectamente claro para un marxista, y tomamos casi como un insulto de su parte asumir que podíamos ser atrapados por los métodos que emplean con los novatos. Ellos lo intentaron. Aparentemente no conocían otros métodos. Pero no avanzaron una pulgada hasta que pusieron manos a la obra, presionaron a los patrones e hicieron concesiones al sindicato. La experiencia política colectiva de nuestro movimiento fue muy útil en tratar con los mediadores federales. A diferencia de los estúpidos sectarios, nosotros no los ignoramos. A veces iniciamos la discusión. Pero no les permitimos que nos usaran, y no confiamos en ellos ni por un momento. Nuestra estrategia general en la huelga era pelearla, no regalar nada a nadie, mantenernos y peleada. Esa fue la cuarta contribución del trotskismo. Podría aparecer como una simple y obvia receta, pero es el caso. No era obvio para la gran mayoría de los dirigentes de huelgas en ese momento.

La quinta contribución el remate que el trotskismo hizo a la huelga de Minneápolis fue la publicación diaria del periódico de la huelga, el Daily Organizer (Organizador Diario). Por primera vez en la historia del movimiento obrero norteamericano, los huelguistas no eran dejados a merced de la prensa capitalista, no eran embriagados y aterrorizados por ella, no veían al monopolio capitalista de la prensa desorientar el sentimiento público. Los huelguistas de Minneápolis publicaban su propia prensa diaria. Eso no fue hecho por medio millón de mineros del carbón, o cientos de miles de trabajadores del auto o del acero, sino por un simple sindicato local de 5000 conductores de camiones, un nuevo sindicato en Minneapolis que tenía una dirección trotskista Esa dirección comprendía que la publicidad y la propaganda eran muy importantes, y que era algo muy poco conocido por los dirigentes sindicales. Es casi imposible transmitir el tremendo efecto que tuvo este periódico. No era uno muy grande -sólo un tabloide de dos páginas. Pero contrarrestaba completamente a la prensa capitalista. Después de uno o dos días no nos preocupaba lo que decía la prensa cotidiana de la patronal. Ellos publicaron toda clase de cosas pero esto no hacía ninguna diferencia en las filas de los huelguistas. Ellos tenían su propio periódico y tomaban sus reportes como el evangelio. El Daily Organizer cubría a la ciudad como una manta. Los huelguistas en la sede central acostumbraban a obtenerlo directamente de la prensa El Auxilio de Mujeres lo vendía en cada taberna en la ciudad donde hubiera clientes de la clase obrera. En muchos salones en barrios obreros dejaban fardos de periódicos en el bar con una alcancía al costado para las contribuciones. Muchos dólares fueron recaudados así y cuidadosamente vigilados por los taberneros amigos.

Gente de los sindicatos acostumbraban a venir desde los negocios y andenes cada noche para obtener fardos de Organizer para distribuirlos entre los hombres de sus turnos. El poder de ese periódico, su apoyo en los trabajadores, es indescriptible. Ellos le creían al Organizer y no a otro periódico. Ocasionalmente podría aparecer alguna historia en la prensa capitalista sobre algún nuevo desarrollo de la huelga. Los trabajadores no la creían. Esperaban al Organizer para ver cuál era la verdad. Distorsiones de la prensa acerca de incidentes de la huelga -que habían destruido la moral de muchas huelgas- no anduvieron en Minneápolis. Más de una vez, entre una multitud que siempre se reunía alrededor de los cuarteles de la huelga cuando estaba por salir la última edición del Organizer, uno podía escuchar cosas como estas: "Usted ve lo que dice el Organizer. Yo ya le dije que la historia del Tribune era una maldita mentira"... Ese era el sentimiento general de los trabajadores hacia la voz obrera en la huelga, el Daily Organizer.

Ese poderoso instrumento no le costaba al sindicato ni un penique. Por el contrario, el Daily Organizer daba beneficios desde el primer día y llevaba adelante la huelga cuando no había ni una moneda en el tesón. Los beneficios del Organizer pagaban los gastos diarios de la organización. El periódico se distribuía gratuitamente a todo aquel que lo quisiera pero casi todo obrero simpatizante nos daba desde un níquel (5 centavos) hasta un dólar por ejemplar. Por medio de él se mantenía alta la moral de los huelguistas pero sobre todo, su rol era el de un educador. Todos los días el periódico tenía las noticias de la huelga, algunas bromas sobre los patrones, alguna información sobre lo que estaba pasando en el movimiento obrero. Había también una tira diaria dibujada por un camarada local. Después había una editorial sacando las lecciones de las últimas 24 horas, día tras día, y marcando el camino venidero. "Esto es lo que ha ocurrido. Esto es lo que viene próximamente. Esta es nuestra posición". Los trabajadores en huelga estaban armados y preparados con anticipación para cualquier movimiento de los mediadores o del gobernador Olson. Seríamos marxistas muy pobres si no pudiéramos ver veinticuatro horas por adelantado. Notamos varias veces que los huelguistas comenzaban a tomar nuestros pronósticos como noticias y empezaban a contar con ellos. El Daily Organizer fue el arma más grande del arsenal de la huelga de Minneápolis. Puedo decir sin ninguna calificación que de todas las contribuciones que hicimos, la más decisiva, la que empujó a escalar la victoria, fue la publicación de un periódico diario. Sin el Organizer no se habría ganado la huelga.

Todas esas contribuciones que he mencionado eran integradas y llevadas adelante en la más grande armonía entre el staff enviado por el Comité Nacional y los camaradas locales en la dirección de la huelga. Las lecciones de la huelga hotelera, la experiencia lamentable con gente engreída y desleal, fue totalmente asimilada en Minneápolis. Hubo una colaboración estrecha del principio al fin.

La huelga significaba para Floyd Olson, gobernador que había sido un obrero agrícola, un hueso duro de roer. Entendíamos la contradicción en la que estaba. Por un lado, supuestamente era un representante de los trabajadores; por otro, era un gobernador de un estado burgués, temeroso de la opinión pública y de los empleadores. Estaba atrapado en un aprieto entre su obligación de hacer algo, o aparentar hacer algo, por los trabajadores y su miedo de dejar que la huelga se saliera de sus límites. Nuestra política fue explotar esas contradicciones, exigirle cosas porque era un gobernador obrero, tomar todo lo que nos podía dar y pedirle cada día más. Por otro lado, lo atacamos y criticamos por cada movimiento en falso, y nunca le hicimos la más pequeña concesión a la teoría de que los huelguistas confiaran en sus consejos.

Floyd Olson era indudablemente el líder del movimiento obrero oficial en Minnesota, pero nosotros desconocimos su liderazgo. Los burócratas sindicales en Minneapolis estaban bajo su dirección, tanto como los burócratas actuales de la CIO y AFL están bajo la dirección de Roosevelt. Roosevelt es el jefe y Floyd Olson era el jefe de todo el movimiento obrero en Minneapolis excepto en el Local 574. No era nuestro jefe, no dudamos en atacarlo en la manera más ruda. Bajo esos ataques él retrocedía un poco y hacía una concesión o dos que la dirección de la huelga agarraría al vuelo. No teníamos ningún sentimiento por él. Los burócratas locales estaban llorando y lamentándose por temor a que su carrera política fuera arruinada Ese era su problema, no el nuestro. Lo que queríamos eran más concesiones y lo presionábamos para conseguirlas día tras día. Los burócratas sindicales estaban muertos de miedo. "No hagan eso; no lo empujen a esta calamidad; recuerden las dificultades de su posición". No les prestamos atención y seguimos nuestro camino. Empujado y presionado por ambos lados, temeroso de ayudar a los obreros y temeroso de no hacerlo, Floyd Olson declaró la ley marcial. Esa era realmente la cosa más fantástica que jamás haya ocurrido en la historia del movimiento obrero norteamericano. Un gobernador, trabajador agrícola, proclamó la ley marcial y frenó la circulación de camiones. Se supone que eso era a favor del bando obrero. Pero después permitió que anduvieran los camiones bajo permiso especial. Eso era para los patrones. Naturalmente, los piquetes se comprometieron a frenar a los camiones, con permiso o sin él. Entonces, unos pocos días más tarde, la milicia del gobernador campesino allanó los locales de la huelga y arrestó a los dirigentes.

Me salto un poco adelante en la historia. Después de la declaración de la ley marcial, las primeras víctimas, los primeros prisioneros de la milicia de Olson fuimos Max Shachtman y yo. No sé cómo descubrieron que nosotros estábamos allí, ya que no éramos muy notorios en público Pero Shachtman llevaba puesto un gran sombrero de cowboy -donde lo había conseguido o por qué lo llevaba puesto, por el nombre de Dios, yo nunca lo supe- y eso lo hizo notorio. Supongo que fue así como nos localizaron. Una noche Shachtman y yo salimos del cuartel general de la huelga, caminamos por la ciudad, necesitados de diversión, observando para ver qué shows estaban dando. Casi al final de la avenida Hennepin nos confrontamos con una alternativa: en un lugar un cabaret, al lado un cinematógrafo. ¿A dónde íbamos a ir? Bien, naturalmente, dije al cine. Un par de detectives que habían estado sobre nuestro rastro, nos siguieron y nos arrestaron allí. ¡Escapamos por poco de ser arrestados en un cabaret! ¡Qué escándalo hubiera sido! ¡Nunca hubiera vivido para olvidarlo, estoy seguro!

Nos mantuvieron en prisión por 48 horas; después nos llevaron a la corte. Nunca vi tantas bayonetas en un mismo lugar en mi vida como las que había dentro y alrededor de la sala de la corte. Todos esos jóvenes, con altos tiradores y cadena blanca de milicia, parecían estar bastante ansiosos de tener una pequeña práctica de bayoneta. Algunos de nuestros amigos estaban en la corte observando los procedimientos. Finalmente, el juez nos pasó a los militares, y Shachtman y yo fuimos llevados corredores y escaleras abajo entre dos filas de hombres con las bayonetas empuñadas. Mientras nos estaban sacando de la corte, escuchamos un grito desde arriba. Bill Brown y Mick Dunne se habían instalado confortablemente en la ventana del tercer piso mirando la procesión, riendo y haciéndonos muecas. "Cuidado con las bayonetas", gritó Bill. Minneapolis no estaba para bromas. Cuando unos días más tarde Bill y Mick fueron arrestados por la milicia, se lo tomaron alegremente.

Nos llevaron a la casa de la guardia y dejaron a dos o tres de esos nerviosos guardias vigilándonos con sus manos en la bayoneta todo el tiempo. Albert Goldman vino y arnenazó con acciones legales. Los jefes de la milicia parecían ansiosos de sacarse de encima y evitar cualquier problema con ese abogado de Chicago. Por nuestra parte, no queríamos hacer un caso de prueba de nuestra detención. Queríamos sobre todo, salir porque podíamos ser de alguna ayuda para el Comité dirigente del sindicato. Decidimos aceptar la oferta que nos hicieron. Ellos dijeron, si están de acuerdo en dejar la ciudad pueden irse. A lo que dijimos, está bien: nos fuimos por el río a St. Paul. Allí, todas las noches teníamos reuniones del comité dirigente en la medida que ningún camarada de la dirección estuviera en prisión. El comité de la huelga, a veces con Bill Brown, a veces sin él, conseguía un auto, manejaba hasta allí, contaba las experiencias del día y el plan para el próximo día. No hubo nunca un movimiento serio en toda la huelga que no fuera planeado y preparado con anticipación.

Luego vino el raid por los locales de la huelga. Una mañana las tropas de la milicia rodearon el local a las 4:00 AM y arrestaron a cientos de piqueteadores y a todos los dirigentes a los que les pudieron poner la mano encima. Arrestaron a Mick Dunne, Vincent Dunne, Bill Brown. Se "olvidaron" a algunos de los dirigentes en su apuro, Farrell Dobbs, Grant Dunne y otros se escurrieron entre sus dedos. Con esto simplemente establecimos otro comité y sustituimos locales por varios garages de amigos; los piquetes, organizados clandestinamente, siguieron con gran fuerza. La pelea continuó y los mediadores continuaron su pantomima.

Un hombre llamado Dunnigan fue el primero que enviaron en esa situación. Tenía un aspecto amigable, usaba anteojos, suspendidos de una cinta negra y fumaba cigarros caros, pero no sabía mucho. Después de intentar vanamente por un tiempo hacer retroceder a los dirigentes, puso en marcha una propuesta con un compromiso de un aumento sustancial de salarios, sin garantizar todas las demandas. Mientras tanto uno de los ases de los negociadores de Washington, un prelado católico llamado Padre Haas, fue enviado allí. Se asoció con la propuesta de Dunnigan y se hizo conocida como el "Plan Haas-Dunnigan". Los huelguistas la aceptaron inmediatamente. Los patrones gritaron y fueron puestos en la posición de tener que oponerse a la propuesta gubernamental, pero eso parecía no preocuparles. Los huelguistas explotaron la situación efectivamente movilizando la opinión pública en su favor. Después, cuando habían pasado algunas semanas, el padre Haas descubrió que no podía hacer ninguna presión con éxito sobre la patronal y entonces decidió hacer la presión sobre los huelguistas. Puso las cosas negras para el comité negociador del sindicato: "la patronal no va a ceder, entonces cedan ustedes. La huelga debe terminar, Washington insiste".

Los dirigentes de la huelga respondieron: "no, no puede hacer eso. Un arreglo es un arreglo. Aceptamos el plan Haas-Dunnígan. Estamos peleando por su plan. Su honor está en juego aquí". A lo que el padre Haas dijo -esta es otra amenaza que siempre hacen a los dirigentes:

"Apelaremos a la base del sindicato en nombre del gobierno de los Estados Unidos". Esa amenaza usualmente aterroriza a dirigentes obreros inexpertos. Pero los dirigentes de Minneapolis no se asustaron. Dijeron: "Bien, vamos". Entonces arreglaron un mitín para él. Oh, consiguió un mitín que nunca debió haber concertado. Aquel mitín, como toda otra acción importante de la huelga, fue planeado y preparado con anticipación. No bien el padre Haas terminó su discurso, se desató la tormenta. Uno a uno, los huelguistas se levantaron y le mostraron qué bien que habían memorizado los discursos que se habían preparado en la junta. Casi lo echaron del mitín. Lo pusieron enfermo físicamente. Se lavó las manos y se fue de la ciudad. Los huelguistas votaron por unanimidad condenar su intento traidor de hacer naufragar su huelga y también a su sindicato. Dunnigan estaba terminado, el Padre Haas estaba terminado. Entonces mandaron un tercer mediador federal. Obviamente había aprendido de las tristes experiencias de los otros a no intentar ninguna diablura. Mr. Donaghue, creo que ese era su nombre, se puso a trabajar bien y en unos pocos días elaboró un acuerdo que era una victoria sustancial para el sindicato.

El nombre de una nueva galaxia de líderes obreros se encendía en el cielo del noroeste: William S. Brown; los hermanos Dunne-Vincent, Miles y Grant; Carl Skoglund; Farrell Dobbs; Kelly Postal; Harry DeBoer, Ray Rainbolt; George Frosig. La gran huelga llegó a su fin después de cinco semanas de dura lucha durante las cuales no hubo ni una hora libre de tensión y peligro. Dos trabajadores fueron asesinados en aquella huelga, injurias, disparos, golpes en los piquetes en la batalla por mantener los camiones quietos sin los conductores del sindicato. Una gran cantidad de dificultades, de presiones de todo tipo fueron soportadas, pero el sindicato finalmente salió victorioso, firmemente establecido, construido sobre bases sólidas como resultado de esas luchas. Pensamos y lo escribimos más tarde, que esa fue una gloriosa reivindicación del trotskismo en el movimiento de masas.

Minneápolis fue el punto más álgido de la segunda oleada de huelgas bajo la NRA (Administraci6n Roosevelt). La segunda oleada surgió más fuerte que la primera, así como la tercera estaba destinada a superarla y alcanz6 su pico más alto con las huelgas de brazos caídos de la CIO. El gigante del proletariado norteamericano estaba empezando a sentir su poder en aquellos años, comenzaba a mostrar las tremendas potencialidades, las fuentes de su fuerza, la ingenuidad y el coraje que residían en la clase obrera norteamericana.

En julio de ese año, 1934, escribí un artículo sobre esas huelgas y las oleadas de huelgas para la primera edición de nuestra revista, la New International. Decía: "La segunda oleada de huelgas bajo la NRA se levanta más alto que la primera y marca un gran salto adelante de la clase obrera norteamericana. Las enormes potencialidades de los desarrollos futuros están claramente escritas en este avance..." "En esas grandes luchas los obreros norteamericanos en todo el país están desplegando una ilimitada militancia de una clase que recién comienza a despertar. Esta es una nueva generación de una clase que no ha sido derrotada. Por el contrario, ahora sólo está comenzando a encontrarse y a sentir su fuerza, y en estos primeros conflictos tentativos del proletariado, está dando una promesa gloriosa para el futuro. La presente generación se mantiene fiel a la tradición de los obreros norteamericanos; es agresiva y violenta desde el principio. El obrero norteamericano no es cuáquero. El futuro desenvolvimiento de la lucha de clases traerá muchas luchas en los Estados Unidos."

La tercera oleada, que culminó en las huelgas de brazos caídos, confirmó esa predicción y nos dio las bases para buscar con gran optimismo las demostraciones aún más grandiosas del poder y militancia de los obreros norteamericanos. En Minneápolis vimos la militancia nativa de los trabajadores fusionada con una dirección políticamente conciente. Minneapolis mostró qué grande puede ser el rol de una dirección así. Dio grandes promesas para el partido fundado sobre principios políticos correctos, fundido y unido con el movimiento de masas de los obreros norteamericanos. En esa combinación se puede ver el poder que conquistará el mundo entero.

Durante aquella huelga, atados como estábamos día a día con innumerables detalles y bajo la presión constante de los eventos diarios, no olvidamos el aspecto político del movimiento. En el orden del día del comité, en ocasiones, no discutíamos sólo los problemas de la huelga inmediatos, del día; lo mejor que podíamos, nos manteníamos despiertos y alertas a lo que estaba pasando en el mundo fuera de Minneapolis. En ese momento, Trotsky estaba elaborando uno de sus movimientos tácticos más audaces. Proponía que los trotskistas de Francia entraran a la renaciente sección del ala izquierda de la Socialdemocracia francesa y trabajaran dentro de ella como una fracci6n bolchevique. Era el famoso "giro francés". Discutimos esta propuesta al calor de la huelga de Minneápolis. Trasladamos esto a América como un mandamiento para acelerar la unión con el AWP (Partido Obrero Norteamericano). Este era obviamente el grupo político más cercano a nosotros y que se movía a la izquierda. Decidimos recomendar a la dirección nacional de nuestra Liga que diera pasos decisivos para apurar la unificación y completarla antes de fin de año. Los partidarios del pastor Muste habían dirigido una gran huelga en Toledo. Los trotskistas se habían distinguido en Minneápolis. Toledo y Minneápolis se habían ligado como símbolos gemelos de los dos puntos más altos de militancia proletaria y dirección conciente. Esas dos huelgas tendían a unir a los militantes en cada batalla; a hacerlos más estrechos unos con otros, más deseosos de colaborar. Era obvio, por todas las circunstancias, que era tiempo de dar la señal para la unificación de esas dos fuerzas. Volvimos de Minneapolis con ese objetivo en vista y nos movimos decisivamente hacia la fusión de los trotskistas y el AWP, hacia el lanzamiento de un nuevo partido -la sección norteamericana de la Cuarta Internacional.

ConferenciaIX
La fusión con los Musteistas

Al final de la última conferencia dejábamos Minneápolis y estábamos de regreso a New York, buscando nuevos rumbos para conquistar. La gran oleada de huelgas de 1934, la segunda bajo la administración de Roosevelt, no había agotado todavía sus fuerzas. En el número de obreros implicados, pero no en otros aspectos, alcanzó su cresta en septiembre, con la huelga general de los obreros textiles. 750.000 obreros de fábricas de algodón fueron a la huelga el 1 de septiembre de 1934. The Militant reportó la huelga con una editorial completa con consejos sobre qué deberían hacer los huelguistas. Montada sobre la oleada del movimiento de masas trabajadoras, nuestra organización política avanzaba. Nuestro progreso, sin embargo, fue interrumpido por un momento por un pequeño obstáculo, llamado crisis financiera. La misma edición de The Militant que reportaba la huelga de los 750.000 obreros textiles con unos pocos artículos sobre las conclusiones de la huelga de Minneapolis, llevaba la siguiente noticia en la página frontal. La copié hoy para darles a ustedes el sabor de la situación tal cual se nos presentaba en aquel momento:

"Estamos en una crisis... Nuestras actividades en Minneapolis han agotado nuestros recursos... He aquí los hechos: es sólo una cuestión de días para que aparezca el jefe de policía en nuestro local y nos saque a la calle nuestro equipo de impresión. Ya ha llegado una nota de desalojo. Y aún si el propietario fuera misericordioso por unos pocos días, probablemente estaríamos obligados a dejar de funcionar de todas formas. Se debe una gran cuenta de electricidad; la luz y la corriente serán cortadas. La compañía de gas, la compañía de papel y un montón de otros cobradores están sobre nuestro cuello exigiendo pagos. Envíen colaboraciones. ¡Actúen ahora!"

Así equipados nos dirigimos al American Workers Party con otra propuesta de unidad. Los llamamos a unirse para formar un nuevo partido que conquiste el mundo. Reabrimos las negociaciones con una carta del 7 de septiembre, requiriéndole al AWP que tome una posición positiva en favor de la unificación y que forme un comité para discutir con nosotros el programa y los detalles organizativos. Esta vez recibimos una respuesta rápida del American Workers Party. Era una carta de dos caras. Por un lado, bajo la influencia de los cuadros y los activistas de base en la conferencia de Pittsburgh, quienes habían hablado bastante enfáticamente en favor de la unidad, la carta del AWP, firmada por Muste, el Secretario Nacional, era conciliadora en el tono y hablaba en favor de la unidad si podíamos llegar a algún acuerdo. Expresaba los sentimientos de los elementos honestos, activos, el campo obrero del AWP. Creo que el mismo Muste tenía igual disposición en aquel momento. La misma carta, sin embargo, tenía otro lado que contenía una referencia provocadora sobre la Unión Soviética. Representaba la influencia de Salutsky y Budenz, quienes eran hostiles a unirse con los trotskistas.

El AWP no era una organización homogénea. Su carácter progresivo estaba determinado por dos factores: 1) a través de sus actividades en el movimiento de masas, en los sindicatos y en el campo de los desocupados, habían atraído algunos militantes obreros de base y cuadros que estaban en serio por pelear contra el capitalismo. 2) la dirección general en la que se movía el AWP en ese momento era claramente hacia la izquierda, hacia una posición revolucionaria. Esos dos factores determinaban el carácter progresivo del movimiento de Muste de conjunto. Al mismo tiempo, como ya he dicho, nos dábamos cuenta de que no era una organización homogénea. De hecho, tenía adentro todo tipo de especies políticas. En otras palabras, los miembros del AWP incluían de todo, desde proletarios revolucionarios hasta canallas reaccionarios y falsos.

La personalidad sobresaliente del American Workers Party era A. J. Muste, un hombre notable que siempre fue extremadamente interesante para mí y por quien siempre he tenido los sentimientos más amigables. Era un hombre capaz y enérgico, evidentemente sincero y entregado a la causa, a su trabajo. El punto en contra era su pasado. Muste había comenzado su vida como un predicador. Para empezar, esto significó dos obstáculos para él. Porque es muy difícil sacar algo de un predicador. Digo esto más con tristeza que con enojo. Lo he visto intentar varias veces, pero nunca con éxito. Muste era, se puede decir, la última y mejor oportunidad; y aún él, la mejor perspectiva de todas, no pudo avanzar hasta el final a causa de aquel terrible pasado de iglesia, que lo había estropeado en sus años de formación. Tomar el opio de la religión es muy malo en sí mismo -Marx la definió correctamente como un opio. Pero vender el opio de la religión, como hacen los predicadores es mucho peor. Es una ocupación que deforma la mente humana. Ni un solo predicador, de los muchos que han ido al movimiento radical de Norteamérica, a través de su historia, ni uno solo de ellos cambió y se transformó en revolucionario genuino. Pero, a pesar del obstáculo de su pasado, Muste era prometedor por sus cualidades personales excepcionales, y por la gran influencia que tenía sobre la gente que lo rodeaba; su prestigio y su buena reputación. Muste prometía transformarse en una fuerza real como dirigente en un nuevo partido.

Muste no era el único dirigente del AWP. Era, podría decirse, el mediador, el dirigente central que balanceaba las cosas entre los lados en pugna. Había otro hombre extremadamente capaz en el Comité Nacional del American Workers Party. Lo mencioné en una conferencia anterior: su nombre era Salutsky. Ese era el nombre bajo el cual lo conocimos en el Partido Socialista y en los primeros años del comunismo norteamericano. Ahora anda bajo el nombre de J. B. S. Hardman, el editor de Advance, órgano oficial del Amalgamated Clothing Workers (Obreros Textiles Unidos), y ha tenido ese puesto por los últimos 20 años. Salutsky era un hombre a medias. Intelectualmente, era un socialista. Su pasado estaba en el movimiento socialista ruso, el bund judío. Fue un dirigente sobresaliente de la Federación Socialista Judía del Partido Socialista Norteamericano. Por años fue el editor del órgano de la Federación Judía, y más capaz que Olgin y otros destacados miembros en el movimiento. Moralmente, Salutsky era un débil, un veleta oportunista que nunca podía terminar de decidirse ir de lleno en una dirección. Quería y no quería. Estaba siempre dividido en su lealtad, y cada movimiento que hacía en una dirección era contrarrestado por la contradicción que llevaba adentro, aquella doble personalidad, que lo empujaba en otra dirección. Vivía una doble vida. Los domingos quería ser de un partido, dar conferencias, discutir teoría, asociarse con gente de ideas. Pero los días de semana era J. B. S. Hardman, el editor lacayo del Advance, certero tirador intelectual que hacía toda clase de trabajo sucio para aquel patán ignorante y engañabobos que era el jefe del Amalgamated Clothing Workers, Sydney Hillman.

Conocía a Salutsky bastante bien desde el punto de vista personal. Cuando lo encontré en 1934, en el curso de las negociaciones con el American Workers Party, estábamos por segunda vez en una situación similar. Trece años antes, en 1921, él y yo -en bandos opuestos- participamos en el comité de negociación conjunto de los "Consejos Obreros" y el Partido Comunista clandestino. "Consejos Obreros" era el nombre de un grupo de corta vida de los Socialistas de lzquierda que rompió en 1921 con el Partido Socialista; es decir dos años después de la gran ruptura decisiva de 1919, y vio la unidad con nosotros sobre la base de un Partido Comunista legal. Su posición fue acorde con su característica. En 1919, cuando tuvo lugar la ruptura principal, cuando todo el movimiento estaba dividido en comunistas por un lado y socialdemócratas por otro, Salutsky rechazó a los comunistas y permaneció en el Partido Socialista. Pero sus tendencias izquierdistas y su conocimiento del socialismo eran tales que no podía reconciliarse completamente con el ala derecha, y comenzó a jugar con la organización de un nuevo grupo de izquierda en el Partido Socialista. Ese era un grupo de comunistas de segundo grado, de segunda línea. Hacia 1921, Salutsky, sus amigos y gente parecida, fueron a una nueva ruptura del Partido Socialista y formaron otra organización, los "Consejos Obreros".

Fue una característica de Salutsky que nunca llegó a unirse al Partido Comunista directamente y sin reservas, ni en 1919 ni en 1921. No quería unirse al Partido Comunista clandestino, sólo formar un nuevo partido con un programa moderado, estrictamente "legal". Se unió por la puerta trasera en 1921, a través de esa fusión que hicimos con el "Consejo Obrero" para formar nuestro partido legal, el Workers Party. Aquella fusión coincidió justo con nuestros propósitos en aquel momento. El Partido Comunista de Estados Unidos era clandestino y estábamos intentando sacarlo a la legalidad por grados, como ya he relatado. En aquel momento, queríamos formar una organización legal, no como partido autosuficiente, sino como una pantalla del movimiento clandestino y como un paso de nuestra pelea por la legalidad. Servía muy bien a nuestros propósitos efectivizar una unificación con grupos a medias como la organización de Salutsky, el "Consejo Obrero", y lanzar un partido legal en el cual la mayoría comunista estuviera asegurada firmemente. Este partido legal -conocido como Workers Party- estaba completamente bajo la dominación del Partido Comunista. Todo el mundo sabía que era la expresión legal del Partido Comunista. Lo que hizo Salutsky fue una suerte de adhesión enmascarada al movimiento comunista. Pero no estuvo mucho tiempo. Cuando el Workers Party lanzó una campaña contra la burocracia sindical, comenzó a escaparse. Salutsky no tenía estómago para esa clase de cosas.

Una cosa es hacer una conferencia un domingo sobre el socialismo y la lucha de clases, explicar las contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de la revolución. Otra cosa es comprometerse con la acción práctica revolucionaria que puede llevar a uno a conflictos con los burócratas. Salutsky pronto se fue del Workers Party, o fue expulsado -no recuerdo cómo fue. Pero eso no importa.

Salutsky, sin embargo, no podría dejar de jugar con las ideas del socialismo y la revolución. Se unió a la CPLA (Conferencia de Acción Obrera Progresista), la predecesora del American Workers Party. Ayudó a darle una cierta dirección política, y apoyó la idea de transformarla en un partido, pero quería un partido pseudo-revolucionario, no uno real. No quería conflictos con la burocracia de los sindicatos y por sobre todas las cosas temía una unión con los trotskistas. Nada de lo que Salutsky podía hacer para sabotear la unificación dejó de hacerlo. El conocía, como muchos otros, aquella característica de nuestro movimiento que he mencionado en conferencias anteriores: trotskista significa seriedad. Salutsky sabía que una vez que tuviera lugar una fusión del AWP con los trotskistas, toda posibilidad futura de disfrazarse como socialista con un partido pseudo-radical estaría perdida para él.

En las negociaciones nos encontramos con Salutsky como enemigos, bien educados por supuesto, como es la costumbre prevalente para lo negociadores, pasamos el día haciendo unas pocas bromas y ocultando el puñal -al menos al principio. Recuerdo el primer día para nosotros -Shachtman y yo, y creo que Abern u Oehler- no estoy seguro quién -entramos en la oficina del American Workers Party para encontrarnos concertadamente con Muste, Salutsky y Hook, el profesor de la Universidad de New York que después rozó el socialismo. Como estábamos intercambiando bromas antes de que empezara el mitín, Salutsky me dijo, con aquella sonrisa triste que parecía llevar siempre: "Siempre leo The Militant. Me gusta ver qué tienen para decir los trotskistas". Tenía en la punta de la lengua responderle que siempre leo el Advance para ver qué tiene Hillman para decir. Pero lo dejé pasar. Estábamos con la mejor actitud, para poder llevar adelante la unidad con las menores fricciones sobre pequeñeces posibles. Salutsky intentó sabotear la unidad por todos los medios, pero al final perdió el juego. En vez de empujar al American Workers Party lejos de los trotskistas, los empujamos hacia nosotros, en una unificación eventual, y fue hecho a un costado como un trapo viejo. Esto puso fin a las actividades de Salutsky como "socialista". Dejó el partido, y la política radical también. Ahora está en el campo de Roosevelt -y ahí es donde pertenece.

Otro dirigente sobresaliente del American Workers Party en aquel momento era un hombre llamado Louis Budenz. Había sido un trabajador social. Su interés en el movimiento obrero fue el de un estudiante -observador y publicista de una revista que daba consejos a los trabajadores pero no representaba un movimiento organizado. Eventualmente, por medio de la CPLA, se vio envuelto por primera vez en el movimiento de masas para el cual tenía incuestionablemente un talento considerable. El trabajo de masas es un trabajo duro y devora a mucha gente. Hacia 1934 Budenz, que no tenía un pasado o educación socialista, era un 100 por ciento patriota, tres cuartos stalinista, cansado y algo enfermo, buscando una oportunidad para venderse. Era un oponente de la unificación. Budenz ya estaba mirando hacia el partido stalinista, así como una considerable sección del AWP lo había hecho. Sólo la vigorosa intervención de los trotskistas y la presión de nuestras negociaciones por la unidad impidieron que el partido stalinista se tragara a una gran parte del AWP en ese momento. Debo agregar que Budenz eventualmente encontró su oportunidad de venderse, hoy es editor del Daily Workers y por años ha estado haciendo todos los trabajos sucios por los que le pagan.

Después estaba Ludwig Lore, bien conocido por nosotros desde los viejos tiempos del Partido Comunista. Lore, uno de los primeros comunistas en los Estados Unidos, uno de los editores de Class Struggle, la primera revista comunista en este país; un socialista de izquierda más que un comunista de corazón, estaba pasando por el AWP en su camino para completar la reconciliación con la democracia burguesa. Finalmente consiguió un trabajo en el New York Evening Post como un columnista ultra-patriótico. Lore estaba en contra de la unificación.

Estas eran algunas de las figuras líderes en el AWP. Discutiendo en nuestras filas la cuestión de unificarnos con los musteístas, encontramos oposición, el comienzo de una fracción sectaria en nuestro movimiento encabezada por Oehler y Stamm. Escuchamos los viejos argumentos familiares de los sectarios, que ven sólo a los dirigentes oficiales de las organizaciones, no a la militancia, y que juzgan de acuerdo a esto. Ellos preguntaban: "¿Cómo nos podemos unir con Salutsky, con Lore, y los otros?" Si no hubiera habido nada más que Salutsky, Lore y compañía en el American Workers Party, habría habido alguna lógica en su oposición.

Detrás de estos falsos y renegados veíamos alguna gente seria, algunos militantes proletarios. Antes había mencionado al camarada que dirigió la huelga de Toledo. Tenían numerosos elementos de este tipo en Pennsylvania y en el Medio Oeste. Ellos habían construido una organización de desocupados de tamaño considerable. Esos activistas proletarios en el AWP eran del tipo que nos interesaba; lo mismo que Muste de quien nosotros pensábamos que podía transformarse en un bolchevique. Al lado de Muste, que era una figura por sí mismo, al lado de Budenz, Salutsky, Lore, había otros en esta masa heterogénea llamada American Workers Party: la gente de Toledo; los cuadros y militantes en el movimiento de desocupados y algunos cuadros y militantes de los sindicatos. En suma, para redondear la lista del American Workers Party, había algunas chicas del YWCA, estudiosos de la Biblia, intelectuales varios, profesores universitarios y algunos no clasificados que sólo se han extraviado. Nuestra tarea política era no permitir que los stalinistas se tragaran este movimiento, y remover un obstáculo centrista de nuestro camino haciendo una unificación con los activistas proletarios y la gente seria, aislando a los impostores y descartando a los elementos inasimilables. Esa era una gran tarea pero al fin triunfamos no sin gran esfuerzo y dificultades.

Yo mencioné que la carta del AWP, en respuesta a nuestra segunda propuesta para negociar, contenía una provocación sobre la cuestión rusa, incuestionablemente inspirada por Salutsky y Budenz. Extraigo unas pocas frases de aquella carta para darles una idea sobre la provocación: "Debemos tener cuidado de que nuestra crítica a las políticas de la Internacional Comunista y del Partido Comunista no sólo no sean, sino que estén libres de cualquier apariencia de ser un ataque sobre la Unión Soviética. Sin embargo, por justificadas que hayan sido algunas de las críticas de la CPLA a cierta política de la Unión Soviética, han quedado en la opinión pública como una expresión de una actitud antagónica hacia la Unión Soviética".

Continuaban diciendo en la carta que debía haber un claro entendimiento, que de unirse con nosotros, ellos no se iban a volver anti-soviéticos. Cuando leímos esa carta en nuestra reunión del Comité Nacional no lo podíamos creer. Nosotros habíamos estado defendiendo a la Unión Soviética desde 1917. Esta gente en gran parte recién la había descubierto y ya nos daba conferencias sobre nuestras obligaciones hacia la Unión Soviética. Muy violentos, nos sentamos y escupimos una quemante respuesta para sacarlos del medio. Luego de escribirla, diciéndoles dónde podían metérsela, nos enfriamos. Lo reconocimos como lo que era: una provocación. Hubiera sido muy tonto de nuestra parte caer en la trampa y perder de vista nuestras tareas y objetivos políticos. Por consiguiente, delineamos en la reunión del comité otra respuesta que: 1) sentaría firmemente nuestra posición sobre la Unión Soviética; 2) simularía no tomar en cuenta la provocación; 3) enfatizaría de nuevo la necesidad de la unidad.

Esa clase de respuesta estaba hecha para hacerle más duro a los provocadores su tarea de evitar la unidad entre los militantes del AWP.

Mientras estábamos sentados en la reunión en nuestro cuartel general de la Segunda Avenida, discutiendo los puntos de este bosquejo y decidiendo quién escribiría la declaración, recibimos una visita del profesor Hook y Burnham quienes eran miembros de este fantástico comité nacional del American Workers Party. Ellos estaban por la fusión. Eso era muy ventajoso para nosotros -tener un par de profesores en el comité del AWP en favor de la fusión sin considerar cuáles podrían ser sus motivos reales. Hook quería la fusión para deshacerse del AWP y terminar su breve aventura en la política partidaria. Quería retirarse a los costados, el único lugar donde él se sentía siempre en casa, y al que nunca debió haber dejado. Burnham, como más tarde mostraron los acontecimientos, quería la unidad con los trotskistas porque iba a dar después un paso más allá, volviéndose un poco más radical; quería probar con la punta del pie el agua fría de la política proletaria mientras estaba firmemente apoyado con el otro pie en la orilla de la burguesía. Los dos valerosos profesores nos advirtieron de la provocación. Temían que les respondiéramos de un modo que hiciera imposible la unidad. Por eso habían venido a visitarnos. Se sintieron muy complacidos y aliviados cuando les dimos el segundo borrador de nuestra respuesta.

Mientras todo esto pasaba en nuestro campo, las cosas se sacudían en todos lados, en todas las organizaciones, bajo el impacto del desarrollo del movimiento de masas. Nosotros estábamos empezando a atraer a pequeños grupos de gente de los lovestonistas y otros círculos en aquel momento. Había una noticia en The Militant del 8 de setiembre: "El grupo de Lovestone se rompe en Detroit. Cinco se unen a la Liga". La misma edición de The Militant contaba que Herbert Zam había dejado la organización de Lovestone y que Zam y Gitlow iban a unirse al Partido Socialista. The Militant del 29 de setiembre reportaba: "Los bolcheviques-leninistas franceses se han unido al Partido Socialista de Francia como una fracción". Esa fue la primera gran acción tomada llevando adelante la línea de Trotsky del "giro francés" que apuntaba a que nuestros camaradas se unan, siempre que sea posible, a aquellas organizaciones socialistas reformistas que pudieran estar abiertas a ellos para establecer contacto con las alas izquierdas en desarrollo y, de este modo, sentar las bases para un nuevo partido.

Nuestras propuestas organizativas, que fueron sometidas al American Workers Party en nuestro tercer encuentro, ayudaron a facilitar la unificación. Siempre creímos que el programa decide todo. Un grupo que está seguro de la adopción de un programa marxista no necesita pelear muy duro sobre cada detalle organizativo. Es un error común cometido por militantes inexpertos en política exagerar las cuestiones organizativas y despreciar el rol decisivo del programa. En los primeros días del movimiento comunista norteamericano muchas de las peleas y aún de las rupturas fueron causadas innecesariamente por una exagerada importancia por parte de las diferentes fracciones a posiciones organizativas que eran consideradas puestos de avanzada para la fracción. Nosotros hemos aprendido algo de aquella experiencia que ahora nos sirve como buena ayuda.

Cuando en el curso de las negociaciones, encontramos a los musteístas más cerca nuestro en las cuestiones del programa, avanzamos con un conjunto completo de propuestas para el aspecto organizativo de la fusión, un aspecto que importaba demasiado a un número de ellos. Nosotros les ofrecimos un acuerdo de cincuenta-cincuenta en todo. En ese momento éramos más fuertes que los musteístas numéricamente. Cuando se ponían las cartas sobre la mesa de la cuestión de los miembros cotizantes de la organización, nosotros teníamos más fuerzas. Ellos tenían probablemente un movimiento más grande en una forma nebulosa, probablemente más simpatizantes en general, pero nosotros teníamos más miembros reales. Nuestra organización era más compacta. Pero nosotros no tomamos en consideración todo eso y les ofrecimos un trato en el que las posiciones oficiales en el partido se dividirían equitativamente entre las dos partes. Además, en cada caso donde hubiera dos puestos de relativamente igual importancia, les ofreceríamos la elección. Por ejemplo, en las dos posiciones líderes, propusimos que Muste fuera el Secretario Nacional y que yo fuera el editor del periódico. O, si lo deseaban, a la inversa, yo sería el Secretario Nacional y Muste el editor. Les era muy difícil objetar esto. Sabíamos lo que significaba para ellos con su énfasis en las cuestiones organizativas, tener la secretaría porque, al menos en teoría, controla la máquina partidaria. Nosotros estábamos más interesados en el cargo editorial porque éste forma más directamente la ideología del movimiento. Hicimos lo mismo con los puestos de secretario obrero y director de educación. Propusimos tomar lo último y darles a ellos lo primero, o viceversa, como ellos quisieran.

El Comité Nacional tendría un número igual de cada parte y toda otra cuestión de organización que podría surgir se trataría sobre bases partidarias. Esa era nuestra propuesta. La obvia equidad, aún generosidad, impresionaron fuertemente a Muste y sus amigos. Nuestras "propuestas de organización", en lugar de precipitar conflictos y paralizaciones, como ha ocurrido frecuentemente, facilitaron enormemente la unidad. Como he dicho, éramos capaces de hacer esto, y de eliminar de un solo golpe aquello que ha sido regularmente un obstáculo insuperable, porque habíamos aprendido las lecciones de las peleas organizativas del pasado en el Partido Comunista.

Tomamos una actitud liberal y conciliadora sobre las cuestiones de organización, reservando nuestra intransigencia para la cuestión del programa. Se eligió un comité conjunto para bosquejarlo. Después de que habían sido diseñados, discutidos y enmendados dos o tres borradores; después de un poco de presión y conflicto, finalmente se acordó uno. Este se transformó después de la ratificación de la convención conjunta, en la "Declaración de Principios" del Workers Party de los Estados Unidos, que fue caracterizado por el camarada Trotsky como un programa rígidamente principista.

Mientras tanto recibimos algunas advertencias de los stalinistas quienes se habían dormido en los márgenes mientras el despreciado pequeño grupo "sectario" de trotskistas había entrado a un campo que ellos consideraban como propio. Habían hecho todos los intentos para absorber a la organización de Muste y tenían más derechos a esperar ganar que los que teníamos nosotros. Pero nosotros habíamos pegado el puñetazo, habíamos actuado en el momento justo -el tiempo es esencial en política- y fuimos más profundos en las negociaciones para la unidad con el AWP antes de que los stalinistas se dieran cuenta de qué estaba pasando. Cuando se despertaron salieron en su prensa con consejos y advertencias. El título de The Militant del 20 de octubre decía: "La prensa stalinista advierte al AWP contra la unión con nosotros". La referencia era un artículo del Daily Worker del notorio Bittleman, quien, bajo el título "¿Sabe el American Workers Party con quiénes se está uniendo?" daba una franca advertencia para ambos. A los musteístas los stalinistas les decían: "Nosotros debemos advertir a los trabajadores que siguen a Muste y a su American Workers Party contra una trampa que les está siendo tendida por sus dirigentes, la trampa del trotskismo contrarrevolucionario". Y después, para mostrar su imparcialidad, en el mismo artículo giraban y decían: "A aquellos pocos obreros descarriados que aún siguen a los trotskistas: Cannon, Shachtman y compañía los están llevando a la unidad con Muste, el campeón del nacionalismo burgués".

Nosotros les respondimos. "Si los trotskistas son contrarrevolucionarios y los musteístas nacionalistas burgueses, podrían muy bien tirarlos juntos en la misma bolsa. Nada malo puede salir de esto porque ninguno de los dos puede hacerse peor con la fusión. Les agradecimos su consejo imparcial, de dos caras, con doble intención y continuamos con la fusión. Las dos organizaciones comenzaron a colaborar en actividades prácticas. Tuvimos encuentros conjuntos antes de la fusión. The Militant del 6 de octubre reporta que Muste y Cannon hablaron ante un mitín común de masas de la CLA y el AWP en Paterson, New Jersey, a 300 obreros de la seda discutiendo las lecciones de la huelga.

Por esa época, en octubre de 1934, fui enviado al exterior por el Comité Nacional al mitín del pleno del Comité Ejecutivo de la Liga Comunista Internacional en Paris. De allí fui a visitar al camarada Trotsky en Grenoble, en el sur de Francia. Fue la primera vez que vi al camarada Trotsky personalmente desde su exilio de la URSS años atrás. Muchos camaradas norteamericanos habían estado en el extranjero, pero ese era mi primer viaje. Shachtman había estado allí dos veces y muchos otros miembros individuales de la organización, quienes podían financiarse viajes personales a Europa, lo habían visto. En ese momento el camarada Trotsky estaba siendo perseguido por los fascistas franceses.

Algunos de ustedes recordarán que en aquel momento, 1934, la prensa fascista francesa comenzó a hacer un gran escándalo por la presencia de Trotsky en Francia. Hicieron tal agitación -en la cual estuvieron junto a los stalinistas bajo el slogan común: "Echen a Trotsky de Francia"- que aterrorizaron al gobernante Daladier para que revocara su visa. Le fue ordenado dejar Francia y privado de todos sus derechos de permanecer allí. Pero ellos no pudieron encontrar ni un solo país capitalista en el mundo entero que le diera una visa de entrada, por lo que tuvieron que dejarlo en Francia. Pero él estaba allí bajo las circunstancias más inciertas y peligrosas, sin ninguna protección real, ni derechos legales, mientras la prensa fascista y los stalinistas seguían persiguiéndolo todo el tiempo. En ese entonces estaba escondido en la casa de un simpatizante en Grenoble. No tenía asistentes, ni secretarios, ni dactilógrafos porque estaba viviendo al día. Estaba obligado a hacer todo su trabajo a mano. Los sabuesos de la reacción lo tenían corriendo. Perseguido de un lugar a otro, sólo consiguió establecerse en la casa de un simpatizante, y comenzó a trabajar, hasta que los fascistas locales descubrieran su presencia en el nuevo refugio. La mañana siguiente aparecería un rótulo escandaloso en el periódico: "¿Qué está haciendo en esta ciudad el asesino ruso, Trotsky?" Esto provocaría gritos y ayes, y él debería abandonar el lugar en la oscuridad de la noche, tan pronto como sea posible, para salvar su vida, y encontrar otro lugar para salvarse. Lo mismo se repetía una y otra vez. Durante ese tiempo la salud de Trotsky estaba muy mal y casi sucumbe. Aquellos fueron días de gran ansiedad para todos nosotros. Fue un momento muy feliz pan mí, a la mañana temprano -a eso de las siete- después de viajar toda la noche desde París, poder entrar a esa casa, ver y saber que él estaba aún vivo. Me reuní con él para el desayuno pero prefirió sentarse y comenzar directamente la discusión política. Su primera pregunta fue: "¿Qué pasó en el pleno? ¿Votaron las resoluciones?" Cortésmente, salteé las cuestiones de poco sustento. Entonces tomé el desayuno con Trotsky y Natalia, y rompí una de las reglas de la casa, por la cual me disculpé más tarde. Lo hice por ignorancia. Había oído que él no permitía que fumaran en su presencia. Glotzer y otros habían regresado con relatos terribles de las reprimendas que habían recibido por este motivo. Yo había pensado esto sólo como una idiosincrasia por parte de Trotsky, no para ser tomado muy seriamente. Yo estaba acostumbrado a fumar después del desayuno y, como el café estaba servido -ese es el momento en el que sabe mejor fumar- saqué mi cigarro y después de que el hecho estaba medio consumado, dije graciosamente: "escuché que alguna gente es echada por fumar. ¿Es eso así?" Él me dijo, "no, no, siga fumando". Y agregó: "para muchachos como Glotzer no está permitido, pero para un sólido camarada como usted está bien". Por lo tanto fumé todo el tiempo en su presencia durante mi visita. Sólo años después aprendí que el fumar era repugnante físicamente para él, y hasta lo enfermaba y me arrepentí profundamente de haberlo hecho. A la tarde, Trotsky nos llevó a un viaje en su automóvil a la cima de los Alpes franceses. En la cumbre de la montaña tuvimos una discusión sobre el proyecto de fusión con los musteístas. El viejo aprobó todo lo que habíamos hecho, incluso nuestra finta a la provocación sobre la URSS. Nos pusimos de acuerdo en uno o dos puntos que habíamos dejado en suspenso esperando su consejo; medidas para facilitar nuestra unificación con los musteístas. Estaba totalmente a favor de ésta, y también se interesó mucho por la personalidad de Muste, me hizo preguntas sobre él y manejó algunas expectativas de que Muste se desarrollara como un bolchevique real más adelante.

El pleno de la Liga Comunista Internacional se hizo en París, en octubre de 1934. El propósito de ese pleno era darle el remate a la decisión que ya había sido acordada por el Comité Ejecutivo Internacional y afirmada por referéndum en las secciones nacionales: la decisión de llevar adelante el "Giro francés"; es decir el giro realizado por nuestra organización francesa para unirse al Partido Socialista de Francia como un todo para trabajar dentro de ese partido reformista como una fracción, para entrar en contacto con su Ala Izquierda, buscando influenciarla y fusionarse con ella, y de este modo, ensanchar las bases para la eventual construcción de un nuevo partido revolucionario en Francia. El pleno apoyó esta línea, lo que significaba una reorientación de nuestras tácticas en todo el mundo. La acción se llevó a cabo bajo la consigna que mencioné antes: girar de un círculo de propaganda, como lo habíamos sido nosotros por cinco años, a un trabajo de masas, a tomar contacto con el movimiento vivo de los trabajadores que iban en dirección del marxismo revolucionario.

Cuando regresé de París a informar sobre el pleno a nuestra organización en New York, encontramos una oposición encabezada por Oehler y Stamm y reforzada por un voluble inmigrante ultraizquierdista alemán llamado Eiffel. Ellos objetaban, por principio, nuestra unión a cualquier sección de la Segunda Internacional. Sus argumentos, como todos los argumentos de los sectarios, eran formales, estériles, por fuera de la realidad de nuestros días. "La Segunda Internacional" -decían y bastante correctamente- "traicionó al proletariado en la Guerra Mundial. Fue denunciada por Rosa Luxemburgo como un cadáver maloliente. La Internacional Comunista se formó en 1919 en lucha contra la Segunda Internacional. Y ahora, en 1934, ustedes quieren regresar a esa organización reformista y traidora. Eso es una traición sin principios".

En vano les explicamos que la Segunda Internacional de 1934 no era exactamente la misma organización que la que había sido en 1914 o en 1919. Que la burocratización de la Comintern había empujado dentro de los partidos socialistas con su forma de organización más libre, más democrática, una nueva camada de obreros despiertos, de militantes. Que había crecido allí una nueva generación de jóvenes socialistas que no tuvieron parte en la traición de 1914-1918. Que desde que habíamos sido barridos de toda participación en la Comintern debíamos reconocer esa fuerza. Que si queríamos construir un nuevo partido revolucionario deberíamos dirigir nuestras fuerzas a la Segunda Internacional y establecer contacto con su nueva ala izquierda.

Después la oposición sectaria fue más allá con un nuevo argumento. "¿No es uno de los principios del marxismo, y una de las condiciones de admisión en el movimiento trotskista, que debemos estar por la independencia incondicional del partido revolucionario en todo momento y bajo cualquier circunstancia? ¿No es este un principio?" "Sí", respondimos, "es un principio. Esta es la gran lección del Comité Anglo-Ruso. Esta es la lección fundamental de la Revolución China. Hemos publicado folletos y libros para probar que el partido revolucionario nunca debe fundirse con otra organización política, nunca debe mezclar sus banderas, sino permanecer independiente aún en el aislamiento. La Revolución Húngara fue destrozada en parte por la fusión falsamente motivada de los comunistas y los socialdemócratas".

"Todo esto es correcto", dijimos, "pero hay sólo un pequeño tornillo suelto en sus argumentos. Nosotros no somos aún un partido. Somos sólo un pequeño grupo de propaganda. Nuestro problema es transformarnos en un partido. Nuestro problema, como lo dijo Trotsky, es poner algo de carne sobre nuestros huesos. Si nuestros camaradas franceses pueden penetrar al movimiento político de masas del Partido Socialista, atraer a su ala izquierda y fusionarse con ella, entonces ellos van a poder construir un partido en el real sentido de la palabra, no una caricatura. Entonces podrán aplicar el principio de la independencia del partido bajo cualquier condición, y el principio tendrá algún sentido. Ustedes usan el principio en una forma que lo transforman en una barrera contra los movimientos tácticos necesarios para hacer posible la creación de un partido real".

No los pudimos mover. Pensamiento formal, ese es el rasgo del sectarismo; carente del sentido de las proporciones; sin consideración por la realidad; excentricidad estéril en un círculo cerrado. Comenzamos a pelear la cuestión del "Giro Francés" en nuestra Liga un año antes de que fuera aplicado aquí en la misma forma que en Francia. La fusión proyectada con los musteístas era la misma cosa en una forma diferente, pero los oehleristas no lo reconocieron -precisamente porque la forma era diferente. Nos perdonaron la fusión con los musteístas, pero con gran alarma, miedo y profecías de cosas malas que irían a ocurrir por mezclarse con gente extraña. Como uno de nuestros muchachos -Larry Turner- expresó en una carta el otro día, los sectarios siempre tienen miedo de sus reprimidos deseos de ser oportunistas. Tienen siempre miedo de entrar en contacto con oportunistas, permitirles que los corrompan. Pero nosotros, seguros de nuestra virtud, fuimos confiadamente adelante. En la discusión de 1934 del "Giro francés", creció una división en nuestra organización. Las tendencias en pugna eventualmente se consolidaron en fracciones. La disputa de 1934 sobre la acción de nuestros camaradas franceses fue el ensayo general para derribar, sacar la pelea definitiva contra el sectarismo oehlerista en nuestras filas al año siguiente. Nuestra victoria en aquella pelea fue la precondición para todos nuestros avances posteriores.

Nos estábamos moviendo rápidamente hacia la fusión, negociando día tras día. Estábamos cooperando con los musteístas en varias actividades prácticas, y la tendencia era hacia la unificación de las dos organizaciones. Finalmente llegamos a un acuerdo sobre el bosquejo del programa; es decir, los dos comités llegaron a un acuerdo. Llegamos a un acuerdo sobre las propuestas organizativas. No quedaba nada más excepto someter la cuestión a las convenciones de las respectivas organizaciones para su ratificación. Había aún algunas dudas de ambos lados como qué harían los cuadros y los militantes. Nosotros no sabíamos cuán fuertes podrían llegar a ser los oehleristas fuera de New York; y Abern, como siempre, estaba maniobrando furtivamente desde las sombras, llave inglesa en mano. Muste, en ese momento se había vuelto un firme devoto de la fusión, pero no estaba seguro de ser mayoría. Consecuentemente, a pesar de llamar a una convención conjunta, tuvimos primero convenciones separadas de las dos organizaciones. Las convenciones se reunieron separadas del 26 al 30 de noviembre de 1934, y desgranamos todos los asuntos internos de cada lado. Cada convención ratificó finalmente la Declaración de Principios que había sido bosquejada por los comités conjuntos, y ratificaron las propuestas organizativas. Después, sobre la base de estas decisiones separadas, llamamos a las dos convenciones a una sesión conjunta el sábado l y domingo 2 de diciembre de 1934. The Militant, informando sobre aquella convención en su siguiente edición decía: "El "Workers Party de Estados Unidos ha sido formado... la convención única del American Workers Party y la Comunist League of America (Liga Comunista de Estados Unidos) completó su tarea histórica la tarde del domingo en Stuyvesant Casino... Minneapolis y Toledo, ejemplificando la nueva militancia de la clase obrera norteamericana, eran las estrellas que presidieron su nacimiento... Un nuevo partido lanzado en su tremendo compromiso: La derrota de la clase capitalista en Norteamérica y la creación de un estado obrero".

Conferencia X
La lucha contra el sectarismo

La unificación formal de la Communist League (Liga Comunista) y el American Workers Party, los musteístas, fue la primera unificación de fuerzas que había tenido lugar en el movimiento americano por más de una década. El movimiento obrero revolucionario no se desarrolla en línea recta o por un camino llano. Crece a través de un proceso continuo de lucha interna. Tanto la ruptura como la unificación son métodos de desarrollo del partido revolucionario. Cada una, bajo circunstancias dadas, puede ser progresiva o reaccionaria en sus consecuencias. El sentimiento popular general a favor de la unificación, expresado todo el tiempo, no tiene más valor político que la preferencia por un continuo proceso de rupturas que ustedes pueden ver interminablemente con los grupos puristas sectarios. Puntos de vista moralistas sobre la cuestión de las rupturas, y otros aspectos, son simplemente estúpidos. Las rupturas son a veces absolutamente necesarias para la clarificación de las ideas programáticas y para la selección de las fuerzas con el objetivo de sentar un nuevo comienzo sobre bases claras. Por otro lado, en circunstancias dadas, la unificación de dos o más grupos que se acercan a un acuerdo programático es absolutamente indispensable para el reagrupamiento y la consolidación de las fuerzas de la vanguardia obrera.

La unidad entre la organización trotskista -Communist League of America- y la organización musteísta, fue incuestionablemente una acción progresiva. Unió a dos grupos con diferentes origen y experiencias que, nunca antes, se habían aproximado al menos en el sentido formal de la palabra, a un acuerdo sobre el programa. La única forma de testear; si este acuerdo era real y acabado o solamente formal; la única manera de darse cuenta cuáles de los elementos de cada grupo eran capaces de contribuir al desarrollo progresivo del movimiento, era la unificación, yendo junto a ellos y testeando estas cuestiones en el curso de la experiencia común.

Como en todo el mundo desde 1928, había una serie continua e ininterrumpida de rupturas en el movimiento norteamericano. La causa básica de esto era la degeneración de la Internacional Comunista bajo la presión mundial del cercamiento de la revolución rusa y el intento de la burocracia stalinista de adaptarse a este encierro desertando del programa del internacionalismo. La degeneración de la Internacional Comunista no podía dejar de producir disrupciones y fracturas. En todos los partidos, los defensores del marxismo no falsificado dentro de esas organizaciones degeneradas, eran una fuente de irritación y conflicto a la que la burocracia no encontraba forma de remover excepto por las expulsiones burocráticas. Nosotros fuimos expulsados del Partido Comunista Americano en octubre de l928. Seis meses más tarde, en la primavera de 1929, los lovestonistas fueron expulsados y fundaron una tercera organización comunista en este país. Pequeñas sectas y camarillas de individuos y sus amigos, representando caprichos y antojos de varios tipos, eran el rasgo distintivo común de aquellos tiempos. El movimiento estaba atravesando un período de pulverización, de desmembramiento, hasta que un nuevo levantamiento de la lucha de clases y una nueva verificación de los programas sobre la base de experiencias mundiales podría sentar el terreno para la integración otra vez.

Estaba nuestra fracción y la de Lovestone. Estaba el pequeño grupo de Weisbord que en aquel momento alcanzaba a un total de 12 o 13 miembros, pero que hacían ruido suficiente para hacerle pensar a uno que representaban una gran tendencia histórica. Además, los weisbordistas, no satisfechos con formar una organización independiente, insistieron -bajo lo que parecía ser la compulsión de una ley natural para estos grupos arbitrariamente creados- en tener un par de rupturas dentro de sus propias filas. Los fieldistas -Field y unos pocos de sus asociados y amigos personales y conexiones familiares a los que habíamos expulsado de nuestro movimiento por traición, durante la huelga hotelera- naturalmente formaron una organización propia, publicaban un periódico y hablaban en nombre de toda la clase obrera.

Los lovestonistas sufrieron la ruptura de las fuerzas de Gitlow, y unos pocos meses más tarde de un pequeño grupo representado por Zam. Había existido en este país desde 1919 aún otro grupo comunista llamado Partido Proletario, que también había mantenido una existencia aislada y producido rupturas periódicas.

La desmoralización del movimiento durante ese período se reflejaba en la tendencia a la dispersión, los continuos procesos de fraccionamiento. Esta enfermedad tenía que seguir su curso. A través de aquel período nosotros, trotskistas, nunca fuimos los voceros de la unidad, especialmente en los primeros cinco años de nuestra existencia separada. Nos concentramos en el trabajo de clarificar el programa y rechazamos toda conversación sobre unificaciones improvisadas con grupos no suficientemente cercanos a nosotros en lo que considerábamos, y todavía consideramos la cuestión más importantes, la del programa. La fusión en la que entramos en diciembre de 1934 fue la primera unificación que tenía lugar en todo aquel período. Como había sido el grupo trotskista el primero en ser expulsado del Partido Comunista cuando los stalinistas estaban burocratizando completamente la Tercera Internacional ahogando todo pensamiento crítico y revolucionario, también fue el grupo trotskista el primero en tomar la iniciativa para comenzar un nuevo proceso de reagrupamiento y unificación cuando los prerrequisitos políticos para tal paso estaban al alcance de la mano. Ese fue el primer signo positivo de un contra-proceso a la tendencia hacia la desintegración, dispersión y ruptura.

La unificación entre los trotskistas y los musteístas, la formación del Workers Party indudablemente representó un paso adelante, pero sólo un paso. Pronto se nos hizo evidente -al menos a los dirigentes más influyentes de la antigua Liga Comunista- que el reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias sólo había comenzado. Nos vimos obligados a tomar esta actitud realista porque, como ha sido resaltado en conferencias anteriores, simultáneamente con el desarrollo radical de los musteístas, habían ocurrido cambios importantes en el Partido Socialista de Estados Unidos, como en los movimientos socialdemócratas en todo el mundo.

Trabajadores nuevos y elementos jóvenes, sin manchas por la responsabilidad de las traiciones del pasado, habían sido sacudidos y despertados por el tremendo impacto de los eventos mundiales, especialmente la derrota del movimiento obrero alemán con la venida del fascismo al poder. Un nuevo viento soplaba en esta vieja y decrépita organización de la Socialdemocracia. Se estaba formando allí un ala izquierda, manifestando el impulso de un gran número de gente por encontrar el programa revolucionario. Pensábamos que esto no podía ser desconocido porque era un hecho, un elemento de la realidad política norteamericana. Aún habiendo formado un nuevo partido, y habiendo proclamado a éste como la unificación de la vanguardia, reconocimos que no podíamos ignorar o arbitrariamente excluir de la participación en este movimiento a esos nuevos elementos con fortaleza, salud y vitalidad revolucionaria. Por el contrario, teníamos la obligación de ayudar a este incipiente movimiento en el Partido Socialista para encontrar el camino correcto. Estábamos convencidos de que sin nuestra ayuda no podrían hacerlo, porque no tenían dirigentes marxistas, ni tradición, estaban acosados por todos lados por influencias, fuerzas y presiones que bloqueaban su camino a una clara visión del programa revolucionario. Su destino final, la posibilidad de su desarrollo en un camino revolucionario, le correspondía a los cuadros más experimentados y probados del marxismo, representados en el Workers Party. Los dirigentes de la nebulosa ala Izquierda en el Partido Socialista se llamaban a ellos mismos los "Militantes". Por qué, nunca fuimos capaces de adivinarlo. El Militante (The Militant) era el nombre del órgano oficial de los trotskistas norteamericanos desde el comienzo, y todo el mundo reconoció que ese era el nombre correcto para nuestro periódico. The Militant significaba el partido obrero, el partido activista, el partido luchador. Pero por qué los dirigentes del Ala Izquierda del Partido Socialista en aquel momento, que eran filisteos hasta la médula de sus huesos, sin tradición, sin conocimientos serios, sin nada de nada, podían llamarse los "Militantes", esto queda como un problema a ser resuelto por estudiosos de investigaciones históricas, que aún están por venir en nuestro movimiento. La razón todavía no fue descubierta. Al menos yo nunca la supe.

Esa dirección miserable, esas figuras accidentales, simuladores incapaces de cualquier sacrificio real o lucha seria por una idea, sin devoción seria al movimiento, -muchos de ellos están trabajando para el gobierno en muchos puestos de guerra hoy- esos "Caballeros por una hora" no nos interesaban mucho. Lo que nos interesaba era el hecho que por debajo de la espuma había un movimiento de la juventud bastante vivo en el Partido Socialista y un considerable número de elementos obreros activos, sindicalistas, y luchadores en el campo de los desocupados que constituían una buena materia prima para el partido revolucionario. Hay una gran diferencia. Uno no puede hacer mucho con el tipo de. dirigentes que tenía entonces o ahora el Partido Socialista en cualquiera de sus alas. Pero con los cuadros y militantes de base serios, activistas sindicales, y juventud radical, se puede hacer un partido que dirija una revolución.

Queríamos encontrar un camino hacia ellos. En ese momento nadie sabía, y menos que todos sabían los jóvenes socialistas, cuál era el camino por el que iba a andar su movimiento. Estaban ahogados en el Partido Socialista por la burocracia conservadora, y una y otra vez sus peores dirigentes -los llamados "Militants"- mostraban tendencias a capitular al Ala Derecha de la burocracia.

Por otro lado, estaban acosados por los stalinistas, que tenían una poderosa prensa y aparato y mucho dinero para corromper, y no dudaban en usarlo para ese propósito. En aquel momento los stalinistas estaban ejerciendo una presión extraordinaria sobre los socialistas con el objetivo de detener el progresivo movimiento de su ala izquierda y hacerla regresar en la dirección del reformismo por la vía del stalinismo. Habían triunfado en hacer esto en España y muchos otros países europeos. El movimiento de la juventud socialista en España, que había anunciado por iniciativa propia su apoyo a la idea de una Cuarta Internacional, fue desaprovechado por los trotskistas de España que, esterilizados en el purismo sectario, evitaban cualquier clase de maniobras en la dirección de los jóvenes socialistas. Estaban satisfechos con recitar el ritual de la ruptura entre la Socialdemocracia y la Comintern en 1914-19, con el resultado de que los stalinistas les ganaron la delantera, tomaron esa enormemente prometedora organización de la Juventud Socialista y la transformaron en un apéndice del stalinismo. Ese fue uno de los factores decisivos en la destrucción de la revolución española. Nosotros no queríamos que eso ocurriera aquí. Para comenzar los stalinistas tenían ventaja sobre nosotros. En el Ala Izquierda Socialista había aún fuertes sentimientos de conciliación con el stalinismo, y los stalinistas estaban usando la consigna demagógica de la unidad. Nos dimos cuenta del problema y concluimos que si no nos esforzábamos, lo que había ocurrido en España ocurriría aquí.

No hacíamos más que empezar nuestro trabajo bajo la bandera independiente del Workers Party. Comenzamos a insistir en que debíamos prestarle más atención al Partido Socialista y su creciente Ala Izquierda. Nos pusimos de acuerdo sobre las siguientes líneas: Debíamos frustrar a los stalinistas. Debíamos hacer un corte entre los stalinistas y este incipiente movimiento Socialista de Izquierda y llevarlo en dirección del marxismo genuino. Y para completar esto debíamos dejar de lado todo fetichismo organizativo. No nos podemos contentar con decir. "Aquí está el Workers Party. Tiene un programa correcto. Vengan y únanse a él". Esa es la actitud de los sectarios. Esta Ala Izquierda es un grupo laxo de miles de personas del Partido Socialista, algo vago en sus concepciones, confuso y mal dirigido, pero muy valioso para el futuro si recibieran una fertilización apropiada de las ideas marxistas.

Nuestra posición fue formulada en la resolución Cannon-Shachtman. Encontramos una resistencia determinada en el partido de parte de Oehler, y también de Muste. Los oehleristas se pertrecharon en terrenos dogmáticos y sectarios. No sólo no tendrían nada que ver con cualquier orientación presente hacia el Partido Socialista, sino que insistían, como una cuestión de principios, que excluyéramos específicamente esto, de cualquier consideración futura. Nosotros hemos formado el partido, decían los oehleristas. Aquí está. Permítanle a los socialistas de izquierda unirse a nosotros si aceptan el programa. Nosotros somos Mahoma y ellos la montaña, y la montaña debe venir a nosotros. Esa era toda su prescripción para aquellos jóvenes socialistas de izquierda confundidos, que nunca habían mostrado la menor inclinación por unirse a nuestro partido. Nosotros dijimos: "No, eso es muy simple. Los bolcheviques deben tener suficiente iniciativa, política para ayudar a los socialistas de izquierda a encontrar su camino al programa correcto. Si nosotros hacemos esto, el problema de unirse con ellos en una organización común puede lograrse fácilmente".

Muste se opuso a esto, no en el terreno de los principios sino en el del fetichismo organizativo, probablemente por orgullo personal. Esos sentimientos son fatales en política. Orgullo, enojo, rencor, cualquier clase de subjetivismo que influencie un curso político lleva sólo a la derrota y la destrucción de aquellos que le den vía libre. Ustedes saben, en el boxeo profesional -"el arte viril de auto defensa"- una de las primeras lecciones que aprenden los boxeadores jóvenes de sus entrenadores templados es mantenerse fríos cuando enfrentan a un adversario en el ring. "Nunca se vuelvan locos en el ring. No pierdan su cabeza, porque si lo hacen se despertarán en la lona". Los boxeadores tienen que pelear calculadamente, no subjetivamente. La misma cosa es indudablemente verdad en política. Muste no podía aceptar la idea de que después de haber fundado un partido y haberlo proclamado como el único partido, nosotros prestaríamos atención a algún otro partido. Nosotros seguiríamos nuestro camino, mantendríamos la cabeza alta y veríamos lo que pasaba. Si ellos fracasaran en unirse a nosotros, bien, sería su propia falta. La posición de Muste no estaba suficientemente pensada, ni razonada con la objetividad necesaria. No servía en la situación. Si hubiéramos permanecido al margen, los stalinistas se hubieran tragado el ala izquierda socialista y ésta hubiera sido usada como otro palo contra nosotros, como en España.

Antes de que la cuestión del Partido Socialista pudiera ser resuelta, y con ello removido otro obstáculo del camino en el desarrollo del partido americano de vanguardia, tuvimos que combatir la cuestión en las filas del Workers Party. Tuvimos que pelear la cuestión de principios con los sectarios; y cuando ellos se mantuvieron inflexibles y se volvieron indisciplinados tuvimos que echarlos del partido. Yo dije esto con un poco de énfasis porque esa era la forma en la que teníamos que tratar con los oehleristas, con énfasis. Si hubiéramos fracasado en hacer eso en 1935, si hubiéramos cedido a algún tipo de sentimentalismo hacia la gente que estaba arruinando nuestras perspectivas políticas con su estúpido formalismo, nuestro movimiento se habría hundido en 1935. Nos habríamos alejado de cualquier posibilidad de crecimiento futuro. Habría ocurrido una inevitable desintegración. El movimiento habría terminado en el callejón sin salida del sectarismo inútil.

El sectarismo no es una idiosincrasia interesante. Es una enfermedad política que destruye cualquier organización en la que se instala firmemente y no es arrancada a tiempo. Nuestro partido vive aún hoy y es bastante saludable gracias al tratamiento de cirugía que recibieron los sectarios en 1935. El tratamiento medicinal es lo más importante y siempre debe estar primero en estos casos. El nuestro consistía en una sólida educación en los principios marxistas, para aprender a distinguirlos de sus caricaturas sectarias, a través de discusión, explicación paciente. Por estos métodos nos deshicimos las influencias nocivas, aunque estábamos en minoría al comienzo, eventualmente ganamos una gran mayoría y aislamos a los oehleristas. Esto no fue hecho en un día. Llevó muchos meses. El tratamiento quirúrgico vino sólo cuando los oehleristas derrotados comenzaron a violar la disciplina partidaria sistemáticamente y a preparar una división. En el curso de la explicación y de la discusión, educamos a la gran mayoría del partido. El cuerpo del partido había sido curado y estaba con buena salud. La punta del dedo chiquito quedó infectada y comenzó a tornarse en gangrena, por lo tanto lo arrancamos. Esta es la razón de por qué el partido vive hoy y es capaz de hablar sobre aquella época.

Después que terminamos con los oehleristas tuvimos que seguir una lucha fraccional bastante prolongada con los musteístas -dos luchas internas en el primer año de existencia del Workers Party- antes de que estuviera clara la vía para resolver el problema del Ala izquierda del Partido Socialista. Estas luchas internas, que consumían las energías del nuevo partido casi desde sus inicios, eran ciertamente inconvenientes. Hubiéramos tenido uno o dos años de trabajo constructivo, no interrumpido por diferencias, conflictos y peleas internas. Pero la historia no siguió este camino. Hacía poco que habíamos lanzado el nuevo partido y fuimos confrontados con el problema del Ala Izquierda del Partido Socialista. No podíamos llegar a un acuerdo sobre qué hacer, por lo que tuvimos que pasarnos un año batallando. Por supuesto, esos conflictos no comenzaron inmediatamente. El nuevo partido, organizado los primeros días de diciembre de 1934 comenzó su trabajo bastante auspiciosamente. Una de las primeras demostraciones de actividad política, que también tendía a simbolizar la unificación de las dos corrientes, fue un tour de charlas por todo el país de Muste y yo. Fuimos recibidos con entusiasmo a lo largo del camino. Uno podía notar en el movimiento obrero radical un espíritu general de apreciación del hecho de que un proceso de unificación había comenzado después de un largo período de desintegración y rupturas. Tuvimos buenos mitines en varios lugares y el tour alcanzó su punto más alto en Minneápolis. Esto fue más o menos a los 6 meses de la gran huelga victoriosa; fuimos recibidos muy bien. Los camaradas en Minneápolis estaban altamente complacidos porque no nos habíamos permitido ser totalmente absorbidos en huelgas económicas como para negar oportunidades en el campo puramente político. Nuestra unificación con otro grupo, a cuyos militantes valoraban mucho por el trabajo que habían hecho en el movimiento de desocupados, la huelga de Toledo, etc., fue muy aplaudida por los camaradas de Minneápolis. Nos dieron una buena recepción y celebraron nuestra visita con una serie bien planeada de mitines y conferencias, culminando en un banquete en honor del Secretario Nacional de su partido y del editor del periódico que era muy caro a sus corazones; The Militant. Ellos siempre hacen las cosas bien en Minneápolis. Durante nuestra estadía allí, decidieron vestirnos acorde a la dignidad de nuestras posiciones. Los camaradas dirigentes salían del hall del sindicato, nos recogían a Muste y a mí -quien, debo admitir, lucía un poco andrajoso en ese momento- y nos llevaban a un tour por tiendas y mercerías. Nos equiparon de un ajuar nuevo de la cabeza a los pies. Fue un gesto muy fino. Me acordé mucho de esas ropas después de que las hube gastado. En el verano de 1936 Muste, desorientado por todas las complicaciones y dificultades, y abatido por la sangre y violencia de la guerra civil española y los juicios de Moscú, volvió, como ustedes saben a su posición original como un religioso y retornó a la iglesia. Vincent Dunne obtuvo estas noticias a través de una carta privada y le pasó la información a Bill Brown. "Bill", dijo, "¿Qué piensas? Muste ha regresado a la iglesia". Bill estaba aturdido. "Bien, que se vaya al demonio" dijo. Después, un momento más tarde: "Vincent, deberíamos recuperar aquel traje!" Pero no debería haber sido tan tonto como para creer esto. Los predicadores nunca devuelven nada.

Partimos de Minneapolis. Muste fue más al sur para cubrir otras partes del país. Yo fui a California para terminar el tour. Esto fue en el momento del juicio en Sacramento a los miembros del PC por "sindicalismo criminal". Uno de nuestros camaradas -Norman Mini- estaba entre los acusados, y porque él se había vuelto trotskista, no sólo los stalinistas se negaron a defenderlo, sino que lo denunciaron en su prensa como un "señuelo" mientras estaba en el juicio. Fuimos en su ayuda. La Defensa Obrera No Partidaria, un comité de defensa no stalinista, hizo un trabajo muy distinguido en defender al camarada Mini. Explotamos al máximo todos los aspectos políticos de esa situación.

Mientras se estaba desarrollando el tour, que duró un par de meses, comenzamos a oír los primeros rumores de los problemas con los sectarios dogmáticos de New York. Ellos siempre empezaban en New York. No dejaban al partido en paz, no le permitirían un buen comienzo en su trabajo. Consideremos la situación. Había una nueva organización formada, representando la unificación de personas con experiencias y pasados totalmente distintos. Este partido requería de un poco de tiempo para trabajar unido, y un poco de paz en ese trabajo común. Ese era el programa más razonable, el más realista para aquel primer período. Pero nunca se puede obtener una respuesta razonable o realista de los sectarios. Comenzaron a tironear a la organización unificada en New York con un programa de "bolchevización". Iban a continuar tomando a esos musteístas centristas y hacer de ellos bolcheviques, lo quisieran o no. Y rápidamente. ¡Discusiones! Sacaban de quicio a algunos de esos musteistas con sus discusiones, tesis y clarificaciones hasta altas horas de la noche. Estaban buscando los "fundamentos", cazando todo lo que podría desviarse del camino directo y estrecho de la doctrina. Ninguna paz, ningún trabajo fraternal en común, ninguna educación en una atmósfera de calma, ninguna intención de permitir que el joven partido se desarrolle natural y orgánicamente. La contribución de los sectarios desde el comienzo fue una irresponsable lucha fraccional.

Ese alboroto en New York estaba preparando el camino para la explosión en la famosa Conferencia de Activistas Obreros, llamada por el partido a reunirse en Pittsburgh en marzo de 1935. La Conferencia de Activistas Obreros en una excelente institución que había surgido de las experiencias del AWP (American Workers Party). La idea es invitar a todos los activistas partidarios de una determinada región, o de todo el país, para venir a un lugar centralizado a discutir el trabajo político práctico, contar experiencias, conocerse uno con otro, etc. Es una institución maravillosa, como lo descubrimos en nuestras experiencias en Chicago en 1940 y otra vez en 1941. Anda magníficamente cuando hay armonía en el partido y uno es capaz de despachar asuntos y superarlos. Pero cuando hay serias disputas en el partido, que no pueden arreglarse excepto con una conferencia formal, especialmente si hay una fracción irresponsable dando vueltas, es mejor pasar por alto Conferencias De Activistas Obreros informales que no tienen poderes constitucionales para decidir las disputas. En una situación así, las asambleas informales sólo encienden el fuego del fraccionalismo. Encontramos esto en Pittsburgh.

La Conferencia de Activistas Obreros que intentamos en Pittsburgh fue un fiasco horrible porque, desde su apertura, los oehleristas la usaron como portavoz de su lucha fraccional contra el "oportunismo" de la dirección. Los camaradas musteistas, nuevos en la experiencia de la vida política partidaria, volvieron del campo con la idea ingenua de que iban a escuchar otros informes sobre el trabajo de masas del partido y a discutir cómo ellos podían avanzar un poco. En lugar de esto, se vieron enfrentados con una irrestricta pelea fraccional. Los oehleristas comenzaron la batalla sobre la elección de la presidencia, y después la continuaron -de una manera fanática, a vida o muerte, a hacer o morir- sobre todas las cuestiones. Fue un matadero fraccional como nunca había visto antes en un lugar así. Cuarenta o cincuenta inocentes trabajadores estructurados, con poca o nula experiencia en partidos políticos o tendencias, que habían venido aquí buscando alguna inspiración por parte de su nuevo partido y alguna guía sensible en su trabajo práctico, fueron invitados a discusiones y argumentos y denuncias fraccionales, que duraron todo el día y la noche. Me imagino a muchos de ellos diciéndose alarmados: "¿Adónde hemos entrado? Siempre escuchamos que los trotskistas eran locos, eruditos en tesis y fraccionalistas profesionales. Posiblemente la historia tenga algo de verdad". Aquí vieron el fraccionalismo en su peor versión.

El activista de trabajo de masas, como regla, se inclina a querer sólo una pequeña discusión, sentar unos pocos detalles muy necesarios, y después proceder a la acción. En Pittsburg ellos -y nosotros también- querían terminar con esos asuntos y tener un intercambio de experiencias sobre el trabajo práctico del partido: actividad sindical, ligas de desempleados, funcionamiento del partido en ramas, finanzas, etc. Los sectarios no estaban interesados en esos temas monótonos. Insistían en discutir Etiopía, China, el "Giro francés", y otras "cuestiones de principios", las que eran muy importantes, seguramente, pero no para la agenda de la conferencia.

Oehler, Stamm y Zack eran los tres dirigentes. No sé cuántos de ustedes conocen al famoso Joseph Zack. Había venido recientemente a nosotros del stalinismo pero sólo estaba zigzagueando en nuestro campo en su camino a otros destinos. Había sido uno de los burócratas internos del partido stalinista, y ha contribuido mucho a la corrupción y a la degeneración burocrática del partido. Después se hizo trotskista por unas pocas semanas -a lo sumo unos pocos meses. Hacía muy poco que había puesto los pies en nuestra organización, y ya se había vuelto y comenzado a atacarnos desde la "izquierda". Lo toleramos por un tiempo pero cuando empezó a romper la disciplina partidaria lo corrimos. Giró por el espacio y finalmente aterrizó en el campo anti-comunista "democrático", como contribuyente al New Leader -ustedes conocen ese periódico socialdemócrata, más allá de Fifteenth Street; aquella vieja casa de renegados, donde viven todos los inválidos y leprosos políticos.

En Pittsburgh, Muste se unió con Cannon y Shachtman para derrotar ese ataque de los sectarios. Fue capaz de reconocer que su conducta era disruptiva. Muste siempre fue extremadamente responsable y constructivo en su actitud hacia la organización. Estaba muy agradecido de tener nuestra cooperación y ayuda en maniobrar con esos salvajes, derrotarlos y hacerles imposible romper el trabajo del partido. Y ciertamente él necesitaba nuestra ayuda. Muste era demasiado caballero en el trato como para tratar a esa gente en la forma en que debía ser tratada. Los hicimos retroceder un poco en Pittsburg, pero no arreglamos nada. Concluimos que la pelea decisiva estaba por venir y que tenía que ser establecida teórica y políticamente. Todas nuestras esperanzas de dejar que el partido respire libremente por un tiempo, de mantener la armonía en búsqueda del desarrollo del trabajo de masas del partido, estallaron por la irresponsabilidad de los sectarios.

Regresamos a New York decididos a sacarnos el saco y darles una pelea hasta el final. Lo que hicimos fue una buena cosa para el partido. El partido nos debe algo por ello: que nosotros no tomamos a la ligera a un sectarismo que se había vuelto virulento. Delineamos una campaña completa de ofensiva contra los oehleristas. ¿Querían discusión? Nosotros les propusimos darle a ellos -y al partido- una completa discusión que no dejaría una sola cuestión sin clarificar. Nuestro objetivo era reeducar a los miembros del partido que habían sido infectados con la enfermedad del sectarismo, y si se demostraba imposible reformar a los dirigentes, aislarlos de tal manera que no pudieran enmarañar sus movimientos o interrumpir su trabajo. Las altas esperanzas que habíamos acariciado en la convención de fusión naturalmente comenzaron a flaquear cuando pasamos por todas estas dificultades.

Pero nunca se encuentra un camino recto en política. La gente que se desanima fácilmente, sin coraje, cuyo corazón se abate cuando encuentran conflictos y reveses, no debería entrar a la política revolucionaria. Es una dura pelea todo el tiempo, nunca hay seguridad de una partida tranquila. ¿Qué se puede esperar? Todo el peso de la sociedad burguesa presiona sobre unos pocos cientos o miles. Si esas personas no tienen una unidad en sus propias concepciones, si caen en peleas entre ellos, eso es también un signo de la tremenda presión de la burguesía mundial sobre la vanguardia del proletariado, y aún más sobre la vanguardia de la vanguardia. La influencia de la sociedad burguesa encuentra expresión algunas veces aún en las secciones del partido obrero revolucionario. En esto está la fuente real de serias luchas fraccionales. Nosotros debemos, si estamos en política, intentar comprender todas esas cosas; tratar de estimarlas claramente desde un punto de vista político y encontrarles una solución política. Eso fue lo que hicimos con los oehleristas. No nos volvimos iracundos o descorazonados. Analizamos la cuestión políticamente y decidimos resolverla políticamente.

La lucha interna estaba paralizando al nuevo partido. Los factores objetivos del movimiento obrero de masas no eran lo suficientemente favorables para ayudarnos a terminar con el fraccionalismo interno mediante un gran flujo de nuevos adeptos. El surgimiento del Ala Izquierda del Partido Socialista fue fatal para nuestro desarrollo futuro en la línea de un movimiento puramente independiente ignorando al Partido Socialista. El solo hecho de que un ala izquierda se estaba levantando en el PS lo hizo más atractivo para los obreros radicales concientes, de lo que había sido por años. El PS era una organización mucho más grande que la nuestra. Y nosotros, observando cada signo y cada síntoma, comenzamos a notar que los trabajadores que estaban despertando a las ideas radicales y otros que habían desistido del movimiento político y querían volver, se estaban uniendo al PS, no a nuestro partido. Tenían la idea de que el PS eventualmente se transformaría en un genuino partido revolucionario, gracias al desarrollo de su ala izquierda. Esto frenó la captación para el Workers Party. Era un signo de advertencia para nosotros de que no debíamos permitirnos quedar aislados del ala izquierda del PS.

Las dificultades financieras nos cercaban en medio de estas complicaciones. Uno de los factores principales en el desarrollo del American Workers Party, como en la CPLA (Conferencia de Acción Obrera Progresista) antes de él, habían sido los contactos y asociaciones personales de Muste, y los recursos financieros que venían de ellos. A su entrada en el movimiento obrero en 1917 -en la huelga de Lawrence- Muste se unió al sindicato de obrero textiles y se volvió uno de sus líderes más prominentes. Después fundó el Brookwood Labor College (Universidad Obrera Brookwood) en Katonah, New York -haciendo por años un gran gasto de dinero. En Brookwood, fundó la CPLA (en 1929). Más tarde abandonó el Brookwood Labor College y se dedicó por completo a la política. Durante todo ese tiempo fue capaz de conseguir considerables sumas de dinero de varias clases de personas que tenían confianza en él personalmente y querían apoyar su trabajo. Había podido retener este sostén a través de sus varias actividades. Eso había sido un aspecto decisivo en la financiación de la CPLA y del AWP. Pero cuando Muste se unió con los trotskistas para formar el Workers Party, esos contribuyentes comenzaron a desaparecer. Muchos de sus contactos, amigos y asociados eran personas de la iglesia, trabajadores sociales cristianos y benefactores en general -gente del submundo teológico del cual había venido Muste. Estaban a favor de mantener un sindicato, dar dinero para los desocupados, financiar colegios para obreros donde los trabajadores pobres pudieran obtener alguna educación, ayudar a una "Conferencia" para hacer algo "progresivo" -cualquier cosa que quisiera decir esto. Pero ¿dar dinero -aún a Muste- para el trotskismo? No, eso iba demasiado lejos. El trotskismo es una cuestión muy seria. Uno a uno, los contribuyentes más generosos de Muste, con los que había contado para financiar actividades del partido único, se fueron.

Habíamos comenzado con un programa bastante ambicioso de actividades partidarias. El entusiasmo de la convención unificada había traído contribuciones de todo tipo y había dinero en mano para empezar. Los muchachos en New York, mientras Muste y yo estábamos de viaje, decidieron que lo mínimo que podíamos hacer era tener un local central presentable. Alquilaron un lugar grande en la esquina de la Calle 15 y la Quinta Avenida. Pienso que el alquiler sería de $150 o $175 al mes. Había oficinas de todo tipo para los diferentes funcionarios y dirigentes. Instalaron un conmutador -no un simple teléfono sino un conmutador, con una chica sentada allí manejándolo mientras los distintos editores y funcionarios tomaban sus teléfonos -no sé a quiénes iban a hablar. Se veía bien terminado. Pero era un veranito de San Martín, no un verano real. En el verano de 1935 fuimos echados por no pagar el alquiler. Tuvimos que hacer lo mejor en esta situación y alquilar una sala vieja bastante poco atractiva en la Calle 1l. Cortamos el conmutador y decidimos tener un solo teléfono -y aún éste fue cortado después de unos meses por cuentas no pagadas. Pero sobrevivimos.

Intentamos lo máximo durante aquel período para desarrollar el trabajo de masas del partido. La Liga Nacional de Desocupados, creada por la vieja organización de Muste, tenía ramas en todo el país, especialmente en Ohio, Pennsylvania y partes de West Virginia. Le dimos, creo, alguna ayuda real a esos trabajadores que habían hecho esa gran tarea. Llegábamos a miles de obreros a través de esas organizaciones de desocupados: Pero la experiencia posterior también nos enseñó una instructiva lección en el campo del trabajo de masas. Las organizaciones de desocupados pueden ser construidas y expandidas rápidamente en tiempos de crisis económica y es muy posible que uno se haga la idea ilusoria de su estabilidad y potencialidades revolucionarias. Como son formaciones laxas y fácilmente dispersas, se escurren entre los dedos como arena. En el momento que un obrero desocupado consigue un trabajo se quiere olvidar de la organización de desocupados. No quiere recordar la miseria de los tiempos pasados. Junto a esto los obreros desocupados crónicos muy frecuentemente son la vía a la desmoralización y a la desesperación. No conozco ninguna tarea en el movimiento revolucionario más desalentadora que la de tratar de mantener una organización así. Es un trabajo muy duro para hacer, mes tras mes y año tras año, en la esperanza de cristalizar algo firme y estable para el movimiento revolucionario.

Una lección segura, creo, a ser extraída de la experiencia de aquel momento, es que los obreros, empleados en las fábricas, son la base real del partido revolucionario. Allí es donde está el potencial, la vitalidad y la confianza en el futuro. Las masas de desocupados, sus organizaciones, nunca pueden sustituir a la base de obreros empleados de fábricas.

En aquel período había rumores de una próxima huelga en la fábrica de caucho de Akron. Fuimos allí muchos de nosotros para tratar de encontrar una forma de entrar en contacto. Nada ocurrió. La huelga fue pospuesta. Menciono el incidente sólo para mostrar que estábamos orientados siempre en dirección de la actividad en las masas, tratando de no desperdiciar oportunidades. En aquel verano estalló la huelga de los obreros de la Chevrolet en Toledo. Nuestros camaradas fueron extremadamente activos en esa huelga. Muste fue allí y ejerció una considerable influencia sobre los dirigentes de esa huelga. Conseguimos un montón de publicidad para sus actividades, pero nada tangible en el sentido de la organización. Esa era una de las debilidades, me parecía, de los métodos de Muste, después de que había tenido la oportunidad de observar sus rasgos personales en un período de tiempo. Era un buen administrador y un buen militante entre las masas, ganaba la confianza de los obreros rápidamente. Pero tendía a adaptarse a las masas más de lo que un dirigente político real puede permitirse, con el resultado de que raramente lograba cristalizar un núcleo firme sobre bases programáticas con funcionamiento permanente. Muste hacía un buen trabajo de masas del cual se beneficiaba eventualmente alguna otra tendencia política menos generosa y entradora que Muste.

En ese período de depresión en el partido y de dificultades internas, Budenz, mostró sus manos. Como uno de los dirigentes del AWP, había venido automáticamente al partido -pero sin ningún entusiasmo-. Se había opuesto a la fusión. Estuvo enfermo en ese momento y nunca participó en el trabajo. Después de unos pocos meses de refunfuñar, comenzó una oposición abierta por su cuenta. Nos acusó de no llevar adelante el "acercamiento norteamericano". Aquel había sido uno de los puntos enfatizados del AWP: que nosotros acercaríamos a los obreros norteamericanos con términos entendibles, hablando su propio lenguaje y que podían ser interpretados en una forma revolucionaria, etc. Nosotros, trotskistas, habíamos enfatizado siempre el internacionalismo en nuestra pelea contra la degeneración nacionalista del stalinismo. Cuando comenzaron a discutir con nosotros, los musteístas quedaron muy sorprendidos al enterarse de que estábamos perfectamente dispuestos a aceptar el "acercamiento norteamericano". De hecho, años atrás en el Partido Comunista, nuestra fracción había sostenido una batalla por esta línea. Le exigimos al PC, que había sido inspirado por la revolución rusa y mantenía sus ojos puestos en Rusia todo el tiempo, que mirara para adentro.

Dijimos que el partido debía americanizarse, adaptarse en todas las formas posibles a la psicología, a los hábitos y tradiciones de los obreros norteamericanos, ilustrar su propaganda siempre que sea posible, con los hechos de la historia norteamericana. Estábamos totalmente de acuerdo con esto. No sé si ustedes notaron que tratamos de aplicarlo un poco en el reciente juicio de Minneápolis. En el interrogatorio, Mr. Schweinhaut intentaba hacerme decir qué haríamos si el ejército y la marina se ponían en contra del gobierno de obreros y campesinos. Le di el ejemplo de la guerra civil norteamericana, de lo que hizo Lincoln.

Estábamos todos por esa clase de norteamericanización, es decir, la adaptación de nuestras técnicas de propaganda al país. Esto es bien leninista también. Pero Budenz mostró rápidamente que por norteamericanismo él entendía una cruda versión de chauvinismo. Vino al comité nacional de nuestro partido con la propuesta de que nuestro programa debería estar de acuerdo a la Constitución; que nuestro programa revolucionario se debía reducir a un proyecto parlamentario. Era una terrible capitulación, un programa filisteo de la peor clase. Budenz trató de crear algunos problemas entre los cuadros, esperando explotar su ignorancia y sus prejuicios. Aquí debíamos ser muy cuidadosos en relación con las repercusiones, porque él había sido un luchador de clase y era conocido por todos los obreros. Se había corrido asiduamente la voz de que los trotskistas eran estudiosos de tesis y extravagantes, que no entendían nada de la realidad del movimiento de masas, y que ningún obrero de las masas tenía nada que ver con ellos. Teníamos que ser muy cuidadosos con este prejuicio que se había diseminado contra nosotros. No nos preocupamos por Budenz. Sabíamos qué número calzaba. Pero estábamos muy interesados en los amigos que tenía entre los trabajadores que habían venido al AWP. Nos movimos muy cuidadosamente contra Budenz. No lo expulsamos, no lo amenazamos. Simplemente abrimos una discusión muy cauta. Comenzamos una explicación paciente, una discusión política, una educación política.

Creo que la educación política que llevamos adelante sobre la cuestión de Budenz en aquel período, fue un modelo en nuestro movimiento. Los resultados estuvieron a la vista cuando Budenz sacó más tarde las conclusiones lógicas de su programa de "norteamericanización" filistea y se vendió al stalinismo que en ese momento estaba agitando la bandera de barras y estrellas con ambas manos. Había esperado romper el partido y llevarse con él a todos esos militantes experimentados y valerosos. Pero contó mal los tantos. Subestimó lo que se había hecho en el proceso de discusión política paciente, y en la cooperación del trabajo en común. Cuando se pusieron las cartas sobre la mesa, Budenz se encontró aislado y se fue con los stalinistas virtualmente solo. Los trabajadores permanecieron leales al partido, y se fueron transformando gradualmente de militantes de base de las masas trabajadoras en genuinos bolcheviques. Eso tomó su tiempo. Nadie nace bolchevique. Se debe aprender. Y eso es un largo tiempo, por una combinación de militancia, lucha, sacrificios personales, pruebas, estudio y discusión. Hacer un bolchevique es un largo y penoso proceso. Pero en compensación, cuando se obtiene un bolchevique se ha conseguido algo. Cuando se obtiene la suficiente cantidad de ellos se puede hacer lo que uno quiera, incluso la revolución.

Tuvimos varias dificultades y disputas internas, todas ellas eran simplemente chispas de la pelea central, sobre la cuestión del ala izquierda del PS. Ese era el punto focal de todo el interés, en el pleno del Comité Nacional en junio de 1935. Tuvimos una gran batalla sobre esto. Este "pleno de junio" es prominente en la historia de nuestro partido. Ya no fue un arrebato desorganizado como el de Pittsburgh en marzo. Fuimos organizados y decididos, preparados con las resoluciones, para hacer de la discusión del pleno el trampolín para una lucha abierta en el partido, que aclararía los hechos y educaría a los militantes.

Exigimos mas énfasis sobre el PS. Era evidente que, el partido no estaba atrayendo a los obreros radicales sin partido, como habíamos esperado. Ganamos a unos pocos pero el grueso se unió al PS, bajo la impresión de que el futuro partido revolucionario tomaría forma a partir de su ala izquierda. A los obreros no les gusta unirse a un partido chico si pueden ser de uno más grande. No se los, puede culpar por eso; no hay ninguna virtud en la pequeñez misma. Veíamos que el PS estaba atrayendo a los obreros y obstruyendo la puerta para la captación del Workers Party. A pesar de esto el ala izquierda del PS no estaba compitiendo concientemente con nosotros, sino que por el peso de su gran cantidad de miembros daban perspectivas, captaban para el PS y alejaban a los obreros de nosotros. El PS estaba en nuestro camino. Teníamos que remover ese obstáculo de nuestro camino.

Los viejos alineamientos se rompieron en el pleno de junio. Burnham se unió a nosotros en apoyo de la resolución Cannon-Shachtman sobre la cuestión del PS. Muste y Oehler se encontraron juntos del otro lado. En la conferencia de activistas obreros de marzo, Muste había estado en un bloque con nosotros, pero los fundamentos políticos no habían sido delineados claramente. Por la época del pleno de junio Muste sospechaba más y más de que podríamos tener posiblemente algunas ideas sobre el PS, que golpearían la integridad del Workers Party como organización. Estaba a muerte contra esto, y entró en un virtual, aunque informal, bloque con los oehleristas. En parte, fue empujado dentro de esta mal aconsejada combinación, por Abern y su pequeña camarilla; ellos no merecían la dignidad del nombre de fracción, porque no tenían principios. Esa camarilla interna sin principios dio un salto en la situación, y la combinación -musteístas, oehleristas y abernistas- constituyó la mayoría en el pleno de junio.

Comenzamos la gran batalla contra el sectarismo como una minoría -tanto en la dirección como en la militancia-. Nuestro programa en breve era este: más atención al ala izquierda y a todos los procesos del PS. ¿Cómo se expresaba esta mayor atención? 1) Por numerosos artículos en nuestra prensa analizando los desarrollos en el PS dirigiéndonos a los trabajadores del ala izquierda, ofreciéndoles consejos y críticas en un tono amigable. Esto facilitaría nuestro acercamiento a ellos. 2) Dando instrucciones a nuestros militantes para establecer contactos personales entre los socialistas de izquierda, e intentar interesarlos en cuestiones de principios, discusiones políticas, reuniones conjuntas. 3) Formar fracciones trotskistas en el PS. Enviar un grupo -30 o 40 militantes- a entrar al PS, y trabajar dentro de él con el objetivo de una educación bolchevique del ala izquierda. Estos puntos constituían la primera mitad de nuestro programa. La segunda mitad era dejar las perspectivas organizativas abiertas por entonces. Esto nos colocaba, aparentemente, en una posición a la defensiva. No dijimos "entremos al PS". Por otro lado, no dijimos que nunca bajo ninguna condición entraríamos al PS. Dijimos: "Mantengamos la puerta abierta en este punto. Mantengamos el Workers Party, intentemos construirlo por medio de un trabajo independiente. Pero establezcamos relaciones estrechas con el ala izquierda del PS, apuntemos a fusionarnos con ellos, y esperemos a ver qué traerán los futuros desarrollos sobre el aspecto organizativo de la cuestión.

De hecho, no podíamos haber entrado al PS en ese momento aún si el partido entero hubiera querido hacerlo. El ala derecha estaba en el control en New York, no nos lo hubiera permitido. Pero concluimos que el PS estaba en un gran fermento y que las cosas podían cambiar radicalmente en un corto tiempo. Queríamos estar preparados para cualquier cambio que pudiera ocurrir. Dijimos: "Puede ser que el ala izquierda sea expulsada del PS y entre al partido o se una a nosotros en un nuevo partido. Puede ser que el ala derecha rompa y nos abra así la situación en el PS de tal manera que tendríamos que entrar para impedir que los stalinistas absorban al movimiento. Dejemos abierta la cuestión y esperemos a ver cómo se desarrolla.

Eso no bastaba para nuestros oponentes. Los oehleristas avanzaban con una propuesta positiva y definitiva, como lo hacen siempre los sectarios. Decían: "No entrar al PS, ni ahora ni nunca, como una cuestión de principios". ¿Por qué debíamos hipotecar el futuro en junio de 1935? ¿Por qué? "Porque el PS está afiliado a la Segunda Internacional que cayó en la bancarrota en 1914 y fue denunciada por Rosa Luxemburgo y Lenin. La Internacional Comunista fue organizada en razón de la bancarrota de la Segunda Internacional. Si nos unimos con el PS -ahora o en el futuro- estaríamos apoyando a la socialdemocracia, y dándole nuevo crédito a los Scheidemanns y a los Noskes que asesinaron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo". Esta es la esencia del oehlerismo, claramente establecida. ¿Explicarles que había habido tremendos cambios, gente nueva, nuevos factores, nuevos realineamientos políticos? Es muy difícil explicar cualquier cosa a los sectarios. Ellos exigían-que nuestro partido repudiara por principio el "Giro francés", el nombre dado a la decisión de los trotskistas franceses de entrar al PS de Francia. Los oehleristas rechazaban esta política en todos los países del mundo. Les dimos batalla en una línea principista. Defendimos el "Giro francés". Dijimos que bajo circunstancias similares haríamos lo mismo en América.

Nos acusaron de planear deliberadamente entrar al PS, de esconder nuestros objetivos con el fin de maniobrar a la militancia. Muchos miembros del partido creyeron por un tiempo esta acusación, pero no había ninguna verdad en ella. Era imposible en ese momento, como entendíamos la situación en el PS, tomar una posición más definida. No propusimos entrar al PS en ese momento pero nos negamos a cerrar el camino para una tal decisión futura por una declaración de principios contra esto. Un partido no puede ser maniobrado, debe ser educado -si se tiene en mente construir un partido revolucionario. Yo diría que una dirección que juega esa clase de juego no merece ninguna confianza en absoluto. Nunca me identificaría con esa clase de políticas. Si uno cree en algo, lo que hay que hacer es comenzar a propagandizarlo de entrada, con el fin de obtener experiencia tan pronto como sea posible. Un partido que no actúa concientemente, con un conocimiento pleno de lo que está haciendo y por qué lo está haciendo, no vale mucho. Mantenerse quieto y esperar poder contrabandear de una forma u otra un programa- eso no es política marxista; eso es política pequeño burguesa, de la que el moralista profesor Burnham más tarde nos dio algunos ejemplos. El propósito de conjunto de cualquier lucha fraccional desde un punto de vista trotskista, no es simplemente sacar ventaja y ganar la mayoría por un día. Esa es una concepción perversa; pertenece a otro mundo que no es el nuestro.

El pleno de junio fue totalmente abierto a los militantes. La discusión se había hecho tan acalorada que no podíamos mantenerla entre cuatro paredes. Todo el partido la seguía con interés. De cualquier modo, estaban todos en la puerta. Hay alguna peculiaridad física en los trotskistas- no sé cuál es. Normalmente no tienen más dureza física que las otras personas, a veces menos. Pero he notado más de una vez que en peleas políticas, cuando es cuestión de pelear por alguna idea política, los trotskistas pueden estar despiertos mucho tiempo y hablar mucho más y más frecuentemente que la gente de algún otro tipo político. Una parte de nuestra ventaja en el pleno fue la física. Simplemente los cansamos. Finalmente, a eso de las 4 de la tercera mañana, exhaustos, la mayoría cerró el debate. Presentaron una moción para terminar la discusión a las 3. Después hablamos por una hora más, sobre la base de que eso violaba la democracia. Para ese momento estaban tan cansados que no se fijaron si era democrático o no, pero estábamos frescos como margaritas. Cerraron el pleno con nosotros en minoría pero a la ofensiva hasta último momento.

Del pleno la discusión se llevó a los militantes. Estábamos decididos a derrotar la política sectaria y a aislar a la fracción sectaria. Después de 4 meses de discusión interna era evidente que habíamos triunfado. El bloque Muste-Oehler se había roto bajo los martilleos de la discusión, y los oehleristas fueron aislados. En el curso de los desarrollos posteriores, se hizo manifiesta la deslealtad de la izquierda sectaria. Comenzaron a romper la disciplina partidaria, distribuyendo sus propias publicaciones en reuniones públicas a pesar de la prohibición del partido. Vinieron con tesis demandando su derecho de fundar una prensa propia como una fracción independiente. En el pleno de octubre votamos una resolución explicando que sus exigencias eran imposibles de garantizar desde un punto de vista práctico y falsas por principio desde el punto de vista del bolchevismo. Shachtman escribió esa resolución mostrando por qué sus demandas eran equivocadas y por qué no las podíamos conceder. Más tarde, en la pelea con la oposición pequeño-burguesa, Shachtman escribió otra resolución mostrando cómo era correcto por principio y necesario para su fracción tener un órgano dual independiente. Esa contradicción no es nada extraño ni nuevo para nosotros. Shachtman siempre se distinguió no sólo por una extraordinaria versatilidad literaria, que le permitía escribir igualmente bien en ambos lados de la cuestión. Creo en darle a todo hombre su cumplido, y Shachtman merece el título en esa adulación.

El pleno de octubre rechazó las exigencias de los oehleristas, y sobre la moción de Muste, les advirtió que cesaran y desistieran en adelante de violar la disciplina partidaria. Ellos no consideraron la advertencia y continuaron violándola sistemáticamente. Sobre esa base fueron expulsados poco después del pleno de octubre.

Entre tanto, mientras pasaba todo esto en nuestras filas, las cosas se precipitaron rápidamente en el PS. El ala derecha, que estaba concentrada en New York alrededor de la Rand School, el Daily Forward y la burocracia sindical, se volvió más y más agresiva en la pelea, y encontrándose en minoría rompieron por iniciativa propia en diciembre de 1935. Esto creó una situación totalmente nueva en el PS. La ruptura del ala derecha nos dio la oportunidad que necesitábamos para establecer contacto directo con la pujante ala izquierda. Gracias al ajuste definitivo de cuentas con los sectarios, nuestras manos estaban libres en aquel momento y estábamos listos para aprovechar la oportunidad.

Conferencia XI
El "Giro Francés" en Norteamérica

La última conferencia nos condujo hasta la finalización de la lucha interna con los sectarios oehleristas en el pleno de octubre de 1935. La relación de fuerzas de ese pleno había cambiado radicalmente luego de cuatro meses de discusión y lucha fraccional. La minoría de aquel pleno había ganado la mayoría en las filas del partido. Sumado a esto, el bloque tácito de los ultraizquierdistas oehleristas y las fuerzas musteístas que nos había enfrentado en el pleno de junio, se había roto en el momento del pleno en octubre. Allí Muste encontró necesario presentar la resolución, que su fracción y la de Cannon-Shachtman habían redactado conjuntamente, sentando las condiciones bajo las que los oehleristas podían permanecer en el partido. En vista de la actitud desleal que ellos habían seguido, se entendió que esto señalaría su salida del partido. Y así ocurrió. Su falta de cumplimiento de las reglas disciplinarias del pleno de octubre resultaron en su expulsión.

Se pueden sacar ciertas lecciones políticas de la experiencia de Muste en su desafortunado bloque con Oehler. Las combinaciones que no tienen principios inevitablemente resultan un desastre para un grupo político. Esos bloques no pueden ser mantenidos. El error de Muste de jugar con los oehleristas en el pleno de junio, y después, había debilitado mucho su posición en el partido entre aquellos que se tomaban seriamente los programas. Pero hay que decir que él salió de su posición insostenible en una manera mucho más honrosa de cómo lo hizo Shachtman más tarde en su bloque sin principios con Burnham. Muste, tan pronto como se le hizo claro que la fracción de Oehler esa desleal al partido y estaba rompiendo con nosotros, rompió relaciones con ellos. Después unió sus manos a las nuestras para hacerlos a un lado sin ceremonias y eventualmente expulsarlos. Shachtman se colgó de las costillas de Burnham hasta el fin -hasta que Burnham se desembarazó de él.

Después de la partida de los sectarios, prevalecía una tregua nada fácil entre las dos fracciones: la de Muste, que tenía el apoyo de Abern, y la de Cannon-Shachtman que por esa época se había vuelto mayoría en el Comité Nacional y en la base. Esta era una tregua difícil basada sobre una suerte de seudo-acuerdo sobre lo que deberían ser las tareas prácticas del partido. El espectro del ala izquierda del PS todavía pendía sobre el Workers Party. El problema estaba aún allí, pero los medios para resolverlo no habían madurado todavía. Aún después del pleno de octubre de 1935, no había propuesto todavía entrar al PS. Eso no era -como fuimos acusados muchas veces, y probablemente como algunos camaradas se inclinan todavía a creer- porque estábamos disimulando y tratando de maniobrar al partido para entrar al PS sin el conocimiento ni el consentimiento de la militancia. Era porque la situación del PS en aquel momento no nos permitía la posibilidad de unirnos con ellos. Mientras la derechista "vieja guardia" tuviera el control de la organización en New York, la entrada de los trotskistas estaba mecánicamente excluida. La "vieja guardia" nunca lo habría permitido. En consecuencia, no hicimos ninguna propuesta de ese tipo. Justo por esa época, de hecho, había habido una reunión del Comité Nacional del PS donde los débilmente articulados "militantes" desgraciadamente capitularon al ala derecha. Los cuadros y la base del bloque se levantaron contra esta acción y su presión empujó nuevamente a su dirección a la izquierda. No era posible decir con seguridad cuál sería el resultado de la pelea en el PS. Sólo podíamos esperar y ver. El problema fundamental del PS se mantenía irresuelto de nuestra parte porque la situación en éste no había aún cristalizado.

Durante todo este tiempo la atención de los obreros avanzados, de los trabajadores sin partido pero más o menos radicales y con conciencia de clase, estaba concentrada en el PS porque era un partido más grande. Ellos decían: "Veamos dónde van el PS o el Workers Party que sería realmente el heredero del movimiento radical en los Estados Unidos. Veamos si el PS gira realmente a la izquierda. En ese caso podemos entrar a un partido revolucionario que es más grande que el Workers Party". Bajo esas condiciones era extremadamente difícil captar para el WP.

Había fricciones continuas dentro del WP sobre la cuestión del PS a pesar del hecho de que en ese momento no había propuestas de una fracción contra la otra. Todos nosotros presumiblemente seguíamos construyendo el WP, conduciendo su agitación independiente, etc. Dijimos que no teníamos propuesta sobre entrar al PS. Ellos no podían oponerse a una propuesta de ese tipo desde un punto de vista principista, ya que habían respaldado el "giro francés". Sin embargo, había una diferencia en la forma de ver el problema entre las dos fracciones. Ellos consideraban la ebullición en el PS como una cuestión problemática, algo que debía ser evitado. Cada vez que algo de interés requería una nueva atención a la pelea fraccional dentro del PS, ellos se ofendían porque esto distraía la atención sobre nuestra propia organización y no veían las corrientes y tendencias conflictivas, algunas de las cuales estaban destinadas a marchar con nosotros. Era un acercamiento organizativo. Esa era, creo, la manera más apropiada de caracterizar la actitud de Muste en ese momento: "no prestar ninguna atención al PS, es una organización rival". Formalmente era así. Pero el PS no era un cuerpo homogéneo. Algunos de sus elementos eran enemigos irreconciliables de la revolución socialista; otros eran capaces de transformarse en bolcheviques. La lealtad a la organización y el orgullo son cualidades absolutamente indispensables en un movimiento revolucionario. Pero el fetichismo organizativo, especialmente de parte de una pequeña organización que debe aún justificar su derecho a dirigir, puede transformarse en una tendencia desorientadora. Así era en este caso.

Nos aproximamos al problema desde otro punto de partida, no tanto desde su aspecto organizativo sino del político. Veíamos en el fermento del PS no un problema que nos distrajera de la tarea de construir nuestro propio partido. Lo veíamos casi como una oportunidad para que avanzara nuestro movimiento, más allá de la forma organizativa que podría llegar a tomar. Nuestra inclinación era volcarnos hacia éste, intentar influenciarlo de alguna forma. Como dije, las propuestas prácticas en ese momento no eran muy diferentes en ambas fracciones, pero la diferencia en la actitud hacia el problema del PS era fundamental y tarde o temprano, nos iba a llevar a un quiebre. La cuestión organizativa es importante, pero la línea política es decisiva. Nadie puede tener éxito en crear una organización revolucionaria si no comprende que las cuestiones políticas son superiores a las organizativas. Las cuestiones de organización son importantes sólo y en la medida en que sirvan a una línea, a un objetivo político. Independientemente de esto no tienen ningún mérito en absoluto. Durante ese período particular, mientras que la cuestión del PS seguía sin decidirse, la posición de Muste parecía ser más positiva y contundente que la nuestra. La simple receta de Muste atraía a algunos camaradas: "Permanezcamos lejos del PS, construyamos nuestro propio partido" -contundente y positiva. Pero la superioridad de la fórmula de Muste era sólo la apariencia superficial de las cosas. En el momento en que algo nuevo ocurriera en el PS -y esa era la terna maldición para los musteístas, siempre ocurrían algunas cosas en esa caldera en ebullición- tendríamos que girar nuestra atención y escribir sobre eso en nuestro periódico.

Y algo pasó esta vez. Un nuevo giro de los acontecimientos resolvió todas nuestras dudas y puso el hecho de entrar o no entrar al PS en su marco real. La fracción dirigente del PS comenzaba a romper abiertamente en diciembre de 1935 . El ala derecha, que controlaba el aparato en New York, se enfrent6 en el CC local -un cuerpo de delegados de las ramas- con la creciente fuerza del ala izquierda y su mayoría allí. El ala derecha, a pesar de reconocer esa mayoría y de dejar que opere el proceso democrático, mostró sus dientes como socialistas "democráticos" profesionales como lo hacen siempre en situaciones así. Como si fuera una cuestión corriente, se dieron vuelta, expulsaron y reorganizaron a un número de ramas de los "militantes" y la ruptura se precipitó. En este caso, como en instancias pasadas, vimos revelada la esencia real de la tan mentada democracia del PS y de todos los grupos pequeño burgueses que ponen el grito en el cielo por los métodos dictatoriales y la severidad del bolchevismo. Todas sus habladurías sobre la democracia se muestran como una simulación y un pretexto a la hora de ponerse a prueba. Hablan en contra del bolchevismo en el nombre de la democracia, pero cuando sus intereses y su control están en juego, nunca ceden a la mayoría democrática de sus cuadros y base. Esta organización tiene una seudo- democracia que permite grandes discursos y críticas en la medida en que las mismas no amenacen el control de su organización. En ese momento sus reglas cambian, bajan todo el tiempo con la más brutal represión burocrática contra la mayoría. Esto es verdad para todos ellos, para todos los oponentes del bolchevismo, de cualquier clase y color, en el campo de la organización. Aún el santificado Norman Thomas no es una excepción, como demostraré más tarde. Incidentalmente, esto también es verdad para todos los grupos sectarios sin excepción que rompieron con la Cuarta Internacional, que hicieron un gran escándalo por la falta de democracia en el movimiento trotskista. En el momento en que fundaron sus propias organizaciones establecieron un auténtico despotismo. El grupo de Oehler, por ejemplo, no hacía mucho que se había constituido en una organización independiente cuando la gente que había sido ganada por sus apelaciones contra el terrible burocratismo de la organización trotskista recibió un duro golpe. Se encontraron con la más rígida y despótica caricatura de burocratismo.

La ruptura en New York del ala derecha del PS anunciaba la ruptura a nivel nacional -esto estaba claro para nosotros. El ala derecha estaba decidida por razones propias, a desconectarse de los militantes de base y de los elementos jóvenes del PS que estaban hablando de revolución. Consideraban que esto estaba pasado de moda. Estaban mirando a las elecciones nacionales de 1936 y ya tenían indudablemente en mente llegar a una posición de apoyo a Roosevelt. Estaban buscando un buen pretexto para romper relaciones con los cuadros y militantes de base y la juventud que aún estaban hablando seriamente de socialismo. Esta ruptura en New York nos mostró que había llegado el momento de actuar sin dilaciones. Ocurría que yo estaba en Minneapolis cuando tuvo lugar la expulsión en la organización de New York del PS. Había aquí una sorprendente repetición del proceso de 1934. El impulso a acelerar la fusión con el AWP venía desde la discusión que habíamos tenido durante la huelga. Ahora, por segunda vez, la iniciativa para un giro político agudo salió de una conferencia informal que tuve con los camaradas de la dirección en Minneapolis.

Llegamos a la conclusión de que debíamos movernos, sin demora, para entrar al PS mientras permaneciera en un estado de laxitud, antes de que una nueva burocracia tuviera tiempo de cristalizar y antes de que la influencia de los stalinistas pudiera consolidarse. Toda la dirección de nuestra fracción, la fracción Cannon-Shachtman, estaba de acuerdo en esta línea. Los cuadros y la base de la fracción habían sido bien preparados y educados en la larga lucha interna y habían asimilado completamente la línea política de la dirección. Apoyaban este plan por unanimidad. Habían superado todos los prejuicios sobre el "giro francés", sobre el principio de la "independencia" y todas las otras consignas de la fraseología sectaria. Cuando se presentó la oportunidad de dar un vuelco que nos ofrecía perspectivas de avance político ellos estaban listos para moverse. Había llegado el momento de actuar.

Entonces, todo dependía de actuar sin demasiada dilación, sin dar vueltas, sin indecisión o vacilación. La propaganda de rutina, que es llevada adelante todo el tiempo, no es suficiente en ningún sentido por sí misma para construir un partido y hacerlo crecer rápidamente. Un partido político debe saber qué hacer a corto plazo y hacerlo antes de que sea demasiado tarde. En este caso particular lo que debíamos hacer enseguida, si queríamos sacar provecho de una situación muy fluida en la vanguardia del movimiento obrero era entrar al PS, valorar la oportunidad antes de que se escurra, dar un paso adelante efectuando la fusión de los obreros trotskistas con los cuadros y la base, la gente joven del PS, quienes tenían al menos el deseo subjetivo de ser revolucionarios y se estaban moviendo en nuestra dirección. Hay una expresión, un lema norteamericano sobre golpear mientras el hierro está al rojo. No sé cuántos de ustedes reconocen lo vívida que puede ser esta expresión para el que comprende su significado, en el sentido mecánico. Siempre ha sido un lema favorito para mí en política, y siempre me trae al recuerdo de la imagen del herrero, cuando de regreso a casa de muchachos solíamos quedarnos mirando, fascinados por el herrero, una figura heroica a nuestros ojos. El se tomaba su tiempo, fumaba su pipa ociosamente, hablaba con la gente del clima y de política local. Cuando traían un caballo para herrar, lentamente bombeaba el fuego bajo la herrería, sin apuro hasta que el fuego alcanzaba una cierta llama blanca y la herradura se ponía roja. Entonces, en el momento decisivo, el herrero se transformaba. Toda su lasitud desaparecía, tomaba la herradura con fuerza con sus pinzas gigantes, la presionaba sobre el yunque y comenzaba a golpearla con su martillo mientras estaba aún incandescente. De lo contrario la herradura perdería su maleabilidad y él no podía moldearla en su forma apropiada. Si hubiéramos permitido que se enfriara la oportunidad en el PS, hubiéramos perdido nuestra oportunidad. Teníamos que golpear mientras el hierro estaba al rojo. Estaba el peligro de que los stalinistas, quienes presionaban fuertemente sobre el PS, nos ganaran la delantera y repitieran lo siniestro de España. Existía el peligro de que los lovestonistas, quienes ciertamente estaban más cerca en afinidad política a los socialistas norteamericanos que nosotros porque ellos mismos no eran otra cosa más que centristas, se dieran cuenta cuál sería su próximo coletazo y avanzaran sobre nosotros en el PS.

Teníamos que saltar dos vallas antes de poder efectuar la entrada. Primero, teníamos que tener una convención partidaria para obtener la sanción para esa acción. Segundo, teníamos que obtener el permiso de las cabezas del PS antes de que pudiéramos entrar a él. Previo a nuestra convención tuvimos que atravesar una lucha fraccional de las más salvajes con los musteístas que habían emplazado sus cañones en la última trinchera para salvar la "independencia" y la "integridad" del WP. Peleaban con un fervor sagrado contra nuestra propuesta de disolver la iglesia del Señor y unirnos a los socialistas herejes. Defendían la "independencia" del WP como si fuera el Arca de la Alianza y nosotros estábamos poniendo manos profanas sobre ella. Fue ciertamente una pelea furiosa que tenia elementos de fanatismo semi-religioso. Pero no aprovecharon nada. La gran mayoría de los miembros del partido estaban claramente de nuestro lado desde el comienzo.

Comenzamos a negociar con los dirigentes de "Los Militantes" sobre los términos y condiciones de nuestro ingreso en el PS. Las negociaciones con esos héroes de papel maché fueron un espectáculo para dioses y hombres. Nunca los olvidaré. Creo que en toda mi larga y variada experiencia, que ha recorrido de lo sublime a lo ridículo y viceversa, nunca encontré nada tan fabuloso y fantástico como las negociaciones con los jefes de los "Militantes" en el PS. Eran todas figuras intrascendentes, importantes por un día. Pero ellos no lo sabían. Se veían en un espejo distorsionado, y por un breve período imaginaban ser dirigentes revolucionarios. Por fuera de su imaginación apenas si había alguna base sólida para su suposición de que estaban calificados para dirigir, menos aún un partido revolucionario que requiere cualidades y un temple de carácter algo diferente de las de los dirigentes de otros movimientos. Eran inexpertos y no probados. Ignorantes, sin talento, de mentes estrechas, débiles, cobardes, traicioneros y vanidosos. Y tenían también otros defectos. Estaban perplejos de nuestro pedido de admisión a su partido. Nos querían tener dentro de él, la mayoría de ellos, para contrabalancear al ala derecha y para ayudarlos a alejar a los stalinistas, a quienes tenían un miedo mortal por un lado y una tendencia a acercárseles por otro. Nos querían en el partido y estaban asustados por lo que haríamos después de entrar. No sabían con seguridad, de principio al fin, qué querían hacer realmente. Aparte de muchas cosas más, los teníamos que ayudar a decidirse.

Estaba Zam, ex lovestonista y comunista renegado que estaba virando a la Socialdemocracia. En su camino a la derecha se cruzó con algunos jóvenes socialistas que iban a la izquierda, y por un momento parecían estar de acuerdo. Pero eso no era realmente así; meramente se habían cruzado en el camino.

Estaba Gus Tyler, un chico joven y vivaracho cuyo único problema era que no tenía carácter. Podía pararse y debatir la cuestión de la guerra desde el punto de vista de Lenin con cualquier dirigente stalinista -y sostener correctamente la posición leninista- y después irse a trabajar para los traidores Needle Trades, haciendo "trabajo educativo" por su programa, incluyendo su programa de guerra, y luego se preguntaba por qué cualquier persona podía estar sorprendida o indignada por esto. La gente sin carácter es como la gente sin inteligencia. No entienden por qué cualquiera pensaría distinto.

Estaba Murry Baron, un brillante joven universitario que tenía también un trabajo como dirigente sindical con el permiso de Dubinsky. Vivía bien y consideraba importante seguir haciéndolo. Al mismo tiempo se estaba salpicando con la tarea de dirigir un movimiento revolucionario, como alguien que toma un hobby.

Estaban Biemiller y Porter de Wisconsin, jóvenes compañeros que a los 30 años de edad habían adquirido todas las cualidades seniles de los socialdemócratas europeos. Habiendo perdido la llama del idealismo, si es que alguna vez habían sido tocados por ella, ya estaban estableciendo el negocio de engañar a los obreros los días de semana y simular ser radicales los domingos. Eran todos más o menos del mismo tipo, y de un tipo muy pobre. Aún eran los dirigentes del ala izquierda del PS y teníamos que negociar con todos ellos, incluído Norman Thomas que era la cabeza del partido nominalmente y que, como bien explicó Trotsky, se llamaba socialista como resultado de un malentendido.

Nuestro problema era hacer un acuerdo con esta chusma para que nos admitan en el PS. Y para lograr eso teníamos que negociar. Era un trabajo muy difícil y desmoralizante, muy desagradable. Pero eso no nos detuvo. Un trotskista hace cualquier cosa por su partido, aún si tiene que arrastrar su vientre por el barro. Entramos en las negociaciones y eventualmente ganamos la admisión por toda clase de artificios y a un alto costo. No era simplemente cuestión de llamarlos por teléfono y decirles: "Encontrémonos el martes a las dos en punto y discutamos los temas". Era un proceso largo y tortuoso. Mientras negociábamos formalmente y de manera colectiva, teníamos también muchos encuentros separados, individuales. Uno de ellos era Zam, el comunista renegado que parecía pensar, en razón de que queríamos unirnos al PS, que íbamos a portarnos como unos renegados también. Tenía razones personales para desear que entráramos al PS y facilitó nuestra admisión. Estaba muerto de miedo de los stalinistas y pensaba que podíamos ser un contrapeso y un antídoto para ellos. Las discusiones en privado con él siempre precedían a las discusiones formales con los otros dirigentes. Siempre sabíamos de antemano qué estaban planeando hacer.

Sumado a todas las otras cosas, ellos no tenían solidaridad interna o respeto por el otro y nosotros naturalmente sacamos provecho de esto. Otra operación independiente, al margen, para entrar, fue con el mismo Thomas. El arreglo para el encuentro entre Thomas y los trotskistas fue el último acto progresivo en la vida y en la carrera de Sidney Hook. Posiblemente sentía que nos debía más de un favor. Probablemente se movía por recuerdos sentimentales de su juventud cuando había pensado que la revolución era una cosa linda y buena. Sea por lo que fuere, él arregló una reunión con Thomas que aumentó la presión sobre la junta de los "Militantes". Finalmente acordaron admitirnos, pero nos lo hicieron pagar.

Pusieron condiciones muy duras. Debíamos abandonar nuestra prensa a pesar del hecho de que había sido la tradición del PS permitirle a cualquier fracción tener su propia prensa, y a pesar del hecho de que el "Call" socialista había comenzado como el órgano de la fracción de los "Militantes". Cualquier sección u organización local o nacional en el PS que quiera su propia prensa había sido libre para tenerla. Nos exigían a nosotros condiciones especiales, que no tuviéramos prensa. Nos hicieron abandonar The Militant y nuestra revista, New International (Nueva Internacional). No nos permitirían el honor y la dignidad de unirnos como un cuerpo y ser recibidos como un cuerpo. No, nos teníamos que unir como individuos, dejando a cada rama local la opción de negarse a admitirnos. Debíamos entrar individualmente porque ellos querían humillarnos, hacer aparecer que simplemente estábamos disolviendo el partido, rompiendo humildemente con nuestro pasado, y comenzando una vida nueva como discípulos de la junta de los "Militantes" del PS. Era bastante irritante, pero no nos apartamos de nuestro curso por sentimientos personales. Habíamos estado mucho tiempo en la escuela de Lenin para hacer eso. Estábamos por servir a fines políticos. Esa es la razón de por qué, a pesar de las onerosas condiciones, nunca rompimos las negociaciones y nunca les dimos una excusa para cerrarlas unilateralmente. Toda vez que mostraban signos de indiferencias y evasivas, nos quedábamos detrás de ellos y manteníamos las negociaciones vivas.

Entre tanto, nuestro propio partido avanzaba a su conversión. Se reveló rápidamente que la gran mayoría de éste apoyaba las propuestas dc Cannon-Shachtman de entrar al PS. Nuestra propuesta tenía también el apoyo de Trotsky. Ese era un factor considerable para asegurarle a los cuadros y a la base de nuestro partido de que era un buen paso táctico, que no constituía de ninguna manera un repudio a los principios, como lo habían presentado los oehleristas. La convención de marzo de 1936 que tenía que ponerle sello a la decisión fue una formalidad. La mayoría a favor de la propuesta de entrar al PS era aplastante. La oposición fue reducida a un grupo tan pequeño que virtualmente no tuvo más alternativa que aceptar la decisión, someterse a la disciplina e ir con nosotros al PS.

En esa convención, hubo una reacción como resultado de algunas políticas sin principio que habían tenido lugar en el verano, un cruel castigo impuesto a causa de un frente sin principios. En ese caso fue la conclusión del incidente de Allentown que es bastante famoso en la historia de nuestro partido, y vive aún en las memorias de quienes pasaron por esa lucha en aquellos días. Allentown había sido uno de los principales centros del AWP. La organización entera, que era bastante grande, y que estaba en la dirección de un muy sustancioso movimiento de obreros desocupados organizados en las Ligas Nacionales de Desocupados, estaba compuesta por antiguos musteístas. La mayoría de los miembros de Allentown habían estado en el movimiento sólo un corto tiempo. Habían llegado al AWP a través de sus actividades con los desocupados y estaban necesitados de una educación política marxista, para que los frutos de su trabajo entre las masas pudiera ser eventualmente transformado en ganancia política y en núcleo partidario firme establecido allí. Mandamos a algunos camaradas para atenderlos en ese aspecto. Por la juventud fue enviado un camarada llamado Stiler. Por el movimiento de adultos fue enviado Sam Gordon. Su función, mientras participaban del trabajo entre las masas, era asistir en la educación marxista a esos camaradas de Allentown que mostraban una fuerte voluntad de fusionarse completamente con nosotros tanto en lo ideológico como en lo organizativo. La lucha fraccional cambió estos planes y Allentown fue un centro de infección en todo ese período.

Una de las peores complicaciones surgió de la traición de Stiler. Fue enviado allí con la confianza del partido pero sucumbió al ambiente. Se volvió un instrumento y un defensor de los peores elementos del AWP que tenían un centro en Allentown. Un hombre llamado Reich y otro llamado Hallett estaban estrechamente ligados a uno de los dirigentes nacionales de los musteístas, llamado Arnold Johnson. Usaban Allentown como una base para oponerse a toda tendencia progresiva en el partido. Una y otra vez, la organización de Allentown se desviaría de la línea partidaria en su trabajo entre las masas, en dirección al stalinismo. Sam Gordon intervendría y se daría una gran lucha. Después, los representantes del comité nacional irían a Allentown, o una delegación vendría a New York, para una discusión de los hechos. Hablaríamos y explicaríamos por horas en un esfuerzo por clarificar la cuestión y educar a los camaradas de Allentown. Al principio no sospechamos nada, pero como un incidente seguía a otro, no pudimos dejar de notar que toda explosión tenía una misma característica distintiva. Independientemente de cómo empezaba cada riña, o cuál podía ser la disputa, había siempre un tinte de ideología stalinista en la posición de los camaradas de Allentown. Al comienzo, cuando las desviaciones eran sólo tendencias, pensamos que eran la expresión de la presión del movimiento stalinista pesando sobre ellos, y no el trabajo deliberado de agentes stalinistas reales en nuestras filas. Continuamos dándoles el beneficio de la duda, aún cuando comenzaron a manifestar deslealtad a la organización, rompiendo la disciplina y la unidad en la acción del WP y trabajando al unísono con las juntas stalinistas aún contra sus propios camaradas en las Ligas de Desocupados. Seguimos batallando con ellos, pero nuestro objetivo era puramente educativo.

Siempre ha sido política de nuestro movimiento usar incidentes como estos, errores y desviaciones de los principios partidarios, no con el propósito de empezar una caza de brujas sino, como en esa ocasión, para explicar concretamente y en detalle las doctrinas del marxismo y ayudar así a la educación de los camaradas. Muchos compañeros del partido han recibido su educación real en el sentido del bolchevismo en esas discusiones educativas basadas en algún incidente concreto. Intentamos usar este método en este caso.

Tratamos de educar no sólo a los camaradas implicados en Allentown, sino al partido de conjunto, en lo que significa en un sentido revolucionario la conciliación con el stalinismo. Pero esa discusión fue enmarañada por el hecho de que ellos eran amigos personales de Muste y éste los protegía. Por razones fraccionales protegía a sus amigos contra aquellos, que él mismo admitía, estaban defendiendo una línea política correcta. En vez de tomar una posición clara con nosotros y unírsenos para presionar a la gente de Allentown, oscilaba entre nosotros y ellos, borrando los hechos y previniendo cualquier acción disciplinaria aún en las más flagrantes violaciones. Cegado por la intensidad de la lucha fraccional, Muste puso las cosas sobre bases fraccionales, protegiendo a sus amigos. Esa es una de las más graves ofensas contra el partido revolucionario. Lo que debe ser protegido en el partido, ante todo, son los principios del bolchevismo. Si uno tiene amigos, lo mejor que puede hacer por ellos es enseñarles los principios del bolchevismo, no protegerlos en sus errores. Si ustedes hacen eso, no sólo sus amigos se van al demonio, sino que ustedes se van con ellos. Los asuntos de amistades están bien para Tammany Hall, que se basa en el intercambio de favores personales Pero la amistad, que es una cosa muy buena en la vida personal, debe siempre subordinarse a los principios y los intereses del movimiento. Después de una de aquellas exhibiciones le dije a Muste: "Vas a tener un terrible shock alguna mañana de estas cuando te levantes y descubras un núcleo stalinista en Allentown tratando de traicionar al partido". No me escuchó, sino que persistió en su curso fatal. Y él fue asistido en ese crimen por aquellos que sabían más. Muste no era un hombre de larga experiencia en la tradición y las doctrinas del bolchevismo. Eso podría decirse como paliativo. Pero Muste estaba apoyado e inducido en su defensa de las tendencias y elementos stalinistas, por razones fraccionales, por Abern y su pequeña camarilla. No voy a decir más cosas sobre esa gente aquí porque ya he dicho todo lo que se necesitaba decir sobre ellos en mi libro "The Struggle for a Proletarian Party" (La lucha por un partido proletario).

Esa aventura de Muste y Abern tuvo un terrible golpe en la convención de marzo de 1936. Entonces, en pago por su cobertura y protección a las tendencias stalinistas en Allentown, Muste fue premiado por el anuncio en el Daily Worker, el mismo día que se abrió nuestra convención, de que Reich, Hallett y Johnson se habían unido al PC! Los "amigos" de Muste imprimieron una declaración denunciando a los trotskistas de "contrarrevolucionarios", en la misma mañana que fue abierta nuestra convención. Ese fue el devastador golpe final a la fracción Muste-Abern, que ya había sido lo suficientemente desacreditada. Tuvieron que sufrir la desgracia de ver a un grupo de gente, a quienes habían protegido por razones fraccionales, transformados en agentes stalinistas tratando de desmoralizar y romper nuestra convención el día en que se abría. Afortunadamente los traidores estaban completamente aislados; su acción quedó sólo en un episodio personal y no molestaron de ninguna manera a la convención del partido. Sólo desacreditaron a la fracción que los había cubierto tan celosamente en los meses precedentes. Mejor aún, este desenlace reforzó la autoridad de la fracción mayoritaria, que había seguido una línea clara principista y no estaba de ninguna manera envuelta en el escándalo.

Teníamos una mayoría aplastante en la convención. La minoría, que era muy pequeña en ese entonces, aceptó la decisión. No había nada más que ellos pudieran hacer. En la convención del PS en Cleveland, unas pocas semanas después, la ruptura con el ala derecha fue completada a escala nacional, y nuestros militantes en todo el país comenzaron a entrar al PS como individuos y bajo la conducción de la dirección nacional. Sospechamos que nos habían traicionado, incluso en esa fecha tan tardía. Nuestro consejo a los camaradas en todos lados fue "apúrense, no duden; no regateen los términos, sino entren al PS mientras hay tiempo; no peleen por concesiones formales que les darán un pretexto para reabrir la cuestión y cambiar de idea".

No recibimos ni bienvenidas, ni saludos amistosos, ni notas en la prensa del PS. No se nos ofreció nada. A ninguno de los dirigentes de nuestro partido les ofrecieron, esos trepadores baratos, más que un puesto de organizador en alguna rama. Los stalinistas gritaban con lo más fuerte de sus voces: "Nunca podrán digerirse a esos trotskistas". Les estaban advirtiendo lo que ocurriría cuando entraran los trotskistas. Y esto les ponía a los "Militantes" las caras azules. Era muy vil -el modo en que nos recibieron. Si hubiéramos sido personas subjetivas, probablemente hubiéramos dicho: "¡Al infierno con esto!" y nos hubiéramos ido. Pero no lo hicimos, porque servíamos a objetivos políticos.

No explicamos todas esas concesiones humillantes que habíamos hecho como una conciliación con los centristas. Sólo nos dijimos: ese es el chantaje que estamos pagando por el privilegio de llevar adelante una importante tarea política histórica.

Entramos al PS confiadamente porque sabíamos que teníamos un grupo disciplinado y un programa delimitado hasta el fin para triunfar. Cuando un poco después, los dirigentes del PS comenzaron a arrepentirse de todo el negocio, deseando no haber oído nunca el nombre del trotskismo, deseando reconsiderar su decisión de admitirnos, ya era demasiado tarde. Nuestra gente ya dentro del PS comenzó su trabajo de integrarse en las organizaciones locales. Imprimimos una declaración en el último número de The Militant, publicado en junio de 1936, anunciando que entrábamos al PS y suspendíamos The Militant. Sentamos claramente nuestra posición, de modo tal que nadie pudiera malentendernos; nadie podía tener alguna base para creer que estábamos entrando como capituladores, renegados del comunismo. Dijimos: "Entramos al PS como somos, con nuestras ideas". Esas ideas que conquistaron al mundo estaban una vez más en marcha. Y había un año fructífero de trabajo delante nuestro en el PS.

Conferencia XII
Los trotskistas en el Partido Socialista

La última conferencia de esta serie trata del período de aproximadamente un año, que pasamos dentro del PS y los seis meses durante los cuales no estábamos ni adentro ni afuera, sino en camino a otro destino. En el curso de estas conferencias he enfatizado repetidamente que las tácticas de un partido son impuestas por los factores políticos y económicos fuera de su control. La tarea de una dirección política es entender qué es posible y necesario en una situación dada, y qué no. Esto, puede decirse, es la clave de una dirección política. Las actividades de un partido revolucionario, es decir, un partido marxista, están condicionadas por las circunstancias objetivas. Estas, a veces imponen derrota y aislamiento sobre el partido, independientemente de lo que pueda ser hecho por la dirección y los militantes. En otras situaciones las circunstancias objetivas crean posibilidades de éxito y avances, pero al mismo tiempo las limitan. El partido siempre se mueve en un marco de factores sociales no determinado por él. Ellos son rasgos del proceso de desarrollo de la sociedad.

Hay épocas en las que la mejor dirección no puede mover adelante al partido ni una pulgada. Por ejemplo, Marx y Engels los maestros y dirigentes más grandes de nuestro movimiento, permanecieron aislados prácticamente todas sus vidas. No pudieron siquiera crear un grupo sustancial en Inglaterra donde vivieron y trabajaron durante el período de su madurez. Eso no se de debía a errores de su parte ni ciertamente a incapacidad, sino a factores externos fuera de su control. Los obreros ingleses no estaban aún listos para escuchar las palabras revolucionarias.

Durante el largo período de reacción y estancamiento que sujetó al movimiento obrero mundial en los primeros años de nuestra existencia, de l928 hasta l934, no podíamos evadir el aislamiento. Esa era una época en la que parecía que todo el del mundo caía sobre un pequeño grupo, un puñado de irreconciliables. Era el momento en que la gente de corazón abatido, especialmente aquellos que no tenían la comprensión teórica de la naturaleza de la sociedad moderna y de que las leyes que la rigen trabajan a favor de las crisis que llevan a la revolución, se apartaban. Esa era la época en que sólo los trotskistas, los marxistas de buena fe, pronosticaron, en el período de oscura reacción y soledad, que se acercaba un nuevo levantamiento y se prepararon conscientemente para éste en dos formas: primero, elaborando el programa que armaría al partido para una nueva etapa; y segundo, reuniendo a los cuadros preliminares del futuro partido revolucionario e inspirándolos a que resistan con confianza en el futuro. Esta fe estaba justificada, como hemos visto en las conferencias precedentes. Cuando empezó a estallar la oleada en el movimiento obrero mundial, especialmente a comienzos de l934, se iba a ver un nuevo movimiento de masas en este país y en todo el mundo. Cuando esa nueva situación se empezó a revelar fuimos puestos a prueba y se nos dio la gran oportunidad. Ya no era más el tiempo de permanecer contentos en el aislamiento, clarificando principios. Era el momento de esforzarnos y aplicar aquellos principios en la acción sobre la lucha de clases emergente. Nuestra decisión de hacer esto, nuestro reconocimiento de que la oportunidad estaba ante nosotros, y nuestra determinación de atraparla, nos llevó a conflictos con los sectarios, los ultraizquierdistas. Teníamos que combatirlos, que derrotarlos, para avanzar. Hicimos esto. En la huelga de Minneápolis dimos un paso adelante en el movimiento sindical de masas. La fusión con el AWP fue otro paso importante en el camino al desarrollo de un partido marxista serio en los Estados Unidos. Pero esas acciones progresivas eran sólo pasos, y tuvimos que reconocer las limitaciones para completarlos. Todavía se nos requería iniciativa política y acciones firmes en situaciones más complicadas.

La entrada de nuestro grupo al PS de los Estados Unidos fue un paso más importante aún en el camino complicado, tortuoso y desalentador hacia la creación de un partido que eventualmente dirija al proletariado de Norteamérica a la victoria de la revolución socialista. Aquel paso, la entrada en el PS, fue dado en el momento justo. El tiempo es siempre una importante consideración en política. No espera. Pobres de los dirigentes políticos que lo olvidan. Hay una expresión legal: "El tiempo es la esencia del contrato". Diez veces, mil veces más se debe aplicar política. Lo decisivo no es sólo qué hacer, sino cuándo se hace, si se hace en el momento correcto. No era posible para nosotros entrar al PS antes de lo que lo hicimos, y si lo hubiéramos intentado después, hubiera sido demasiado tarde. El heterogéneo PS que atraía demasiado nuestra atención en aquellos días, ese partido sin ayuda, acéfalo, esa mezcla de centristas, fue abofeteado por eventos externos y apretado por toda clase de presiones. El partido mismo era inviable. En 1936, en el momento en que entramos, todavía era la etapa del fermento violento y la desintegración. El PS estaba destinado, de cualquier modo, a romperse. La única cuestión era cómo y porqué líneas tendría lugar la desintegración y la eventual destrucción de ese partido históricamente inviable.

Había un movimiento poderoso, aunque no totalmente consciente, en el PS hacia la reconciliación con la administración Roosevelt y por ese medio, con la sociedad burguesa. La propaganda y los materiales del bien armado aparato del PC presionaban fuertemente sobre los dirigentes obreros socialistas. La pregunta era: ¿Podían los elementos, potencialmente revolucionarios del partido centrista -los activistas obreros y la juventud rebelde- ser tragados por esa fuerza? ¿0 se fusionarían con los cuadros del trotskismo y llegarían al camino de la revolución proletaria? Eso sólo podía saberse a través de nuestra entrada al PS. No era posible para los trotskistas entrar en contacto con esos elementos potencialmente revolucionarios de otra manera que no sea uniéndose al PS, por la simple razón de que ellos no mostraban ninguna disposición a entrar a nuestro partido. Se debía abandonar el fetichismo organizativo. Este debía dejar lugar a las demandas de necesidad política, que siempre está por encima de las consideraciones organizativas.

Nuestra entrada al PS tuvo lugar sobre un fondo de grandes eventos que estaban en proceso de desarrollo, tanto aquí como a escala mundial. Las huelgas de brazos caídos en Francia, una verdadera revolución, ocurrían en el mismo momento en que estábamos peleando unirnos al PS. El segundo resurgimiento del Congreso de Organizaciones Industriales, la CIO, destinado a llevar a este tremendo movimiento a una gran altura como nunca había conocido el movimiento obrero organizado de Norteamérica, en fuerza numérica, en militancia de masas, y en la composición de la base del estrato más bajo del proletariado, este segundo levantamiento estaba en sus comienzos en aquel momento, en la primavera de l936. La rebelión de la CIO estaba parcialmente influenciada, sin duda, por las huelgas de brazos caídos en Francia. La guerra civil española estaba por estallar con todas sus fuerzas; y levantaba una vez más, en forma más aguda, la perspectiva de una segunda victoria de la revolución proletaria en Europa. La revolución española tenía adentro la posibilidad de cambiar la faz de la toda Europa si triunfaba. Unos pocos meses después, los juicios de Moscú sacudirían al mundo entero.

Este gran panorama de sacudones mundiales -y el levantamiento de la CIO no era menos importante que los otros, a mi juicio, desde un punto de vista histórico mundial- crearon los auspicios más favorables para un avance de la vanguardia marxista. No había falta de interés político, ni falta de actividad de masas, ni falta de un campo adecuado para la operación de los marxistas revolucionarios en el momento en que estábamos llevando nuestra actividad dentro de la estructura del PS. Si agudizábamos nuestro ingenio bajo esas circunstancias objetivas, no tendríamos límites. Tendríamos que haber sido la peor dirección, casi tendríamos que haber querido conscientemente derrotarnos para no ganar en una circunstancia tan favorable como esa.

Nuestro trabajo en el PS, cuando uno lo mira retrospectivamente, no estaba de ninguna manera libre de errores y oportunidades desaprovechadas. No hay duda en absoluto de que los dirigentes de nuestro movimiento se adaptaron, algunos demasiado, a los dirigentes centristas del PS. Un cierto grado de adaptación formal era absolutamente necesario para obtener las posibilidades de trabajo normal en la organización. Pero esta adaptación, indudablemente, llegó muy lejos en algunos casos y llevó a ilusiones y desviaciones por parte de algunos miembros de nuestro movimiento. No hay dudas de que al llevar a cabo la maniobra política de entrar al PS y la concentración en los problemas políticos que se levantaban dentro del PS, dejamos de hacer todo el trabajo en las masas que se podría haber hecho. No hay duda de que esos errores y oportunidades desaprovechadas pueden ser cargadas contra nosotros. Pero, de conjunto, con los consejos y la guía de Trotsky -un factor decisivo en este trabajo- completamos nuestra principal tarea.

Acumulamos una experiencia política invalorable, y aumentamos a más del doble nuestras fuerzas como resultado de la entrada y de un año de trabajo en el PS. Comenzamos nuestro trabajo muy modestamente según un plan. Nuestra primera prescripción para nuestra gente fue: entren en la organización, intégrense al partido, sumérjanse en el trabajo militante y logren así una cierta autoridad moral sobre los cuadros y la base; establezcan relaciones de amistad personal, especialmente con aquellos elementos que son activistas, potencialmente de alguna utilidad más adelante. Nuestro plan era dejar que los hechos políticos se desenvuelvan normalmente, como estábamos seguros que lo harían. No teníamos que forzar la discusión o empezar artificialmente la lucha fraccional. Podíamos darnos el lujo de permitir que los hechos políticos se desarrollaran bajo el impacto de los eventos mundiales. Y no tuvimos que esperar demasiado.

La situación era radicalmente diferente de aquella de los primeros años cuando la reacción general y la parálisis se ceñían sobre nosotros. Ahora los factores objetivos trabajaban a favor de los revolucionarios y creaban las condiciones y oportunidades que estos necesitaban para avanzar. La guerra civil española empezó en julio de l936 con la insurrección dirigida por Franco y el gran contraataque de los obreros. Los juicios de Moscú dieron la vuelta al mundo en agosto, unos pocos meses después que habíamos entrado al PS. Esos eran hechos de significación mundial, y consecuentemente se hicieron conocidos como hechos "trotskistas". Ya en l928 había sido reconocido por nuestros enemigos, aún por los más ignorantes, que el trotskismo no es un dogma provinciano. Es un movimiento con visión y perspectivas mundiales. El trotskismo actúa desde el punto de vista del internacionalismo, y se compromete con los problemas del proletariado en todas partes del mundo.

El reconocimiento general de esta cualidad fundamental del trotskismo fue ilustrado irónicamente en el tiempo en que estábamos bajo juicio ante el comité político y la comisión central de control del PC en octubre de l928. Hasta el fin del largo juicio, cuando hicimos nuestra declaración y pusimos un límite a todas las ambigüedades, habían estado tratando de "probar" un caso de "trotskismo" contra nosotros por cualquier clase de "evidencia circunstancial" que pudieran obtener (nosotros no habíamos admitido que éramos una fracción trotskista por razones tácticas, como ya lo he explicado). Presentaron un montón de testigos, muchos a la manera de los acusadores de nuestro reciente juicio de Minneápolis, para llevar evidencias corroboradas y circunstanciales de nuestra culpabilidad. Un señuelo vendría y diría que escuchó esto, otro que escuchó aquello pero la estrategia testigo fue el administrador de la librería del PC. Dijo que podía jurar que Shachtman era un trotskista. ¿Por qué? ¿Cómo lo sabía? "Porque siempre va al negocio, tratando de conseguir libros sobre China, y yo sé que China es una cuestión trotskista" La pequeña comadreja no estaba tan equivocada, China era verdaderamente una cuestión trotskista, como lo eran todas las cuestiones de importancia mundial.

La guerra civil española, los juicios de Moscú y el tumulto en el movimiento obrero francés, estas cuestiones dominaban completamente la vida interna del PS. Se desarrollaba la discusión más animada sobre estos hechos, totalmente en contra de la dirección. Querían dedicarse a los asuntos prácticos, es decir, a la rutina. "Sentémonos, y hagamos un trabajo práctico aquí". Pero estos hechos ocupaban el interés de todos aquellos que tomaban la palabra socialismo en serio. Organizamos una campaña deliberada para educar a sus filas en su significado.

Como los juicios de Moscú eran reportados día a día, era obvio que el objetivo central era una vez más implicar a Trotsky y si era posible lograr su ejecución en Rusia; en cualquier caso desprestigiarlo ante el movimiento obrero mundial. Debo decir que los trotskistas norteamericanos no nos dormimos en esta situación. Aprovechamos esa brecha, hicimos el mejor trabajo político que jamás habíamos hecho y rendimos nuestro gran servicio a la causa de la IV Internacional denunciando los fraudulentos juicios de Moscú. El hecho de que se pudo comenzar un trabajo que eventualmente golpeó y desacreditó a los juicios de Moscú en todo el mundo, se debe a la existencia de la sección norteamericana de la IV Internacional y a que éramos miembros del PS en ese momento.

Históricamente se nos requería, en ese momento crucial, ser miembros del PS y por ese medio tener un acceso más estrecho a ciertos elementos -liberales, intelectuales, gente políticamente medio radical- que eran necesarios para la gran tarea del Comité de Defensa de Trotsky. No creo que Stalin podría haber planeado esos juicios tan bien otra vez, para asegurarse un completo descrédito, como en el verano de l936. Entonces, estábamos en la situación más favorable como miembros del PS, y por eso, rodeados en una cierta extensión, por la colaboración protectora de un partido medio respetable, y no pudimos ser aislados como un pequeño grupo trotskista, corrido y linchado, como lo planeaban hacer. Hicimos una campaña terrible para denunciar los juicios y defender a Trotsky. Los stalinistas, a pesar de los vastos recursos del aparato, prensa, organizadores y dinero, fueron puestos a la defensiva desde el comienzo. Nuestros camaradas en New York, asistidos por los camaradas de todo el país, pudieron iniciar la organización de una casi formidable aparición del comité, con John Dewey como presidente y una imponente lista de escritores, artistas, periodistas y profesionales de varias clases que aprobaban y apoyaban el movimiento para organizar una investigación a los juicios de Moscú.

Esta investigación, como ustedes saben, siguió eventualmente en la ciudad de México en la primavera de l937. El caso fue totalmente escudriñado; de ella salieron dos grandes libros que son y serán para siempre clásicos del movimiento obrero mundial. "The case of León Trotsky" (El caso de León Trotsky) y el segundo, el informe de la comisión, "Not Guilty" (Inocente). Esta tarea política tremenda que resultó incuestionablemente el golpe más duro que nunca le propinamos al stalinismo, fue posibilitada por esa conjunción favorable de eventos que he mencionado. Unos pocos meses más tarde, a lo sumo unos pocos años más después, la mayoría de aquellos elementos que llevaron adelante una tarea históricamente progresiva como esa en el Comité de Defensa de Trotsky, sucumbieron a la sociedad burguesa y dieron la espalda a todos sus oponentes irreconciliables. Por lo menos el 90% de esa gente estaría hoy incapacitada física y moralmente para participar activamente de un movimiento como el "Comité Norteamericano por la Defensa de León Trotsky" pero en esa coyuntura particular eran capaces de servir, y sirvieron, a un gran fin progresivo. La exposición y el descrédito de los juicios de Moscú fue uno de los grandes logros que debe ser atribuido a nuestro movimiento político de unirnos al PS en l936.

La segunda gran campaña política que llevamos adelante mientras estuvimos en el PS, fue alrededor de los eventos de la guerra civil y la revolución española. Informes sustanciales y hasta libros son el resultado de este trabajo. Llamo vuestra atención especialmente sobre el libro escrito por Félix Morrow, Revolution and Counter-Revolution in Spain (Revolución y Contrarevolución en España), y el folleto The Civil War in Spain (La guerra civil en España). Este folleto y libro resumían y codificaban la gran pelea política en curso; dentro del PS y públicamente siempre que tuvimos la oportunidad peleamos para clarificar los hechos que ocurrían en España y para educar a los cuadros del partido norteamericano sobre el sentido de aquellos eventos. Nuestra entrada al PS facilitó esas campañas, nos dio una audiencia dentro de lo que después sería nuestro propio partido. No era nuestro. Pero teníamos nuestras cuentas pagas y eso nos daba una gran audiencia en cada mitin de rama del PS. En California, donde vivía yo en ese momento por razones de salud, el trabajo fue desplegado en el movimiento de masas. Allí nos integramos rápidamente en el partido y adquirimos una influencia dirigente en virtud de nuestra actividad, nuestros discursos y trabajo político durante la campaña electoral. Como resultado a los seis meses de haber entrado al partido, salió un periódico débil bajo el auspicio del PS de California y yo fui designado su editor. Las circunstancias trabajaban muy favorablemente de nuestra parte. Mi rol de editor del periódico y la prominencia de nuestra gente en los locales y en la organización nacional nos dio entrada directa, por primera vez, en el movimiento de masas marítimas.

La gran huelga naval de l936-37 nos ofreció un campo abierto. Mientras nuestros camaradas en la costa este estaban desarrollando las campañas alrededor de los juicios de Moscú y la guerra civil española, nosotros en California, estábamos complementando ese gran trabajo político con la actividad intensa en el movimiento de masas, que influenció el curso de los hechos en la gran huelga naval de l936-37. El trabajo que se había hecho allí y los contactos que se establecieron nos permitieron organizar el primer núcleo de una fracción trotskista. Ese trabajo dejó grandes dividendos para el partido y aún lo sigue haciendo. Los trotskistas nos transformamos de ahí en adelante en el factor progresivamente más fuerte en el movimiento naval. Ese es uno de los signos seguros de que nuestro partido tiene un buen futuro, que ha establecido una base firme en una de las más importantes y decisivas industrias del país.

En Chicago teníamos otra base de apoyo en el Socialist Appeal. Este era originalmente un pequeño boletín mimeografiado publicado por Albert Goldman y otros pocos individuos. Goldman había entrado al PS un año antes que nosotros, como individuo. Se había negado a esperar la decisión del partido, y entró por cuenta propia justo previo a nuestra fusión con los musteístas. Se intercambiaron palabras agudas por esa acción. Sin embargo, pronto quedó claro que esa secesión organizativa de Goldman no tenía como objetivo efectuar una ruptura principista con nosotros. Desde el comienzo trabajó constantemente en la dirección de nuestro programa. Tan pronto como nuestro partido se orientó hacia la entrada en el PS, restablecimos la colaboración tan efectivamente que cuando abandonamos nuestra prensa en respuesta a la exigencia de los dirigentes del PS, ya teníamos un acuerdo con Goldman que el Socialist Appeal, que era un órgano autorizado y establecido en el PS, se volvieron el órgano oficial de la fracción trotskista. Nuestra colaboración fue restablecida tan rápida y efectivamente que alguna gente se preguntaba si la cosa de conjunto, la ruptura de Goldman con la organización trotskista y su entrada al PS como individuo, y las polémicas entre nosotros y Goldman, no eran un juego montado. Esto no fue así para nada. No éramos tan arteros como para hacer una cosa así. Las cosas sencillamente resultaron así; resultaron muy bien. El boletín mimeografiado fue transformado en una revista impresa. El nombre, Socialist Appeal, fue conservado. A pesar de la supresión de nuestra propia antigua prensa por los "Militantes" pronto tuvimos una revista mensual legítimamente establecida en el PS, exponiendo nuestro programa. Hacia finales del otoño tuvimos un periódico semanal en California, llamado Labor Action- un buen nombre que no ha sido tratado muy bien en los últimos años.

Así, para todo intento y propósito, teníamos nuestra prensa restablecida -un periódico de agitación semanal y una revista mensual. Labor Action fue publicado bajo el auspicio del PS de California, pero si ese no era un periódico de agitación trotskista, entonces nunca seré capaz de hacer uno. Hicimos lo mejor para utilizarlo en ese sentido. El Socialist Appeal se volvió el eje alrededor del cual se reconstruyó "legalmente" nuestra fracción en el PS.

En los comienzos de l937 organizamos una conferencia nacional del Socialist Appeal. Los miembros del PS de todas partes fueron invitados a venir a Chicago a discutir la forma y los medios para que avancen los intereses del partido. Todos fueron bienvenidos sin tomar en consideración su pasado o su alineamiento fraccional. La única condición era tener acuerdo con el programa del Socialist Appeal, que casualmente coincidía con el programa de la IV Internacional. Sobre esa base y de esa forma constituimos en Chicago a comienzos del invierno de l937 lo que era en efecto a una nueva Ala Izquierda nacional en el PS. Esta ver era un ala izquierda real, no una mezcolanza de juntas de "militantes", sino una organización de miembros del partido, reunidos sobre la base de un programa definido, con dirigentes que sabían lo que querían y estaban preparados para pelear por eso.

Durante todo este tiempo nuestra actividad en el PS, como la batalla se estaba desarrollando y estábamos ganando, los stalinistas llevaron a cabo una tremenda ofensiva contra nosotros. Gastaron miles, y me arriesgo a adivinar, decenas de miles de dólares en el esfuerzo de impedirnos avanzar en el PS. Estaban muertos de miedo de que lográramos formar un grupo considerable alrededor nuestro. Sabían todo el tiempo que el peligro real que apuntaba al corazón del stalinismo es el movimiento trotskista, no importa cuán pequeño pueda ser en un momento dado. Esa campaña de los stalinistas hizo eco simpáticamente en una sección de la dirección socialista. Ellos veían la fuerza y los recursos de los stalinistas como representantes de un gran poder estatal, la Unión Soviética. Estaban mucho más impresionados por esa fuerza y esos recursos que por la corrección principista del programa trotskista. Una sección de los "Militantes" -no todos ellos- se inclinó a la colaboración con los stalinistas, y si no hubiéramos estado en su camino hubieran entrado en relaciones más estrechas con ellos, como en España. Pero estábamos en el medio entre ellos y los stalinistas con nuestras críticas y nuestro programa, y habíamos sacudido a las filas del PS contra la idea de unidad con los stalinistas. Esto bloqueó su juego y los llevó a un resentimiento creciente contra nosotros. Otra sección de la dirección del PS, que ya se estaba orientando, posiblemente sin saberlo totalmente, hacia la reconciliación con Roosevelt, organizó una real ofensiva en nuestra contra: "Echen a los trotskistas del partido". Esa campaña tenia mucha presión detrás, por un lado los stalinistas y por otro la presión de las influencias burguesas.

Muchos de los que dirigieron la batalla contra nosotros se reconciliaron después con la clase burguesa. Jack Altman fue uno de ellos. Paul Porter se volvió un agente del ministerio de guerra. En ese puesto hizo un trabajo sucio de reducir los salarios de los obreros de los astilleros por debajo de lo que exigía el contrato. Fue uno de los dirigentes del PS que escribió un panfleto exigiendo nuestra expulsión del partido. La gente de esa clase, que más tarde fue nada más que empleados de Roosevelt en el movimiento obrero, estaba mejor considerada por Norman Thomas y otros dirigentes máximos que nosotros. Ingeniaron una convención especial, que no era obligatoria según la constitución, con el propósito especial de expulsar a los trotskistas. Querían sacarse las críticas de los stalinistas removiendo la causa. Querían alejarse de la coloración revolucionaria que le estábamos imprimiendo al PS. El PS ha tenido siempre, excepto por un breve período de la Primera Guerra Mundial, una "buena reputación". Era considerado como un grupo de gente que estaba por el socialismo pero que no significaba ningún peligro. Esta clase de partido siempre es tolerado, pero nunca gana una influencia real seria. En el movimiento obrero los dirigentes y militantes del PS eran conocidos como gente que estaba por el socialismo pero que nunca le hacía ningún problema a los burócratas, o a los traidores. Todo lo que querían era el privilegio de hablar unas pocas palabras de socialismo. Nuestra entrada al partido habían cambiado esto. Hablando en nombre del PS, llevamos adelante la pelea contra el stalinismo, contra los burócratas y estábamos dándole al PS un carácter diferente en la opinión pública del que había tenido antes. Decidieron echarnos.

Nuestra estrategia para esa convención que estaba llamada para marzo de l937 fue dilatar los hechos. No habíamos sido nombrados delegados, por lo que no podíamos hacer mucho más que una pelea por abajo. Sentíamos que no habíamos tenido aún el tiempo suficiente para educar y ganar el máximo número de obreros y jóvenes socialistas que eran capaces de volverse revolucionarios. Necesitábamos alrededor de seis meses más. Por lo tanto nuestra estrategia fue dilatar el desenmascaramiento en esa convención.

En pos de esa estrategia, yo volví de San Francisco, donde estaba en ese momento editando Labor Action, a New York para asistir a las negociaciones. Trajimos a Vincent Dunne desde Minneápolis. Él y yo fuimos propuestos como un comité de dos para discutir las cuestiones con los dirigentes de los "Militantes" y con el mismo Norman Thomas para ver si podíamos encontrar una forma de dilatar los hechos. Tuvimos numerosas conferencias, una de ellas en la casa de Norman Thomas. El camarada Bunne y yo, representando a los trotskistas, confrontados con Thomas, Tyler, Jack Altman, Murry Baron y otros de la joven burocracia incipiente en una reunión para discutir qué iban a hacer, cuál era la acusación contra los trotskistas que necesitaban tomar una actitud tan áspera hacia nosotros, etc. Recuerdo una de las grandes quejas que impresionaban a Thomas, particularmente era el informe de que los trotskistas, especialmente en New York, estaban hablando mucho en las reuniones de la rama; que insistían en comenzar discusiones teóricas y políticas a las once de la noche y que duraban eternamente. Él quería saber si no se podía hacer algo para restringir a la junta trotskista, o a la fracción, como fuera el caso, para limitar esas discusiones a una hora razonable. Eso tocó una fibra de mi corazón. Tenía un resentimiento acumulado contra esos debates hasta las dos de la mañana. Hicimos un acuerdo de que hasta donde llegara nuestra influencia, estaríamos a favor de establecer una regla de que las reuniones de rama se suspendan a las once de la noche. Hicimos una cantidad de otras concesiones de este tipo. Queríamos paz, y ofrecimos unas pocas cosas aquí y allá sobre la cuestión de posiciones, y en general fuimos tan conciliadores e inofensivos que finalmente llegamos a un acuerdo. Norman Thomas solemnemente acordó con nosotros de que no se haría ninguna propuesta en la convención para suprimir órganos internos -Socialist Appeal en particular- o para expulsar a nadie por sus opiniones. Aquel fue un acuerdo entre nosotros y Norman Thomas en presencia de los jóvenes "Militantes" que he mencionado.

Norman Thomas hizo el acuerdo, pero no lo mantuvo. Cuando llegó a la convención de Chicago, después de haber discutido con nosotros, otras presiones se ejercieron sobre él, especialmente la de Milwaukee, el asiento del conservadurismo socialdemócrata, que estaba destinado a volverse social-chauvinista en la Segunda Guerra Mundial. La presión de aquellos socialdemócratas autosuficientes, con mentalidad burguesa de Milwaukee, y de aquellos sindicalistas novatos de pacotilla de New York como Murry Baron era más fuerte que la palabra de honor de Norman Thomas. Rompió su palabra, nos traicionó. Se levantó en la convención, y él mismo hizo la moción de prohibir todo órgano interno en el partido. Prohibir todos ellos significaba, meramente, prohibir el Socialist Appeal.

Después de la convención, estábamos contra la pared. Por segunda vez fuimos privados de nuestra prensa. Aún dudamos de llevar las cosas adelante porque sumado a nuestra lentitud general, el trabajo del Comité de Defensa de Trotsky todavía estaba incompleto y teníamos miedo de arriesgarlo por una ruptura prematura. Aquí otra vez Trotsky mostró su completa objetividad. Trotsky, que ciertamente estaba preocupado tanto personal como políticamente por los juicios de Moscú, nos escribió: "Por supuesto sería un poco torpe tener una ruptura ahora en vistas del trabajo de la comisión de investigación, pero ésta no debería ser una consideración. Lo más importante es el trabajo de clarificación política y no deberían permitir que nada se ponga en su camino".

Trotsky nos animó e incluso nos incitó a avanzar en enfrentar su desafío y no permitirles que nos empujaran por miedo a la desintegración de nuestras propias filas, desmoralización de la gente a la que habíamos llevado demasiado lejos en el camino. Procedimos cautamente, "legalmente", al comienzo. Demostramos que podíamos tener una prensa, muy efectiva, sin violar proscripción de publicaciones. Pusimos en marcha un sistema de múltiples copias de cartas personales y resoluciones de ramas. Una ostensible carta personal, evaluando la convención, fue firmada por un camarada y enviada a otro. La carta, después, fue mimeografiada y distribuida discretamente en las ramas. Cada vez que surgiera un hecho, un nuevo paso en al guerra civil española, sería introducida una resolución en la rama de New York por un camarada individual, después mimeografiada y enviada a nuestros grupos de la fracción en todo el país como una base para sus propias resoluciones sobre la cuestión. No teníamos prensa. Ellos tenían la totalidad de la maquinaria del partido. Tenían el secretario nacional, el editor, el secretario obrero, y los organizadores -tenían todo el aparato- pero nosotros teníamos un programa y un mimeógrafo y probamos que era suficiente.

Nuestra fracción en todos lados era la mejor informada, la más disciplinada y la mejor organizada y estábamos haciendo rápidos progresos en captar nuevos miembros para la fracción. Entonces, nuestros moralistas "demócratas" socialistas le dieron al partido una real dosis de democracia. Votaron la "ley de la mordaza". Esa fue una decisión del Comité Nacional para lograr que no puedan ser introducidas más resoluciones en las ramas sobre las cuestiones en disputa. Tenían en mente particularmente la guerra civil española, un pequeño incidente para sus mentes. Entonces hicimos una revuelta y comenzamos una campaña en todo el país contra la "Ley de la mordaza". Esta tomó la forma de introducir en todas las ramas resoluciones protestando contra la decisión de prohibir la presentación de resoluciones. Si los burócratas socialistas habían tenido muchas resoluciones antes, estaban inundados con ellas después de haber votado la "Ley de la mordaza".

Decidimos pelear, llevar las cosas adelante y no permitir más abusos. De todos modos, para ese momento, habíamos terminado nuestro trabajo. Entre la convención y los pocos meses que nos llevaron a este choque de frente, habíamos completado virtualmente nuestro trabajo de educar y organizar aquellos elementos del ala izquierda, de la juventud, que eran realmente serios y podían transformarse en revolucionarios proletarios. La composición del PS era predominantemente pequeño burguesa. Estaba claro que no podíamos esperar ganar una mayoría real en el partido, con todas las restricciones que habían puesto sobre nosotros. Teníamos que tener las manos libres para restablecer nuestra prensa pública y virar nuestra atención una vez más a la lucha de clases amplia.

Llamamos a una reunión del Comité Nacional de nuestra fracción para junio en New York, hicimos las resoluciones para nuestra pelea la organizamos a escala nacional. Ellos se vengaron con las expulsiones en masa, comenzando en New York. Nunca vi violaciones más burocráticas y brutales de los derechos democráticos y de la constitución del partido que a las que recurrieron estos píos socialdemócratas cuando descubrieron que no podían derrotarnos en un debate franco. Sólo nos limitaron y nos echaron. Unos pocos días después de la expulsión del primer grupo en New York, respondimos con el Socialist Appeal que reaparecía ahora como un tabloide semanal impreso de 8 páginas. Establecimos un "Comité nacional de las Ramas Expulsadas", y llamamos a una convención de ramas expulsadas para bosquejar el balance de esa experiencia. Todo ese trabajo fue realizado, especialmente en estrecha cooperación y aún bajo la supervisión del camarada Trotsky.

En ese momento, ustedes saben, estaba en México y nosotros teníamos contacto y comunicación personal con él. En medio de todos sus problemas, y de la preparación de todos su material sobre el juicio de Moscú, tenía tiempo para escribirnos frecuentemente y para mostrarnos que tenía una comprensión sensitiva y profunda de nuestro problema hizo todo lo posible para ayudarnos.

Nuestra campaña nos llevó directamente a una convención de ramas expulsadas del PS en Chicago en tos últimos días de diciembre y el día de año nuevo de l938. Ahí registramos los resultados de un año y medio de experiencia en el PS. Era claro que la organización del Comité de Defensa de Trotsky nos había facilitado, había sido el medio de divulgar la verdad sobre los juicios de Moscú al mundo entero, y nos permitió darle el golpe más grande al stalinismo como nunca había recibido hasta ese momento. Nuestra entrada en el PS había facilitado nuestro trabajo sindical. Nuestro trabajo en la huelga naval en California, por ejemplo, había sido ayudado en gran medida por el hecho de que en ese momento, éramos miembros del PS. Nuestros camaradas tenían mejores conexiones en el sindicato de obreros del automotor donde, hasta el momento nunca habíamos tenido nada más que algún contacto ocasional. Estaban sentadas las bases para una poderosa fracción de los trotskistas en el sindicato de obreros del automotor.

La gran sorpresa de la convención fue la revelación de que mientras habíamos estado concentrados en este trabajo político interno, dentro del PS, habíamos estado, al mismo tiempo desplegando, prácticamente sin ninguna línea de la dirección central, nuestro trabajo sindical a una escala a la que nunca nos habíamos aproximado antes y habíamos, al menos empezado, la proletarización del partido. Habíamos ganado de nuestro lado a la mayoría de la Juventud Socialista y a la mayoría de aquellos obreros socialista realmente interesados en los principios del socialismo y en la revolución socialista.

La convención adoptó el programa de la IV Internacional sin ninguna oposición. Esto demostraba que nuestro trabajo educativo había sido eficaz. Todos esos logros pueden ser señalados como evidencia de la sabiduría política de nuestra entrada al PS. y otra de ellas, -y no la menos importante- era que cuando el PS nos expulsó y cuando nos vengamos formando un partido propio independiente, se había asestado un golpe mortal al PS. Desde entonces el PS se ha desintegrado progresivamente hasta haber perdido toda semblanza de influencia como partido del movimiento obrero. Nuestro trabajo en el PS contribuyó a eso. El camarada Trotsky remarcó esto más tarde, cuando estábamos discutiendo con él el resultado total de nuestra entrada al PS y el estado lamentable de su organización después. Dijo que eso sólo hubiera justificado la entrada en la organización aún si no hubiéramos ganado un sólo miembro nuevo.

Parcialmente como resultado de nuestra experiencia en el PS y nuestra pelea allí, éste fue marginado. Éste fue un gran logro, porque era un obstáculo en el camino de la construcción de un partido revolucionario. El problema no es meramente el de construir un partido revolucionario, sin el de limpiar de obstáculos su camino. Todo otro partido es un rival. Todo otro partido es un obstáculo.

Ahora, sólo contrasten estos triunfos, y no los he exagerado, contrasten estos resultados con los de las políticas de los sectarios. Habían renunciado a la idea de entrar en el PS por principios. Decían que su política de abstención construiría un partido revolucionario mejor y más rápido. Había transcurrido un año y medio, dos años, y ¿qué había ocurrido? Teníamos el doble de militantes. Los oehleristas no habían ganado ni a un sólo joven socialista u obrero. Ni uno. Por el contrario, lo único que habían producido fue un par de rupturas en sus propias filas. Pienso que el contraste es una verificación convincente de las cuestiones políticas que se levantaron en la disputa con ellos. Tengan siempre en mente que hay una forma de verificar las discusiones políticas, esta es, por la experiencia subsiguiente. La política no es religión; las disputas políticas no quedan indecisas para siempre la vida decide: ustedes nunca pueden resolver una disputa teológica porque tiene lugar fuera de la vida en la tierra. No es influenciada por la lucha de clases, por cataclismos políticos o tornados, o terremotos. En la Edad Media se acostumbraba a discutir sobre cuántos ángeles podían danzar sobre la punta de un alfiler. ¿Cuántos? ¿Mil? ¿Diez mil? La cuestión nunca fue resuelta porque no hay forma de saber por una experiencia terrenal cuántos ángeles pueden bailar sobre un área tan restringida como la punta de un alfiler. Después de que se demostró que habíamos hecho todas las ganancias y los sectarios no habían ganado nada, el único argumento en su favor, era: "Sí, doblaron la militancia, pero sacrificando el programa". Pero no era así. Cuando tuvimos la convención en Chicago al fin de nuestra experiencia en el PS, se demostró que habíamos salido con el mismo programa con el que habíamos entrado, el programa de la IV Internacional.

Nuestra "gira" por el PS, ha resultado en ganancia en toda la línea. Formamos el Socialist Workers Party el día de Año Nuevo en Chicago y comenzamos una vez más, una lucha independiente con buenas perspectivas y expectativas. La extensa discusión que tuvo lugar en nuestras filas previo a la convención, había revelado diferencias y debilidades que más tarde saldrían a la luz. Tuvimos una gran discusión sobre la cuestión rusa. Abatida por la traición del stalinismo, los juicios de Moscú, el asesinato de la revolución española -todas esas terribles experiencias- una sección del partido, ya hacia fines de l937, quería abandonar la idea de que Rusia era una estado obrero y renunció a su defensa. Siempre ha ocurrido, aún desde l9l7, que cualquier persona que se equivoca en la cuestión rusa se pierde para el movimiento revolucionario. No podía ser de otra forma porque la cuestión rusa es precisamente la cuestión de una revolución que ha ocurrido.

A la cabeza de los vacilantes y escépticos a fines de 1937 estaba Burnham. Todavía estaba dispuesto a dar una defensa incondicional a la Unión Soviética, pero ya estaba empezando a elaborar lo que él pensaba que era una nueva teoría, que el estado obrero nunca existió. Simplemente se estaba adaptando a las teorías a medio cocinar de los anarquistas y de los mencheviques que habían sido expuestas desde 1917 y son renovadas en cada crisis de la evolución de la Unión Soviética. Sumado a esto, Burnham dirigió una oposición en contra nuestro sobre cuestiones organizativas. No le gustaba el método bolchevique de organización, la disciplina, la centralización y la moral bolchevique. 

Esos síntomas son bien conocidos. Toda persona que comienza a objetar al bolchevismo sobre cuestiones de métodos, organización y moral, ciertamente tiene menchevismo en la sangre. El programa político es la piedra de toque, pero las disputas sobre la cuestión de la organización siempre revelan síntomas más temprano que los debates políticos. Esa debilidad, esa tendencia anti-bolchevique expresada por Burnham en aquel período tuvo, más tarde, su desarrollo lógico. 

Miembros del Socialist Workers Party en 1941. De izq. a Der: Farrell Dobbs, Harry DeBoer, Edward Palmquist, Clarence Hamel, Emil Hansen, Oscar Coover, Jake Cooper; front row left to right: Max Geldman, Felix Marrow, Albert Goldman, James Cannon, Vincent Dunne, Carl Skoglund, Grace Carlson

 ese momento, le escribí al camarada Trotsky una extensa carta caracterizando francamente la posición de Burnham y pidiéndole su consejo sobre cómo competir con él; es decir, cómo defender al bolchevismo más efectivamente y al mismo tiempo tratar de salvar a Burnham para la revolución. Shachtman en ese momento, estaba peleando del lado del bolchevismo. Coincidió en la caracterización de Burnham y ayudó en la lucha. Pero después, era natural siendo él, que dos años más tarde cuando la misma pelea estalló de nuevo en una forma mucho más violenta con la Guerra Mundial como telón de fondo, Shachtman se uniera con Burnham para pelear contra nosotros.

La discusión de 1937 anticipó los problemas futuros. Pasaríamos otra gran lucha interna en el partido, la más acabada y fundamental de todas las luchas internas en el movimiento desde los comienzos. Tuvimos que pasar por todo esto, hasta la cima de todas las luchas precedentes antes de que las cartas estuvieran claras, y el partido preparado para la prueba de la guerra que venía. Dimos esa batalla y el bolchevismo salió victorioso de ella; el partido bolchevique es más fuerte por eso. La historia de esta lucha está registrada en documentos, las grandes contribuciones políticas y teóricas del camarada Trotsky, y sobre el aspecto de organización, en algunos escritos míos. Aquellos que quieran seguir la historia del partido desde el punto en que yo voy a dejarla aquí, con la fundación del Socialist Workers Party el día de Año Nuevo de l938, puede encontrarla en esos documentos. Sobre qué ocurrió después de la pelea con la oposición pequeño burguesa y la ruptura eventual, parece ser una historia reciente. Tan reciente que no necesita ser revisada en este curso. Es conocida por todos ustedes.

Ahora queridos camaradas, con su permiso, quiero decir una palabra sobre la gran alegría y satisfacción que he tenido en dar estas conferencias. Si un joven camarada, preparándose para ser orador público me preguntara a mí, un viejo campañista, que es lo que más necesita un orador público, yo diría: "Necesita una buena audiencia". Y si él consigue la clase de audiencia que he tenido en esta serie de l2 Conferencias -tan cálida, sensible, apreciativa, tan interesada en el tema y tan amigable con el orador- será en verdad afortunado.